Patricio Zapata

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28 noviembre 2021

Conversación

Patricio Zapata 
@patriciozapatal

Por qué voto por

. El voto es un acto libre y personal. Y tenemos el derecho a que sea secreto. Asumido todo lo anterior, sin pretender representar a nadie, y en el solo ánimo de contribuir a la deliberación cívica de mi comunidad política…  e animo a compartir, de manera serena y respetuosa, las razones que me han llevado a votar por Gabriel Boric en la segunda vuelta. Soy parte de ese 48% que en la primera vuelta no votó ni por Boric ni por Kast. Aun cuando no dudo ni del patriotismo ni de la buena fe de ambos…  sigo teniendo diferencias con ellos. Respecto de Gabriel Boric sigo pensando que su propuesta programática tiene mucho de utópica (en el mal sentido de la palabra) y me sigue preocupando la ambigüedad frente a la violencia y las libertades de varios de quienes están con él… José Antonio Kast, por su parte, tiene una forma de pensar y ha tenido una práctica política que chocan muy frontalmente con mi manera de entender la democracia, los derechos humanos, la justicia social y el respeto a las diferencias.  Y si a veces Boric desmerece, injustamente, lo que se ha logrado en los últimos 30 años, José Antonio Kast es la negación de aquello por lo que yo he luchado en los últimos 30 años.    Una y otra vez, ha demostrado tener coherencia para criticar no solo a las dictaduras de derecha sino también las dictaduras de izquierda. He dicho que me preocupaban algunas de las compañías de Boric.

Ojos bien abiertos 10 mayo, 2016

Arrecia el debate sobre la legitimidad y conveniencia del proceso de diálogos constitucionales en curso.  Una vez más, aprovecharé esta tribuna para participar de este debate. Lo haré a título estrictamente personal, sin pretender vocería o representación del Consejo Ciudadano de Observadores que tengo el honor de presidir.

Comienzo expresando mi respeto por quienes hacen críticas políticas  al proceso. Estamos en democracia y a nadie puede escandalizar que la oposición manifieste sus discrepancias y llame la atención hacia lo que considera las fallas o debilidades de la acción gubernamental. Los medios de comunicación le dan cabida, en buenahora,  a los distintos puntos de vista. Más allá de lo molestas que me resultan algunas críticas, no puedo sino valorar que este debate constitucional lo podamos realizar en condiciones de normalidad institucional, con pluralismo y fiscalización. Nunca he pensado que el proceso de diálogos en curso sea necesariamente el mejor proceso imaginable. Tampoco se me escapa que un proceso participativo, por acotado que sea, encierra riesgos. Existe, en efecto, el riesgo de generar expectativas de cambio que pudieren luego frustrarse. Existe, luego, el peligro de alentar un espiral incontrolable de demandas. Tomo nota de aquellas voces cautelosas que desaconsejan un ejercicio deliberativo como éste en momentos en que estamos obligados como país a la disciplina de la austeridad.

La conciencia de los riesgos anotados tiene que llevarnos a actuar con máxima responsabilidad. Es fundamental  el transparentar el verdadero alcance de este ejercicio. Lo que resulte de encuentros y cabildos no será resolutivo ni vinculante. Las voces que se manifiesten serán consideradas y, sin duda,  constituirán un aporte muy valioso; pero ellas no pueden reemplazar a los órganos representativos ni suplantan la expresión del sufragio universal en elecciones populares.

Lo que yo quiero pedir es que con la misma seriedad con que ponderan los riesgos y costos de la participación ciudadana, que los hay; los críticos evalúen, también, las posibilidades y ventajas que ella ofrece. Si solo abrimos el ojo derecho, concentrándonos  en los peligros estamos condenados al inmovilismo. Si, en cambio, solo miramos con el ojo izquierdo, viendo solo las oportunidades, arriesgamos caer en voluntarismo irresponsable.

Yo invito a que todos aquellos que disfrutamos del privilegio del micrófono, la cámara o la columna a que reflexionemos sobre las oportunidades que ofrece un proceso de conversación ciudadana abierto a todas y a todos. Un proceso en que personas de distintas generaciones pueden reunirse a contrastar diagnósticos. No aceptemos esa visión elitista o tecnocrática que postula que sólo los mismos de siempre tienen la cultura y/o el patriotismo que se requeriría para aportar al progreso del país. Tomémonos en serio la crisis de credibilidad que sufrimos como elites y adoptemos la actitud humilde de escuchar lo mucho que tienen que decirnos nuestros compatriotas. Con ojos abiertos. Con oídos abiertos.

Patricio Zapata, presidente del Consejo de Observadores del Proceso Constituyente

80 años de la Falange, Patricio Zapata 29 septiembre, 2015

La Falange Nacional, fuerza política que precede y anticipa a la Democracia Cristiana, es el fruto de la decisión valiente de un grupo de jóvenes. Nacidos entre 1905 y 1915, tuvieron que entrar en la adultez en momentos en que el mundo conocido se caía a pedazos.  

