Hector Soto

Biografía Personal

Descendencia

Fuentes

Trayectoria Política

«El mérito y la fatalidad» La Tercera, 20 enero 2019: «la sospecha es que con el igualitarismo de la tómbola y con la agonía d elos colegios emblemáticos lo hemos comenzado a perder diliberadamente… porque una élite dirigente sensible a la ingeniería social dispuso que el merito no existe, que lo que vale es la integración… la sala de clases como espacio de concordia terrenal. Claro que esa elite sigue enviando a sus hijos a colegios donde hay selección…»

20 marzo 2021: «…El temor que trasuntan estas preguntas nace sobre todo de una clase política que no ha dado muestras ni de prudencia ni de racionalidad en el último tiempo. Es sintomático que mientras estaba pendiente una reforma a las pensiones sustantiva, buena o mala, da igual, el Parlamento haya aprobado con absoluta impunidad ya dos retiros de los fondos acumulados por los cotizantes y estemos en plena discusión de un tercero. Por este forado el sistema previsional, que ya estaba en rojo en función de las expectativas de los afiliados próximos a pensionarse, muy pronto pasará a ser solo una burla. Ningún sistema de seguridad social resiste estas exacciones y este nivel de populismo. Eso lo sabe cualquiera. Simplemente no es cierto que estos retiros hayan sido la única vía existente para que los sectores más vulnerables pudieran afrontar la emergencia. Lo que aquí primó fue el propósito de la izquierda de desmantelar el actual sistema y la falta de coraje de los políticos de centro y de derecha para oponerse, en un año de varios retos electorales, a una iniciativa que significa plata inmediata para la gente y que obviamente tiene apoyo ciudadano….»

“La sensación de incertidumbre y fragilidad que transmite el escenario responde en gran parte a que, por primera vez en mucho tiempo, no sabemos quién está al mando”, escribe. Pero va más allá de la gestión política en pandemia, porque si bien en el proceso de vacunación, el país va bien encaminado, “en el ámbito de las otras crisis esa percepción es mucho más débil”. Y aquí los dardos los apunta a la debilidad de liderazgo presidencial, pero también a una ciudadanía que “espera peras del olmo”. Quizá tiene razón y sólo queda “apretar los dientes”.   30 marzo 2021

Columna de Héctor Soto: La democracia en aprietos
Si hay algo que la modernidad en las últimas décadas ha descubierto, con rubor y también con escándalo, es que la democracia puede ser traicionada sin mayor problema a través del uso deliberadamente abusivo de las propias instituciones del sistema democrático. Experiencias a este respecto hay muchas y no es necesario entrar en muchos detalles para comprobar cómo Venezuela, Hungría, Polonia o Turquía, que fueron democracias liberales razonablemente acreditadas en algún momento, se transformaron luego en autocracias o en francas dictaduras, sin vulnerar aparentemente las normas respecto del gobierno de las mayorías ni tampoco el principio de la división de los poderes del Estado. ¿Cómo es que eso fue posible? Básicamente, por la vía de ir copando las instituciones con gente funcional a los propósitos oficialistas: los tribunales de justicia, los medios, las cortes constitucionales, la justicia electoral, las fiscalías, los organismos intermedios, los mandos policiales y militares. A veces unos primero y otros después. A veces por las buenas y a veces por las malas. Desde luego, las movilizaciones sociales, los disturbios callejeros y las funas también ayudan. Pero son un complemento de la estrategia de guerra que va de fondo. Será a veces un camino más largo que al asalto fulminante al poder, pero a efectos de la lógica autoritaria puede ser tanto o más efectivo. 17 julio 2021

Soto: La centroderecha, que no ha dejado error por cometer en loa últimos años y que las ha visto verde en las últimas elecciones, ayer dijo basta y rechazó la idea de insistir en discursos repetidos y en cargas ya gastadas. 19 julio 2021

Bibliografia

Otras publicaciones

Un tiempo como escribe Héctor Soto donde alcanzar acuerdos “será imposible”. “Hasta cierto punto, es lógico que así sea”, precisa, porque “el endurecimiento de las posiciones es coincidente con las expectativas que genera la convención, que de una plumada podría borrar con el codo lo que ahora se escriba con bellísima caligrafía”. Y en estos tiempos, agrega Soto, el camino para el gobierno debe ser convencer al electorado, porque no solo la brecha entre éste y las elites parece enorme, sino “porque es el electorado el que este año decidirá”. La Tercera, marzo 2021

