Josefina Araos

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El show debe continuar 15 OCT 2022

No paró con el fin de la Convención. Esta semana el espectáculo lo regalaron el “Team Patriota” y la mesa paralela del proceso constituyente, que pareciera pretender ser más una parodia antes que un intento serio de colaborar en la solución de ese problema. No solo se dieron el lujo de invitar a un conflictivo y cuestionable personaje como Francisco Muñoz (conocido como “Pancho Malo”), sino que terminaron su performance en una gresca digna de riñas callejeras de la peor calaña. En esa puesta en escena no hay crítica elaborada del trabajo de la mesa oficial, sino mera provocación y burla, dispuesta a aliarse con figuras que promueven de manera más o menos explícita la violencia, el emplazamiento y la imposición.

Pero el show partió hace ya un buen tiempo, y el ejemplo más claro fueron los retiros de fondos previsionales. No se trató simplemente de desmontar ante la vista de todos el sistema de pensiones a costa del dinero de la gente, sino de hacerlo por medio de sofisticadas formas estéticas que adornaban la escena. “Nietitos” subidos al carro de una mujer con capa que afirmaba escuchar como nadie a una ciudadanía que pedía que la política, en el fondo, se rindiera a lo que supuestamente decía la calle. Nada de esa farsa ha terminado, aunque varíen los temas y actores. Es como si necesitaran darle continuidad al espectáculo para no quedar vacíos; quizás porque, en el fondo, no tienen nada más que ofrecer.

El show tiene pantalla y público, incluso para aquellos que se escandalizan con él. Pero se trata de un gesto vano. Como en la película francesa Ridicule, que retrata la decadencia final de la aristocracia gala previa a la Revolución, estos espectáculos no revelan más que estrategias desesperadas de aquellos que creen aferrarse a un poder que perdieron hace tiempo. En nuestro caso, no es una aristocracia sino grupo de actores políticos rendidos que, en su puesta en escena, han optado por adular a las masas. Lo que no ven es que los grandes seducidos son ellos. La gente no es tonta y establece deliberadamente la misma relación instrumental con esos políticos que intentan atraerla. Y cuando obtenga lo que quiere, como pasó con los retiros, los dejará abandonados sin mirar atrás. Porque la gente sabe que no hay nada más en esa interesada transacción. Los protagonistas serán olvidados y reemplazados por nuevos representantes de un show que no debe acabar. Los actores pueden rotar porque no importan en sí mismos. Su guion y sus roles cambian en función de las circunstancias a los que ellos mismos decidieron someterse. Y horadan así las bases del poder al que intentan afirmarse como sea.

Afortunadamente, ni en la ciudadanía predomina ese espíritu (aunque tiene su lugar y renta), ni en la clase política el show es hegemónico. La mesa paralela en su espectáculo patético terminó siendo duramente cuestionada por aquellos políticos que, con toda su precariedad y legitimidad en el suelo, intentan apostar por una mediación que funcione, dispuesta a asumir costos y arriesgarse dibujando un camino que no está asegurado, pero que busca tomarse en serio las demandas de gobernabilidad y certidumbre de la ciudadanía. Que esos visos de esperanza aparezcan tiene algo que ver con un plebiscito donde no parece haber predominado un afán antielitario en los votantes, ni tampoco un deseo de echar abajo todo, sino la exigencia de una institucionalidad que represente un proyecto colectivo. Y en la consolidación de la respuesta política a esa demanda se juega parte importante del desafío de impedir que el show termine devorando nuestra convivencia.

Por Josefina Araos, investigadora IES

Arbitrariedad inconfesable 7 ENE 2023

Los trece indultos del Presidente Gabriel Boric tuvieron la única virtud de no dejar contento a nadie. Ni a la oposición, que se bajó de la mesa de seguridad y estudia eventuales acusaciones constitucionales; ni al Socialismo Democrático que, metido en el corazón del gobierno, paga los costos de las decisiones de otros (como muestra el complejo lugar en que quedó la ministra Tohá); ni menos a la ciudadanía. Si la encuesta CEP es un buen predictor, todo indica que la sociedad chilena difícilmente interpretará este gesto como uno que responde a la cada vez más sentida demanda por seguridad. El Mandatario logró además enojar a otros poderes del Estado, como se vio en la contundente declaración de la Corte Suprema, que tuvo que recordarle dolorosamente que hay ámbitos sobre los que no le corresponde emitir juicios. Pero es aún peor: esta mala decisión no contentó ni siquiera a aquellos que se suponía serían los únicos felices con la iniciativa. Personeros de Apruebo Dignidad, a pocos días del anuncio, aparecieron en los medios señalando que volverían a la carga con nuevos nombres para acceder al beneficio. Para algunos, nunca es suficiente.

