27 May Leonidas Montes
Biografía Personal
Descendencia
Fuentes
De excesos y carencias, 15 septiembre, 2022
Con buenas razones se ha comparado el estallido social del 2019 con el reciente estallido del Rechazo. Aunque hay diferencias, este ejercicio tiene asidero. En cierto sentido refleja ese vértigo pendular que tanto nos apasiona, esa excepcionalidad tan propia de nuestra tierra al sur del mundo, ese incansable ir y venir en busca del virtuoso medio aristotélico. En Chile aprendemos de nuestros excesos, pero vivimos de nuestras carencias.
El primer estallido fue gatillado y azuzado por la violencia, el fuego y la destrucción. A los pocos días el Presidente Piñera dio el pase al Congreso. En menos de un mes, las fuerzas políticas —sin el PC y sectores del Frente Amplio— firmaron el histórico “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución”. Esta fue una válvula de escape política, una salida que permitió sostener la amenazada institucionalidad democrática. Pero para algunos actores que hoy son parte del Gobierno, el objetivo era otro: derrocar al gobierno de Piñera.
Nuestra democracia, no debemos olvidarlo, vivió en peligro. La violencia fue ignorada. Y a ratos, utilizada. Pocas voces se atrevieron a defender lo más esencial. En cambio, muchos se sumaron al desfile de ese coro trágico. Todo era malo. La culpa era de los demás. Y la palabra responsabilidad solo se usaba para exigir y acusar. Para la incipiente élite política, Piñera era Pinochet, la Concertación unos traidores, y los privados unos abusadores. Así nos llenamos de Erinias y Furias seguidas por bandadas de gorriones de alguna fe. El poder, ya lo sabían los clásicos, también tiene visos de tragedia.
El reciente estallido del Rechazo no fue gatillado por la violencia, el fuego o la destrucción, sino por las urnas. Fue, como señaló Ernesto Ottone, con “lápiz y papel”. Al reconocer la derrota, el Presidente Boric, en circunstancias muy distintas, hizo lo mismo que Piñera. Le pasó la pelota al Congreso. Y así como Piñera sacrificó a Chadwick, Boric entregó a Siches (eso sí, retuvo al compañero Jackson para mantener su círculo de hierro). Y como la historia se parece o rima, el chascarro de Cataldo incluso superó al de Ward y Blumel.
Pero existen carencias. Si la “reforma constitucional” era una prioridad baja de la ciudadanía antes y después del histórico Acuerdo —en la encuesta CEP solo aumentó del 3% al 7% entre mayo y diciembre de 2019—, las prioridades de la ciudadanía siguen siendo las mismas: seguridad pública (“delincuencia, asaltos, robos”), pensiones, salud y educación. Sabemos que las necesidades no siempre coinciden con las grandes y profundas ideas políticas. Lo que piensa y siente la ciudadanía no siempre es igual a lo que piensa y siente la política. Es más, lo que vemos en las calles y en las marchas —solo recuerde el masivo cierre del Apruebo— tampoco refleja lo que piensa y siente el país. Ahora el gran desafío es salir airosos del túnel constitucional y avanzar en las reformas que anhelan y esperan los chilenos. Para eso, el Congreso tiene la palabra. Y el poder.
El gran dilema lo tiene el Presidente Boric. Al reconocer la derrota, aseguró que no dará “ni un paso atrás”. En seguida agregó el eslogan de la “gradualidad sin renuncia”. Ciertamente liderar una coalición de gobierno que combina el chúcaro asambleísmo frenteamplista junto al tesón y voluntad de poder del PC exige un juego de máscaras. Pero no se puede abusar tanto del dios Jano.
Antiguamente los visitantes al oráculo de Delfos eran recibidos por dos máximas. Una decía “conócete a ti mismo” y la otra, “de nada demasiado”. En esta nueva oportunidad histórica hacia la convergencia, al añorado centro y a los acuerdos, solo cabe esperar que el Gobierno, así como lo ha hecho el país, también aprenda de sus excesos y carencias. Vaya desafío para el nuevo triunvirato de Carolina Tohá, Ana Lya Uriarte y Mario Marcel. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Solipsismo comercial 13 octubre, 2022
En el mundo antiguo el comercio era fundamental. Los vinos y las bellas cerámicas griegas recorrían el Mediterráneo alcanzando lugares tan remotos como la península ibérica. El intercambio era fuente de bienestar y de conocimiento. Pero también de paz. Los griegos usaban la palabra catalaxia para hablar de intercambio. Ahora bien, su significado iba más allá de lo material. También quería decir “cuando un enemigo se hace amigo”.
Durante el Renacimiento, la explosión del comercio trajo consecuencias admirables. En las ciudades comerciales como Venecia y Florencia brotaron el arte, la política y la ciencia. Por eso durante la Ilustración grandes pensadores como Voltaire, Montesquieu, Hume, Smith y Kant reflexionaban sobre las virtudes del doux commerce. La idea del comercio como algo “dulce”, “suave” o “amable” tenía un sentido profundo.
Para los intelectuales del siglo XVIII, el comercio y la civilización caminaban de la mano. Se exploró la relación entre moral y comercio, entre política y economía. Y renació esa idea de que el comercio contribuía a la paz entre los países. En esa época, cuando el mercantilismo y el proteccionismo dominaban la política económica europea, Adam Smith fue un férreo defensor del libre comercio. Para el padre de la economía, los países que permanecían encerrados no lo hacían por el bienestar de sus ciudadanos. Lo hacían por el interés de los monopolistas o la contumacia de algunos iluminados.
Algo de esto último estamos viviendo en Chile. Durante varios años vivimos una campaña contra el TPP11. Si hasta el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, que va más allá de lo comercial, sigue entrampado. Pero ayer el Senado puso los puntos sobre las íes. Se aprobó el TPP11. Sin embargo, el Gobierno se esconde bajo el artilugio de las side letters. Nuestra canciller aclaró que “no es una maniobra dilatoria”. Tiene razón. No es una maniobra. Es la desconfianza de un sector del Gobierno hacia el libre comercio y el derecho internacional.
Aunque todas las ministras y ministros de Relaciones Exteriores apoyan lo que a estas alturas parece obvio, hay una resistencia visceral contra el libre comercio. Puede ser el apego al primer programa de Boric, que privilegiaba al Mercosur o al proyecto constitucional y su añorado regreso a Latinoamérica. Tal vez es ese impulso atávico a la “nueva soledad de América Latina”, tal como lo sugiere el título del nuevo libro de conversaciones del Presidente Lagos junto a Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda.
Quizá también hay algo más. Durante los años 60, las teorías de la dependencia o sustitución de importaciones estaban muy en boga. Era la época del antiimperialismo, de la Guerra Fría y del “Venceremos”. Aunque todo esto parezca del pasado, en Chile esa lucha resucitó con otros ropajes y nuevas consignas. El antiliberalismo de la nueva izquierda latinoamericana mira con recelo los tratados internacionales. Pero lo que ha dicho el Congreso es que Chile quiere y necesita de las relaciones comerciales.
El triunfo de la integración de Chile al Consejo de Derechos Humanos de la ONU se vio opacado por esta obstinación contra el comercio internacional. El Gobierno ya sufrió un duro embate ante el resultado del plebiscito. Y ahora busca dilatar la decisión que tomó el Congreso. Hay cierto negacionismo que a ratos parece solipsismo. Se esconde o no se quiere ver la dura y cruda realidad. En democracia los líderes tienen derecho a tener su propia opinión, pero no su propia realidad.
El Presidente Boric está en una encrucijada que arrastra hace tiempo. Se puede maniobrar con disquisiciones hamletianas y frases para el bronce. Se puede jugar con los distintos rostros del dios Jano. Pero no se puede mantener la duda y la incertidumbre por tanto tiempo. Esa paz que acompaña al doux commerce no puede esperar. El país, tampoco. (El Mercurio)
Leonidas Montes
El socio incómodo 22 diciembre, 2022
El PC, junto a otras fuerzas políticas de izquierda, no firmaron el “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución” de noviembre de 2019. En cambio, Gabriel Boric tomó un camino muy distinto. A contrapelo de su propio partido, decidió sumarse, asumir los costos y firmar. Su sentido de la responsabilidad republicana fue más importante.
Pero hoy el clima político y las fuerzas han cambiado. Esta vez, el PC no quiso o no pudo quedarse bajo la mesa y a regañadientes firmó el “Acuerdo por Chile” del 12 de diciembre. Al día siguiente, el partido salió a la palestra.
El martes 13 —efectivamente, para muchos en el PC fue un “martes 13”— el alcalde Daniel Jadue disparó primero: “persisten los fantasmas de la democracia tutelada y la medida de lo posible”, agregando que “faltó coraje y convicción”. En seguida, apareció el secretario general de la colectividad, Lautaro Carmona, apuntando que “es el costo de la derrota en el plebiscito del 4 de septiembre, que hace que la derecha tenga capacidad de imponer, de presionar”. Adelantó que “viene una tarea muy dura, muy desafiante… no vamos a cejar jamás en batallar”. Pero fue pragmático y agregó que restarse del acuerdo “sería un error político de todos quienes hemos abrazado causas que son justas… Esta es una lucha justa en la cual hay que perseverar y no cansarse”. El PC bien sabe de “luchas justas”.