Las elecciones del pasado fin de semana instalaron varios hechos. Primero, que el estallido cambió el eje de la política chilena mucho más de lo que se pensaba. Segundo, que la izquierda no liberal va a pesar en los próximos meses bastante más que la izquierda liberal. Tercero, que el Chile sensato y moderado, tal como el centro político, está en proceso de disolución, no sabemos bien si por castigo transitorio o por condena irrevocable. Cuarto, que en las actuales circunstancias la centroderecha es minoría (lo mismo: no sabemos si transitoria o irrevocablemente) y que no tiene en su mano ninguna otra llave más allá del acuerdo del 15 noviembre de 2019 para contener, moderar o negociar las demandas de la mayoría de la sociedad chilena. Quinto, que el terremoto electoral del pasado fin de semana no necesariamente determina lo que ocurrirá en la próxima elección parlamentaria y presidencial. Eso significa que a la derecha se le puede haber complicado mucho -muchísimo- el horizonte. Pero no es que el nuevo mapa político la haya dejado desde ya fuera del juego.

En cierto modo, mirando el cuadro desde la perspectiva de la derecha, por primera vez desde el retorno a la democracia la política chilena saltará, por así decirlo, al vacío y sin red. ¿En qué sentido? En el siguiente: hace años que se acabaron los senadores designados y que terminó el sistema binominal; está claro que concluyó el ciclo de la política fáctica y que incluso el Tribunal Constitucional dejó de ser lo que fue. También es un hecho de la causa que la derecha perdió el tercio. El camino, por consiguiente, está libre para que las mayorías se expresen sin mayores obstáculos y la sociedad chilena pueda elevar a rango constitucional aquellos acuerdos, aquellas normas e instituciones a los cuales concurran a lo menos dos tercios de los constituyentes.

Es verdad, asimismo, que Chile hoy está más cerca que nunca de elegir un presidente comunista. Y que hay un descontento con el modelo mucho más extendido de lo que la actual distribución de fuerzas en el Parlamento sugiere. Queda, sin embargo, aún mucha nebulosa respecto de dónde los chilenos queremos vivir. ¿Qué tipo de sociedad es la que deseamos? Por lo visto, no el modelo que salió de la transición y que tantos beneficios trajo en su momento. Por lo visto, no la sociedad de mercado que fuimos por más de 30 años, dinámica, pero al mismo tiempo responsable de grandes desigualdades. Está extendida la demanda por un mayor Estado de bienestar. Pero, ¿significa eso que queremos ir a una sociedad cerrada al exterior, predominantemente estatal, con poco espacio al emprendimiento y márgenes más bien acotados de competencia? ¿A qué se parece lo que más podría interpretarnos? Desde la buena fe y sin sesgos, ¿al Chile pre-73, a la Argentina peronista, a la Australia de los últimos años, a los países nórdicos, a la experiencia museográfica de las naciones socialistas?

El país está llegando a un punto a partir del cual sería sano comenzar a dilucidar estas conjeturas pronto. La oposición al actual gobierno ha sido especialmente exitosa en sus descalificaciones a los logros económicos, sociales y culturales del nuevo Chile. Sus estrategias de demolición han funcionado. Pero ha sido hermética en propuestas y proyectos alternativos de futuro. La oposición más radicalizada, incluso, no pierde el sueño ni un minuto por este vacío. Esto es política, dicen. Y lo único que vale en este ámbito es apostar en contra de lo que quiere tu enemigo. Eso basta y es guía suficiente para alcanzar el poder. La prueba es Venezuela: no por ser un país en ruinas el triunfo de la política ha dejado de ser total. Obviamente es un caso extremo. Pero, ¿cuánto de eso los chilenos estaríamos dispuestos a aceptar? ¿Mucho, poco, nada? Sería sano empezar a aclararlo.

