El señor LARRAÍN (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Coloma.
El señor COLOMA.- Señor Presidente, en nombre de la Unión Demócrata Independiente, me sumo al homenaje que con tanta justicia el Senado rinde a don Luis Valdés Larraín.
Porque desde muy joven tuve el honor de conocerlo en profundidad, fui testigo de su trayectoria y puedo dar fe de que sus obras constituyen fiel reflejo del extraordinario hombre que era.
Son muchos en esta bancada los que, con propiedad, podrían sustituirme en este minuto. Pero he querido con estas pocas palabras homenajear a quien no sólo fue un distinguido servidor público, sino además un gran amigo de mi abuelo, un gran amigo de mi padre. Y me precio también de haber compartido su amistad.
Los anales de la historia nos muestran que ya en su juventud evidenció un gran interés por la educación. Así, desde 1940 en adelante participa como secretario y director de la Sociedad de Instrucción Primaria de Santiago, institución que tanto bien ha hecho por la educación en nuestro país y que refleja la acertada visión que él tenía, ya en esa época, respecto de lo que de verdad importa para el futuro de Chile.
Pronto abrazó la vocación pública, ejerciendo como regidor de la comuna de Buin, cuando apenas contaba con algo más de 20 años, y luego, como alcalde de la misma comuna entre 1941 y 1945. Fundador y presidente de la Juventud Conservadora, ocupó las más altas responsabilidades que se podían alcanzar dentro de dicha institución.
A los 32 años fue electo Diputado por Melipilla, San Antonio, San Bernardo y Maipú, cargo que desempeñó con brillo a lo largo de 5 períodos consecutivos, entre 1945 y 1965. Y puedo testimoniar -porque años más tarde representé a esa zona- que eran muchos los que, todavía décadas después, me hablaban de «don Lucho» y recordaban su gran trabajo y entrega. La Cámara de Diputados guarda en su historia a un Parlamentario brillante, simpático, de gran calidad humana, que destacó especialmente en medio de una generación de hombres sobresalientes.
La brillante carrera pública de don Luis se prolongó todavía en su madurez. Entre muchas actividades, llegó a presidir el Partido Conservador, aquel que hunde sus raíces en el origen mismo de la República y que luego se proyectara en el Partido Nacional, del que también formó parte.
He querido destacar en forma expresa lo joven que era don Luis al iniciar su participación en asuntos públicos porque creo que ése es un testimonio saliente que ilumina potentemente el escenario político de hoy. Todos conocemos la baja estima que, por desgracia, demuestran los chilenos hacia nuestra actividad. Tal vez lo más grave que ocurre en el Chile de hoy es que los jóvenes -y estoy hablando de jóvenes inteligentes, motivados, emprendedores- miran hacia lo público, hacia nuestro quehacer, y no encuentran en ello una vocación digna a la cual dedicar su vida.
Un hombre extraordinario como don Luis Valdés, movido por un gran amor a su tierra, desde muy joven dedicó los mejores años de su vida precisamente a esto: a la actividad política. El hecho de que haya ingresado en forma tan temprana a ella habla de su tremenda vocación de servicio. Pero tan o más importante que eso son su rectitud y desinterés, que han inspirado y deben seguir inspirando a generaciones de jóvenes para dedicar sus vidas a esta actividad.
En lo personal, si hay algo que me impresionó, fue que esa vocación nunca se secó ni nunca se trucó, sino que se mantuvo firme, como una espada, hasta el final, allí donde muchos se desentienden de su historia.
¡Cómo no recordar sus apasionados llamados telefónicos, en los que me expresaba su preocupación por los efectos que tendrían en Chile, en 50 años más, las leyes que estudiábamos, con la misma pasión con que un joven argumenta por algo que le pasará la próxima semana! ¡Eso es querer a Chile!
Y este Chile necesita, hoy más que nunca, que los jóvenes encuentren en nosotros, en nuestro testimonio, en nuestra forma de trabajo, la inspiración y motivación para atreverse a asumir la vocación política. Don Luis Valdés hizo, y con éxito, ambas cosas. Se atrevió muy joven a asumir esa vocación, y luego, como hombre público, dio tal testimonio de rectitud, sacrificio y solidez moral, que movió a muchos otros a hacer lo mismo, no cejando hasta el último aliento en su entrega de lo mejor de sí en pro del bien de nuestro país.
