Agustín Squella Narducci

Biografía Personal

Agustín Squella Narducci (1944)  abogado de la Universidad de Chile y doctor en derecho de la Universidad Complutense de Madrid, columnista y premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 2009.

Profesor de Introducción al Derecho y Filosofía del Derecho. Fue rector de la Universidad de Valparaíso (1990-1998). Hoy es docente de esa institución y de la Universidad Diego Portales.

• Twitter: @squellaagustin
• Facebook: @squellaagustin
• Instagram: @agustinsquellan

Descendencia

Fuentes

(1) Carta El Mercurio  26 mayo 2021 «La bancada de Chile»

(2) Radio Infinita, 9 de junio, en El Mercurio 10 de junio 2021

(3) La Tercera 27 junio 2021

(4) Carta al Mercurio, 11 abril de 2017 sobre la no nominación de Ricardo Lagos a candidato presidencial y la nominación de Sebastián Piñera a candidato por la drecha.

 

(6) 10 febrero 2022

(7) 18 febrero 2022

OTRAS PUBLICACIONES

(1) Carta 2 junio 2021, La Tercera

(2) Entrevista 10 junio 2021, La Tercera

(3) 23 julio 2021

¿Qué fue de los tangos y boleros?, Agustín Squella 20 noviembre, 2015

En los buses que utilizo para mis desplazamientos por Valparaíso se puede leer un aviso instalado sobre la superficie de vidrio que cubre la espalda de los conductores. Entre otras cosas, el aviso recuerda a los pasajeros el Art. 50 del Decreto Supremo 212, de 1992: «La radio del vehículo puede funcionar con volumen moderado y siempre que ningún pasajero se oponga». Otra de las menciones informa acerca de que «los usuarios no deben distraer al conductor».

Dos normas por completo ineficaces, porque las radios van siempre a todo volumen, con lo cual los choferes se distraen a sí mismos, mientras que el asiento al lado del conductor -ese que nos disputábamos cuando niños- está casi siempre ocupado por algún amigo del chofer que no tiene nada mejor que hacer que darle conversación durante todo el recorrido y, si se decide a trabajar un poco, bajar en los paraderos para vocear el destino del bus y conseguir pasajeros. Hecha su «pega», como gusta decirse ahora (¿en qué momento el trabajo se degradó en empleo y este en pega?), el locuaz acompañante vuelve a ocupar su privilegiado lugar para continuar distrayendo al conductor. Solo por milagro los pasajeros llegamos sanos y salvos a nuestro destino.

Los conductores pueden llevar sintonizada la radio (permiso), aunque a volumen moderado (obligación) y siempre que ningún pasajero se oponga (derecho). Lo cierto es que siempre la llevan sintonizada, a un altísimo volumen y, desde luego, sin que ningún pasajero se oponga. Rara vez he visto levantarse a uno de su asiento para pedir que se baje el volumen de la música o del parloteo radial que le dificulta la audición de la música que él lleva grabada y llega directamente a sus oídos.

No se trata de ser esnob, ¿pero se imaginan ustedes el sufrimiento que puede significar para quien escucha algo de Liszt verse interferido por una cumbia o por la cháchara estridente de un animador radial que en ese momento descuera a la auditora que llamó para contar al aire alguna de sus cuitas personales? Vivimos en la sociedad del ruido y algunos tratan de huir de ella; por ejemplo, escuchando su propia música cuando van por la calle o suben al transporte público. Pero esa música puede ser contaminada por el ruido de la ciudad o por el que sale de la emisora de un conductor.

Reconozco que aprendí la letra de tangos y boleros gracias a mi costumbre de andar en bus. Inolvidables tangos y boleros que me dieron una cierta visión de la vida y que puedo entonar con alguna facilidad. La letra de todas las canciones sobre Valparaíso las aprendí también gracias a la radio, mas no a la que tengo en casa, sino a la que llevan sintonizada los conductores de buses y taxis colectivos.

En 2003, días después de la inscripción de los barrios históricos del Puerto en la lista del Patrimonio de la Humanidad, subí a un taxi en avenida Errázuriz con destino al barrio Miraflores. Fui el último de los cuatro pasajeros en subir. De la radio del vehículo, más gozoso que nunca, salía el himno de la ciudad, ese que empieza diciendo: «Eres un arco iris de múltiples colores». El conductor y los otros pasajeros seguían la letra a viva voz. «¿Y usted no canta?», preguntó la fornida muchacha que me llevaba apretado contra una de las puertas, y fue así como no tuve más alternativa que sumarme al improvisado coro que salía de la ciudad en medio de la neblina. Se trataba de la versión de Lucho Barrios y la conversación derivó luego hacia el bolero. Mencioné a Palmenia Pizarro, a Feliciano, y no sé cómo el chofer se las arregló para que escucháramos «Cariño malo» y, a continuación, «La copa rota». No exagero si digo que en cuando bajé en la plaza Miraflores tenía lágrimas en los ojos.

Pero ya casi no se sintonizan tangos ni boleros. Me imagino que se los considera música de viejos, aunque he visto jóvenes cantando temas de Cecilia o Buddy Richard. «Un bolero -por favor-, un tango», supliqué al conductor de un taxi colectivo, y este me miró como si yo viniera de Marte y no supiera quién es Lady Gaga.

Cierta vez mencioné a Carlitos Gardel y el joven conductor me preguntó en qué equipo jugaba.

Fuente: Edición Original El Mercurio

Sobre las sociedades "offshore", Agustín Squella 6 mayo, 2016

Se trata de una nueva palabra incorporada al habla común de los chilenos. Quiere decir «más allá de la costa», «mar adentro», o sea, lo que queda fuera de la vista de quienes permanecen en tierra firme. Así, una plataforma que extrae petróleo en medio del océano está offshore , aunque también lo están las sociedades de papel que forman quienes ponen su dinero offshore , o sea, lejos de la vista del servicio recaudador de impuestos de sus países y lejos de la mirada de sus conciudadanos que trabajan y tributan «inshore», o sea, en la misma tierra en que producen sus ingresos.

Porque una de tres: o las sociedades offshore se constituyen para lavar u ocultar dinero proveniente de actividades ilícitas, o lo hacen para mantener en reserva la identidad de sus dueños, o, en fin, para eludir o evadir los tributos que deben pagarse en el país de origen de los fondos. Lo más habitual es una combinación de los dos últimos tipos, o sea, sociedades con reserva de identidad de sus dueños para que estos eludan el pago de impuestos. Una por otra.

Un aspecto particularmente reprobable de ese tipo de sociedades se produce cuando quienes las forman se declaran dramáticamente preocupados por la situación actual y el futuro de sus países, reclamando por la baja inversión, el escaso crecimiento, la incompetencia del Estado para manejar con eficiencia problemas sociales relevantes, y, en el caso de Chile, por la incertidumbre que causan las reformas. Igualmente reprobable es la actitud de ciertos deportistas que eluden el pago de impuestos en sus respectivos países y que besan el escudo nacional bordado en las camisetas que llevan puestas cuando marcan un gol en una competencia internacional o se envuelven en la bandera patria cuando hacen el punto de triunfo en un encuentro de tenis.

¿Qué menos puede esperarse del nacional de un país que pague impuestos en el territorio que le permitió producir su riqueza, en el país en el que él y sus hijos han recibido educación, en el país cuyo Estado le dio más de un incentivo para llevar adelante sus negocios, en el país cuya infraestructura utilizó para estos, en el país en que viven y tributan los trabajadores que contribuyeron a la formación de esa misma riqueza y cuyos impuestos les son descontados mensualmente de sus sueldos?

Votar no es ya obligatorio y lo que uno se pregunta es si pagar impuestos correrá la misma suerte, salvo, claro está, para quienes pagan IVA con cada compra que hacen de los alimentos y otros bienes básicos que adquieren día tras día, un impuesto que se lleva parte importante de los bajos sueldos y de las todavía más bajas pensiones.