Al final, las posibilidades de la centroderecha como actor político relevante en el futuro van a estar básicamente unidas solo a dos contingencias. La primera es que la respuesta de la mayoría del país a las anteriores incógnitas sea más matizada de lo que pretende la izquierda radicalizada. Esto aún está en proceso de definición. ¿Está la gente por reformar el modelo, que es una alternativa donde la centroderecha más de algo podría decir, o está por tirarlo a la basura, hipótesis para la cual obviamente son otras las fuerzas políticas las llamadas a operar?

La segunda contingencia concierne a lo que podríamos llamar las anomalías, los errores, las contradicciones. Son ineludibles en todo contexto político, aunque a veces parezcan una especialidad chilena. Si bien el país está ahora más izquierdizado que nunca, nada es tan monolítico para que tenga que ser leído en una sola clave. Fue cosa de verlo esta semana, a partir de la patética y enorme cantidad de errores en que incurrieron los triunfadores.

La Tercera 11 julio 2021: Ciertamente, no ayuda que el trabajo de los convencionales tenga lugar en un contexto de altísima politización. En una semana se realizarán dos primarias legales. Posiblemente después venga otra pactada por el mundo de la centroizquierda. De ahí en adelante, el país ya entrará al ciclo electoral de la próxima legislatura y también de la campaña presidencial. La politización implica no solamente que la política tiende a desbordarse y a ocupar esferas de preocupación o actividad que funcionan con relativa autonomía. Implica, además, que todo se vuelve política, con lo cual la pugna por la captura del poder, o al menos de cuotas importantes de poder dentro de la convención, pasa a ser mucho más importante que las distintas preguntas o soluciones que pueda ofrecer el derecho público para los efectos de acordar una Carta Fundamental que sea razonable y duradera. Así las cosas, que nadie espere un rodaje especialmente fluido y productivo dentro de la convención en los próximos meses. La etapa más complicada debiera ser precisamente esta.

Cualquier observador con algún nivel de serenidad diría que hay veces en que el éxito puede ser un pésimo consejero. Y la derrota, después de todo, una experiencia no necesariamente desastrosa.
La hoguera de la irresponsabilidad» Héctor Soto, 11 octubre 2021
El impulso de botar a Piñera por las buenas o por las malas no es nuevo… si esta vez la jugada resulta, son muchos parlamentarios que gritarán !Bingo! ha sido el sueño dorado opositor desde que Piñera desalojó a la Concertación de La Moneda en 2010…  somos bastante menos demócratas de lo que presumimos. Es muy impresionante como en los últimos años se han devaluado las instituciones a fuerza de desbordarlas, ningunearlas, instrumentalizarlas o sobrepasarlas…
Liderazgo 12 septiembre 2021

El que sigue a una muchedumbre jamás será seguido por una muchedumbre. Este proverbio, que el escritor y ensayista mexicano Héctor Aguilar Camín atribuye a su abuelo, un patriarca que algo alcanzó a saber de estos temas, envuelve una de las dimensiones del liderazgo que nunca estará de más recordar en tiempos como los actuales. Después de todo, las convicciones también debieran contar en la política, por mucho que amplios sectores de opinión entiendan que esta actividad supone el talento y el radar necesarios para acatar incondicionalmente los vientos que soplen en un momento dado. Está claro que ese es el camino que conduce directo a la popularidad. Pero también lo está que es el que más se aleja del liderazgo.

La expresión más grosera y reciente de este dilema está asociada, por supuesto, al cuarto retiro. Es muy impresionante la forma en que las bancadas parlamentarias se alinearon en las tres iniciativas anteriores y vuelve a serlo, incluso más dramática, ahora. Para ese amplio espectro de la izquierda que se sintió interpretada por las palabras del diputado que dijo que esta era la manera de echar abajo el actual sistema de pensiones, esa opción es sí o sí. No hay disyuntiva, así sea que la destrucción del sistema pase a dejar en la ruina a los pensionados del futuro. Total, las pensiones ya eran malas antes. ¿Dónde está el problema de hacerlas un poco peores, si igual el Estado en su momento se va a tener que meter la mano al bolsillo para asegurar pensiones mínimas?