Quedarían únicamente los indultados que, ante esta medida, se mostrarían agradecidos. Sin embargo, el tono y trayectoria de quienes han figurado públicamente parece ser más bien de amenaza. Así, figuras con largo historial delictual emiten declaraciones advirtiendo que no hay que abandonar la lucha, aprovechándose del lenguaje del estallido para darle estatus de protesta política a los crímenes que cometían hace años, y que, como indican sus dichos, no pretenden dejar de realizar. De este modo, los indultos que vendrían a sanar heridas, a colaborar en la búsqueda de paz social, y a liberar a jóvenes que -en palabras del propio Gabriel Boric- “no son delincuentes”, sino que se habrían visto repentinamente arrastrados por las dinámicas de un momento excepcional, no han hecho mucho más que dejar al Presidente más solo y cuestionado que nunca. Aparentemente, arriesgó mucho por nada. Ya ni las convicciones se sostienen frente a una lista que parece definida al azar, y por la cual, cuando se le pregunta, el Presidente responde, o bien con incómodo silencio, o bien emplazando a la prensa por volver a preguntarle lo que no ha sabido explicar. Quizás simplemente porque no puede hacerlo.

Y es que de la arbitrariedad e improvisación no se puede dar cuenta. No son buenas consejeras en política, y si llegan a cumplir algún papel, más vale mantenerlas ocultas. El peligro, en caso contrario, es dejar en evidencia que las autoridades no son conscientes del lugar en que están, del cargo que habitan, del peso de las instituciones que resguardan, de las consecuencias de sus actos. La tragedia es que este parece ser justamente el caso: no se ve tras los indultos ninguna convicción profunda ni un estudio pormenorizado que los fundamente. Y el riesgo es que todos los esfuerzos justificatorios terminen revelándose como farsa; como mero disfraz de un gesto que no buscaba tanto la paz social, como la reconciliación del gobierno con un mundo que se siente traicionado por las múltiples renuncias a las que ha obligado el choque con la realidad. El dilema es si el Presidente prefiere congraciarse con tales grupos o con el resto de la ciudadanía; si opta por quienes nunca estarán conformes, o por aquellos a quienes en rigor se debe. En caso de haber elegido lo primero, su soledad se hará irreversible, y a la arbitrariedad solo le seguirá la impotencia.

Trayectoria Política

Ante el triunfo de Macron en las elecciones de Francia, buena parte del mundo intelectual y político respiró aliviado. Quizás con razón. El liderazgo de Le Pen encarna sin duda posibilidades inquietantes, y en un contexto mundial atravesado por tantos conflictos, es probable que solo hubiera llegado a agudizarlos. Sin embargo, el alivio descansa en motivos frágiles, pues todas las condiciones que hicieron posible la eventual llegada de Le Pen a la Presidencia siguen vigentes. Como más de alguien ha subrayado, tras este balotaje se esconde una profunda fractura social, la misma que ha estado en la base del éxito de otras amenazantes figuras o inesperados resultados en distintas partes del mundo. Las elecciones en Francia tuvieron una alta abstención y los votantes de Macron provienen principalmente de grupos urbanos y educados. El resto -un 68% de los trabajadores, ni más ni menos- apoyaron a Le Pen. El alivio por la derrota no es así más que un engaño, que impide reconocer dónde reside realmente la verdadera amenaza. La Tercera, 1 mayo 2022

La Convención de Babel 26 junio 2021, La Tercera
Por el momento, los énfasis parecen puestos en enarbolar eslóganes fáciles (“poner fin al modelo neoliberal”), en imponer banderas propias antes de iniciar funciones (que el presidente de la convención sea de tal o cual identidad), o en establecer condiciones para un proceso que tiene otros fines (liberar a los “presos de la revuelta”). Así, aunque en el discurso buscan distanciarse de las lógicas del “poder constituido”, en la práctica parecen reproducirlo: polarización y bloqueo vuelven rápidamente por sus fueros. Justamente las dinámicas que, según muestran varios estudios, las personas esperan ver erradicadas de la política. Tal vez este no sea el ánimo mayoritario de la convención, pero suele ser el que tiene más eco. Y tensiona, de paso, una instancia tan fundamental como frágil para superar nuestra crisis, que corre el riesgo de volverse ocasión de mera revancha.