¿Acaso no tienen nada que decir al respecto algunas universidades públicas chilenas -o que declaran solemnemente su vocación pública- y que en diplomados y maestrías incluyen cursos de la así llamada «planificación tributaria», que no es otra cosa que la enseñanza sistemática acerca de cómo no pagar los impuestos que el Estado tiene derecho a recaudar para financiar el gasto público, incluyendo los Carabineros y la Policía de Investigaciones que los profesores de esos cursos y los evasores que ellos titulan reclaman a gritos cada vez que se produce un aumento de la delincuencia?

La reciente reforma tributaria otorgó una amnistía a quienes habían sacado dinero fuera del país sin pagar los impuestos del caso, otorgándoles el regalo de una tasa de apenas el 8% si traían de vuelta ese dinero. Sí, el Estado recaudó no poco merced a esa amnistía, ¿pero hasta cuándo tanta complacencia fiscal con grandes contribuyentes y tanto celo con los pequeños?

El Art. XXXVI de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre declara que «toda persona tiene el deber de pagar los impuestos establecidos por ley para el sostenimiento de los servicios públicos». Por su parte, el Art. XXXII dice que «toda persona tiene el deber de votar en las elecciones populares». Chile se cargó ya la segunda de esas reglas y está a punto de hacerlo con la primera. Paraíso Electoral (nadie tiene que molestarse en inscribirse y tampoco en ir a votar), podríamos estar ahora en camino de transformarnos en Paraíso Fiscal (evada el pago de sus impuestos y espere la próxima amnistía. Pagará mucho menos). (El Mercurio)

¿No será mucho?, Agustín Squella 3 junio, 2016

«Reaccionario» se decía en mis años de juventud para calificar a aquel que ante el anuncio de cualquier cambio político, social o cultural saltaba como un resorte para oponerse a viva voz y pronosticar las peores catástrofes políticas, morales y económicas. Por lo mismo, la palabra «reaccionario» era utilizada negativamente, ofensivamente casi, y no como simple alusión a personas timoratas con miedo a los cambios. Cambios que las más de las veces se imputaban a gobiernos nefastos y a doctrinas perversas, en circunstancias de que se trataba solo de los que se habían producido directamente en una base social que se distanciaba poco a poco de élites sociales y tutores políticos y religiosos que la mantenían bajo su poder y conducción.

«Reaccionario» se aplicaba sobre todo a sectores conservadores de nuestra derecha política y económica (tomadas firmemente de la mano) que entraron en verdadero estado de pánico a partir de la primera legislación del trabajo, hace poco menos de un siglo (ley de salas cuna, de sillas, de descanso dominical, de seguro obligatorio por enfermedad y luego por accidentes del trabajo, del peso máximo que podían tener los sacos que cargaban los obreros), y ni qué decir, más tarde, de derechos de las mujeres y métodos anticonceptivos.

Y si me he acordado de aquella palabra, es porque vuelvo a notar ese tipo de reacción ante cambios que como sociedad hemos experimentado en los últimos años, ninguno de los cuales nos ha llevado al tan anunciado despeñadero. Así, si se decía «No» a un dictador para que continuara 8 años adicionales a los 17 que había tenido en el poder, sobrevendría el caos más absoluto; si se aprobaba una ley de divorcio, se acabaría la familia; si se promovía el uso del condón, los jóvenes abandonarían los proyectos de castidad que tienen hasta el día del matrimonio, contrato que hoy suele celebrarse, cuando se celebra, cerca ya de la treintena, en un momento que la castidad, amén de antinatural, es solo un mal recuerdo; si se aprobaban reformas laborales y tributarias (no las actuales, sino las del gobierno de Aylwin), la economía del país colapsaría; si se terminaba con los senadores designados, volvería el caos de la Unidad Popular; y peor aun si un socialista como Ricardo Lagos llegaba al poder, puesto que retornaría la lucha de clases, no habría más propiedad privada y se impondría una economía centralmente planificada.

Un nuevo tipo de reaccionario es hoy también el de quienes, ante el anuncio de cualquier cambio, se muestran cínicos o escépticos, como si hacerlo fuera signo de una inteligencia superior y prueba de que a ellos no les meten el dedo en la boca.

El cuco ahora son los derechos sociales que podrían ser incorporados a una nueva Constitución, unos derechos que Chile aceptó hace ya medio siglo al suscribir en 1966, en el marco de la ONU, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, los mismos que nuestra derecha considera un invento de la Nueva Mayoría. Derecho a la asistencia sanitaria, a la educación, a una vivienda digna, a una previsión oportuna: los reaccionarios no quieren oír hablar de eso y vaticinan la quiebra del país si se llegara a declararlos en un nuevo texto constitucional.

Aunque la pregunta que cabe hacerles es esta: si la asistencia sanitaria, la educación y la vivienda son bienes básicos que algunos tenemos asegurados gracias a la fortuna del nacimiento en un hogar y en un medio que siempre tuvo acceso a ellos, ¿en virtud de qué vamos a negárselos a los que carecen de tales bienes?

Sí, todos somos egoístas y preferimos antes el beneficio propio que el bien de los demás, pero ¿no es ya demasiado oponerse a que otros lleguen a tener los bienes básicos que una minoría disfruta en abundancia y hasta el extremo de que incluso le sobren?

El proceso constituyente en marcha molesta a los sectores reaccionarios, los mismos que han llegado hasta la desfachatez de exigir que en caso de una nueva Constitución tendrá que asegurárseles lo que llaman «certeza jurídica», que no es otra cosa que la absurda pretensión de que en el futuro no puedan dictarse leyes que a ellos les desagraden o que afecten sus intereses.

¿No será mucho?

Agustín Squella

Nos une la democracia 16 octubre, 2020

Vuelvo sobre lo que nos une —o sobre lo que creo que nos une, para no parecer candoroso—, partiendo por la democracia como forma de gobierno. La democracia, así, a secas, sin ninguno de los apellidos que autócratas y dictadores de los más diversos signos han utilizado para referirse a los gobiernos que encabezaron, aprovechándose así del prestigio que conserva el sustantivo “democracia”, aunque vaciándolo acto seguido con adjetivos tales como “real”, “orgánica”, “popular”, “bolivariana”, o “protegida”. En ese mismo orden fue que los siguientes personajes bautizaron a sus “democracias”: Hitler, Francisco Franco, Lenin y los hermanos Castro, y Nicolás Maduro. En cuanto al último de tales adjetivos, es demasiado próximo y conocido como para salir en busca de él fuera del país. Adjetivos como esos son lo que se llama “palabras comadreja”, una especie, la de las comadrejas, que tiene la aptitud de sorber completamente el contenido de un huevo sin romper su cáscara.

Pero tanto a derecha como a izquierda, según creo, hemos aprendido a valorar la democracia como forma de gobierno de la sociedad. Contó muchos enemigos en ambos sectores, y todavía tiene algunos, pero son ya una minoría, una minoría que por lo menos muestra el pudor de no pronunciarse abiertamente en contra de la democracia, o que, una vez más, trata de adosarle uno de esos adjetivos que en verdad no la califican, sino que la disuelven. La democracia no es perfecta (¿qué lo es?) y por eso hay que permanecer siempre atentos a ella y a la necesidad de hacerla mejor, pero sin que sus imperfecciones nos lleven al extremo de fastidiarnos y propugnar su reemplazo. Mejor democracia debemos exigir, pero no ausencia de ella. En América Latina sabemos bien lo que pasa cuando la democracia sale del escenario: entra un general vestido con uniforme regular o verde oliva (para el caso da lo mismo) que saca su revólver, lo pone sobre la mesa y declara terminada toda discusión.

Sin que constituyan adjetivos que la vacíen de contenido, la democracia actual es representativa, participativa y deliberativa, y en esas mismas tres características ella se encuentra en crisis a nivel del completo planeta, tanto que la cosa podría ser más que una crisis. Podría tratarse ya de decadencia, o de colapso, aunque hay todavía una cuarta y más auspiciosa alternativa: transformación. Nuestra democracia podría estar haciendo un giro, mas no para desaparecer o prestarse para engaños, sino para mejorar; por ejemplo, adoptando más y mejores modalidades de democracia directa, sin perder por ello su carácter representativo. La iniciativa popular de ley, el mandato revocatorio de autoridades que han sido elegidas por votación popular, los plebiscitos, son algunas de esas modalidades y veo como algo seguro que una nueva Constitución las va a adoptar en nuestro país.