Enfoques menos ideologizados entienden, sin embargo, que lo que aquí se está jugando no es el destino de las AFP -sea que estas entidades logren zafar o no del debate actual, eso es secundario- sino la posibilidad de que las personas puedan llegar al final de su vida laboral con un ahorro ojalá significativo como para mirar con cierta tranquilidad el último tramo de su vida. En este punto, el acuerdo del mundo tecnocrático es transversal, razón más que suficiente para que sean muchos los que, precisamente por eso, creen que hay que transgredirlo. Abajo los tecnócratas. Hasta los más obstinados, sin embargo, sea que prefieran un sistema de reparto, de capitalización individual o uno mixto, reconocen que estos retiros son una mala política. Será mala, se dice, pero es popular y en tiempos de elecciones no hay dónde perderse. No es la hora de las convicciones ni de la conciencia cívica; tampoco de los testimonios morales. Que nadie se pierda: es la del oportunismo, estúpido.

Dice mucho del liderazgo que tienen o aspirar a tener la manera en que los candidatos presidenciales se han planteado respecto del tema. Boric había dicho no ser partidario del cuarto retiro por un asunto elemental de responsabilidad, hasta que su propio sector le dobló la mano. Aquí, en su caso, el premio que está al otro lado -el ascenso al poder- es demasiado grande para perderlo por cuestiones de escrúpulos. Por lo mismo, se sometió a la aplanadora. Boric sabe muy bien el costo que tiene salirse a veces de la manada. Todavía hay quienes la cobran -y le cobrarán toda la vida- haber suscrito el acuerdo del 15 de noviembre del 2019. Lo que fue un testimonio de coraje y sensatez, para los partidarios de la insurrección permanente fue un acto de entreguismo. Ahora, como candidato presidencial, simplemente no quiere darse el lujo de ponerle de nuevo el pecho a las balas. Vamos entonces al cuarto retiro, quizás al quinto y, en definitiva, a todos los que vengan.

Sichel, en cambio, se la está jugando por parar en seco esta chacota. Y está pagando los costos de intentarlo. Su postulación quedará debilitada si, como ha ocurrido hasta ahora, parlamentarios oficialistas siguen amparando la iniciativa. Y no es en absoluto seguro que el rechazo del proyecto le traiga retornos en el futuro. No importa, pero debe hacerlo. No por él, sino por un asunto de responsabilidad pública. Si eso le significa perder la elección, bueno, que sea. Mejor no seguir jugando a la zorra y el cuervo con estos impresentables malabares.

Yasna Provoste, tributando a las medias tintas que tanto dañaron a su partido en el pasado, ha preferido no pronunciarse. Curiosa manera de proteger su liderazgo. El suyo es casi un asunto de metafísica pura: ¿Se podrá proteger lo que no se tiene?

Si estas fueran solo contorsiones de teloneros para llamar la atención, el tema no importaría mucho. Pero como Chile se está viniendo abajo y está frente a un problema descomunal de gobernabilidad para los años que vienen, el asunto no es trivial. Se necesitará un Presidente que le diga al pan, pan y al vino, vino, así sea que pierda rating. Se necesitará un mandatario que conecte de veras con la gente e inspire su confianza. Se necesitará un líder capaz de desbloquear el sistema político con acuerdos ciudadanos amplios y fuertes, puesto que se comprobó que la clase política no sabe, no puede o no quiere llegar a acuerdos de ningún tipo. Tendrá que haber alguien que los haga forjar, no con la manga de oportunistas y demagogos que amenaza tomarse las instituciones, sino con la base social concreta que está por no sacar a Chile de las corrientes del desarrollo y de la historia.

Regreso a la sensatez 19 septiembre 2021

Regreso a la sensatez

Gradualmente, muy lenta y trabajosamente, la ciudadanía comienza a volver a la sensatez. Es lo que dice la última encuesta CEP. Es tarde, pero se dirá que más vale eso que nunca. Es posible, aunque el daño generado por la fuga al enojo y al rencor por parte de los sectores medios ya es irreversible y tomará tiempo repararlo. ¿En qué se tradujo eso? Básicamente, en que apoyamos la violencia, en que aprobamos los saqueos y el incendio del Metro, en que desconocimos lógicas elementales de la democracia (según la cual, por ejemplo, los gobiernos se van una vez que cumplen el mandato para el cual fueron electos), en que menospreciamos nuestros niveles de bienestar, en que ninguneamos nuestra democracia y babeamos como imbéciles por cualquier tránsfuga que dijera representar la integridad o los infortunios del pueblo sufriente. Todo se desorbitó y es verdad que dan ganas de dar vuelta la página, porque no hay manera de recordar lo ocurrido sin un cierto rubor.