Bibliografia

Extracto del nuevo libro de Josefina Araos: “El pueblo olvidado. Una crítica a la comprensión del populismo”
La Tercera, 13 noviembre 2021

La historiadora, investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) y columnista de La Tercera propone tomarse en serio el populismo y desplazar la mirada desde el líder a sus seguidores, para comprender el auge de este fenómeno.

A continuación presentamos un extracto del libro “El pueblo olvidado. Una crítica a la comprensión del populismo”, de la investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), Josefina Araos. En él, la historiadora propone tomarse en serio el populismo y desplazar la mirada desde el líder a sus seguidores, para comprender el auge de este fenómeno. Este ensayo, de la también columnista de La Tercera, será presentado el miércoles 17 de noviembre, a las 18:30 horas, por el periodista Juan Ignacio Brito y el politólogo Juan Pablo Luna.

REFLEXIONES INICIALES

Las ideas que nutren este texto empezaron a esbozarse antes de octubre de 2019. Por esos días, el movimiento feminista cobraba especial fuerza y visibilidad en nuestro país, y junto con la crisis del calentamiento global y el temor a la llamada “explosión populista”, acaparaban buena parte del debate público local y sus vaticinios respecto del futuro. Sobre la “ola populista” en particular, la discusión chilena parecía simplemente reproducir los términos de un fenómeno y un debate que tenían más impacto en Europa y Estados Unidos que en nuestro propio territorio. Sin embargo, su fuerza aparentemente incuestionable tenía a todo un mundo intelectual y político bastante inquieto. Frente a ellos surgía la posibilidad real de que un líder carismático pudiera echar abajo todo lo avanzado, prometiendo resolver rápido las tensiones que las democracias occidentales —entre ellas la de Chile— venían mostrando desde hace varios años. La inquietud era un indicador de que algo andaba mal, pero no alcanzó para identificar dónde estallaría la crisis ni con qué magnitud. De este modo, el debate tendió a concentrarse en la construcción de un enemigo imaginario, lleno de referencias a amenazas vagas y generales que confirmaban problemas objetivos de la política chilena, pero poco decían de sus causas y orígenes singulares.

Octubre apareció de improviso, sin ningún tipo de anuncio, como un quiebre brutal y repentino. A pesar de que diversos analistas venían advirtiendo desde hace un tiempo y desde distintos prismas y posiciones políticas los riesgos de una crisis de esa magnitud, la clase política no había logrado articular ninguna interpretación para comprenderla. Mi propuesta es que el fantasma de la amenaza populista constituyó en ese momento —y lo sigue haciendo, de cuando en cuando— uno de los principales puntos ciegos que explican la sorpresa y parálisis en que la clase política tradicional aún está inmersa. Ayudarla a salir de ese encierro es una de las esperanzas de este ensayo.

Los motivos detrás de la crisis de octubre en Chile —o de la “ruptura” que allí tuvo lugar, para usar los términos de Sol Serrano[1]— son múltiples. No es el objeto de este libro analizarlos ni detallarlos. Pero la irrupción de esta crisis hizo evidentes las falencias estructurales del lente y las premisas de quienes, hasta esa fecha, estaban concentrados en levantar un fantasma, sin mirar con cuidado lo que ocurría en su propio entorno. Mientras la discusión pública dominante buscaba la irrupción de un líder, la fractura explotó en el ámbito que nadie había querido considerar como punto de arranque de procesos sociales y políticos: la sociedad. Y aunque muchos sintieron confirmado su temor, tenían delante un fenómeno que no respondía a las categorías con que se había intentado anticiparlo. No hay movimiento más carente de liderazgo que el de octubre; y, aunque hubo violencia organizada en los incendios del metro, en el masivo apoyo al descontento no hubo ninguna manipulación. Se hizo así evidente la insuficiencia de los marcos interpretativos disponibles. Y aún no damos con el esquema correcto. La furia con que explotó nuestra crisis todavía nos tiene intentando interpretarla y canalizarla, para que no termine desbordando aquello que tanto costó construir —aunque algunos parezcan empecinados en desconocer que habíamos conseguido algo digno de cuidar—. De alguna manera, el libro que aquí presento nace de la evidencia de esta dificultad, que se ha convertido en un punto ciego y que, me parece, se expresa con particular claridad en la manera en que solemos entender el populismo. El objetivo de las líneas que siguen es, justamente, escapar de algo que se ha transformado en una suerte de prisión comprensiva para encontrar un enfoque donde podamos reconocer el protagonismo de la sociedad en el desarrollo de los fenómenos sociales. Es la intención de desplazar la mirada —desde el líder populista hacia quienes lo siguen— para salir de un prejuicio instalado que solo mira a la sociedad como lugar de verificación, nunca como punto de arranque ni de agencia. Con esto, no me interesa hacer una idealización del llamado “despertar” de Chile, sino abrir un campo de observación poco explorado, pues en general ha sido despreciado. Se trata de incorporar al análisis de nuestra realidad social el protagonismo de la gente común, esa que en el populismo solo es considerada para confirmar el éxito del líder o para desecharla por su traición política. Y así no se hace más que perpetuar el abismo insalvable que tantos constatan desde ese viernes 18 de octubre: aquel que separa a una política paralizada de una sociedad fragmentada.