¿Por qué haber preferido y continuar prefiriendo la democracia? Se pueden dar varios tipos de razones, pero hay una que me hace mucha fuerza: vista desde un punto de vista histórico y presente, se trata de la forma de gobierno que mejor examen rinde en cuanto a declaración, garantía y promoción de los derechos fundamentales. No saca un 7 en ese examen (¿qué o quién lo saca?), sino una nota menor, y a veces mucho menor, pero tiene la ventaja adicional de que, existiendo prensa libre y libertades de expresión, reunión y asociación en las sociedades que se gobiernan democráticamente, las violaciones a los derechos humanos pueden ser denunciadas, juzgadas y sancionadas, al revés de lo que ocurre en las dictaduras. ¿Qué tuvo que pasar en Chile para que se conocieran y reconocieran graves violaciones a los derechos humanos que se prolongaron durante 17 años? Que volviera la democracia, incluso en una versión tan limitada como ocurrió en 1990.

La democracia funciona sobre la base de un presupuesto que repetimos constantemente —el principio de soberanía popular—, pero del que, a las puertas de una votación popular que temen perder, algunos se podrían olvidar fácilmente e incluso ponerlo en duda y hasta denostarlo. Pues bien: ese principio es el que está a la base de nuestro próximo plebiscito, y lo que debemos es honrar dicho principio y no temerle. (El Mercurio)

Agustín Squella

Trayectoria Política

Agustín Squella Narducci, encargado cultural del gobierno de Ricardo Lagos que condujo a la creación del Ministerio de Cultura;

a raíz que el Partido Socialista no apoyó a Ricardo Lagos en  2017, escribió: «la izquierda pasa por alto cualquier consideración con tal de poner sus fichas en un candidato que, sin llenarle el gusto, figura bien en las encuestas. Ganar. ¿Con quién?, da igual (a la derecha y a la izquierda). Es tal el encono de un sector contra otro, que de lo que se trata es de ganar aunque sea con un candidato por el que ni la derecha ni la izquierda tiene mayor respeto (4),

elegido convencional constituyente 2021 por el distrito 7 de la región de Valparaíso, 17.710 votos (5.34%) en la lista del Apruebo (45.814 votos, 13.81%).

Propone un Estado social y democrático de derecho, laico y plurinacional; una democracia representativa complementada con mecanismos de participación ciudadana que establezca un gobierno de mayorías respetuosas de las minorías y las diversidades; la separación de Poderes del Estado, con pesos y contrapesos, controles y equilibrio institucional; la superación del hiper presidencialismo vigente por un nuevo régimen de gobierno que equilibre los poderes
del Estado, asegure gobernabilidad, reduzca el riesgo de conflictos constitucionales y también el riesgo de experiencias populistas.
El reconocimiento del pluralismo económico; la protección del libre emprendimiento y de la competencia en los mercados; el Estado como actor de desarrollo en sectores estratégicos que propendan un trabajo colaborativo de los sectores público y privado, considerando siempre la sustentabilidad y la perspectiva de género en la economía; y el establecimiento de las bases de un régimen de bienes naturales que asegure que estos sean de la nación y aprovechados de manera sustentable en el interés público, y en el interés de las futuras generaciones.

«¿no debiéramos aspirar todos los convencionales constituyentes a comportarnos como si fuéramos la bancada de Chile, del Chile bien diverso que somos, la bancada de la república que espera de nosotros una nueva Constitución y no la réplica tediosa y ya intolerable de las divisiones, cuñas, estridencias, rencillas, chismorreos y destemplanzas internas de un Congreso Nacional cuyo prestigio se ha visto gravemente afectado por prácticas como estas?» (1)

«Si competí como constituyente en el marco de unas reglas, estoy comprometido a respetar esa regla de los acuerdos… me preocupan las prácticas de congresistas que están adoptando ciertos grupos. Se empiezan a comportar como bancadas» (2)

Agustín Squella: “He constatado que puede haber muchos más acuerdos de los que pensábamos en temas constitucionales importantes” “No creo tener todas las condiciones que se requerirán para esa importante y delicada función: presidencia de la Convención. Me gustaría concentrarme en el primer capítulo de la nueva Constitución, de principios generales, y en el de derechos y deberes fundamentales” «Algo abrumado por la responsabilidad que recae sobre un hombre ya mayor, cuyos principales placeres -dar clases, leer, escribir, caminar, pasar tiempo en los cafés y estar en el hipódromo- tendrán que ser pospuestos. He estado leyendo, conociendo y conversando con otros constituyentes de las más diversas ideas, grupos y tendencias, e intercambiando ideas con la mayoría de los representantes de mi distrito. También he conversado mucho con amigos, con Ricardo Lagos especialmente. En todo caso, el problema es que, tras definirme como liberal de izquierda, algunos amigos de izquierda se echan atrás ante la primera de esas palabras, mientras que los de derecha se espantan con la segunda». (3)

“La convención no debe hacer declaraciones sobre tareas que están en manos de otros Poderes del Estado, por dolorosa que sea la situación de jóvenes que están detenidos por actos en protestas sociales, tenemos que ponernos limites” 6 julio 2021

«Los límites y el control del poder solo peden molestar a quienes son partidarios de regímenes autoritarios»  (5)

«Ojala que el Frente Amplio se diera cuenta de que no es tan amplio y que tiene una magnífica oportunidad de trabajar con personas de otra izquierda, que está trambién comprometida con los cambios y con la vía instituiconal» (6)

El Colectivo del Apruebo sumó nuevo integrante: el Premio Nacional de Humanidades y constituyente Agustín Squella. El grupo ahora tiene 8 miembros: Squella, Eduardo Castillo, Rodrigo Logan, Felipe Harboe, Bessy Gallardo, Fuad Chahin, Luis Barceló y Miguel Ángel Botto (7)

Colectivo del Apruebo, compuesto por siete convencionales. En su caso, la Comisión de Armonización estará compuesta por Agustín Squella, Felipe Harboe y Eduardo Castillo. En tanto, a la Comisión de Transitorias entrará el convencional Fuad Chahin. (9)

@SquellaAgustin “No entiendo la norma que dice que el ejercicio de la función de jueces tiene que tener enfoque de género (…) el único enfoque debe ser la Justicia. Los jueces y deben ser independientes” (8)

«parte muy important de la ciudadanía -ya sabemos cuanta- se fue enfriando respecto de la Convención, tomo luego distancia de esta y al final desarrollo incluso bronca con ella y sus integrantes. Eso fue percibido dentro de la Convención, pero a una mayoría de esta pareció no importarle y siguió adelante con la propotencia y el ánimo desafiente» (10)