El daño, en cualquier caso, ya está hecho. El país quedó clavado por décadas a desequilibrios macroeconómicos que costará revertir, a una Convención Constituyente que un día acierta y al otro se desbanda, a una polarización política que nos ha vuelto un país más desagradable de lo que ya éramos y a un horizonte de incertidumbres que podría mandarnos finalmente al despeñadero, todo esto justo cuando empezábamos a remontar cabeza y a dejar atrás la traumática herencia que dejó el gobierno anterior en términos de división interna y de postración económica y social.

Comienza a hacerse cada vez más claro que efectivamente existía malestar en la sociedad chilena. ¿Cómo no iba a haberlo si llevábamos años creciendo a tasas mediocres y el sistema político estaba bloqueado? De haber tenido una clase política algo más sensible, por supuesto podríamos haber afrontado ese problema con racionalidad. El problema es que no la teníamos y que reformas impostergables -a las pensiones, a la salud, a la seguridad pública- durmieron en el Congreso por espacio de años con absoluta impunidad. A eso se agregó la mochila de nuestra escasa densidad cívica. En este plano -hay que decirlo con todas sus letras-, sencillamente no somos nada. De un día para otro, los animadores de los matinales y los periodistas de los noticieros de la tele pasaron a ser los verdaderos rectores de nuestra conciencia política y moral. El Chile de hoy es obra de ellos (y de los grandes grupos empresariales que están detrás de la televisión privada chilena, por supuesto). No nos quejemos. Es ahí donde se decide lo que está bien y lo que está mal. Es ahí donde Carabineros nunca sorteará ningún test, donde el cuarto retiro los sorteará siempre y donde -en fin- Rojas Vade, más que un convencional de conducta un tanto sobregirada en sus alardes y énfasis, era simplemente un héroe. De nuevo: no nos quejemos.

La trampa populista en que caímos fue la clásica. Está en la página dos de todos los manuales de populismo. Ahí se asume que la sociedad siempre está manejada por élites explotadoras, abusivas y corruptas que medran a costa de una base social -el pueblo- que es inocente, justa y limpia. El pueblo no es un estamento. Es una idea, una quimera. Lo es desde los tiempos en que el propio Jules Michelet, gran historiador de la Revolución Francesa, lo exaltaba aunque no sin una dosis de cautela, porque advertía que “el pueblo, en su concepto más elevado, difícilmente se encuentra dentro del pueblo”. Claro, porque si te acercas un poco comprobarás que no es tan puro ni tan inocente como pensabas. Hay gente buena, es cierto, pero también mucho punga y pato malo, que es lo que sin ir más lejos hizo entrar a la Lista del Pueblo no a la alta filosofía política, sino a los dominios de la justicia penal y la picaresca.

Es evidente que al día de hoy las condiciones objetivas son más adversas que nunca para elegir una nueva legislatura y un nuevo gobierno. No tenemos perspectiva y tampoco serenidad. Pero es lo que por calendario nos corresponde. A dos meses de la elección, más de la mitad del electorado aún no sospecha por quién votará y eso significa que el escenario -es verdad- está muy abierto. Hasta aquí los candidatos con más opción de pasar a segunda vuelta son Boric y Sichel, pero nada impide que los demás, sobre todo Yasna Provoste, logren revertir el cuadro actual y puedan erigirse como alternativas competitivas.

