05 Jul Hugo Herrera
Biografía Personal
Hugo Eduardo Herrera Arellano (1974) aboado, filosofo
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Fuentes
Claudio Fuentes y el chiste de Vallejo, Hugo Herrera 29 febrero, 2016
Edo Caroe hizo un chiste en el que comparó a Camila Vallejo con Macaulay Culkin. El chiste es grosero, bastante rudimentario, banal. Su banalidad no fue pasada por alto y olvido. Ha desatado, en cambio, una muy inusual indignación de espectadores sensibles, y en masa. Probablemente el escándalo sería menor o inexistente de haber sido otros los subidos al columpio, aunque fuesen mujeres y se tratase de sexo.
El chiste de marras no solo produjo la esperable reacción del Partido Comunista, más bien ajeno a la risa y la levedad. Además, a la indignación se han sumado voces usualmente más matizadas.
El destacado politólogo de la plaza Claudio Fuentes reaccionó con una columna de opinión donde indica hallarse indignado por el chiste y reclama que, en él, se haya dejado de considerar a Camila Vallejo “como persona”, para pasar a tomarla como “objeto”.
La –cual la califica Fuentes– “inteligente”, “hermosa” y “consecuente” diputada es reducida por el chiste de Edo Caroe al aspecto físico, su subjetividad “subordinada al deseo sexual masculino”. Vallejo, en su egregia femineidad, pasa a ser la encarnación de la mujer oprimida, a la cual Edo Caroe “devuelve en una frase lapidaria a un lugar de subordinación y abuso”.
Es de destacar la intención de Fuentes de reivindicar a las mujeres y emanciparlas de todo reduccionismo sexista. En cambio, su tratamiento del asunto del humor me parece deficitario.
Sea que verse sobre Vallejo o cualquier personaje público, el humor es siempre, no a veces, una operación de objetivación. No es posible que él tenga lugar sin que una caricatura haya sido efectuada. Cuando se hacen chistes, se entra en una dinámica que cosifica y expone de manera reduccionista a alguien. En consecuencia, criticar la objetivación en rutinas humorísticas resulta, en último trámite, trivial –bueno, de hecho, cualquier calificación de alguien importa objetivarlo; cuando Fuentes dice de Vallejo que es “inteligente”, “hermosa” y “consecuente”, nos la está poniendo enfrente según conceptos generales, eventualmente no falsos, pero que son reglas en definitiva heterogéneas con la singularidad peculiar de la aludida, probablemente mucho más pedestre e interesante, a la vez, que la estatua de términos en la cual la convierte–.
La circunstancia de que la operación de objetivación que lleva a cabo el humorista termine quedando siempre puesta enfrente, vuelve al chiste un tipo de objetivación de envergadura y talante muy diverso respecto a los modos de objetivación en los que la acción de objetivación permanece anónima, salvo para el objetivado. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la exclusión de minorías, los abusos respecto de los consumidores y trabajadores, o, incluso, con las técnicas usuales de administración y control en la empresa y en el Estado.La gracia, sin embargo, del chiste, está en que la objetivación que se lleva adelante en él, es realizada poniéndose ella misma a la luz como objetivación. Hacer un chiste requiere un contexto en el que se sepa –por parte del público y del humorista– que se está realizando una caricaturización hilarante. En algún momento todos entienden que se trataba de un chiste, o sea, precisamente de un relato que enfatiza cierta parte o aspecto de la infinitud insondable que es cada persona.
En el caso del chiste de Edo Caroe se sabe, salta a la vista, es evidente que Camila Vallejo está siendo reducida. En su patencia y visibilidad, la operación de reducción, aunque de mal gusto, es radicalmente distinta a la que se produce en, por ejemplo, la explotación sexual o la discriminación de la mujer en el trabajo. Allí hay también una reducción objetivante de la mujer, pero la operación de reducción no está patente y busca, incluso, ser ocultada por quien la lleva adelante.
Poner en un mismo nivel una luminosa y siempre expuesta objetivación humorística con las oscuras manipulaciones de las que son víctimas grupos o personas débiles, como hace Claudio Fuentes en su columna, importa desconocer esta distinción significativa y andar a saltos entre órdenes de manipulación u objetivación heterogéneos.
Además, la indistinción entre ambos órdenes, cuando aparece sin mayores aclaraciones, da base para que, luego, vengan quienes quieran restringir el campo a la libre expresión de los humoristas. ¿No es lo que se sigue, en principio al menos, de la condena del indignante acto del humorista, que rebaja a objeto de placer a la encarnación de la femineidad virtuosa? Este no es, probablemente, un asunto problemático para los comunistas, o grupos importantes entre ellos, cuya sensibilidad con la disidencia humorística ha llegado a parecerse a la del gobierno de Adam Sutler con el show de Gordon Dietrich (estoy aludiendo a la famosa películaV de Vendetta). Pero sí debiese ser cuestión tenida como de primera relevancia en sus análisis y comentarios por mentes ilustradas como la de Fuentes.
El humorismo es un fenómeno curioso: factor de intensa satisfacción, especialmente si es bien desempeñado, y su nivel de sofisticación alto puede llegar, sin embargo, a ser molesto, en la medida en que fuerza los límites del gusto. Hay un humorismo que sirve para distraer las mentes respecto de lo serio, o, incluso, para evadir una realidad muy dura. Pero también hay un humorismo satírico, ese que se vuelve moda entre nosotros, que hace de la dura realidad su tema y se encarga de criticar, más o menos felizmente, a las autoridades y capas regentes, dando vía a la contenida molestia popular. Al permitir el humorismo y los humoristas, aun a los de chistes de mal gusto y ramplones, la sociedad deja que alguien juegue con la realidad, exponiéndola, incluso dentro de ella, a los poderosos.