(5) Entrevista El Mercurio, 26 septiembre 2021

(6) La Segunda, 20 diciembre 2021

(7) 10 febrero 2022

(8) 18 febrero 2022

(9) 22 abril 2022

(10) Columna «Manos a la obra» El Merurio 5 septiembre 2022

Bibliografia

Columna «Nostalga de fin de año» 23 diciembre 2022

Otras publicaciones

Entrevista, Revista del Colegio de Abogados, abril 2013
¿Que influencias reconoce en su formación?
Puedo decirle que cuatro importantes filósofos del Derecho a quines conocí – Hand Kesen, Norberto Nobbio, Jorge Milas y Carlos Leon, me enseñaron mucho, y no solo apartir de sus ideas, sino de sus vids.
Pro eso este ao aparecerá un librito mío con este tíutlo: «Deudas intelectuales. Kelsen, Bobio, MIllas, León. Pero ya está dicho: con ellos mi deuda no es solo intelectual, sino también vital.
Me defino como liberal, pero no neoliberal. El neoliberalismo es un versión empobrecida e incluso mutilado del libraliemso. Es la libertad solo a la hora de hacer negocios y eludir el pago de impuestos.
El liberalismo es mucho más exigente que aplaudir el libre mercado, pero en Chile eso se entiende poco. Aguí muchos se delcaran liberales y apoyaron la dictadura militar y concu rrieton en 1988 a decir si a 8 años mas del general Pinochet. Lo mio es un liberalismo ojalá pleno, con justicia social. Un liberalismo igualitario. Un liberalismo de buen corazón, si puedo decirlo con alguna ironía para conmigo mismo.
Liberalsocialista suena contradictorio, pero no lo es. Los liberales (pero sobre todo los neoliberales) detestan a los socialistas. Pero «liberalsocialismo», sea o no una denominación acertada, no es otra cosa que decir esto: una sociedad decente no es solo una de libertades, sino aquella en que han desaparecido las desigualdades más graves e injustas en las condiciones materiales de vida de las personas. Y para conseguir una sociedad como esa ni la igualdad debe ser sacrificada en el altar de libertad (como hac el capitalismo) ni la libertad inmolada en nombre de la igualdad (como hace el comunismo). Libres e iguales, entonces, e iguales para ser libres.
¿Que sentido pueden tener la titularidad y ejercicio de sus libertades para quienes no comen tres veces al dia, y donde «comer» no se refiere solo a llevarse alimentos a la boca sino a tener cubiertas las necesidades básicas de salud, educación, cultara, trabajo, vivienda, vestuario y previsión?
¿como fue su experiencia de ser sesor cultural de Ricardo Lagos?
Muy buena. Mi tarea consistió en coordinar a los organismos gubernamentales de cultura y colabora en la creación de una nueva institucionalidad cultural pública: el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes… organice un ciclo de conferencias al que vinieron entre otros, Joseé Saramago, Mario Vargas Llosa, Claudio magris, Gianni Vattino, Manuel Castells y Adela Cortina

«El temor a los conservadores al cambio, además de un mal crónico, es lo que define estructuralmente a los conservadores, y ahora se les ve creyendo y propagando la idea de que el resultado del 16 de mayo abre las puertas al colapso económico, político y hasta moral del país, que es lo mismo que sostuvieron cuando el plebiscito de 1988 y las elecciones de Aylwin, lagos y Bachelet. La pregunta es, ¿cuándo entenderán que lo que muy mayoritariamente existe hoy en Chile es una demanda por cambios, aunque no por cambios revolucionarios que desestabilicen al país? (1)

«la convención no puede cambiar las reglas» La tensión existe desde hace ya mucho en el país y la convención no podrá ser ajena a ella, pero su cometido es tan especial, único, relevante, elaborar una nueva Constitución, que lo mejor sería evitar cualquier palabra o acción que pudiera perjudicar la instalación y funcionamiento de la convención.
Tenemos una oportunidad única en la historia de Chile y debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para no perjudicarla, asi nos pudieran mover las mejores intenciones. (2)

Agustín Squella @SquellaAgustin
Columna: Con los adversarios se conversa y se puede llegar a acuerdos; a los enemigos, en cambio, se les busca no para conversar, sino para eliminarlos, o, cuando menos, se les desconoce o desprecia como interlocutores.  Si en algún sentido los constituyentes no deberíamos ser “convencionales”, en el sentido de apegados a conductas muy antiguas y repetidas, es en cuanto a reiterar prácticas políticas negativas muy arraigadas en el país y que la ciudadanía viene censurando hace ya tiempo, de las cuales la principal es a actuar al interior de la Convención sobre la base de grupos que podrían transformarse en bancadas y estas, a poco andar, en facciones cerradas sobre sí mismas. Otras de esas prácticas es hablar a las cámaras y no a los compañeros de trabajo, la utilización reiterada de cuñas y eslóganes, los cartelitos alusivos a causas que abrazan los distintos constituyentes y, aún peor, si bien es algo que no ha ocurrido ni ocurrirá, los disfraces y los bailes en el hemiciclo o demás salas en que funciona la Convención. (3)

«Tribunal Constitucional» carta 20 junio 2020 El Mercurio «¿no será del caso preguntarse si las trifulcas al interior del Tribunal Constitucional… no podrían provenir del pernicioso cuoteo político con qe se nombran algunos de sus integrantes y de la consiguiente falta de idoneidad para el cargo de algunos de ellos?

La república no es una forma de gobierno, sino una manera de gobernar. las formas de gobierno refiere acerca de quién debe gobernar, mientras que la republica, y en general el ideal republican, responde a la cuestión de para qué se gobierna, respondiendo que se lo debe hacer para el bien general o común y no para beneficio de los gobernantes ni de ningún grupo o sector determinado de la sociedad» carta la Tercera 20 agosto 2021

El filósofo Roger Scruton, escribió un muy buen libro sobre filosofía moderna, pero sus ideas políticas eran extremadamente conservadoras, es decir, reaccionarias. El Mercurio, carta 5 octubre 2021

«En enero de 1828, se eligió a los diputados constituyentes a quienes se encargó organizar «definitivamente» a Chile por medio de una Constitución. En la elección se impusieron los libreales sobre los conservadores,. hubo hasta una célebre carta en la prensa, firmada por una buena cantidad de ricos y famosos de entonces que protestaron ante los resultados, la que fue replicada hacoéndoles ver que se comportaban como malos perdedores. El plazo para redactar la Constitución fue de 50 días y desde un comienzo se discutió una iniciativa de indulto para quienes permanecían privados de libertad por asonadas que habían tenido lugar desde 1826…. con ocasión del artículo 1 de la Constitución de 1828 se discutió el concepto de nación chlena y si los entonces llamados «araucanos» formaban o no parte de ella, … hacia fines del mismo años una peste de viruala llegó a Chile…. ¿nada nuevo bajo el sol? 18 noviembre 2021

Agustín Squella:
Para el futuro del proceso constitucional en curso no es indiferente quien gane la segunda vuelta presidencial, pero vale la pena recordar que así como la Convención tiene un deber principal que cumplir – proponer al país una nueva Constitución, por 2/3 de sus miembros, y eso en el plazo máximo de un año, la Presidencia de la República tiene también las suyas: prestar el apoyo necesario para el funcionamiento de la Convención, respetar la autonomía de ésta en lo que concierne a su objeto, y convocar al plebiscito de salida. Carta 27 noviembre 2021

El derecho a pensar por uno mismo 13 noviembre 2021

n Chile nos estamos volviendo intolerantes, sobre todo desde el punto de vista de la tolerancia activa. En cuanto a la pasiva, se trata de la tolerancia de la resignación, en nombre de la cual aceptamos vivir en paz con quienes tienen ideas y modos de vida que reprobamos, pero manteniéndonos alejados de ellos.

La tolerancia activa nos hace entrar en diálogo con quienes piensan o viven de maneras diferentes a las nuestras, en darles razones a nuestro favor, en escuchar las que ellos puedan darnos a su vez, y en la disposición a rectificar nuestros puntos de vista originarios como consecuencia de ese encuentro y diálogo. Exigente la tolerancia, especialmente la activa, que es propia de quienes se saben falibles y que, teniendo ideas firmes, admiten la posibilidad de estar equivocados, y es por esa razón que buscan a los diferentes en ideas y modos de vida

Con Carolina Goic se ha sido no solo intolerante, sino que se ha objetado su derecho a formarse sus propias opiniones y a pensar y actuar de manera diferente a la que pudo exigirle la manada que es su partido. Manada, digo, pero la verdad es que se trata de un rebaño cada vez más pequeño, como ocurre con todos los partidos que en nombre del trabajo colectivo que dicen hacer no vacilan en pasar por encima de la conciencia de sus militantes individuales. Así es como están, todos a la baja, desprestigiados, causando con ello daño a una forma de gobierno -la democracia- que supone la existencia de partidos.

Derecho a pensar y a decidir por uno mismo: en eso consiste la autonomía intelectual, política y también moral. Derecho a formar y conservar la propia individualidad –que no individualismo- y actuar de acuerdo a ella. El gran liberal que fue John Stuart Mill sostuvo que la humanidad sería tan injusta impidiendo que uno cualquiera de sus miembros pensara distinto a todos los demás, como si este, teniendo poder suficiente para ello, pretendiera acallar a toda la humanidad.