Ahora bien, si es que el país viene efectivamente de regreso al sentido común, al desarrollo, a la gradualidad, a la responsabilidad en las políticas públicas, es posible que ni Boric, un joven encumbrado a una candidatura cuyos pilares políticos todavía no terminan de avenirse, ni la senadora Provoste, representante de esa izquierda DC que no solo se compró el estallido sino que le echó bencina para que el incendio fuese mayor, tengan respuestas proporcionadas a lo que el país está demandando. Ambas son figuras asociadas más bien a los enojos de la revuelta. Y ahora que la gente habría dejado de encandilarse con la refundación, los viejos temas de la seguridad pública, de la estabilidad política e incluso de la inflación, un fantasma que había desaparecido hace años de escena, vuelven a ser prioritarios. Es de esperar que esta vez la clase política sí pueda tomarlos en serio.

Festival de incertidumbres 3 octubre 2021

El gobierno, la oposición y la clase política en general dicen estar empeñados en disipar el clima de incertidumbre, pero lo concreto es que todos los bloques políticos están con muy bajos niveles de aprobación, que el precio del dólar alcanzó esta semana su mayor nivel en mucho tiempo y que va en descenso el prestigio de la Convención Constitucional. Así las cosas, nada sugiere que este cuadro pueda corregirse pronto. Al revés, las incógnitas persistirán. Por de pronto, las jornadas electorales, que son por definición en las democracias instancias de clarificación y de fijación de rumbos, este año jugarán bien en sentido inverso, porque agregarán más niebla y nuevos factores de combustión y conflicto sobre el escenario político. Este efecto está asociado a la desafortunada convergencia en el calendario de la elección presidencial y parlamentaria con el trabajo de la Convención Constitucional ahora en curso.

Este año los chilenos sabremos qué autoridades estamos eligiendo, pero nada garantiza que quienes resulten electos puedan cumplir sus mandatos por el tiempo y con las atribuciones legales actualmente previstas para sus cargos. La Convención bien podría dar plazos y prerrogativas en el texto constitucional que acuerde. El Artículo 138 que se agregó a la actual Constitución lo autoriza expresamente y el vicepresidente de la Convención, Jaime Bassa, no se propasó al recordarlo. En realidad, la disposición es un monumento al cantinfleo, porque con palabras engoladas señala que la Convención no podrá acortar los mandatos de autoridades electas, salvo que decida acortarlos o suprimirlos (¡plop!). Las podas en la nueva arquitectura constitucional, que pueden ir desde un mero corte de uñas hasta un corte de dedos o de órganos mayores, operarán por supuesto sobre la cabeza del Ejecutivo y el Legislativo por largo tiempo, y es de temer que si el elegido es Sichel el bisturí opere de manera muy distinta a que si sale Boric. Hasta aquí, al menos, se supone que Boric tiene mayor afinidad con la variada tesitura de la Convención. En principio, desde luego, estas contingencias coyunturales no debieran contar, porque se supone que la Convención está trabajando no a la pinta de un gobierno en particular, sino para el futuro del país, en función de los requerimientos de nuestra gobernabilidad en las próximas décadas. Pero esa es la teoría. En política, la verdad es que el largo plazo simplemente no existe. Basta ver lo ocurrido esta semana en la Cámara de Diputados con el retiro del 10% para comprobarlo. Ahí se puede dimensionar hasta dónde puede llegar la impudicia de los políticos en esto de sacrificar consideraciones de país o de bien común a retornos electoreros impresentables y de corto plazo. ¿Hay razones para esperar que los constituyentes puedan actuar de manera muy distinta?