Ese mismo martes 13, el exconvencional Marcos Barraza declaró que el Acuerdo “es insuficiente en materia de estándares democráticos” e hizo un llamado “urgente a la reagrupación del movimiento social que asegure la instalación de demandas sociales que mejoren las condiciones de vida del pueblo”.
Desde el Congreso, fueron más cautos. Para el senador Daniel Núñez, el Acuerdo “no representa nuestras aspiraciones, nuestras demandas, nuestro sentido de lo que debe ser un proceso con una soberanía popular plena… pero es un costo necesario que hubo que pagar”. El miércoles 14, la senadora Claudia Pascual continuó con esa queja: “Este acuerdo nos permite seguir el proceso, pero, claro, no se puede decir que es mi ideal”. Y al día siguiente, fue el turno de la cuña de la diputada Karol Cariola: “Yo no estoy para nada de acuerdo con el acuerdo (…). No podemos decir que estamos felices”.
El sábado 17, el presidente del PC, Guillermo Teillier, salió a iluminar el camino hegeliano: “No se trata de avanzar en la medida de lo posible, sino que hacer lo posible por avanzar más, desde una posición hasta ahora desventajosa”. Y el domingo 18, nuevamente Pascual le echó otra mano a la honestidad: “Este no es un acuerdo que a mí me deje feliz… Pero este es el acuerdo que se pudo lograr”.
Ante las persistentes críticas de que el PC se había sumado al “avanzar en la medida de lo posible”, Teillier tuvo que volver a intervenir. Este lunes 19 remató que “no es esa la fórmula, sino que es avanzar lo más posible”. La dialéctica entró a la cancha. Inmediatamente Barraza dijo que ya había encontrado la fórmula: “en la mayoría de los 12 principios creo que es absolutamente disputable e interpretable el contenido de esos principios”. Por ejemplo, la libertad de enseñanza sería otra cosa. Y llamó a las fuerzas sociales a “retomar la iniciativa en términos de reagruparse y cumplir con el propósito que es presionar a esta nueva instancia constituyente, para que las demandas del pueblo queden debidamente plasmadas”.
El PC tiene 11 diputados, 2 senadores y 2 ministros. Es una fuerza política importante que ahora está anclada en el corazón de La Moneda. Aunque nada garantiza que respeten el Acuerdo o que sigan, como ha sido su historia, con un pie adentro y el otro afuera, el contexto es diferente. Hoy sus dudas pueden costarle —y costarnos— mucho más que hace tres años. El alma del PC seguirá buscando fórmulas con la mano izquierda en la hoz, pero con la otra en el poder. (Emol)
Abrumadoras mareas 5 enero, 2023
Ayer se dieron a conocer los resultados de la encuesta CEP, cuyo trabajo de campo se realizó entre el 8 de noviembre y el 18 de diciembre —antes del Viejo Pascuero y de los indultos de año nuevo—. Tal vez lo más sorprendente es el pesimismo o realismo frente a la situación económica que enfrenta Chile. Un 63% de los encuestados piensa que la actual situación económica del país es “mala o muy mala”. Una cifra como esta no la veíamos desde 1998. Y un 49% cree que en los próximos 12 meses la situación económica del país “empeorará”. En la encuesta CEP no tenemos registros de esta magnitud.
A esto se suma una mayor decepción frente a la política. Si en abril-mayo de 2022 un 52% creía que nuestra situación política era “mala o muy mala”, esta cifra aumenta a un 64%. Y si a esto agregamos el desencanto frente a la democracia y la atracción que genera el autoritarismo, el ambiente es muy preocupante. En efecto, si en abril-mayo de 2022 un 61% creía que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, en la última encuesta esta cifra alcanza solo un 49%. Y, lo que es peor, un 25% es indiferente entre un régimen democrático y uno autoritario, y un 19% cree que en ciertas circunstancias sería mejor uno autoritario. La contienda entre democracia y autoritarismo ya no es desigual.
Ante la pregunta de si Chile está “progresando, estancado o en decadencia”, un 55% cree que está estancado y un 35%, en decadencia. No habíamos visto cifras como estas. Por cierto, todo esto se relaciona con la seguridad, ese anhelado deber del Estado. La sensación de inseguridad que todos conocemos y sentimos, solo aumenta. El gran problema que afecta a los chilenos sigue siendo “delincuencia, asaltos y robos”. En agosto de 2021 alcanzaba un 42% y en abril-mayo 2022 sube a un 50%. Pero en esta última encuesta salta de manera significativa a un 60%. La esencia de lo propio en su sentido más amplio —la vida, la seguridad y la billetera— son los temas que preocupan a los chilenos.
El ocaso del octubrismo o, mejor dicho, su decadencia y desaparición, es evidente. Por ejemplo, si en diciembre de 2019 solo un 17% confiaba en Carabineros, esa cifra aumentó a 26% en agosto de 2021, a 38% en abril-mayo de 2022 y a un 46% en esta última encuesta. Algo muy similar ocurre con la PDI y las FF.AA. Es más, si en diciembre de 2019 solo un 19% apoyaba que Carabineros “usara la fuerza contra un manifestante violento”, hoy esa cifra sube a un 44%. Y si solo un 10% justificaba “el uso de gases lacrimógenos”, hoy alcanza un 30%. Hay un desesperado llamado al orden, la ley y la seguridad.
Especial mención merece el contundente apoyo al comercio internacional y a las inversiones extranjeras. Un 81% cree que debemos “ampliar el comercio con otros países” y un 68% cree que “se debe incentivar la inversión extranjera”. Y para pesar de los promotores de las teorías de la dependencia o la sustitución de las importaciones, un 72% de los chilenos cree que gracias al libre comercio “podemos tener acceso a mejores productos”. Vaya novedades para los nostálgicos sesenteros.
Las consecuencias políticas de todo esto son evidentes. La aprobación del gobierno de Boric solo alcanza un 24%. Y los cuatro personajes que generan mayor rechazo son Teillier y Jackson con un 57%, Vallejo con un 51% y Boric con 49%. Por si fuera poco, al comparar con la encuesta anterior, los aumentos estadísticamente significativos en la evaluación negativa recaen en Jackson, quien aumenta su evaluación negativa en 16%, mientras que Boric aumenta en 13%, Teillier en 12% y Vallejo en 7%. Y los aumentos estadísticamente significativos en la evaluación positiva recaen en solo tres figuras: Matthei aumenta su evaluación positiva en 9%, Piñera en 6% y José Antonio Kast en 5%. Parece que no podemos hablar de una marea roja. Ni siquiera de una marea rosa. Y menos de un oasis. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Esa triste nostalgia 19 enero, 2023
A partir de Hipócrates y siguiendo con Galeno, el lenguaje médico está marcado por la influencia del griego clásico. La ciencia médica es un verdadero diccionario de palabras griegas. Ahí están la anatomía, la fisiología, la farmacología o la neurología, y afecciones como la hipoacusia o la dislexia. Todas tienen sus raíces en la lengua griega. Sin embargo, existe una palabra de origen médico muy especial. Aunque fue acuñada por un médico desconocido, trascendió la medicina.
En 1688, Johannes Hofer, un joven suizo de apenas 19 años, presentaba su “Dissertatio Medica de Nostalgia, oder Heimwehe” a la Universidad de Basilea. En su investigación analizaba el comportamiento de algunos soldados. Se dio cuenta de que lejos del hogar echaban de menos su tierra y sufrían de melancolía (lo que hoy conocemos como depresión también es de origen griego: para Hipócrates, esta enfermedad del alma era un exceso de bilis negra donde mélas es negra y kholé, bilis).
Eso sí, el joven investigador notó que apenas los soldados volvían a casa, recuperaban su buen ánimo. Hofer acuñó la hermosa palabra nostalgia, un término de origen griego donde nóstos es regreso o vuelta a la patria, y álgos, dolor, pena o tristeza. Por lo tanto, nostalgia es el dolor o la tristeza por querer regresar al hogar o volver a la patria. Tal vez por eso para los griegos la pena más severa era el ostracismo. El exilio, ya lo vivimos en Chile, deja huellas y heridas muy profundas. La nostalgia, bien lo sabemos, también es dolor.
Durante las guerras la nostalgia fue considerada una enfermedad. Los franceses, por ejemplo, intentaron combatir esta afección sin buenos resultados. Pero lo cierto es que, desde la Odisea y el regreso a Ítaca, pasando por los ensueños de Platón y múltiples poetas, el significado y sentido de la nostalgia nos acompaña.
Basta recordar las clásicas “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando,/ cuán presto se va el placer,/ cómo, después de acordado,/ da dolor;/ cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor. Para qué hablar del nostálgico Marcel Proust y su monumental “En Busca del Tiempo Perdido”. O ese bello poema de T. S. Elliot: “Home is where one starts from. As we grow older/ The world becomes stranger, the pattern more complicated” (Four Quartets, 1940). La nostalgia es un sentimiento muy profundo que gatilla la memoria, remece la ficción, atiza la poesía y resucita el olvido. Lo curioso es que la nostalgia no fue acuñada por un poeta o un filósofo, sino por un médico desconocido.