Escuchar antes de discutir, discutir antes de condenar 27 febrero 2015

Ihering, notable jurista del siglo XIX, consideró que las relaciones entre derecho y moral constituyen «el Cabo de Hornos de la filosofía del derecho», o sea, un paraje en el que es preciso moverse con sumo cuidado ante el continuo riesgo de naufragar.

Una de tales relaciones se produce cuando legisladores, autoridades administrativas o jueces deben decidir sobre situaciones o casos en los que hay comprometida una importante dimensión de moralidad de los individuos y de las sociedades que estos forman. No siempre las autoridades resuelven sobre asuntos que pongan a prueba fuertes convicciones morales de ellas mismas y de los destinatarios de sus decisiones. Más bien lo contrario. Pero todos coincidimos en que a la hora de legislar sobre aborto hay en juego un componente moral tan relevante como insoslayable, que es el que explica las posiciones fuertes y encontradas que se dan sobre la materia.

Por tanto, lo primero que hay que destacar en relación con el proyecto de ley de aborto es que el Gobierno no le haya puesto urgencia. La interrupción voluntaria del embarazo, aun en el marco de las hipótesis acotadas del proyecto, tiene una dimensión moral que no desconocen ni defensores ni detractores de la iniciativa.

Así las cosas, es prudente que ambas cámaras se den tiempo para debatir el proyecto, escuchar opiniones expertas y ciudadanas (sobre todo de mujeres, porque hasta ahora la discusión parece solo cuestión de médicos, hospitales, clínicas privadas, abogados y rectores), formarse un parecer y votar finalmente de la única manera en que es posible hacerlo en una materia como esta: en conciencia. En conciencia de cada parlamentario, que es siempre individual, y no en la del partido, religión o iglesia a la que puedan pertenecer los legisladores.

Es posible que en el curso del debate nadie consiga convencer a otro (en asuntos de esta índole solemos estar instalados en creencias irreductibles), pero la discusión tendrá cuando menos el sentido de que se puedan exponer las razones que sustentan las diferentes posiciones, más allá de obviedades complacientes del tipo «estoy por la vida» o «la mujer tiene derecho sobre su cuerpo».

Bobbio, filósofo italiano del derecho, decía que tratándose de creencias últimas e irreductibles había que detenerse ante el secreto de cada conciencia, escuchar antes de discutir, y discutir antes de condenar.

Escuchar antes de discutir y discutir antes de decidir: eso es lo que se hará a propósito del proyecto que busca despenalizar el aborto. Y como lo que hace un parlamento no es lo mismo que se propone una academia, una universidad o un centro de estudios, la discusión acabará obligadamente en una decisión que se adoptará no por aplanadora, sino por mayoría, algo que vale la pena señalar, puesto que la oposición ha presentado la aprobación de ciertas leyes -la que cambió el binominal, por ejemplo-, como si se tratara de una aplanadora, desconociendo que la regla de oro de la democracia es que, agotada la discusión de los asuntos, estos se resuelvan por mayoría.

Tampoco puede descartarse del todo que como resultado del debate algunos legisladores modifiquen su parecer inicial frente al proyecto, al menos en aspectos específicos de este, de manera que la decisión final de aprobarlo o rechazarlo con uno u otro texto no consista en la simple determinación mayoritaria de un punto de vista sobre otro. Y así se terminara aprobando solo una de las tres causales del proyecto, la discusión acabará en el Tribunal Constitucional, que es la sede en la que pretenden ganar los que no tienen los votos suficientes para hacerlo en el Parlamento.

Espero, en fin, que nuestros conservadores no hagan esta vez lo que hicieron cuando se discutió sobre divorcio, igualdad de hijos concebidos dentro y fuera del matrimonio, anticoncepción de emergencia, acuerdo de vida civil, e incluso sobre la simple distribución gratuita de condones: propagar que al discutir sobre aborto Chile se pone al borde de caer en las tinieblas morales.(El Mercurio)

Saber vivir o saber morir 13 febrero 2015

Ignoro qué será más difícil, supuesto que sean cosa de aprendizaje. Hay quienes creen que filosofamos para aprender a morir, lo cual me parece un disparate, mientras otros sostienen que lo hacemos para vivir, lo cual interpreto como una pretensión desmedida de la filosofía.

En cualquier caso, aprender a vivir suena más sensato que hacerlo para morir. La vida no puede consistir en una continua preparación para la muerte.

Más bien se trata de lo contrario: de eludir la muerte, es decir, la nada, puesto que si morir es algo -algo por lo que todos pasaremos-, la muerte, o sea, lo que vendrá después de morir, es nada, solo una oscuridad de la que no tendremos conciencia y que, a diferencia de la oscuridad que precedió a nuestro nacimiento, de la que tampoco fuimos conscientes, poseerá carácter infinito.

Somos un brevísimo haz de luz entre dos inconmensurables oscuridades, pero entretanto -propone Claudio Magris- «bien podemos tomarnos un vaso de vino», donde «vino» no alude al delicioso licor que fabricamos de las uvas, o no solo, sino a cualquier cosa que nos permita dar sentido a nuestra existencia individual.

Un sentido que esta no tiene por sí misma y que, por tanto, no descubrimos, sino que inventamos. Aprender a vivir, entonces, consiste en otorgar algún sentido a nuestra existencia -o, mejor, «sentidos»-, de manera que obren como puntos de apoyo, como muletas, como el aparato ortopédico que nos sostiene y permite dar pequeños pasos.

Pequeños y ojalá felices pasos, aunque muchas veces tengamos que quedarnos no con la felicidad, sino con su hermana menor, la alegría, sin que nunca debamos descartar a la menos agraciada de las tres: la normalidad, el simple hecho de que las personas y las cosas estén todavía allí cuando abrimos los ojos cada mañana.

Con toda razón, el lector podría preguntarse qué bicho pudo picar al columnista para estar escribiendo estas cosas en pleno verano. Ningún bicho, salvo que se tuvieren por tal las conversaciones entre Ilan Stavans y Raúl Zurita que acabo de leer, editadas por la U. Diego Portales, y que constan de dos partes: una dedicada a saber morir y la otra a saber vivir.

Pero no vaya a creerse que lo que encontramos allí son consejos acerca de lo uno y lo otro. Solo un librero muy despistado podría colocar esta obra en la bandeja de autoayuda. Lo que hay en este libro son dos voces profundamente literarias -que es lo mismo que decir indulgentes- y que pertenecen a «seres dañados que se cubren con las vendas de la escritura», que es lo que Zurita afirma de Kafka en un momento de las conversaciones.

Dos voces que creen en la libertad dentro del fatalismo y que practican el menos humorístico de los humores: el humor dramático de los que saben que la vida es un juego de dados en el que estos vienen lanzados por la mano invisible del azar.

Ambos autores saben que no hay manuales acerca de cómo vivir. Improvisamos soluciones sobre la marcha y algo aprendemos gracias a la experiencia. Somos curanderos, no médicos. Y es de esa manera que suspendemos la muerte, conjurándola en una suerte de «ejercicio privado de resurrección».

Ilan Stavans: «la desgracia de vivir es que nunca sabemos cómo hacerlo…La vida es una serie de ensayos para una obra de teatro a la que jamás asistiremos».

Este libro tiene potencia, que es más que simple fuerza. De fuerza, de velocidad, de instantaneidad, estamos ya hartos. De potencia o capacidad generativa como la que muestran Zurita y Stavans al hacer tanto buena filosofía como buena literatura, nos encontramos más bien menesterosos.

Podría estimarse que este libro no es adecuado como lectura de verano, en cuyo caso invito a poner atención a «El leopardo», de Jo Nesbo, un policial que, como todos los de su género, tiene también su filosofía de la vida. De la vida, y de la muerte, porque un thriller , cuando es realmente bueno, toma de la filosofía algo de esa melancolía contemplativa que permite no sucumbir al pánico que produce la oscuridad. (El Mercurio)

Una promesa cumplida 28 marzo 2015

No puedo iniciar un viaje sin llevar libros conmigo, de preferencia novelas. Tampoco descarto partir con la autobiografía de algún escritor o con ejemplares de obras que tratan del oficio de escribir. Me gustan los libros de escritores en que estos hablan de sí mismos o de su oficio, o de ambas cosas a la vez, por la misma razón que me gusta saber de mis amigos y de lo que han hecho con sus vidas.