Por supuesto que debería haberlas. Chile no está acostumbrado a instituciones de tan mala calidad como la Cámara Baja en la actual legislatura. Y quizás porque nunca haya que perder completamente la confianza en la buena fe y el patriotismo de la gente, las expectativas en torno al trabajo de la Convención, si bien han ido a la baja, aún se mantienen en terreno positivo. A veces pánfilamente positivo, es cierto, pero eso, aunque no sea muy tranquilizador, ya es algo. El problema es que todo el ambiente político está complicado y no porque haya subido el tono de los ataques por pensar así o asá, de una manera o de otra. Está complicado porque comenzó a ser atacada la propia institucionalidad democrática. Tremenda cosa, se dirá, dado que eso y no otra cosa fue el estallido. Es cierto. Pero ahora el cuadro es un poco distinto. Porque el ataque a los valores de la democracia no viene de afuera, de las turbas que saqueaban y vandalizaban la ciudad a su amaño durante largas semanas. Viene también de adentro, de las propias instituciones, de mayoría tránsfugas que juntan muchas veces el hambre con las ganas de comer. Es nada menos que la Convención Constitucional la que tipifica un concepto de negacionismo cuya amplitud ya se quisiera cualquier gobierno totalitario para sepultar la libertad de expresión. ¿Qué concepto de democracia o de derechos humanos está manejando la mayoría que aprobó esa norma? Son, por otra parte, los diputados los que insisten en saltarse la Constitución que juraron respetar. Son las cámaras las que reciben las urgencias del Ejecutivo para legislar como si oyeran llover. Eso no es todo, porque hay otros frentes donde también estamos confundidos. Es la Corte Suprema, por ejemplo, la que le echa leños al fuego de la inmigración al establecer que da lo mismo si el inmigrante entró al país legal o ilegalmente. Es la Contraloría la que pone las cosas más cuesta arriba cuando se trata de poner un poco de orden -orden que no existe- en la macrozona. Hubo un tiempo en que las normas se tenían que interpretar desde la buena fe y en coherencia con el ordenamiento jurídico. No está claro en qué momento, resquicios mediante, comenzaron a interpretarse sistemáticamente en contra del interés nacional.

Hay que reconocerlo: la única certeza realmente instalada hoy en el país es que no las tenemos.

Tiempo de recomposición 20 diciembre 2021

Aunque el suspenso terminó -y ya sabemos quién sucederá a Sebastián Piñera en La Moneda-, la incertidumbre tardará un poco más en disiparse. Atendido que el candidato triunfador moderó ostensiblemente su discurso para la segunda vuelta, era inevitable que quedara instalada la duda acerca de cuánto de esa moderación respondió solo a cosmética electoral y cuánto a un convencimiento profundo de parte del diputado por Magallanes en orden a que el país no está para refundaciones.

Solo cuando el nuevo mandatario -el más joven que haya llegado a la Presidencia en Chile, posiblemente en América Latina y quizás si hasta en el mundo- anuncie su gabinete, esto es, su equipo de colaboradores más inmediato, se podrá saber con mayor claridad hacia dónde y hasta qué punto Gabriel Boric intentará forzar la transformación del país, en línea con las que fueron sus convicciones y que, hace más de 10 años, lo convirtieron en uno de los líderes más importantes del movimiento estudiantil, en uno de los diputados emblemáticos de la nueva izquierda y en una de las voces más intransigentes de las que fueron las demandas del estallido social de hace dos años. Conocida como es su trayectoria, que de moderada tiene poco, se diría que en el cuadro de gobernabilidad de la próxima administración serán especialmente decisivas las figuras tanto del ministro del Interior como el titular de la cartera de Hacienda.

Sin perjuicio de las señales que el triunfador vaya entregando al país en las próximas semanas, lo cierto es que anoche mismo partió una profunda recomposición del mapa político del país. Si en el lado de la candidatura victoriosa ya es un hecho que la nueva izquierda, representada básicamente por el Frente Amplio en alianza con el PC, se impuso a la izquierda que alguna vez reivindicó el ideario socialdemócrata, a esta hora todavía es muy difícil determinar con algún grado de certeza en qué dirección se moverán las piezas en la derecha.

Está claro que José Antonio Kast va a jugar un rol importante en la oposición. Con una votación que bien o mal interpretó casi a un 45% de la ciudadanía, Kast sin duda que será una voz importante en el sector, pero es difícil que los partidos tradicionales terminen reconociendo su liderazgo político. La campaña puede haber limado muchas de las asperezas y cuentas pendientes que el exdiputado tenía con las colectividades históricas -RN y la UDI-, pero eso no significa que sean parte del mismo proyecto político. Después de todo, Kast no venía de la coalición oficialista, y si se convirtió en el candidato de última hora de una gran parte del bloque fue solo porque el abanderado de Chile Podemos Más, Sebastián Sichel, llegó cuarto en primera vuelta. Si este fracaso no da lugar entre los socios del pacto a un proceso de severa autocrítica, para revisar qué resultó y qué se hizo muy mal, querrá decir que la derecha volverá a resistirse a tomar en serio el lugar de castigo, de resuelto castigo, que la ciudadanía le asignó no solo en esta elección, sino también en las municipales, en la de gobernadores y en la de convencionales, que por lejos fue la peor de todas.