Más allá de los numerosos cargos que desempeñó y de los reconocimientos que recibió en vida, don Luis Valdés fue el paradigma del ciudadano republicano, que muestra el norte a todos quienes hemos abrazado el servicio a Chile.
Señor Presidente, entre las muchas facetas y obras de su fructífera existencia, quisiera recordar a don Luis Valdés Larraín -y quedara constancia de ello en la historia del Senado- por el auténtico apostolado político que fue su trayectoria como servidor público. Su gran legado, el que queda, es el recordarnos permanentemente que la responsabilidad de brindar buenos servidores a nuestra patria descansa, sobre todo, en quienes hoy desempeñamos esta tarea y en el testimonio que damos en el ejercicio de ella.
Por eso, en nombre de la UDI, expresamos nuestro más sincero homenaje a don Lucho Valdés.
He dicho.
–(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor LARRAÍN (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Silva.
El señor SILVA.- Señor Presidente, señores Senadores, permítanme que intervenga con humildad y sin haberme preparado previamente, porque en realidad no sabía que iba a hacerlo.
Y, curiosamente, no hablo sólo en representación de los radicales -lo que de por sí ya podría extrañar a algunos, pero no a quienes conocimos a don Luis Valdés Larraín, principalmente en ese período de hace cuarenta y tantos años de la historia de nuestra patria-, sino además en nombre de los Senadores socialistas y de los del PPD.
El señor ÁVILA.- Y en el mío.
El señor SILVA.- Y también en el del Honorable señor Ávila.
Y comprendo que me lo hayan solicitado, porque tanto ellos como los radicales, al saber del justificado homenaje que se rendiría esta tarde, solidarizamos con él en plenitud al recordar la historia del bienestar, esa historia que vivió nuestra patria y que implicó, en primer término, la convicción de que el Estado -tesis defendida, entre otros, por don Luis Valdés, Cruz-Coke y otros hombres del Partido Conservador de la época- tenía el deber de preocuparse por el sufrimiento de los más débiles y por el hambre de los desesperanzados.
Tuve el honor de conversar muchas veces con don Luis Valdés Larraín cuando me desempeñé en la Agencia Pública de la Contraloría General de la República y él me visitaba como Parlamentario. Tuvimos la ocasión de vibrar juntos por determinados principios. Tengo el orgullo y la satisfacción de haberlo conocido y de haber captado el Estado Bienestar que se planteaba en aquellos años y que hoy añoramos, sobre todo cuando hemos tenido que luchar aquí por la consagración constitucional, ya no de un Estado Bienestar, sino, simplemente, de un Estado Social y Democrático de Derecho, sin haberlo conseguido aún. Y no lo hemos conseguido porque pareciera ser que aquellos principios que con sabiduría forjaron en el pasado prohombres como Luis Valdés Larraín hoy se han perdido.
Lo anterior me produce un poco de añoranza y, a la vez, tristeza, porque tengo la convicción de que en nuestra patria todavía hay muchos hombres y mujeres que sufren: que sufren angustia, que sufren hambre y que sufren miseria. Y, por lo tanto, tengo asimismo la convicción de que tales principios, defendidos ayer por prohombres del país y por los cuales ellos lucharon con denuedo, deben encenderse hoy en nuestros corazones, para materializarse, no sólo en este justificado homenaje, iniciado por el Honorable señor Romero, sino también en nuestra realidad de vida.
Es lo que añoran todos los chilenos: que esos principios del pasado no se pierdan definitivamente.
Es por eso, señor Presidente, que he querido, con modestia, expresar algunas palabras en el merecido reconocimiento que esta tarde se efectúa en recuerdo de don Luis Valdés Larraín y que compartimos ampliamente tanto los radicales como los Senadores de los otros partidos que mencioné.
–(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor LARRAÍN (Presidente).- De este modo concluye el homenaje que el Senado ha querido rendir en memoria de don Luis Valdés Larraín, al cual me sumo en forma personal.
Aunque no lo conocí, siempre seguí su trayectoria como dirigente y como Parlamentario. De manera que considero que el tributo que esta Corporación le ha brindado es un justo reconocimiento. En Luis Valdés Larraín se encuentran las mejores virtudes del hombre público.
En nombre del Senado y en el mío propio, hago llegar a sus familiares nuestras condolencias y los sentimientos de pesar de todos los miembros de esta Alta Cámara.