En este sentido, mi libro no es tanto sobre el populismo como sobre el modo en que este ha sido abordado en la discusión pública. Trata, particularmente, sobre los prejuicios que sostienen una aproximación que se ha vuelto hegemónica para entender el populismo, pero también otros fenómenos sociales. Por lo mismo, el lector no encontrará aquí una definición exhaustiva del término ni una caracterización general del mismo: lo que me interesa es identificar los puntos ciegos que atraviesan una estructura de comprensión de la realidad que redunda en un desprecio sistemático por nuestra trayectoria histórica y nuestra cultura. Como veremos, esta actitud se encontraría en la base de nuestras dificultades al momento de interpretar de manera adecuada nuestros problemas y de ofrecer caminos eficaces de resolución de los mismos. Lo que sí encontrará el lector en estas páginas es una suerte de reconstrucción de ese desprecio a partir del análisis crítico de la forma en que se ha entendido un fenómeno como el populismo, que hoy se toma la discusión pública y resume nuestros peores temores. Si bien la intención de desentrañar el origen y los rasgos de ese desprecio recorre estas páginas como hilo conductor, el populismo se presenta como el lugar donde este mejor se expresa, y eso explica su protagonismo.

Es importante precisar también el registro de este texto, que se reconoce explícitamente como un ensayo y, por lo mismo, como heredero de una larga tradición intelectual latinoamericana. Desde distintas perspectivas y objetos, esta corriente ha intentado abordar las preguntas acuciantes sobre nuestra singularidad y, desde ahí, sobre nuestro destino en el horizonte cultural de Occidente, donde siempre parecemos estar instalados en una posición precaria. Donde no dejamos de sentirnos parte y, al mismo tiempo, extraños. Al no ser un texto estrictamente académico, no hay aquí una revisión exhaustiva y sistemática sobre populismo, sino una selección de referencias que me permiten ilustrar y fundamentar mi tesis. Así, el corpus de autores que sostiene este trabajo busca reconstruir la aproximación dominante al fenómeno populista dando forma a una nueva estructura comprensiva para abordarlo sin sanciones a priori. En este ejercicio no pretendo de ningún modo desconocer los problemas objetivos que exhiben los liderazgos que habitualmente llamamos populistas y que explican los cuestionamientos que pesan sobre ellos. Sin embargo, la pregunta que mueve esta reflexión no es por la dimensión negativa del fenómeno —ya profusamente constatada por diversos autores— sino por la posibilidad de observar en el populismo y en su recurrencia en América Latina algunas luces de las tareas pendientes de nuestras democracias, siempre tambaleantes.

[1] Pablo Marín, “Sol Serrano: ‘Hoy, poder, autoridad e ilegitimidad son sinónimos’”, La Tercera, 10 de noviembre de 2019.

Chile necesita una derecha que crea convencida que el malestar no es un invento de la izquierda

Josefina Araos, historiadora: “Chile necesita una derecha que crea convencida que el malestar no es un invento de la izquierda”  24 noviembre 2021
La historiadora e investigadora del IES, autora de El pueblo olvidado, analiza los resultados de la elección, que podrían hablar de una derechización del país luego de un movimiento hacia la izquierda. Josefina Araos cree en cambio que no se ha leído bien a la ciudadanía. Así también sostiene que el triunfo del candidato del Frente Social Cristiano no significa el fin de la crisis social: «Si Kast no toma en serio las demandas de octubre, le pueden estallar en la cara si llega al poder”.