Todavía estaban en el colegio cuando una guerra sin precedentes asoló Europa y escuchan a sus padres comentar el triunfo de los bolcheviques. El aparentemente invencible Imperio Alemán es reemplazado por una República frágil. En Italia irrumpe un Duce que promete enfrentar y derrotar al comunismo, en su terreno y con sus armas.

Recién incorporados a la vida universitaria experimentan también  la profunda crisis política que vive Chile. Después de tres décadas de estabilidad (aunque algo infecunda, hay que decirlo) y en cuestión de meses, se exilia un Presidente, se suceden dos juntas militares, vuelve el Presidente, se cambia la Constitución, se elige un nuevo Presidente, éste renuncia y es elegido un militar que pronto derivará en dictador. Chile vive la crisis del salitre y el mundo sufre la crisis del ‘29. No hay duda: esos jóvenes enfrentan un momento histórico dramático.

El grupo al que nos referimos, estudiando en las Universidades Católica y de Chile, capta la magnitud del desafío. Tienen el talento, la pasión, y lo más importante, la fe que se necesita para estar a la altura. Ahí están estudiando, empapándose de cultura, discutiendo y armando escuelas nocturnas para obreros, Eduardo Frei, Bernardo Leighton, Manuel Garretón, Radomiro Tomic, Ignacio Palma, Rafael Agustín Gumucio, Alejandro Silva Bascuñan  y Clemente Pérez, entre muchos otros.   

Estos universitarios se sienten interpretados por el mensaje de la Encíclica Quadragesimo Anno (1931). Ven en el socialcristianismo una respuesta integral a la crisis del capitalismo. En un primer momento optan deliberadamente por el estudio y la acción social a expensas del compromiso propiamente político. Desconfiaban  de los políticos y los partidos, la mayoría de los cuales tuvo una conducta obsecuente ante la dictadura de Ibáñez. Los jóvenes socialcristianos, por el contrario,estuvieron en la primera fila de las movilizaciones sociales que terminan por forzar la renuncia de Ibáñez (julio de 1931).

Hubo, sin embargo, unos pocos políticos que se opusieron a la dictadura, razón por la cual fueron persguidos, encerrados o exiliados. Entre ellos destacó el conservador Rafael Luis Gumucio. Esta conducta le ganó la confianza de los jóvenes. Se dio la coincidencia, además, que el hijo mayor de don Rafael Luis, el ya mencionado Rafael Agustín, era parte importante del grupo juvenil. Empujados por el deseo de hacer cambios en la política, el grupo completo entró al Partido Conservador en 1932. Desde un primer momento dejaron en claro que no les interesaba simplemente sumarse a lo que ya había. Ellos querían cambiar esa colectividad.

Luego de recorrer el país formando núcleos en casi todas las provincias, los líderes convocaron a un nuevo movimiento, que muy pronto pasaría a llamarse Falange Nacional. La reunión constitutiva se llevó a cabo en el Teatro Principal entre el 11 y 13 de octubre de 1935. Allí se escuchó por primera el grito entusiasta “¡Juventud chilena Adelante!” Hace 80 años.

Nueva Constitución, Patricio Zapata 13 octubre, 2015

Parece que en los próximos días la Presidenta de la Repúblicase dirigirá al país para poner en marcha el proceso constituyente. Al hacerlo, ella estará dando cumplimiento a uno de sus compromisos de campaña y estará respondiendo, además, a una demanda nacional que ha demostrado tener causas profundas. No estamos, entonces, ante una moda pasajera. Lo que ocurre, y conviene saber leerlo, es que existe un sector importante de la ciudadanía, especialmente los más jóvenes, que quiere ser parte de un proceso que defina un orden constitucional mejor.

Hoy me quiero detener a examinar el argumento de quienes, desde la derecha,  se oponen a la idea del cambio constitucional afirmando que el orden hoy vigente sería plena y suficientemente legítimo.

Lo primero que llama la atención es que en vez de apoyarse en el pensamiento de alguno de sus próceres (como Joaquín Lavín o Jovino Novoa), los defensores del status quo constitucional  no hallen nada mejor que recordar, una y otra vez, las palabras con que Ricardo Lagos celebraba en 2005 el acuerdo que sacó de la Constitución sus resabios autoritarios más obvios (triste se ve el futuro de un sector político que sólo encuentra argumentos de autoridad en sus contrincantes). Al traer a colación, con sonrisita maliciosa,  la cita en que Lagos se congratulaba, entonces, de haber logrado legitimar la Constitución, creen poder denunciar incoherencia en todos  quienes apoyamos, hace una década,  esa reforma y que hoy, sin embargo, promovemos una Nueva Constitución.