Libros, digo, porque si al momento de emprender viaje no tengo nada comenzado o a medio leer, pongo en la maleta a lo menos tres, por precaución, no vaya a ser que alguno llegara a defraudarme. Entiéndase bien: no puedo leer dos novelas a la vez, y si llevo conmigo dos, tres o más en un mismo viaje, es para precaverme e iniciar tranquilo el vuelo. Algo parecido me ocurre con el Ravotril: llevo el doble de dosis que necesitaré, y no porque el fármaco pueda fallar, sino porque puedo hacerlo yo en mayor medida que la habitual.

Viajo entonces con un pequeño harén literario: si alguna de mis concubinas llegara a aburrirme, puedo echar mano de alguna de sus compañeras, sin necesidad de echarme a la calle para preguntar dónde está la librería más cercana. De esa manera, e incluso cuando lo estoy, nunca estoy solo en una habitación de hotel. Llegado a una de ellas no necesito encender el televisor, sino abrir la maleta, poner las novelas sobre la mesita de noche y estirar más tarde la mano para palpar a una de mis acompañantes. Es por esa razón que cuando viajo con mi mujer ella sabe ya perfectamente lo que voy a decirle cuando volvemos a la habitación luego de comer: «esta noche voy a engañarte con otra». Nada impropio, a fin de cuentas, porque ella hace lo mismo. Leer dos personas en un espacio común produce el silbido inaudible de cuatro respiraciones: las de los que leen y las de los libros que son leídos.

Fue seguramente mi lado burgués el que me llevó de vacaciones a Punta del Este, pasando antes por la provinciana Montevideo. La capital uruguaya no es una ciudad provinciana porque la hayan estropeado. En cambio, Buenos Aires se ha vuelto un lugar provinciano a causa del maltrato recibido y de su progresivo deterioro. Montevideo es provinciano no por abandono, sino por elección de sus corteses habitantes. Lo que pasa con Montevideo y su gente no es que se achiquen, sino que rehúsan agrandarse.

Pues bien: salía hacia Uruguay y puse dos libros en el equipaje: uno de Vila-Matas y otro de Ramón Fonseca. Pero antes de instalar la clave de la maleta, casi por azar, incluí también «La promesa del alba», de Romain Gary, que divisé en los estantes del dormitorio, puesto de lomo y todavía sin leer. Allí, de pie, mientras el taxi que nos llevaría al aeropuerto esperaba abajo con el motor encendido, leí no más de cinco páginas del escritor francés de origen ruso y supe al instante que sería el ganador de la partida. En Montevideo, en Colonia de Sacramento, en Punta del Este, leí solo el libro de Gary y hasta renuncié a un par de idas a la playa por causa suya. Me retaron, por supuesto, porque nadie va a Punta del Este a encerrarse a leer en su habitación.

Talvez leamos porque los libros nos muestran parte de la contraseña, no la clave completa. Dos de seis números, cuando menos. O dos de cuatro. Vaya uno a saber. La numeración total nunca se devela ni en los libros ni en ninguna otra cosa, supuesto incluso que la haya.

¿Qué quieren que les diga? Para mí «La promesa del alba» fue todo un hallazgo, una delicia literaria mayor. Puedo imaginar la expresión sarcástica de lectores más avezados que sabían de esta obra hace mucho tiempo y que se sorprenderán de alguien que vino a descubrirla recién a los 70, aunque me queda el consuelo de la siguiente frase del propio Gary: «a mis…(y ponga cada lector la edad que tenga) todavía sueño con cierta ternura esencial».

En sus últimos días, mientras paseaba en completa soledad por la playa de Big Sur, Romain Gary veía pasar las bandadas de aves marinas y confesaba que «en mi deseo de amistad y compañía surge una esperanza ridícula e imposible y no puedo evitar sonreír y tenderles la mano». (El Mercurio)

La franja del amor, ¡qué banalidad! 9 agosto, 2022

Las grandes palabras, aquellas que son o reputamos importantes –y “amor” es una de ellas– tanto pueden salvarnos como extraviarnos. Salvarnos cuando las empleamos de forma apropiada, y extraviarnos cuando las utilizamos de forma descuidada, negligente, interesada o, simplemente, oportunista. Esto último es lo que está ocurriendo a raíz del empleo de la palabra “amor” en ambos espacios de la franja televisiva relativa al plebiscito de septiembre próximo.

Se trata de una palabra que se repite tanto en la franja del Apruebo como del Rechazo, como si votar lo uno o lo otro constituyera un acto de amor. ¿A cuáles publicistas, de lado y lado, pudo ocurrírseles semejante idea? Bueno, debe ser a los mismos que no vacilan en promover una marca de margarina en nombre del amor que los padres deben a sus hijos.

Una propuesta de nueva Constitución, como ningún otro documento político y jurídico, no se escribe desde el amor y tampoco se aprueba o rechaza desde este, salvo que se entienda por “amor” un sentimiento tan vago, vaporoso, expansivo e indiscriminado que embargaría a las personas por referencia a todos los habitantes de un país o, incluso, de la completa humanidad.

Si nos tomáramos en serio al menos la palabra “amor”, ya que a diario damos múltiples pruebas, otra vez de lado y lado, de no hacerlo con varias otras palabras importantes, convendríamos en que se trata de un sentimiento selectivo y tan excepcional, profundo y constante como no pueden serlo las que no pasan de ser buenas intenciones, una cierta sensibilidad o, incluso menos, la simple buena onda con nuestros semejantes.

Sabemos cuánto es capaz de excederse la publicidad de los productos –un simple champú o una gaseosa pueden ser promovidos en nombre de la libertad–, pero la apelación ahora al amor en una franja de carácter político parece rebasar todo límite o, cuando menos, dar cuenta de la confusión de sus productores acerca de qué va realmente el debate constitucional en curso y la votación popular que lo resolverá en un sentido o en otro.

La explicación pareciera estar en que toda estrategia electoral tiene que asumir la manía de turno acerca de que la reflexión debe retroceder ante las emociones y sentimientos, y como entre estos el más alto es el amor, pues hablemos de amor, aún a riesgo de trivializar la palabra. Otra explicación es que, tradicionalmente acusada de vulgar, se quiera mejorar el pelo a la franja con una palabra tan sublime como “amor”.

En las propias sesiones de la Convención se hacían también continuas referencias al amor. Que era por amor que estábamos allí, que era el amor lo que nos llevaba a aprobar o rechazar alguna norma, que era amor lo que debíamos llegar a sentir los convencionales unos por otros, aunque convengamos en que no fue eso lo que la ciudadanía percibió a raíz de algunas de nuestras actuaciones, y no porque fuéramos malas personas incapaces de sentir amor, sino porque no era este sentimiento lo que se encontraba en juego en un espacio político como ese ni lo que se pedía a quienes lo ocupábamos. Ni siquiera lo era la amistad, si bien surgió entre algunos convencionales, puesto que la política democrática, y esto desde siempre, que no es entre enemigos, tampoco es entre amigos, sino entre rivales que deliberan, debaten y disputan entre sí, sujetándose a la regla de no violencia, a la de la mayoría cuando no se ponen de acuerdo y a otras que hacen tan apreciable a esa forma de gobierno. La política democrática es entre rivales a los que hay que convencer, negociar o derrotar en las votaciones, respetando sus derechos en este último caso, y no enemigos que desconocer, agredir y, menos aún, eliminar.

Respeto recíproco entre los convencionales, buena disposición, leal apertura a los demás y sus planteamientos, contención, camaradería, aprecio incluso: todo eso nos era exigible y los mejores momentos de la Convención –muchos de los cuales no hicieron noticia– fueron aquellos en que sentimientos como esos consiguieron imponerse sobre la natural rivalidad política de los grupos que se formaron allí. ¿Pero amor? Nunca se nos pidió tanto, y menos mal, porque con lo que sí nos fue demandado teníamos ya bastantes exigencias, tantas que en varias ocasiones pasamos abiertamente por encima de las prácticas antes señaladas.