Si la palabra crisis alude a la idea griega de momento crucial de cambios o de ruptura con el orden previo, hemos vivido años de crisis sucesivas. Lo inesperado atraviesa nuestra historia inmediata y nos lleva de sorpresa en sorpresa: del estallido social a una Convención Constitucional liderada por la izquierda y la Lista del Pueblo, con una derecha en minoría, y luego el triunfo de José Antonio Kast en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. “En un mismo año pasas de un país de izquierda a uno de derecha. ¿Se derechizó Chile o la gente se está moviendo por otros criterios?”, se pregunta la historiadora Josefina Araos.

Eventualmente, en mayo un resultado como el del domingo habría parecido una paradoja. Siguiendo a los griegos: inverosímil, contra el sentido común. Más aún si se considera la aparición de Franco Parisi superando a Yasna Provoste y Sebastián Sichel. Pero tal vez, como observa la investigadora del IES, se trate de otro fenómeno: “Hay un voto móvil que se está liberando de la distinción de izquierda a derecha, un voto que está muy enojado, uno podría decir que los que votan la Lista del Pueblo tal vez no son muy distintos de los que votan Parisi. Y una ciudadanía que siente que tiene que votar entre dos demandas muy sentidas, que son las de cambio a nivel de reformas sociales, por demandas pendientes muy urgentes, y seguridad en el sentido más tradicional del término, a propósito del narcotráfico, la delincuencia y las cuestiones del día a día que han impactado mucho la vida cotidiana de las personas”.

De este modo, hoy se plantea una disyuntiva. “Dos demandas muy sentidas por la ciudadanía no solo están en dos candidaturas distintas sino que son opuestas. Y así como la derecha quedó descolocada con el estallido y la Convención Constituyente, ahora son Boric y compañía los que están más sorprendidos”, dice.

Autora de Católicos y perplejos y de El pueblo olvidado, recién aparecido, Josefina Araos subraya que la demanda por el orden ha logrado una relevancia que la izquierda minimizó.

¿Es el fin del octubrismo?

Yo no lo tengo tan claro. Creo que las demandas que están en la base del estallido siguen muy vigentes, son muy sentidas, por algo los estudios muestran que la gente tiene altas expectativas del trabajo de la Constituyente, porque son demandas de ámbitos fundamentales, como salud, pensiones, educación, que son las que te permiten tener vidas tranquilas. En ese sentido no ha desaparecido octubre. Pero si por octubrismo nos referimos a ciertas dinámicas que se instalan a propósito de lo que estalla ese 18 de octubre, que tienen que ver con las manifestaciones violentas, con la actitud de cierta parte de la clase política ante la violencia, todo ese desprecio a la demanda de orden, que es lo que te permite llevar vidas cotidianas tranquilas, sobre todo a los más pobres, en ese sentido sí, hay una caída de ese octubrismo. La gente parece cansada de una dinámica que parece haberse instalado y de cierto mundo político que ha tenido una relación ambivalente con las manifestaciones violentas y ha mirado con poco interés las demandas de la gente por vidas tranquilas y por un Estado que sea capaz de asegurar el orden. Si a la gente la hacen elegir entre derechos sociales y orden, quizá van a elegir orden. Pero no es porque les interese más el orden, sino porque es la condición de posibilidad de cualquier otra cosa. Hay un cansancio de esas dinámicas, pero no de las demandas profundas de octubre, y si una figura como Kast no las toma en serio, le pueden estallar en la cara si llega al poder.

¿Las declaraciones de que van a meter inestabilidad al país no fueron inofensivas?

Fueron muy desafortunadas y en un momento muy crítico. No fue solo un exabrupto de Sebastián Depolo, sino muy reveladora de una dificultad que tenía la izquierda y que se ilustró el domingo. Es un resultado estrecho, están los dos candidatos sobre los 20 puntos, ambos deben ir a buscar un porcentaje importante de votos para ganar y eso no lo tiene asegurado ninguno. José Antonio Kast tiene el riesgo de la borrachera electoral. Pero Boric tiene muchas preguntas que enfrentar. Yo encuentro muy impresionante lo que pasa en La Araucanía, en Ñuble, en el norte; el norte era un lugar histórico de voto de izquierda. Qué pasa con un candidato que viene de Magallanes, que tiene un discurso regional, y gana fundamentalmente en la capital y no es capaz de convencer a las regiones. Y en las regiones atravesadas por crisis migratorias, con la cual la izquierda se ha relacionado con muchas dificultades.