Ahora bien, la nostalgia también tiene influencia en la política. Esta nos lleva al pasado, a esa lejanía, ausencia o pérdida de poder. En política los grandes sufren la nostalgia, mientras los jóvenes añoran ser grandes. Nada más cierto si observamos nuestro paisaje político. La nostalgia, ese regreso a casa, está latente en el discurso y en nuestra psique sociopolítica. Ella tiende a borrar los malos recuerdos e iluminar los buenos. Así, los viejos recuerdan los mejores tiempos pasados y los jóvenes deben luchar por los nuevos tiempos mejores. Es cierto que la nostalgia surge cuando nos alejamos del poder. Pero también es cierto que el poder debe abrirse a las nuevas generaciones. Los jóvenes del Frente Amplio lo están viviendo. Pero también lo están sufriendo.
El problema surge cuando los jóvenes quieren volver a ser más jóvenes. El caso de los indultos tiene algo de esto. Hay cierta nostalgia presidencial, un regreso al pasado octubrista. Quizá es la nostalgia la que no ayuda a escuchar. Basta recordar que el Apruebo Dignidad descansa sobre un Apruebo que no ocurrió. Y sobre una dignidad cuyo verdadero sentido debemos recuperar. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Oda a la dignidad 2 febrero, 2023
Un hecho simbólico del estallido social de octubre fue la proyección de la palabra “dignidad” en un costado del edificio Telefónica. En medio de la violencia, el fuego y la destrucción, esa intervención, como tantas otras, fue aplaudida, pero también usada. La palabra dignidad, sin mayores cuestionamientos sobre su verdadero sentido y significado, se tomó el espacio. Hablar de Plaza Italia o Plaza Baquedano era anatema. Estábamos frente a Plaza Dignidad.
Ahora bien, mucho de lo que sucedió en ese espacio y en ese período fue lo opuesto a la dignidad. Había que tumbar la estatua del general Baquedano, profanar la tumba del soldado desconocido y destruir o incendiar lo que estuviera al alcance. Lo que resulta incomprensible es que toda esa borrachera octubrista ocurrió bajo el eslogan de la dignidad.
La firma del “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución” dio paso a los noviembristas. La sensatez institucional fue la válvula de escape política. Pero el espíritu refundacional del Frente Amplio y el revolucionario del PC seguían muy activos. En enero de 2021 el Frente Amplio y Chile Digno, liderado por el PC, se unieron para enfrentar la contienda política. Esta nueva coalición —otra ironía de la historia— se llamó “Apruebo Dignidad”. Aunque el Apruebo perdió y vimos muy poca dignidad, el Gobierno todavía se refugia bajo ese contradictorio paraguas. Quizá ya llegó la hora de buscar otro nombre para recuperar la verdadera dignidad.
Desde la antigüedad, basta recordar a Cicerón, la dignidad es una palabra que inspira respeto y sentido republicano. Y desde la Ilustración, tiene un sentido humano vinculado a la libertad. Como decía Kant, cada persona es un fin en sí misma. Al final, la dignidad se gana en la cancha del juego social y político. No es solo una proyección luminaria. Es algo mucho más serio y profundo. Por eso hablamos de dignatarios. En ellos depositamos la dignidad. Y por eso nos dirigimos a nuestros representantes y autoridades con ese necesario respeto republicano.
Chile, ya lo sabemos, es un país de contrastes. Nuestra larga geografía, desde el desierto hasta los hielos, con esa cordillera que abraza al océano, es reflejo de nuestro vértigo pendular. A ratos surgen tormentas. También nos azotan terremotos y erupciones volcánicas. Pero al final el clima amaina, la tierra se calma y la lava se asienta. Lo que hemos vivido tiene algo de nuestra loca geografía. Saltamos del oasis de Piñera al estallido y sorteamos la pandemia para recuperar la normalidad, esa “normalidad” de la cual tampoco se podía hablar. Un ejército de erinias todavía observaba y velaba por el octubrismo redentor.
El ocaso político del octubrismo es palpable. Según la última encuesta CEP, la mayor preocupación de la ciudadanía es la delincuencia, y las instituciones que más han recuperado la confianza ciudadana son Carabineros, la PDI y las FF.AA. Por ejemplo, si en diciembre de 2019 solo un 19% apoyaba que Carabineros “usara la fuerza contra un manifestante violento”, hoy esa cifra alcanza a un 44%. Hay un llamado desesperado al orden, la ley y la seguridad.
Si antes la dignidad era rabia, violencia y destrucción, hoy la dignidad vuelve a lo más simple y básico. También a lo bello. El jueves de la semana pasada ocurrió algo memorable. La Universidad de Chile, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Sinfónico, realizó un concierto ciudadano con la novena sinfonía de Beethoven en Plaza Italia. Y ya nadie hablaba de Plaza Dignidad.
La música de Beethoven y el público nos recordaban lo esencial. Fue un símbolo que comunicaba y unía bajo esa ansiada dignidad. La oda a la alegría de Schiller reemplazaba la oda a la violencia. Por fin la majestuosa dignidad, sin aspavientos ni soberbia, volvía a ocupar la vieja y vapuleada Plaza Italia. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Al calor del fuego 16 febrero, 2023
Los incendios son una catástrofe y también una tragedia. Ya van 25 muertos, más de 400.000 hectáreas quemadas, unos 7.000 damnificados y más de 1.500 hogares destruidos.
El fuego siempre nos ha acompañado. Ha forjado nuestra historia y la naturaleza. Desde el homo erectus nos abriga, protege e ilumina. Pero el fuego también quema, incendia y destruye. Es una metáfora para el amor y un arma letal en la guerra. El fuego es subsistencia y ardor. También devastación y muerte.
Para Heráclito, el primer elemento era el fuego. Se enciende y extingue encarnando esa lucha entre los opuestos. Siempre destruye y en seguida cambia. Así como no habrás de cruzar dos veces el mismo río, el fuego es un devenir permanente, un eterno retorno.
Y si de fuego se trata, Prometeo es el gran héroe que desafió a los dioses. Les robó el fuego y fue encadenado por tomar partido por la humanidad. Desde entonces, el fuego es símbolo de poder. Muchas ciudades antiguas recibían con fuego. Los templos griegos tenían un fuego permanente. Y la llama olímpica sigue conmemorando esa hazaña de Prometeo.
Desde la antigüedad existen los pirómanos, aquellos que padecen cierta locura o adicción por el fuego. Se cuenta que Eróstrato fue responsable de incendiar el templo de Artemisa en Éfeso, ese bello y famoso centro de peregrinación. Al parecer lo hizo para que se hablara de él. Fue tal el impacto que ocasionó su caso que fue condenado al olvido. No se podía siquiera mencionar su nombre.
Pero también están los que incendian con intención. Eso no es una enfermedad. Es maldad. Quemar y destruir a sabiendas es creerse dios siendo demonio. Todo esto ya lo vivimos y sufrimos durante el estallido social. El Metro ardió. Inmediatamente fue incendiado el edificio de Enel. Y en seguida vimos cómo varias iglesias se desmoronaban al fragor de las llamas. En medio del fuego, hordas celebraban entre brasas y cenizas al son de las llamas y la destrucción. Hubo temor y miedo. Pero también indiferencia e incluso justificaciones. Algunos sectores del Apruebo Dignidad atizaron o ignoraron esas llamas. En ese aciago período, hasta el fuego intencionado fue indultado.
Ahora tenemos una oportunidad para expiar y redimir ese fuego. Simplemente se trata de apelar a la responsabilidad, esa palabra tan simple y seria a la vez. La pregunta es ¿cómo estamos respondiendo ante el fuego? La respuesta es la responsabilidad.
Aunque la responsabilidad, digamos las cosas como son, no vive sus mejores momentos, algunas respuestas han sorprendido. Es cierto que nos hemos acostumbrado a buscar chivos expiatorios o a echarle la culpa al empedrado. Lo que está sucediendo parece ser solo otro ejemplo.
Desde Quillón, en Ñuble, el Presidente Boric apeló a “una regulación distinta” para la industria forestal. No sabemos si fue planificado o casual, pero inmediatamente ministros y funcionarios se cuadraron abrazando esa estrategia política. Parecía más fácil responsabilizar a la empresa privada y reclamar por más regulación. El fiscal nacional rápidamente puso paños fríos a este fuego político. Aclaró lo obvio: hasta que no se pruebe lo contrario, la industria forestal también es víctima de esta catástrofe.
Esta tragedia afecta al país y por cierto a las forestales, una industria que sabe mucho de incendios. Y vaya cómo saben combatirlos. De hecho, hay más de 3.000 brigadistas que trabajan para las empresas forestales. Ellos son los héroes que, como Félix Pérez Pereira, responden con su vida frente al fuego.