Puesto que la derrota no siempre es buena consejera y suele abrir la puerta a enconos personales y recriminaciones de grupo, lo más sensato sería que la derecha difiriera su trabajo de recomposición a marzo próximo, una vez que la nueva administración entre en funciones y establezca su calendario de prioridades para los primeros cien días de gobierno. Solo entonces existirá el necesario marco de serenidad anímica y de presión política ineludible para que el sector enfrente ese trabajo con imaginación y responsabilidad.

Parada de carro 25 diciembre 2021

Debe ser difícil para el nuevo presidente interpretar el mandato político que recibió con la aplastante victoria del domingo pasado. Es difícil, porque él, desde luego, es un político y no un analista que se pueda dar el lujo -y el tiempo- para pesquisar o discriminar con algún grado de exactitud la procedencia de los votos que sacó.

Se entiende que a él le irriten sobremanera los consejos que distintos columnistas le han estado dando por los diarios, en orden a que debe olvidarse de su discurso de primera vuelta, concentrándose solo en su abrupta moderación posterior, básicamente porque fue esto lo que lo hizo ganar. Está bien. También han surgido voces del interior de su propia coalición que llaman al presidente a no dejarse seducir por estos cantos de sirena del partido del orden, porque el programa quedó escrito para siempre y nada de lo que puede haber dicho o sugerido en la campaña de segunda vuelta podría modificarlo. Otra vez, está bien. Por lo mismo, va a costar sacar algo en limpio de este tira y afloja. Allá los sueños y las convicciones. Acá, las conveniencias y el pragmatismo. Nada nuevo bajo el sol. En eso consiste precisamente la política.

El voto de la ciudadanía, sin embargo, fue bastante más complejo que ese trade-off. Boric sacó menos de 1,8 millones de votos en primera vuelta y 4,6 en segunda. No alcanzó a triplicar su votación, pero el salto de todos modos fue sideral y no tiene precedentes. En principio, su votación final terminó movilizando a alrededor de 1,3 millones de ciudadanos adicionales que no estuvieron en primera vuelta y que sí participaron en la segunda. Pero aun esta cifra es engañosa, porque es posible que hayan sido más, dado que es dable pensar que muchos votantes de Parisi, Provoste, Enríquez-Ominami y aun de Artés hayan preferido no ir a votar a la segunda vuelta, razón por la cual habría que netear este número con los que se sumaron.

La pregunta del millón obviamente es por qué ocurrió este fenómeno. Una posibilidad es que el millón 300 mil ciudadanos no haya ido a votar en primera vuelta porque -obvio- no se sintió interpretado ni por Boric, que en ese momento estaba bien izquierdizado, ni tampoco por los otros cuatro candidatos no oficialistas. ¿Por qué el mismo candidato que tuvo resultados francamente malos en primera vuelta los convirtió en espectaculares un mes después? ¿Tanta es en Chile la gente progre, aunque moderada, que el mismo candidato que tuvo un mal desempeño en noviembre logró multiplicar por 2,5 veces su votación en diciembre? ¿Hace sentido este salto?

La verdad es que no mucho. Es evidente que la votación de Boric en noviembre y en diciembre no se explica solo en función de lo que hizo o haya dejado de hacer. Porque el factor que de veras gravitó en las últimas semanas de la campaña fue la posibilidad de que José Antonio Kast se alzara con la victoria y se convirtiera en el nuevo Presidente de la República. Y esa posibilidad fue vista como una pesadilla por un sector importante de la ciudadanía, tanto por quienes no lo votaron en primera vuelta como por quienes se levantaron el domingo pasado con la idea fija de pararlo a como hubiera lugar. Si así fuera, significaría que buena parte de los 4,6 millones de votos que alcanzó Boric se explican no tanto porque lo quieran a él, sino porque no quieren ver ni en pintura en la política chilena a una figura como Kast. En este sentido, lo que vimos habría sido una parada de carro monumental.

No hay comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.