Si ese es uno de los puntos débiles de Boric, ¿cuál es el de Kast?

Kast tiene el gran problema de falta de claridad en cuestiones democráticas, la herencia de la dictadura, los violadores de los derechos humanos. Más allá si a la gente le importa a la hora de votar, es muy relevante que un Presidente tenga convicciones claras respecto del sistema democrático; no todos pueden tener la misma postura sobre el pasado reciente, porque es muy disputado, pero sí convicciones parecidas sobre el sistema democrático, y creo que ahí Kast no ha mostrado tanta claridad. Pero además en materia social es muy débil, en parte porque sostiene la tesis del entreguismo, que lo que molestó a la gente es que dejó de haber crecimiento y la derecha dejó de defender sus ideales. Entonces, si Kast gana se va a enfrentar a una pérdida de apoyo en la medida que no se haga cargo de esas demandas que son muy sentidas, y eso puede generar un nuevo estallido, o que no pueda cumplir sus promesas de orden. Kast sintoniza muy bien con esa demanda, pero otra cosa es que pueda cumplir con ella, porque habla simplemente de mano dura. Y las dificultades que tiene el Estado hoy muestran que no es simplemente tratar de imponer el orden público.

¿Kast no ha sabido leer octubre?

Hasta ahora, no. Kast arma su programa en un tono provocador y apostando a que no salía de los 10 puntos, él mismo jamás anticipó llegar adonde está. Y la gran pregunta es si va a empezar a modificar cosas del programa que él mismo hizo evidente que hay que cambiar en el último debate, cuando le preguntaron por las centrales a carbón, él mismo se dio cuenta del absurdo. Y va tener que ver si logra ser convincente a la hora de decir parece que tengo que hacerme cargo de demandas sociales y de cambio, porque el sistema no puede seguir como está. Porque hasta ahora lo que ha mostrado es eso: tiende a adherir a las tesis de que el malestar es un invento de la izquierda, que el descontento tiene que ver simplemente con evitar el crecimiento, que hay un marxismo o comunismo internacional cultural que hegemoniza y convence a la gente de que hay problemas en lugar de hacerse cargo de que la gente tiene demandas muy sentidas, no solo en torno a delincuencia y narcotráfico, sino de reformas sociales que entran en tensión con la lectura economicista de la realidad que tenían los Chicago Boys. Chile exige hoy una economía muy distinta, con un Estado necesariamente más protagónico, y eso no puede seguir considerándose una lectura de izquierda. Creo que ahí puede caerse y tener muchas dificultades, quizá no para ganar, pero sí para gobernar.

En este contexto, ¿cómo entiende el resultado de Parisi?

Nadie tiene la respuesta completa. A estas figuras controvertidas solemos mirarlas a ellas, sus cosas problemáticas, que Parisi tiene miles, pero nadie mira su electorado, el mundo que está logrando de convocar. Parece que ha hecho una campaña en redes sociales que es un universo nuevo, que genera una dinámica de cercanía que te permite estar y no estar, sobre todo en pandemia. Pero si uno ve ese triunfo en el norte que es el más contundente, probablemente sea el voto de castigo y de rechazo a la clase política, que es una de las constantes que hemos tenido en el último tiempo. Por eso me atrevo a pensar que puede haber continuidad entre el voto a la Lista del Pueblo y el voto a Parisi. Y además está el tema migratorio, que es muy impresionante, porque el rechazo a la migración la izquierda solo lo explica por racismo y xenofobia, no tiene otra explicación. Y el problema es que eso no se hace cargo de la experiencia que tienen las personas. Además, la distribución de los efectos de la migración es muy desigual, la padecen los más pobres y también las zonas extremas. Desde la metrópoli y desde la élite es muy fácil condenar y espantarse por el rechazo a la migración. Mi sensación es que Parisi encarna eso: ese voto de castigo y de rechazo, pero que al mismo tiempo es un voto muy volátil. Ahora hay que ver qué pasa con Parisi: si hay un proyecto político o solo es expresión de estos descontentos y frustraciones.

¿A dónde irán esos votos en segunda vuelta?