Como una señal política, social y moral, lo responsable sería buscar y condenar a los que intencionadamente prendieron fuego. No se trata de buscar excusas. Tampoco de cazar brujas. Al final, como diría Shakespeare, hereje no es el que arde en la hoguera, sino el que la enciende. Es momento de apagar el fuego. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Trayectoria Política
Bibliografia
Otras publicaciones
El Mercurio 27 mayo 2021 «No son tiempos para planear» «sin partidos fuertes y confiables, se abre el camino a la decadencia» «la democracia representativa, con la miga del voto, es caprichosa. Y en un mundo cada vez más incierto, cambiante y líquido, cualquier cosa puede pasar en política. Tenemos que acostumbrarnos y adaptarnos a esta nueva y volátil realidad»
El Mercurio 23 junio 2022 «La verdadera dignidad, que fue tergiversada durante el estallido social, reapareció bajo la figura del Presidente Lagos. Su elegante carta nos recordó lo que realmente significa esa idea».
Sobre Mario Marcel 6 noviembre 2021
Guardián de la seriedad
Leonidas Montes 6 noviembre 2021
«Aunque Marcel es de alma PS (mejor dicho, del PS de otrora), no tiene ni se le ha conocido agenda política o ambiciones electorales. Es un técnico de tomo y lomo. Un economista riguroso, con ideas y metas claras“.
Al analizar los sentimientos en Twitter, pinchando la figura de Mario Marcel aparece algo curioso (ver www.c22cepchile.cl). Si bien es cierto que Twitter puede ser una cloaca o, a lo menos, un balde de agua fría para cualquier político o persona expuesta a la opinión pública, el presidente del Banco Central es una excepción. En octubre solo un 22% de los tuits con su nombre transpiran sentimientos negativos. Un 24% son sentimientos positivos y un 54%, neutrales. En estos tiempos es sorprendente que un economista que además se opuso a los retiros, tenga tan bajo rechazo en las redes sociales. Además del prestigio del Banco Central, quizá hay algo en su historia de vida y su carácter que nos ayude a descifrar este enigma.
Del Instituto Nacional pasó a estudiar ingeniería comercial en la Universidad de Chile (1977-1981). En 1979 ya era ayudante de investigación en Cieplan. Allí estuvo con los grandes y emblemáticos economistas de esa influyente institución. Egresó de la universidad como el mejor alumno de economía. En seguida partió a estudiar a la Universidad de Cambridge. Publicó junto a Gabriel Palma dos artículos en el Cambridge Journal of Economics. Uno sobre la aguda mirada de Nicholas Kaldor sobre Chile después de su visita en 1956. Y el otro sobre el alto desempleo que generó en el Reino Unido la crisis de deuda latinoamericana. Desde ese entonces, Marcel no paró de publicar.
Con el regreso a la democracia, entra al Ministerio de Hacienda con Alejandro Foxley. Llega a ser subdirector de la Dirección de Presupuestos (Dipres). Bajo el gobierno de Frei trabajó en la modernización de la gestión pública y en la Dipres. Y entre 1997 y 2000 representó a Chile como director en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esta experiencia internacional marcó su futuro. Por un lado, en Washington estrechó lazos con Nicolás Eyzaguirre y Michelle Bachelet. Por otro, mostró su impronta de profesional eficiente y creativo en organismos internacionales, los que suelen ser premios de consuelo o a veces simples sinecuras. Marcel llegó al BID a trabajar. No solo eso, empujó mejoras y cambios.
Volvió a Chile con el gobierno de Lagos. Fue seis años director de Dipres en una virtuosa dupla con el ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre. Con la intuición teórica y política de Eyzaguirre, y la cabeza y el trabajo de Marcel, nace esa valiosa y olvidada regla del superávit estructural. Y, vaya sorpresa, en la Dipres implementó profundas reformas. Pero vendría otra sorpresa.
Para el primer gobierno de Bachelet se suponía que Marcel sería ministro de Hacienda. Aunque el programa económico tenía su sello – y muy posiblemente sus pestañas -, la diosa fortuna dijo otra cosa. Fue Andrés Velasco. Aunque sufrió una gran desilusión, Marcel fue leal y republicano. Bachelet le pidió presidir una comisión para mejorar el sistema previsional. Así lo hizo. Ese importante trabajo advirtió muchas cosas. Y la finalmente llamada “Comisión Marcel”, fue la que permitió la reforma previsional del 2008. Terminada esa tarea, volvió al BID en Washington. Su trayectoria y reputación en estos organismos internacionales lo convirtieron en un candidato perfecto. Marcel, el funcionario internacional serio y trabajador, después se fue a la OCDE. Y en seguida al Banco Mundial. En estos organismos burocráticos, lentos y acompasados, rápida y eficazmente lideraba cambios institucionales. Marcel es de los que aterrizan en un lugar y corren. Aprende rápido, se adapta e impulsa cambios.
Como la patria tira, en el año 2015 Marcel regresa como consejero al Banco Central y al año siguiente asume la presidencia. Recién acaba de ser ratificado por el presidente Piñera por otro período. En el Banco Central lidera un plan estratégico de mejoras en transparencia y cambios en la estructura gerencial. Además, hay señales que avanzan en métodos de pagos digitales y medioambiente. Seguramente vendrán otros planes, otras mejoras y nuevos cambios.
Aunque Marcel es de alma PS (mejor dicho, del PS de otrora), no tiene ni se le ha conocido agenda política o ambiciones electorales. Es un técnico de tomo y lomo. Un economista riguroso, con ideas y metas claras. Es buen amigo de sus amigos y no de quienes le convienen. Y siempre ha sido de muy bajo perfil. Y si algo ha caracterizado su trayectoria y marcado su reputación, es la seriedad y profesionalismo con que asume sus tareas. Pareciera que Marcel, donde caiga, no paga ni sufre el precio del aprendizaje. Si bien dicen que es llevado a sus ideas o sabe para dónde hay que ir, no es mañoso ni torcido. Es serio y riguroso. En fin, una mente técnica a disposición del país.
Como presidente del Banco Central Marcel se expresa y expone con la calma y seguridad de un médico que conversa con su paciente. Parece hecho de hormigón armado. Esto, por cierto, no quita que tenga su peculiar sentido del humor, tal vez más británico que chileno.
Hace tres semanas, mientras se debatía sobre el cuarto retiro, el senador PS Alfonso de Urresti lo increpó: “Lo suyo es una visión técnica, pero yo legislo para la ciudadanía que está en la calle. Usted no considera la realidad de la gente concreta”. En esa ocasión Marcel, imperturbable y con los pies en la tierra, una vez más mostró su sólida humildad republicana. Unos van por la reelección y el aplauso fácil. Otros, por la institucionalidad y la seriedad. Unos por los votos. Otros por el país. Quizá por eso, y pese a todo, el futuro vigilante del Banco Central es tan respetado, incluso en Twitter.
El año que ganó el pesimismo 6 enero 2015
El 2014 estuvo caracterizado por un abrumador pesimismo. Partamos por la economía. Las cifras no pueden ser más elocuentes. Un paupérrimo crecimiento de 1,7%, inflación sobre el 5% y una caída de 6,2% en la inversión. El empleo trajo buenas noticias, pero va a ser un veranito de San Juan. La retroexcavadora y la primacía de la política con improvisadas reformas pasan la cuenta. Sin embargo, para este gobierno con mayoría parlamentaria, la economía pareciera no tener tanta importancia. Incluso se respira cierta disposición a tener otro mal año 2015. Lo importante es realizar las grandes reformas, casi sin importar el cómo.
Sólo recordemos lo que fue la reforma tributaria. Partió con un vergonzoso fast track de entrada al Congreso. Si bien existía consenso en mejorar el esquema y aumentar la recaudación para invertir en educación pública de calidad, el proyecto de la Nueva Mayoría se veía mejor en el papel. Se llegó a un acuerdo, pero en vez de triunfar la simpleza tributaria, terminamos con mayor complejidad e incertidumbre. Parimos una guagua que dará que hablar cuando crezca. Por de pronto, ya veremos qué sucede con el prometido aumento de los 8.000 millones de dólares en recaudación.
En educación la situación parece ser peor. El proyecto, si hubo, se veía mejor al unísono de las marchas. Pareciera que los cantos libertarios en su acepción sesentera fueron la fuente de inspiración. Pero nuevamente surgió la dura realidad. La retroexcavadora chocó con lo que piensa la gente. Y con lo que cree y valora. Posiblemente saldrá otro engendro de improvisación e incertidumbre.
En este intenso proceso, la izquierda ha abusado con sorprendente astucia del concepto de gradualidad. Pero para ellos es sólo una cuenta regresiva. No es un período de tiempo para aprender, probar y mejorar. Es la arremetida contracultural. El cronómetro de los tres No —no al lucro, no a la selección y no al copago— ya desplazó a la calidad en educación. Piensan que la gente todavía no entiende. Y se acostumbrarán. Total, ya pasó con el Transantiago.
Ahora viene la reforma laboral. Al parecer ganará la CUT, que representa a sólo el 9% de los trabajadores y posee poder político. Y un poderoso lobby. Se protegerá el trabajo de algunos, pero, ¿se promoverá el empleo de jóvenes y mujeres?