Respetar ciertas palabras positivas y relevantes –volvamos al “amor”– no es algo que deba hacerse por fidelidad al diccionario, sino por consideración a lo mucho que ellas importan para llevar una vida buena (en relación con los demás) y una buena vida (en relación con uno mismo). Cualquiera sea el resultado del 4 de septiembre, tendremos una larga tarea que realizar, y no vamos a sacarla adelante desde el amor, sino desde una reflexión crítica, y también autocrítica, que se aparte tanto del melindroso conformismo conservador como de la alharaca revolucionaria. El primero –el temeroso conservadurismo–, nos ordena subir un peldaño a la vez, lo cual está bien, pero suele quedarse pegado largo tiempo en un mismo peldaño, sudando de miedo antes de intentar el próximo, mientras que los alardes revolucionarios, ansiosos por acabar de una vez de subir la escala, intentan convencernos de que lo mejor es saltar varios peldaños a la vez, con el riesgo de caernos pesadamente sobre estos.

La mejor prueba de que se está abusando de una palabra importante y que todos valoramos –en este caso “amor”– se produce cuando dos bandos opuestos la utilizan cada cual en su propio beneficio y sugiriendo que el lado contrario falla en ella. Algo similar ocurre a menudo con “ética”, “libertad”, “democracia”, “derechos humanos”, como si algún sector político en particular tuviera la posesión exclusiva de estas expresiones..

Manipulando harina mezclada con agua, sal y levadura puede hacerse algo tan bueno como el pan, pero manipulando palabras importantes en favor de posiciones políticas tan opuestas como contingentes, solo conseguimos desvalorizarlas, restarles peso y valor, tratando al lenguaje de una manera que arriesga banalizarlo.

“Hay cuestiones formales que quedaron mal y también algunas sustantivas” 24 agosto 2022

Cuando Agustín Squella (Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, 2009) fue elegido convencional no eran pocos los que pensaban que sería una figura central. Pero hoy reconoce que “influí poco, muy poco”. “El hecho objetivo es que la ciudadanía se fue enfriando con la Convención, más tarde tomando distancia y, acto seguido, desarrollando una cierta malquerencia con ella”, dice.


-Usted fue una de las voces autocríticas sobre el proceso constituyente. ¿Por qué decidió votar Apruebo?

-Tengo varios motivos: primero, voté favorablemente la mayor parte de las disposiciones de la propuesta, y, segundo, como el objetivo es reemplazar de una vez la Constitución de 1980 –que lleva vigente ya 42 años-, me da mayores garantías para cumplir ese objetivo aprobar y luego mejorar la propuesta que hizo la Convención que rechazarla y quedar marcando el paso quién sabe por cuántos años más. Pero no soy ciego: el Rechazo podría imponerse y la falta de autocrítica y cierta fatuidad de nosotros los convencionales sería en tal caso una de las causas.

-De aprobarse el texto constitucional, ¿habría que reformarla de manera profunda o basta un maquillaje o retoque?

-Más que maquillaje, por cierto, y también más que un retoque. Hay cuestiones formales que quedaron mal y también algunas sustantivas, y no hay que incurrir en el narcisismo constitucional de creer que nuestra obra es intocable. El derecho es un orden dinámico que prevé su propio cambio, esto es, que fija instancias, reglas y procedimientos para su modificación, y la propuesta también lo hace. Querer inmovilizar el derecho es propio de talantes altaneros o conservadores..

-¿Cuáles son los elementos más importantes que habría que cambiar?

-Los exiguos plazos que fija la propuesta en sus reglas transitorias para que la Presidencia de la República y el Congreso Nacional lleven adelante iniciativas destinadas a implementar el texto de la propuesta. Habría que partir por eso. En cuestiones de fondo, revisar bien las innecesarias reiteraciones y y no pocas  vaguedades en materia de plurinacionalidad, pero sin renunciar a esta; llenar la laguna que quedó en materia de estados de emergencia; revisar la composición del Consejo Nacional de la Justicia; no renunciar en modo alguno a una decidida protección de la naturaleza, de la que la especie humana forma parte, pero pensando mejor si acaso la manera más eficaz y realista de hacerlo sea reconociéndole derechos a la naturaleza.

¿Qué es lo más importante para toda persona? Ser feliz, pero a nadie se le ocurriría que por ello hay que establecer un derecho a la felicidad, algo que por fortuna no hicimos. Derecho a la búsqueda de la felicidad, sin dañar a otros, pero no derecho a la felicidad. No todo deseo es una necesidad ni toda necesidad un derecho.

-¿Cómo es su estado de ánimo tras este intenso y agotador proceso? ¿Cree que logró influir en el resultado final?

-Influí poco, muy poco, pero mis oscilaciones del ánimo dentro de la Convención no tuvieron que ver con eso, sino con el comportamiento que mostramos muchas veces los constituyentes: involucrarnos en la contingencia con desprecio por los actuales poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que tienen que ver directamente con ella, en circunstancias  de que lo que nosotros teníamos entre manos era nada menos que el futuro del país a nivel constitucional; declaraciones desafortunadas, agresivas y desafiantes de no pocos constituyentes inflados de sí mismos; mayor conciencia de quién era cada uno de nosotros que de dónde y para qué estábamos; rencillas políticas del tipo que los actuales legisladores tienen cuando discuten sobre un cuarto o quinto retiro. Fui autocrítico, y continuo siéndolo, porque en no pocos momentos tuve la muy incómoda sensación de que, yo incluido, no estábamos a la altura del cometido que se nos había confiado.

-¿A qué atribuye que la Convención haya terminado con bajo apoyo y esté en duda el triunfo de la propuesta? ¿Es por responsabilidades propias de los convencionales?

-Lo es, en alta medida. El hecho objetivo es que la ciudadanía se fue enfriando con la Convención, más tarde tomando distancia y, acto seguido, desarrollando una cierta malquerencia con ella. Justo o injusto, eso es lo que pasó, y nunca nos hicimos cargo de ese fenómeno, que todos palpábamos y al que no le tomamos el peso. ¿Arrogancia? Claro que la tuvimos, o, al menos, una evidente desubicación.

-Si gana el Rechazo, ¿sería decepcionante para usted?

-Claro que lo sería. Constituiría un fracaso. Un fracaso, sobre todo, porque dejaría vigente quién sabe por cuánto tiempo más una Constitución heredada de una dictadura con la que podríamos llegar a enterar medio siglo. ¿No es ese acaso un motivo de rubor para un país democrático?

-¿Piensa que es posible una nueva constitución si es derrotado el texto elaborado por la Convención?

-Tiene que serlo. Hay al menos un compromiso de todos los sectores con que así sea. No más reformas, sino reemplazo de la Constitución del 80, para lo cual se podrán aprovechar, si gana el Rechazo, muchas de las disposiciones de la actual propuesta. No muchas, sino más bien  la mayoría. Sí, el objetivo es dejar atrás la Constitución del 80, pero también lo es tener una Constitución para el siglo en que nos encontramos

-En este caso, ¿debería elegirse una nueva Convención con las mismas reglas de la anterior o deben ser muy distintas? ¿Por qué?

-Una nueva Convención elegida por sufragio universal, con paridad de género y representación de pueblos indígenas, y con participación de independientes, pero con algunos cambios en el sistema de elección de los convencionales; por ejemplo, eligiéndose algunos a nivel nacional y otros como representantes de regiones.

-¿Hay extremos vociferantes en ambos bandos? ¿Se siente muy distante de ellos? ¿Piensa que son perjudiciales para una conversación constructiva?

-Totalmente distante me siento, y así me sentí también respecto de esos extremos en el seno de la Convención. La desmesura nos hizo daño y puede continuar haciéndolo, y ella proviene no de un solo lado, sino prácticamente de todos. La furia impide la conversación y en materia constitucional los países solo pueden salir adelante conversando, no en busca de una imposible unanimidad, pero sí de una muy amplia mayoría.