Muchos dicen que podrían estar más con la derecha que con la izquierda. Los apoyos nunca son transferencias directas y si es un voto de castigo puede ser gente a la que no le interese ir a votar por ninguno. Los dos candidatos le hicieron guiños muy abiertos a ese mundo. Uno tendería a pensar que va a ser más fácil para Kast, por las dificultades que tiene el mundo de Boric respecto de lo que pasó en el norte.

¿Asistimos a la muerte de la Concertación?

Todo es ambiguo. ¿Terminó o no la Concertación? La evidencia parece decir sí, pero uno podría pensar que parte del fracaso de Provoste fue la rendición a la tesis frenteamplista, de estos hijos renegados de sus padres, en lugar de defender su legado, críticamente pero defenderlo. Muy tarde Provoste intentó diferenciarse de esta izquierda. Por un lado uno dice ya terminó ese ciclo y por otro quizá Provoste perdió precisamente por no reivindicarlo, en una ciudadanía que tal vez siente que estos 30 años no son solo cosas malas, no son sólo despojo, para utilizar los términos del vicepresidente de la Convención, Jaime Bassa. Parece que también se alcanzaron cosas valiosas. Todos dicen que si ganaron Kast y Boric es porque la gente está radicalizada, y curiosamente ambos van a tener que mirar al centro para asegurar los votos, entonces no es claro que la gente esté radicalizada sino que la política está muy polarizada y no está leyendo a la ciudadanía.

¿Cómo se puede reconstruir el centro político? ¿Hay un electorado huérfano ahí?

Mi sensación es que hay un electorado huérfano. Por eso hay que cuidarse de asumir que todo el votante de Kast es radicalizado, no necesariamente. Hay un mundo que se abstuvo y ese sigue siendo nuestro gran elefante en la habitación, el tema de la participación. Ahí hay un mundo huérfano que quizá es del centro. Provoste y Sichel trataron de hacer, y fracasaron, una reivindicación crítica de los 30 años. Cómo logras presentarte como un espacio que sabe que se hicieron cosas mal, incluso lo que se hizo bien requiere reformas, hay demandas por promesas que no ha cumplido el sistema, y al mismo tiempo la gente siente que tiene mucho que cuidar, no quiere partir de cero, valora lo que tiene, porque le ha costado mucho, y quiere candidatos que sean capaces de reivindicar eso. Y eso no está. Ambos candidatos lo intentaron pero cometieron errores: Provoste al rendirse al Frente Amplio, y en la derecha hubo una relación instrumental entre Sichel y los partidos. Era tan instrumental el vínculo que ni Sichel se preocupó de cultivar la relación son ese mundo y los partidos rápidamente se movieron cuando se dieron cuenta que la competitividad iba por otro lado. Y ese oportunismo se paga caro: muestra que en verdad no hay proyecto. Además Sichel confundió moderación con progresismo, decidió cuestionar a Kast por la agenda valórica, que es un tema más de élite. La distinción de Sichel debió haber sido más por las reformas sociales sustantivas, mucho más que por el matrimonio gay.

¿El tema valórico es más de élite? ¿La diversidad sexual, el género y las identidades no formaron parte de la protesta de octubre?

Las protestas son muy expresivas pero solo los estudios de largo plazo pueden identificar qué representan. Lo inmediato no permitía captar mucho más que un profundo descontento. Sigue siendo tarea de la política hacer esa jerarquización. Si tú ves los estudios todos coinciden que las demandas más importantes no están en esos ámbitos. Creo que son temas súper importantes para las personas en términos de definiciones ideológicas, pero cuando le preguntan a la gente en qué se deberían concentrar las políticas públicas el énfasis no va por ese lado, va por cuestiones sociales y bien materiales.

¿Qué otro sesgo de élite observa?

El voto evangélico. La encuesta del COES mostró que un porcentaje importante del país es evangélico y ese mundo en la élite no existe. La élite o es católica o agnóstica o atea, pero evangélica no. Ese mundo es despreciado por la élite, considerado ignorante, radical, homofóbico, y se va al único candidato dispuesto a hablarle y Kast les dice las posiciones que ustedes defienden tiene un espacio legítimo. Por eso es problemático cuando un candidato como Sichel identifica extremismo con posiciones conservadoras; eso no significa que posiciones conservadoras puedan volverse radicales, y las posiciones progresistas también pueden ser radicales.

¿El triunfo de Kast impide la construcción de una derecha más social?