Quienes creen que todo se ha hecho mal en los últimos 30 años, miran atrás con rabia. Y hacia adelante, con ansiedad e ilusión. Quienes creen que todo se está haciendo mal, miran atrás con nostalgia. Y para adelante, con preocupación e inquietud. Cunde un agobiante pesimismo por el ayer y el mañana. Una explosiva combinación. (La Segunda)
El año que ganó el pesimismo 6 enero 2015
El 2014 estuvo caracterizado por un abrumador pesimismo. Partamos por la economía. Las cifras no pueden ser más elocuentes. Un paupérrimo crecimiento de 1,7%, inflación sobre el 5% y una caída de 6,2% en la inversión. El empleo trajo buenas noticias, pero va a ser un veranito de San Juan. La retroexcavadora y la primacía de la política con improvisadas reformas pasan la cuenta. Sin embargo, para este gobierno con mayoría parlamentaria, la economía pareciera no tener tanta importancia. Incluso se respira cierta disposición a tener otro mal año 2015. Lo importante es realizar las grandes reformas, casi sin importar el cómo.
Sólo recordemos lo que fue la reforma tributaria. Partió con un vergonzoso fast track de entrada al Congreso. Si bien existía consenso en mejorar el esquema y aumentar la recaudación para invertir en educación pública de calidad, el proyecto de la Nueva Mayoría se veía mejor en el papel. Se llegó a un acuerdo, pero en vez de triunfar la simpleza tributaria, terminamos con mayor complejidad e incertidumbre. Parimos una guagua que dará que hablar cuando crezca. Por de pronto, ya veremos qué sucede con el prometido aumento de los 8.000 millones de dólares en recaudación.
En educación la situación parece ser peor. El proyecto, si hubo, se veía mejor al unísono de las marchas. Pareciera que los cantos libertarios en su acepción sesentera fueron la fuente de inspiración. Pero nuevamente surgió la dura realidad. La retroexcavadora chocó con lo que piensa la gente. Y con lo que cree y valora. Posiblemente saldrá otro engendro de improvisación e incertidumbre.
En este intenso proceso, la izquierda ha abusado con sorprendente astucia del concepto de gradualidad. Pero para ellos es sólo una cuenta regresiva. No es un período de tiempo para aprender, probar y mejorar. Es la arremetida contracultural. El cronómetro de los tres No —no al lucro, no a la selección y no al copago— ya desplazó a la calidad en educación. Piensan que la gente todavía no entiende. Y se acostumbrarán. Total, ya pasó con el Transantiago.
Ahora viene la reforma laboral. Al parecer ganará la CUT, que representa a sólo el 9% de los trabajadores y posee poder político. Y un poderoso lobby. Se protegerá el trabajo de algunos, pero, ¿se promoverá el empleo de jóvenes y mujeres?
Quienes creen que todo se ha hecho mal en los últimos 30 años, miran atrás con rabia. Y hacia adelante, con ansiedad e ilusión. Quienes creen que todo se está haciendo mal, miran atrás con nostalgia. Y para adelante, con preocupación e inquietud. Cunde un agobiante pesimismo por el ayer y el mañana. Una explosiva combinación. (La Segunda)
Elección pública 21 julio, 2022
Con mayor entusiasmo que reflexión, se suele desacreditar o incluso menospreciar a economistas como Milton Friedman y Friedrich Hayek. Aunque Friedman pertenece a la escuela de Chicago y Hayek a la escuela austríaca y existen profundas diferencias entre ambos, lo más fácil es definirlos como “neoliberales”. Este epíteto sería argumento suficiente para no leerlos e incluso repudiarlos. Ambos economistas, que visitaron nuestro país durante la dictadura, se han convertido en chivos expiatorios. Todo lo que hemos sufrido o lo que no hemos logrado sería consecuencia de su hechizo neoliberal.
Pero hay otro importante economista que también visitó Chile. Me refiero a James Buchanan (1919-2013), quien recibió el Premio Nobel en 1986. Aunque sería más fácil catalogarlo como otro “neoliberal”, pertenece a la escuela de Virginia y su mayor interés se centró en la democracia constitucional. Recordarlo es importante para los tiempos que vivimos.
Además, justo este 2022 se celebran los 60 años de la publicación de su clásico e influyente “Calculus of Consent: Logical Foundations of Constitutional Democracy” (1962), escrito junto a Gordon Tullock. Este libro inició una rama de la economía que hoy se conoce como el “public choice” (teoría de la elección pública). Esta rama de la economía pretende explicar y comprender el comportamiento y la toma de decisiones en la arena política. Para ponerlo en simple, y como sugiere el título, los acuerdos en asuntos públicos pueden calcularse o, mejor dicho, entenderse a la luz de la racionalidad económica.
Desde Maquiavelo, pasando por el “Leviatán” de Hobbes hasta llegar al gran Adam Smith, conocemos la importancia del interés propio. Por eso la economía descansa en esa simple idea del homo economicus que maximiza su utilidad. Las decisiones políticas tampoco escapan de esa premisa que nos ayuda a comprender la realidad. Como diría David Hume, es mejor suponer que todos somos de carne y hueso. La economía política de Buchanan parte de este supuesto.
Si Milton Friedman decía que somos libres para elegir, Buchanan se preocupaba por cómo eligen los que tienen responsabilidades públicas. No pueden ser libres. Deben existir reglas en el juego político. Y si la política se refiere a las reglas del juego, las políticas, en cambio, se refieren al comportamiento que adoptan esos actores. Pero en política, vaya sorpresa, el interés propio puede ignorar el interés general. Los ejemplos abundan.
Lo notable es el giro de Buchanan. En ese entonces la economía se centraba y encerraba en modelos teóricos alejados de la realidad. La teoría del equilibrio general la llevaba. Pero Buchanan volvía a la realidad de la política usando la economía. Ese puente, e incluso cierta afinidad filosófica, se reflejan en la notable correspondencia entre James Buchanan y John Rawls.
Al igual que Rawls, Buchanan pensaba que hay una ética kantiana en el constitucionalismo. En ese proceso los constituyentes se alejan del homo economicus y tienden a adoptar la ley moral kantiana como regla general de comportamiento. Pero para lograr ese anhelo kantiano se deben equilibrar los intereses del Estado con la sociedad y cada persona. Me temo que no logramos ese anhelo. Tampoco ese equilibrio.
Desde la “Riqueza de las Naciones” de Adam Smith conocemos y entendemos la importancia de los incentivos perversos y la necesidad de contar con reglas claras y precisas. El “rule of law”, el Estado de Derecho o simplemente las reglas del juego con sus pesos y contrapesos, son fundamentales. El texto constitucional nos presenta más incentivos perversos y ambigüedades que reglas claras y precisas. Tal vez por estas y otras razones, nos diría el viejo Buchanan, la ciudadanía ha comenzado a percibir que hicimos una mala elección pública. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Dos caras ante la fortuna 7 julio, 2022
En el análisis político citamos, una y otra vez, a la diosa fortuna. Para Maquiavelo, la mitad del destino en política depende de ella. La otra mitad, del político. En esas aguas turbulentas el desafío del político es seducir a la caprichosa diosa fortuna. Y en la tradición del republicanismo clásico es la virtud la llamada a controlar a la diosa fortuna. Sin embargo, los primeros meses del Presidente Boric recuerdan al dios Jano.
Las monedas y esculturas romanas muestran al dios Jano con sus dos caras. Pero el dios de las dos caras también se relaciona con las puertas y el tiempo. Por ejemplo, las puertas de cada año se abren en enero (Januarius, en honor a su nombre). Y así como cada comienzo tiene su cierre, cada cierre es también un nuevo comienzo.
La ceremonia de cierre de la Convención Constitucional fue una solemne oda al dios Jano. El Presidente Boric hizo su entrada por la puerta del antiguo Congreso. Su llegada —más tarde de lo esperado— no fue recibida con tantos vítores ni algarabía. Fue una bienvenida más bien sobria. Lo que cambió el microclima fue su llamado a debatir la propuesta sin “falsedades, distorsiones o interpretaciones catastrofistas ajenas a la realidad”. Muchos convencionales estallaron en aplausos.
Entonces apareció la otra cara del dios Jano. El siguiente mensaje fue contundente y claro: “este proyecto de Constitución y el plebiscito… no es ni debe ser un juicio al Gobierno”. Esta vez no hubo aplausos. Pero estas palabras también pueden leerse como dos nuevas caras de Jano. Por un lado, buscan proteger al Gobierno del resultado del plebiscito de salida. Por otro, protegerían la propuesta constitucional de un gobierno con aprobación a la baja.
El Presidente Boric entró por esa puerta para cerrar el trabajo de la Convención. Y al salir, se abrió el inicio de la campaña. En los tiempos de paz, las puertas del templo de Jano permanecían cerradas. Y si estaban abiertas, significaba que Roma estaba en guerra. Por eso Plutarco también describió a Jano como el dios del orden civil y social, una especie de guardián. Tal vez ese ha sido el juego del Presidente Boric: abrir y cerrar las puertas mostrando dos caras para calmar a la diosa fortuna.