Se equivocan. Apoyar el buen acuerdo político de 2005 no significa renunciar al ideal de una Constitución con carácter más inclusivo. Y lo que ha venido ocurriendo en la última década es que más y más gente viene planteando estándares constitucionales más rigurosos.

Por eso, puede decirse, simultáneamente, y sin incurrir en contradicción lógica, que una misma Constitución que alcanzó en un momento dado la legitimidad de contenido y ejercicio necesarias para garantizar paz y estabilidad, puede empezar a manifestar problemas de legitimación suficiente de cara a nuevas y crecientes exigencias de la sociedad. De esta manera, ciertas exclusiones o desigualdades de la Constitución -como el hecho de que no reconoce debidamente ni a las regiones, ni a los pueblos indígenas ni a los trabajadores-, que en el Chile de 1995 o 2005,lamentablemente, sólo despertaban el reclamo de unos pocos, devienen, en el Chile de 2015, en carencias que suscitan rechazo masivo.

Cierro con una cita sobre legitimidad del jurista Ernesto Garzón Valdés: “Es obvio que la importancia de las diferencias accidentales entre los miembros de una comunidad política son relativas a los recursos económicos y culturales de la misma. La percepción de estas desigualdades varía según los tiempos y las sociedades. En este sentido, la legitimidad es también relativa a un determinado contexto histórico-espacial. Ello explica por qué, a medida que se expande el círculo de la ética (para utilizar la conocida expresión de Peter Singer) y/o aumenta la disponibilidad de recursos (económicos, técnicos o culturales), aumenta también la clase de desigualdades accidentales que deben ser superadas para que el sistema conserve su legitimidad”.

Nueva Constitución, Patricio Zapata 13 octubre, 2015

Parece que en los próximos días la Presidenta de la Repúblicase dirigirá al país para poner en marcha el proceso constituyente. Al hacerlo, ella estará dando cumplimiento a uno de sus compromisos de campaña y estará respondiendo, además, a una demanda nacional que ha demostrado tener causas profundas. No estamos, entonces, ante una moda pasajera. Lo que ocurre, y conviene saber leerlo, es que existe un sector importante de la ciudadanía, especialmente los más jóvenes, que quiere ser parte de un proceso que defina un orden constitucional mejor.

Hoy me quiero detener a examinar el argumento de quienes, desde la derecha,  se oponen a la idea del cambio constitucional afirmando que el orden hoy vigente sería plena y suficientemente legítimo.

Lo primero que llama la atención es que en vez de apoyarse en el pensamiento de alguno de sus próceres (como Joaquín Lavín o Jovino Novoa), los defensores del status quo constitucional  no hallen nada mejor que recordar, una y otra vez, las palabras con que Ricardo Lagos celebraba en 2005 el acuerdo que sacó de la Constitución sus resabios autoritarios más obvios (triste se ve el futuro de un sector político que sólo encuentra argumentos de autoridad en sus contrincantes). Al traer a colación, con sonrisita maliciosa,  la cita en que Lagos se congratulaba, entonces, de haber logrado legitimar la Constitución, creen poder denunciar incoherencia en todos  quienes apoyamos, hace una década,  esa reforma y que hoy, sin embargo, promovemos una Nueva Constitución.

Se equivocan. Apoyar el buen acuerdo político de 2005 no significa renunciar al ideal de una Constitución con carácter más inclusivo. Y lo que ha venido ocurriendo en la última década es que más y más gente viene planteando estándares constitucionales más rigurosos.

Por eso, puede decirse, simultáneamente, y sin incurrir en contradicción lógica, que una misma Constitución que alcanzó en un momento dado la legitimidad de contenido y ejercicio necesarias para garantizar paz y estabilidad, puede empezar a manifestar problemas de legitimación suficiente de cara a nuevas y crecientes exigencias de la sociedad. De esta manera, ciertas exclusiones o desigualdades de la Constitución -como el hecho de que no reconoce debidamente ni a las regiones, ni a los pueblos indígenas ni a los trabajadores-, que en el Chile de 1995 o 2005,lamentablemente, sólo despertaban el reclamo de unos pocos, devienen, en el Chile de 2015, en carencias que suscitan rechazo masivo.

Cierro con una cita sobre legitimidad del jurista Ernesto Garzón Valdés: “Es obvio que la importancia de las diferencias accidentales entre los miembros de una comunidad política son relativas a los recursos económicos y culturales de la misma. La percepción de estas desigualdades varía según los tiempos y las sociedades. En este sentido, la legitimidad es también relativa a un determinado contexto histórico-espacial. Ello explica por qué, a medida que se expande el círculo de la ética (para utilizar la conocida expresión de Peter Singer) y/o aumenta la disponibilidad de recursos (económicos, técnicos o culturales), aumenta también la clase de desigualdades accidentales que deben ser superadas para que el sistema conserve su legitimidad”.