No, en el sentido de que Chile necesita una derecha que tenga una agenda social, que crea convencida que el malestar no es un invento de la izquierda, que ofrecer reformas sustantivas no es de izquierda, que pueda pasar a la ofensiva y apropiarse libremente y desde su propia identidad de reformas con un marcado énfasis social. Eso Chile lo demanda y lo va a castigar tarde o temprano, aunque pueda parecer que hoy la derecha dura, la que dice que no hay nada que hacer en esa materia y que el énfasis debe estar en el orden y el crecimiento, parezca convencida de que estaba en lo correcto. Sería muy trágico para la derecha y para lo que necesita el país pensar que no existen esas demandas en la sociedad. Lo que viene se va a jugar más en en qué propuesta o proyecto ofreces para esa gran demanda de certeza y no en negar la existencia de ese malestar. Tenemos que acordar en todo el espectro político que hay un malestar muy profundo y las diferencias vendrán en qué respuestas ofrecemos para ello.

Promesa defraudada 21 agosto 2022

La gente no pedía demasiado. No esperaba la utópica construcción de una casa común sin fisuras, como dijeron entre burlas los mismos que reivindicaron la imagen al inicio del proceso constituyente. No pretendía ninguna especie de consenso ideal donde los conflictos quedaran definitivamente superados, como acusaron algunos al denunciar una insuficiente apertura a nuevos estilos de deliberación, supuestamente más propios de las grandes mayorías. La gente solo esperaba una política que funcionara; una política un poco mejor que aquella de las últimas décadas. Porque las personas saben bien cómo pararse en el lugar en que están. Saben que no es lo mismo estar en el living de la casa que en el trabajo; en un bar que en una reunión; en el estadio que en el Estado. No solo las élites y la clase política saben habitar la República: la decencia común es una virtud que se distribuye sin demasiada atención a la clase social. De hecho, suele estar más presente en los grupos menos favorecidos; los que nunca han llegado al poder, y en nombre de los cuales hablaban los rostros nuevos que llegaron a la Convención.

Por eso no fue solo a los poderosos a quienes molestó la performance que allí tuvo lugar. Fue el enojo de quienes esperaban ver figuras comportándose a la altura de las circunstancias, dispuestas a cumplir la función que se les asignó. Era la ocasión para elevar la política a lo exigido por las personas comunes y corrientes, con honorabilidad y respeto. La sensación que quedó, en cambio, fue la de asistir a una suerte de terapia grupal donde algunos iban a hacer catarsis, otros a desatar rencores guardados y otros a instalar su bandera, convirtiendo a ese espacio en uno de revancha individual, y no de realización colectiva. Así, la promesa de renovación que traían consigo los independientes fue rápidamente frustrada al constatar una política incluso peor que la ya conocida. Por eso muchos tomaron distancia antes de que estuviera el texto definitivo; bastaba el show para desencantarse. Y es que para las personas proceso y resultado son cosas inseparables, por más que los defensores de la propuesta constitucional intenten distinguirlos hoy, desconociendo lo que dijeron ayer. No es que el texto les de lo mismo, o que sean manipuladas, o que no entiendan lo que leen. El punto es que saben que la política es mucho más que un listado de propuestas. Se trata también de una puesta en escena, de la comunicación de un relato, de la manifestación de un cierto ethos y virtud; de una manera de hacer las cosas, de cuidarlas. Pero nada de eso apareció en estos meses.

Por eso es tan crítico el escenario del 5 de septiembre. Porque, pase lo que pase, tendremos una ciudadanía con la paciencia más colmada, decepcionada con lo que vio, demandando consensos a una política en la que confía poco, inquieta por conflictos agudizados y asediada por problemas cotidianos crecientes. Y, sin embargo, hastiada y agobiada, esa misma ciudadanía seguirá exigiendo las bases institucionales para un nuevo pacto social. ¿Cómo lidiar con esta mezcla de altas expectativas y desapego con una institucionalidad que permanentemente las frustra? El dilema, de no resolverse, es potencialmente explosivo: la misma gente que buscaba una política a la altura de nuestros desafíos, al confirmar una y otra vez su decepción, se verá tentada de dejar de esperar algo de ella, para volcarse sobre otras vías que ofrezcan resolver con eficacia -y al costo que sea- sus desoídas inquietudes. Si la clase política no es capaz de hacerse cargo de ese dato, con independencia de lo que ocurra en el plebiscito, la salida de nuestra crisis se hará cada vez más esquiva.

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