El Gobierno abrazó con entusiasmo el trabajo de la Convención Constitucional. Pero la euforia inicial se ha apagado. Lo cierto es que la carga se puso pesada. Atrás quedó esa frase que surgió al fragor del triunfo (“cualquier resultado será mejor que una Constitución escrita por cuatro generales”). Y atrás también quedaron las palabras del ministro Jackson planteando que “hay cosas de nuestro programa que no se podrían ejecutar con la Constitución actual”. Inmediatamente fueron desmentidas. Por si fuera poco, The Economist acaba de calificar la propuesta como un “confuso desorden” y llama a rechazar.
El Presidente lidera una compleja coalición de gobierno entre el Frente Amplio y el Partido Comunista. Bien sabemos que el gran problema del Frente Amplio es que abriga una cultura asambleísta, un agregado de posiciones identitarias vestidas de colectivismo, y un voluntarismo que a ratos confunde la realidad con los deseos y anhelos de cada uno. Y también sabemos que el Partido Comunista se juega “la batalla de las batallas” en este plebiscito. Al final, el poder tiene su precio (el dios Jano también era considerado el dios del dinero).
Hasta ahora usar las dos caras del dios Jano ha apaciguado a la fortuna. Pero la diosa fortuna es impaciente. Maquiavelo la compara con uno de esos ríos torrenciales que se enfurecen. Por eso llama a “tomar precauciones mediante diques y espigones”. Ante cualquier escenario, el Presidente, después del 4 de septiembre, deberá mostrar una sola cara. Es la cara de la virtud que tanto ansía la diosa fortuna. Y que exigirá la república. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Derribando mitos e intuiciones 4 agosto, 2022
Ayer miércoles se dieron a conocer los resultados de la encuesta especial CEP N° 87 que enfocó su trabajo en las regiones del Biobío, La Araucanía, Los Ríos y Los Lagos. Se encuestó a un total de 2.915 personas, de las cuales 1.374 se autodefinen como mapuche y 1.541 no lo hacen. El objetivo de este estudio es recoger las percepciones, actitudes y expectativas de las personas que habitan en esa zona. Los resultados ayudan a entender la realidad y a disipar algunos mitos que se han generado en torno al mundo mapuche.
Dentro de la población mapuche, un 45% se siente “chileno y mapuche al mismo tiempo”, un 21% se siente “mapuche primero y chileno después”, un 17% “mapuche” y un 11% “chileno” a secas. La evolución de estas percepciones refleja un proceso de cambios. Si el 2006 un 48% de los encuestados se identificaba únicamente como mapuche, el 2016 bajó a 38% y este año alcanzó solo un 17%. En cambio, la proporción de “chileno y mapuche al mismo tiempo” aumenta de 28% el 2006, a 39% el 2016, para alcanzar un 45% este año. Al parecer, la comunidad mapuche parece sentirse más chilena de lo que suponemos.
Es más, ante la consulta por cómo debe ser Chile, solo un 12% de los mapuche prefieren un Estado plurinacional, un 22% un Estado multicultural y un 48% un Estado nación. Y al ser consultados por la posibilidad de un Estado mapuche independiente, un 70% rechaza esta idea.
Ahora bien, es triste constatar que un 70% de los mapuche no habla ni entiende su lengua. Sin embargo, sigue siendo un sentido anhelo que el mapudungun sea una lengua oficial al igual que el español. Lo más importante para los mapuche es “conocer su historia”, “hablar su lengua” y que “no se les discrimine”. Pero en relación a esto último, consultados por los malos tratos, un 24% cree que se producen por su “clase social”, un 18% simplemente porque “todos reciben malos tratos” y solo un 15% lo atribuye a su “etnia, raza o cultura de origen”. La discriminación por ser mapuche que usualmente asumimos parece no ser tan aguda.
En términos políticos, la población mapuche es menos de izquierda que la no mapuche, y la población total de esas regiones es más de derecha que la nacional. En cuanto a la confianza en las instituciones, un 58% de los mapuche confían en las universidades, un 50% en la PDI, un 43% en las empresas agrícolas y ganaderas, un 41% en Carabineros y un 40% en las Fuerzas Armadas. Respecto a los problemas que debería enfrentar el Gobierno, vaya sorpresa, lidera “delincuencia, asaltos y robos”, seguidos de “pensiones” y “salud”, todo esto muy en línea con la percepción del país. Y si el “longko”, el “presidente de la comunidad”, la “machi” y el “werkén” cuentan con sobre un 50% de confianza, solo un 17% confía en los “convencionales con escaños reservados”.
Otro resultado interesante dice relación con la propiedad de la tierra. Un 68% prefiere que las personas y sus familias sean dueñas, y solo un 26% prefiere que las tierras sean comunitarias. Consultados sobre la posibilidad de tomar las tierras por la fuerza, un 59% la rechaza, un 26% cree que se justifica en algunas circunstancias y solo un 11% cree que se justifica siempre. Y en cuanto a los conflictos, si el año 2016 solo un 16% creía que eran “entre gente pobre y gente rica”, este año aumentó a un 33%. Otro resultado sorprendente es su relación con Carabineros: un 64% de los mapuche cree que es “Muy o algo amable”.
Al final surge una luz de esperanza. Consultados por las medidas para lograr la paz, un 55% cree en “el diálogo entre todos los grupos en conflicto”, un 28% en “mayor presencia de Carabineros” y otro 18% en “parlamentos entre el Estado y el pueblo mapuche”. Lo cierto es que el mundo mapuche se siente chileno y que la solución integral al conflicto combina diálogo y seguridad. (El Mercurio)
Leonidas Montes
La economía en las sombras 9 junio, 2022 Compartir
Transitamos por un túnel constitucional. Algunos ven la luz al final. Otros respiran oscuridad. Y aunque no estamos en esa caverna del Libro VII de la República de Platón —no hay cadenas—, brilla un fuego que proyecta sombras. Esa sombra es la economía.
El túnel constitucional nos ha alejado de la realidad de la economía. No es casual que entre los 154 convencionales haya solo un economista. La economía estuvo bien durante muchos años. Tan bien que casi la olvidamos o, mejor dicho, la menospreciamos. Desde una perspectiva más histórica, hay una especie de regresión, una suerte de revancha contra la bandera económica. Tal vez una venganza contra los Chicago Boys, Milton Friedman y la economía neoclásica. Las críticas al neoliberalismo, al lucro y a la actual Constitución han tenido como blanco la hegemonía de la economía. Ahora vivimos bajo una nueva hegemonía constitucional.
En estos tiempos difíciles y polarizados, no será fácil sostener la salud de la economía. El ambiente externo tampoco es favorable. El mandamás de J. P. Morgan, Jamie Dimon, uno de esos gurús de la economía mundial, dijo que todos los días vemos el sol y todo parece bien. Pero anunció que había que prepararse, ya que se estaba incubando un “huracán”. La pregunta es si nos estamos preparando para ese huracán cuya intensidad desconocemos.
La anunciada aparición del fantasma de la inflación ya se manifestó en Chile y en el mundo. En Estados Unidos y Europa supera el 8%. En Chile ya estamos en el 10% y posiblemente alcanzaremos un 12%. Las alzas de precios en alimentos y combustibles no dan tregua. Las tasas de interés suben y las perspectivas de crecimiento para China disminuyen. El panorama externo no es alentador. Y el interno es preocupante.
Nuestra inflación tiene un componente externo, pero también otro interno. Desde David Hume —el padre moderno de la teoría monetaria— sabemos que, si cada ciudadano amanece con más dinero en su bolsillo, subirán los precios y tendremos inflación. Chile enfrentó el covid con los retiros de las pensiones y los ingresos familiares de emergencia (IFE). En total fueron unos 60.000 millones de dólares. Es como si cada chileno hubiera recibido unos 3.000 dólares. Fue una cifra sideral que representa alrededor de un 20% del PIB. Se habló de la fiesta de los retiros. Y toda fiesta, ya lo sabemos, se acaba. Es evidente que viene la resaca. Y no será suave.
Pero en Chile ya no están los tiempos para hablar de “apretarse el cinturón”. Tampoco para ese famoso “paga Moya”. En su discurso, el Presidente Boric anunció nuevos gastos fiscales: la estabilización de los precios de los combustibles, la condonación del CAE, la deuda histórica de los profesores, la Pensión Garantizada Universal, el tren Santiago-Valparaíso y el salario mínimo. Si sumamos, el total alcanzaría unos 30.000 millones de dólares, o sea, un 10% del PIB. Para financiar una parte de este ambicioso plan, pronto se enviará al Congreso una reforma tributaria que incluye impuestos personales, un nuevo impuesto al patrimonio, evasión, elusión, exenciones y aumento del royalty a la minería. Además, el Presidente fijó la meta de incrementar la productividad al 1,5% anual, algo muy difícil de alcanzar.