Si supiera todo lo que supe Agustín Squella 24 abril, 2015

Orlando Walter Muñoz, crítico de cine y director teatral que tuve en el colegio, solía hablar de su «único gran amigo», aunque siempre mencionaba a una persona distinta, todas de Valparaíso; por ejemplo, al cineasta Aldo Francia, al escritor Carlos León, al fotógrafo José Pellerano, al cronista Alex Varela, al poeta Juan Luis Martínez, o al maestro espiritual José Troncoso, hoy retirado en el Valle del Elqui. Yo mismo fui mencionado alguna vez como su único gran amigo. No es que quien nos adjudicaba esa calidad estuviera confundido hasta el extremo de no saber cuál era en verdad su único gran amigo. Se trataba simplemente de un juego, de una manera algo extravagante de ungir a varios de sus amigos en tan privilegiada condición.

A una de mis amistades, que lo fue también de Orlando Walter, le ha dado ahora por hablar de «mi último gran amigo», lo cual resulta más plausible que aquello de «mi único gran amigo». Sin embargo, quien pronuncia la primera de tales declaraciones cambia también con frecuencia el nombre que la acompaña, de manera que cada vez que me encuentro con él pregunto: «¿Quién es tu último gran amigo?». Obviamente, se trata también de un juego, porque la verdad es que a partir de cierta edad resulta muy difícil hacer amigos, y menos grandes amigos. Amistades, lo que se llama tales, uno hace pocas durante la vida y casi ninguna en el tercio final de esta. Hay que agradecer que se cuente con tres o cuatro amigos que puedan ser considerados de la primera línea. Ya sé que la palabra «amigo» está hoy bastante debilitada y que solemos utilizarla para referirnos a personas simplemente conocidas y que nos caen bien. Pero si se trata de tomarnos en serio esa palabra, nada mejor que adoptar la grave definición de Raymond Carver: «Amigo es aquel por el cual uno está dispuesto a equivocar el camino». O esta otra, de Ribeyro: «Amigos son dos que guardan algo el uno del otro y que al encontrarse lo recuperan». Algo que puede ser la jovialidad, el coraje, la duda o la fantasía.

Mi último gran amigo es precisamente Ribeyro, a quien conocí hace poco gracias a su formidable diario «La tentación del fracaso». Conté en otra columna cómo llegué a ese libro la mañana del domingo previo a la última Navidad. Pero ahora, una vez concluida la lectura, puedo decir que el escritor peruano se ha incorporado en gloria y majestad a la galería de mis mejores amistades literarias: Proust, Conrad, Melville, James, Virginia Woolf, Greene, Bolaño, Sebald.

«¿Con quién estás?», preguntó mi mujer al responderle un llamado desde el café en que me encontraba. «Con mi amigo Ribeyro», respondí. «¿Quién?», insistió. «Ribeyro, el flaco Ribeyro», expliqué. «¿El flaco?», continuó ella con sus preguntas. «Sí, el flaco, Julio Ramón Ribeyro, el escritor», me explayé. «Ah, ya», fue su ambiguo comentario final, que podía transmitir tanto aprobación como desconcierto.

Se produce una cierta forma de amistad con los escritores que nos gustan, especialmente, como en el caso de Ribeyro, si hemos llegado a conocerlos merced a un texto autobiográfico. Una amistad que se refuerza cuando ese escritor amigo invita a leer a alguno de sus colegas que también llegaremos a gustar o que gustábamos ya. ¿No fue acaso mi temprana amistad con Graham Greene la que me llevó a leer a su amigo, más tarde también mío, Evelyn Waugh? Ribeyro: «La gran admiración que nos despierta un escritor se nota no tanto en que nos impone la lectura de su obra, sino la lectura de sus lecturas». Al revés, nada puede resultar más decepcionante que descubrir que un escritor amigo aborrece a otro con el que también habíamos hecho amistad.

De Ribeyro leo ahora «Prosas apátridas», unos monólogos que dejó en forma de fragmentos, y como la desconcertante evanescencia que afecta a todas nuestras lecturas pasadas empieza a hacer su efecto incluso sobre «La tentación del fracaso», rescato al fin la siguiente lamentación del autor: «Si supiera todo lo que supe, sabría más de lo que sé».

Le invito un café, Agustín Squella 9 octubre, 2015

Uno de mis lugares sagrados es el Café, así, con mayúscula, para distinguirlo del café, la bebida que tomo allí en la versión que prefiero -el cortado-, que los Cafés deficientes preparan a veces como café con leche. La diferencia entre un café con leche y un cortado es la misma que hay entre un caballo y un finasangre.

Soy monógamo en cuanto a lugares sagrados. No vitrineo. No busco novedades. No presto atención a sugerencias. Tratándose de Cafés -de Viña del Mar, de Valparaíso, de Santiago-, prefiero siempre los mismos. Frecuento apenas dos o tres y en lo posible siempre en la misma mesa. Alguien debería reivindicar el valor de las rutinas. En esa mesa me quedo un tiempo largo, absorto en la geografía humana del lugar. A veces leo o escribo. Me gusta observar el desplazamiento de los mozos y el trabajo que tiene lugar detrás de la barra. La estética de la máquina de preparar café, con sus cromos relucientes y constantes chorros de vapor, puede bastar para dar por establecida la promesa de una nueva mañana. Charles Bukowski, a propósito de los escasos parroquianos que encontró cierta vez en un bar, escribió algo que vale también para quienes permanecen solos en un Café: «Podía sentir que estaban pensando en los días y en los años de sus vidas».

La mayoría de las veces vamos a un bar o a un Café para encontrarnos con otro, aunque también entramos en ellos para estar un rato a solas con nosotros mismos. Bares y Cafés son lugares perfectos para la introspección, para escuchar las propias voces interiores, para recobrar la sensación de tierra firme bajo los pies. Nada malo puede ocurrirnos en lugares a los que estamos acostumbrados. Se trata de sitios de acogida, de fondeaderos en los que podemos echar el ancla y tener la ilusión de reaprovisionarnos.

Todo individuo podría ser identificado por las personas que quiso, por las que lo quisieron y por los lugares en que se sintió bienvenido. Los Cafés -escribió Claudio Magris- son «asilos para indigentes del corazón», y los encargados juegan allí el papel de conocidos benefactores. Tienen la amabilidad del gesto del fumador que acerca la cerilla para encender nuestro cigarrillo, mientras protege la débil llama con la otra de sus manos. Son sitios donde completamos nuestra educación.

Entonces, ¿cómo no celebrar la iniciativa de algunos de nuestros Cafés, según nos enteramos por un reportaje de Andrea Manuschevich, y que consiste en que los clientes, además de saldar su propio consumo, pueden dejar pagado un café para una persona en situación de calle que quiera tomarlo y no pueda pagarlo, la cual es atendida como cualquier otro parroquiano y no pasada directamente a la cocina? Algunas cafeterías de esta red solidaria instalan una pizarrita hacia el exterior para informar a los transeúntes acerca del número de cafés que están ya pagados y disponibles para quienes los necesiten.

Una iniciativa como esta refuerza el carácter del Café como recinto hospitalario. Como un refugio en el que se puede estar solo y a la vez en compañía, disfrutando de una sociedad de calores mutuos. El así llamado Café Pendiente -nombre de la iniciativa- incrementará la diversidad de los feligreses y hará sentir a todos, aunque sea por breves momentos, que la fraternidad se ha instalado en la ciudad bajo la forma de una bebida fuerte y caliente que se puede acompañar con una galleta dulce, un bizcochito o una tableta de chocolate. Combinar un café con algo tan leve como eso solo puede aumentar el placer.

Entramos en un Café para detener el tiempo, tal como ese local vienés que tenía un gran reloj colgado de la pared, justo encima de la caja. Cuenta Joseph Roth que Franz, el camarero mayor, le daba cuerda cada noche, poco antes de cerrar. Pero el gran reloj no tenía agujas. Ni minutero ni segundero. Nada. Solo su esfera y el oculto engranaje que continuaba trabajando en su interior.

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