Y pensando en el futuro, el Gobierno ha amarrado su programa social a la nueva Constitución. Sumándose a la campaña por el Apruebo, el Presidente sostuvo que “la Constitución de 1980 es un obstáculo para algunas de las reformas que nosotros queremos hacer”. Ese programa, que dependería de lo que pase el 4 de septiembre, exigirá otros cuantiosos gastos. Todo esto pondrá aún más presión a las arcas fiscales. Como se ve, la economía estará muy exigida. Y exigida en un contexto de promesas y esperanzas ancladas a un futuro constitucional. Este es el fuego que ilumina la sombra de la economía. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Hacemos agua 1 junio, 2022
Chile está dentro de los países con mayor estrés hídrico del planeta. Somos los más afectados en Latinoamérica (World Resources Institute, 2019). Pero en la Región Metropolitana y Valparaíso la situación es crítica. Por ejemplo, el caudal del río Maipo, que abastece más del 80% del consumo de Santiago, ha disminuido y muy posiblemente seguirá disminuyendo. De hecho, en los últimos dos años ha bajado a menos de la mitad de su caudal histórico. También se suma la triste y dura realidad de los glaciares. Cualquier aficionado a la montaña recuerda con nostalgia el glaciar Iver en el cerro El Plomo o el glaciar de Olivares en San José de Maipo. Contemplarlos ahora da pena.
En la zona central, ya casi llueve menos que en Arabia Saudita. El año pasado cayeron solo 78 mm. Y para este año, el panorama tampoco es alentador. Ya estamos en junio y solo hemos tenido una lluvia. Ese viejo dicho “abril lluvias mil” parece una fantasía o una leyenda. Un nostálgico recuerdo del pasado.
Hemos sufrido años secos, muy secos. Y es cada vez más difícil garantizar el consumo. La realidad es simple e inevitable: a futuro tendremos menos agua y más población en Santiago.
Entonces, ¿qué hacemos? Desalar suena atractivo, pero traer el agua desde el mar a Santiago es por ahora inviable. Usar más acuíferos tampoco es la solución. Reusar el agua que usamos es posible. Es más, a estas alturas tratar las aguas depuradas parece un imperativo. Esto ya se ha hecho en otros países, como Singapur, California y España. Pero hacerlo requiere de cooperación y compromiso entre lo público y lo privado. Algo que, por lo visto, no necesariamente considera el proyecto de la nueva Constitución. (El Mercurio Cartas)
Leonidas Montes L.
Director ejecutivo del CEP
leo.
Don Segundo 26 mayo, 2022
Segundo Catril Neculqueo era padre de familia. Tenía cuatro hijos. Vivía en la comunidad mapuche Humberto Millahual, en Tirúa. Anteayer se levantó temprano para ir a trabajar junto a su hijo. No cuesta mucho imaginarlo tomando una taza de café junto a un pan caliente antes de partir. Hacía frío. El minibús los recogió como todos los días. Su trabajo tenía sentido para su tierra, para ese sano “buen vivir”. Iban a plantar bosque nativo en una ribera. Pero ese día todo cambió. Un disparo en la cabeza lo hizo caer al lado de su hijo Héctor.
Nada bueno nace a partir de la violencia, menos aún cuando nos acostumbramos a ella. La Araucanía es un buen ejemplo. Pero hay algo más. El estallido social generó una oleada de destrucción, fuego e inseguridad. Aunque hubo violencia pura y dura, se esgrimieron múltiples razones, olvidando lo más fundamental: la violencia no tiene justificaciones. Se derramaron miles de palabras buscando causas. También culpables. Si no era el Presidente Piñera, serían la élite, los empresarios, los imperialistas o incluso los conquistadores que alteraron ese “buen vivir” originario. En nombre del pueblo o de alguna causa particular, todo valía a la hora de asignar responsabilidades. Hermosas palabras como dignidad y empatía, que curiosamente han desaparecido del lenguaje cotidiano, iluminaron el debate. Y fueron muy pocos los que condenaron la violencia. Era más fácil y cómodo subirse al carro ganador, al coro de las milicias cibernéticas.
El estallido social dio origen al “Acuerdo por la Paz y una nueva Constitución”. No es casual el orden. Primero la paz y en seguida la nueva Constitución. La “casa de todos” fue también una salida institucional para recuperar la paz. Con el histórico acuerdo, la política salió al rescate promoviendo una nueva Constitución. El borrador ya está listo. Solo quedan cuarenta días para que se disuelva la Convención Constitucional. Entonces se entregará el texto final y se iniciará una polarizada campaña que nos llevará a las urnas. La gran pregunta es si el nuevo texto ayudará a recuperar la paz. Algo que, por lo visto, el proceso ya no logró.
La sociedad, entendida como la vida en común, descansa sobre la convivencia pacífica. El edificio social se construye sobre ciertos principios básicos. Ya en 1651 Thomas Hobbes adelantaba que sin leyes ni reglas la vida del hombre sería “solitaria, pobre, terrible, brutal y corta”. Por eso la necesidad de un Estado que garantice la vida en común. En definitiva, esa paz que es cada vez más esquiva. Poco después John Locke definía la sagrada trilogía de “la vida, la libertad y la propiedad privada”. Lo propio es lo que tenemos, lo que es nuestro en un sentido amplio, más allá de lo material. Nada de eso se respeta en La Araucanía. La propiedad privada es atacada e incendiada. La libertad vive bajo el miedo. Y la vida peligra.
Ya son muchas las muertes como la de Segundo Catril o la pareja Luchsinger que fue incinerada en su hogar hace ya casi diez años. La violencia no amaina. Sabemos que hay narcotráfico. Solo recuerde el macabro caso de los secuestrados y mutilados en Collipulli. Y también hay un suculento negocio con el robo de madera. Pero son muchos los atentados que día a día azotan a la ciudadanía. El narcotráfico amenaza a todo Chile. Disparos, balas locas y vistosos funerales ya son parte del paisaje. Y el Instituto Nacional vuelve a ser un campo de batalla, con escuadrones de overoles blancos y buses en llamas.
La gran preocupación es la seguridad. Basta ver las noticias llenas de asaltos, robos y vandalismo. La ley y el orden vuelven a ser el tema. Sin embargo, lo más preocupante es que el Gobierno no quiere ver esta dura y cruda realidad. Claramente el plan “buen vivir” del Ministerio del Interior no ayudó a don Segundo. También fue víctima de otro asesinato “terrible y brutal”. (El Mercurio)
Leonidas Montes
¿Rima o se repite? 18 agosto, 2022
A Mark Twain se le atribuye la frase “la historia no se repite, pero a veces rima”. Hay cierto consuelo en esa idea, algo que nos conecta con el pasado. Pero esa conexión es tenue. Es solo un vínculo, no una carga. Habría evolución, pero no repetición. Sin embargo, Darwin, el padre de la evolución, habría sido más provocativo: “la historia se repite y ese sería uno de los errores de la historia”.
Pronto se cumplirán tres años del estallido social del 18 de octubre. En medio del fuego, la violencia y las sentidas demandas por los cambios postergados, nuestro sistema político reaccionó rápido. En menos de un mes se firmó el “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución”. Gabriel Boric, contra la voluntad del Partido Comunista y sectores radicales del Frente Amplio, firmó ese acuerdo. Esa firma le valió la Presidencia. El PC y sus socios querían derrocar al Presidente Piñera y disolver la institucionalidad democrática. Boric primero derrotó al PC y a Jadue. En seguida le ganó a JAK. Encarnó la promesa del cambio. Pero no cualquier cambio.
La nueva Constitución fue una válvula política para salvar la democracia. Esa promesa estaba cargada de esperanzas y símbolos. Sería la nueva transición. Con rigor republicano y esmero legal se preparó el camino. Y con un extraño sistema electoral elegimos 155 convencionales. Nuevamente éramos “únicos y excepcionales”. El mundo nos observaba. Y volvíamos a ser un nuevo laboratorio. La emergencia de independientes, la paridad, los escaños reservados, eran solo algunos ejemplos. Era la “nueva vía”. Y si antes vivimos bajo la hegemonía de los economistas, ahora era el turno de los abogados.
La puesta en escena auguraba dificultades, pero se mantuvo la esperanza de la “casa de todos”. El bullado caso Rojas Vade fue un balde de agua fría. La Lista del Pueblo rápidamente cambió su nombre. Se definió una hoja de ruta y comenzó la discusión. El país se puso a disposición de la Convención. Hubo iniciativas populares. También universidades, organizaciones civiles, centros de estudio e intelectuales que le pusieron el hombro. Y académicos de todo el mundo venían a observar este nuevo experimento.
Poco a poco las ideas de “dignidad” y “empatía” fueron desapareciendo. El grupo dominante asumió las riendas del poder constituyente. Entonces se acuñó la diferencia entre los “octubristas” y los “noviembristas”. Los primeros ostentaban el poder por sobre todos los poderes. Eran los hijos de la revolución de octubre llamados a dibujar un nuevo Chile. Ya no eran solo 30 años, sino 200 o 500 años de sufrimientos. Este grupo, al alero del Partido Comunista, que sumó a los pueblos originarios y movimientos sociales, fue un imán poderoso. Atrajo a sectores del Frente Amplio, de Independientes No Neutrales y del Colectivo Socialista.
El resultado fue un texto muy largo y excesivamente ambiguo. Una suma de anhelos, deseos y preferencias. Aunque hay cosas positivas, adolece de serios problemas de fondo. Es, como lo calificó el semanario The Economist, un confuso desorden. Pero este ejercicio ha sido exitoso. El cerrojo de los 2/3 de la actual Constitución fue eliminado en el Congreso. Y en otra ironía de la historia, el cerrojo ahora queda con el Apruebo. En simple, será más fácil cambiar la Constitución con el Rechazo.
En medio de la polarización, la campaña del Rechazo versus el Apruebo tiene algo del Sí y el No. En la franja televisiva hay algo ochentero. Viejos actores aparecen prometiendo. Y nuevos actores cruzan los viejos puentes. Hay una épica algo cansada. Se refleja un desgaste, un tedio que puede ser algo más profundo. Tal vez la discusión constitucional pasó a ser una cuestión de élites, algo demasiado político. Quizá llegó la hora de volver a la realidad. Y para eso nada mejor que preguntarnos si nuestra historia reciente rima o se repite. (El Mercurio)
Leonidas Montes
Lo feo, lo malo y lo bello 1 septiembre, 2022
Para los griegos, el sentido de lo “bello” (kalós) es profundo. No es solo lo que vemos y sentimos. Es algo superior, más allá de las formas y la apariencia de las cosas. Lo bello tiene un sentido moral y social. Por eso se relaciona con lo bueno y lo admirable. Y se opone a lo feo (aiskhrón), que se relaciona con lo malo y todo aquello que como sociedad nos avergüenza. Este contraste entre lo bello y lo feo nos persigue. Y nos abruma hace ya tiempo.
En las imágenes, el contraste es estremecedor. No era cualquier plegaria. Era el Ave María. Algo bello asomaba detrás de sus palabras. Después de un tranquilo “Dios Santo”, se iniciaba la oración “Dios te salve María, llena eres de gracia”. Y seguía rezando: “El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres. Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios”. Al fondo se ve el fuego y la destrucción. La oración se interrumpe: “son los balazos, huevón”. El hombre sigue rezando el Ave María. Las llamas iluminan una hermosa casa alemana. Y en medio de ese infierno, el video finaliza con un grito desesperado: “¡mi papá!”.
Un grupo radical disparaba a lo que se moviera. Y de paso, incendiaban el molino Grollmus. Ese maravilloso lugar, muy cerca de Contulmo, había sido rescatado y mantenido por la familia Grollmus. Iba a cumplir 100 años y funcionaba como reloj produciendo harina y chicha de manzana a la vieja usanza. Era una visita imperdible para cualquier persona que admirara lo bello. Ahora quedan solo cenizas. Otro triunfo de lo feo.
El dueño, Helmuth Grollmus, tiene su casa ancestral ahí. Al lado había un museo lleno de artefactos, recuerdos y fotografías familiares. Solía acompañar a las visitas por ese espacio público que había sido declarado Patrimonio Arquitectónico. Pero a sus 85 años, terminó herido, ultrajado y violado en lo más íntimo: su hogar y su familia. Toda su historia familiar, todo el esfuerzo de generaciones desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Y su primo, Carlos Grollmus, de 79 años, también fue víctima del cruel y brutal ataque. Lo tomaron del cuello, lo usaron como escudo humano, dispararon a sus pies y lo arrojaron al fuego. Le amputaron una pierna y su condición es grave.
La historia no es nueva. Los sospechosos, tampoco. Ya habían hecho de las suyas en las orillas del lago Lanalhue. Incendiaron 15 casas. Otra familia se suma ahora a esa larga lista de atentados contra “la vida, la libertad y lo propio”. Desde John Locke sabemos que esa sagrada trilogía es esencial para poder vivir en sociedad. Proteger lo más básico nos aleja de esa guerra hobbesiana de todos contra todos. Sin Estado de Derecho, sin leyes que protejan la vida, la libertad y lo propio, no hay sociedad. Y sin esas garantías mínimas, que son un deber del Estado, la vida se convierte en muerte, la libertad en miedo y lo propio en cenizas. Lo peor es que ya nos hemos ido acostumbrando a ese vértigo pendular entre lo bello y lo feo. Lo de Luchsinger ya es historia. Y lo de Grollmus, pronto será historia.
Durante el estallido social la violencia fue usada, tolerada e ignorada. Esto ha dejado una estela social profunda. Lo malo nos asalta y lo feo se ha hecho cotidiano. Basta caminar por el centro de Santiago. El escritor Roberto Merino, después de hacerlo, declaró recientemente: “Lo único que puedo ver en esa huella del estallido es el odio. Ningún discurso, ninguna convicción de nada. Lo que hay es basura. Eso es lo que dejaron. Resentimiento puro”. A estas alturas solo cabe esperar que la inolvidable performance de “Las Indetectables”, en esa actividad familiar a favor del Apruebo en Valparaíso, sea un punto de inflexión. No podemos aceptar que lo feo reemplace a lo bello, lo malo a lo bueno y lo abominable a lo admirable. (El Mercurio)
Andrés Bello sorprendido 15 octubre, 2020
Cristián Warnken, después de una conversación con Iván Jaksic, nuestro reciente Premio Nacional de Historia, se pregunta en su última columna: “¿Dónde está nuestro Andrés Bello?”. Reflexiona en torno a esta figura fundamental de nuestra historia. Y discurre sobre su relevancia hoy.
Esa conversación y su columna me recordaron una carta maravillosa. El venezolano llega a Chile el 25 de junio de 1829 después de un largo viaje de cuatro meses. Eran tiempos convulsionados, justo después de las elecciones de mayo. Chile era todavía un proyecto. Entonces arribaba este colosal políglota que terminaría orientando y moldeando nuestra república. Unos dos meses después le envía una carta a su amigo José Fernández. Son sus primeras impresiones del país.
El recién llegado le escribe: “El país hasta ahora me gusta, aunque lo encuentro algo inferior a su reputación, sobre todo en cuanto a bellezas naturales. Echo de menos nuestra pintoresca vegetación, nuestros variados cultivos, y aun algo de la civilización intelectual de Caracas”. En seguida agrega: “en recompensa se disfruta aquí por ahora de verdadera libertad; el país prospera; el pueblo, aunque inmoral, es dócil” (carta 20 de agosto de 1829).
Hay una dosis de optimismo y realismo en sus palabras. Esa libertad que disfruta “por ahora” duraría poco: a fines de 1829 se iniciaría una cruenta guerra civil. Sin embargo, ¿qué querría decirnos con esto de que los chilenos, aunque inmorales, somos dóciles? ¿Vio a nuestra patria como un espacio fértil para construir el Estado de derecho? ¿O quizá hay algo más?
Chile es un país de contrastes. Ha sido dócil y también violento. Episodios sobran. El Transantiago, por ejemplo, puede verse como un símbolo de docilidad. Basta recordar la abnegación y resignación cuando partió ese Gran Plan. Eran largas colas de ciudadanos refunfuñando y esperando con paciencia. No se incendió la calle. Tampoco quemaron el metro. En cambio, hace casi un año, estalló la violencia. Y la furia, la rabia y la destrucción se convirtieron en una peligrosa rutina.
El gran problema que enfrentamos es la violencia. Una sociedad libre, sin contrato social, sin Estado de derecho y sin leyes, simplemente no existe. Ya en 1651, Thomas Hobbes nos hablaba de la importancia del contrato social. Sin él, viviríamos una guerra de todos contra todos. La vida sería “solitaria, pobre, terrible, brutal y corta”. Por eso necesitamos al Leviatán. Por eso la violencia exige un rechazo tajante, sin justificaciones ni apellidos. Nada justifica atentar contra los demás. Y menos contra lo público, que es de todos. Andrés Bello tenía todo esto muy claro.
Luego Andrés Bello nos tilda de “inmorales”. Esta es una acusación dura. Pero tiene mucha vigencia. Por ejemplo, ¿cómo explica usted que, ante una ayuda del Estado para los más necesitados y afectados por el covid-19, al menos uno de cada cuatro beneficiados haya mentido? ¿Somos o nos hemos convertido en un país de bribones? Es cierto que cuando hablamos de justicia, como nos dice David Hume, tenemos que suponer que todos somos unos pillos sensatos (sensible knave). La justicia no cae del cielo. Pero también es cierto que todos enfrentamos a la justicia. Para eso está el Estado de derecho. Para eso está ese Leviatán imparcial e impertérrito que actúa para cuidar nuestro contrato social.
Por eso resulta sorprendente que algunos no condenen la violencia y busquen excusas, o sugieran empates, para justificar el fraude. Lo último es muy grave si pensamos que unos 37.000 son funcionarios públicos. Afortunadamente, el Servicio de Impuestos Internos tomó de inmediato cartas en el asunto. Y la Contraloría, nuestra entidad fiscalizadora superior, también debe jugar sus cartas. Andrés Bello, el padre de nuestro Estado de derecho, no hubiera trepidado. Recordando esa sabrosa anécdota, estaría sorprendido y estupefacto. (El Mercurio)
Leonidas Montes