Probablemente sea inevitable la presencia de algún tipo de límite para el humor en público, pues toda sociedad tiene por intocables ciertos aspectos de la existencia. Pero ha de velarse por que la limitación sea muy ponderada, si se quiere mantener cauce despejado para una de las formas más espontáneas de la expresión y más eficaces de la crítica. En este sentido, las defensas de Vallejo –que, insisto, no se repiten en otros casos– lucen ser manifestación de algo así como una vaporosa y, eventualmente, amenazante sacralización. Vallejo es encumbrada a un pedestal serio, impoluto, encarnando la femineidad –pura, inteligente, bella, consecuente–, de tal suerte que el chiste a su respecto ya no es admisible. El chiste equivale, realizada la constitución sacralizante, a una profanación. Las profanación merece castigo, y evitarla, prohibiciones. Una diferencia, sin embargo, entre los regímenes republicanos y aquellos que no lo son, estriba en que en los primeros las autoridades tienen, entre sus cargas, la de soportar al humorista, incluso cuando sus chistes son desubicados o francamente malos.
Inventar, Hugo Herrera 21 noviembre, 2022
Inventar, inventar es una tarea eminente de la política, por ella la política es arte y no ciencia: se trata de producir instituciones que articulen y expresen la situación popular de manera imaginativa, viendo lo que todos de alguna manera sentían, pero no eran capaces de decir.
Inventar es lo que le falta al gobierno. El FA llegó al poder portando dos mensajes. Uno, el moralizante, de la condena al mercado y la exaltación de la deliberación racional como camino al comunismo. Otro, republicano, más integrador e institucional, que se ha logrado visualizar en algunos discursos del Presidente.
Dos mensajes en un solo gobierno, empero, pueden limitarse entre sí y detener la marcha. Y el gobierno se ha estancado. Sus propuestas destacadas son rasantes, se limitan o bien a buscar más dinero, por la reforma tributaria, poniendo así los medios antes que fines claros; o bien a demoler instituciones inventadas en la dictadura (AFP).
Tal actitud y el radicalismo moralizante podrían sumirnos en años de feroz decadencia. Más aún, cuando los factores más relevantes del malestar que explotó en 2019 siguen activos: élites desarraigadas, discursos demasiado abstractos, instituciones que se deterioran, un pueblo o bien segregado y hacinado en Santiago o bien preterido en regiones, una educación escolar dañada.
¿Cómo puede el gobierno salir de ahí?
De la Crisis del Centenario nos sacaron gobiernos que, además de tener liderazgos dispuestos a abrirse a otros sectores y a pensar en el país por sobre los pequeños credos, inventaron. Entendieron la política desde su dimensión nacional o de Estado y su labor inventiva. Ibáñez y Alessandri son criticables en muchos aspectos, en último trámite fueron caudillos. El segundo carga el peso de sangrientas matanzas. Pero no puede desconocérseles la capacidad para visualizar, primero, una nueva república y, segundo, las nuevas instituciones requeridas por ella.
Alessandri puso los rudimentos de un Estado social y volvió a privilegiar la institución de la Presidencia de la República por sobre un decadente Parlamento. A Ibáñez lo golpeó la crisis de 1929, pero a su fuerza creadora se le deben instituciones que definieron y definen todavía al país. Creó la Contraloría General de la República, la Tesorería General de la República, Carabineros de Chile, la Fuerza Aérea de Chile, la Línea Aérea Nacional, la Caja de Crédito Minero, el Instituto de Crédito Industrial, la Dirección de Aprovisionamiento del Estado, las superintendencias de Bancos y la de Seguros y Sociedades Anónimas y reorganizó la Dirección General de Impuestos Internos.
Encaminar a Chile a la salida de la Crisis del Bicentenario exige del Presidente Boric dejar atrás decisivamente el moralismo frenteamplista en favor de una conducción nítidamente republicana, y concentrarse, antes que en los medios o la demolición, en la visualización del país de la época que adviene y proceder en consecuencia creando las instituciones de las décadas por venir. (La Tercera)
Hugo Herrera
Hugo Herrera: Jackson o la salida del moralismo 15 enero 2023
Giorgio Jackson es un carácter más bien lineal. Siempre ha seguido la misma línea. Se aprendió un día un texto del “profeta de cátedra” de los jóvenes del Frente Amplio (“con Atria en la mochila”, dijo). Se lo tragó sin cuestión ni distanciamiento reflexivo. Aprendió, entonces: que el mercado era alienante (“mundo de Caín”); que había que transformar la consciencia de las personas, desde el egoísmo hacia la generosidad plena, donde no haya ya diferencia entre el interés propio y el ajeno; que para eso, es necesario, deliberar políticamente y prohibir cuanto más se pueda al mercado.
Supo Jackson así que tenía una “escala de valores” superior, no solo a la derecha, sino que a la izquierda “socialdemócrata”. El mundo se le apareció claro y discernido: allá los alienados, acá los auténticos, allá los egoístas, acá los generosos.
Con la buena nueva pasó de la FEUC a la Cámara. Henchido con ella fracasó como ministro, especialmente por su desdén con los parlamentarios polutos. Ahora, al parecer, su pureza lo llevó a presionar indebidamente a una subordinada.
El moralismo académico-frenteamplista ya hizo fracasar estrepitosamente la Convención. Con la misma prensa e influencias: el Apruebo en el plebiscito de entrada tuvo 80 por ciento y el Rechazo en el de salida, 62 por ciento. El radicalismo de los convencionales jurisletrados está en la base del peor fracaso democrático de la izquierda en la entera historia de Chile. Todavía no se hacen responsables. No podrán hacerlo, mientras mantengan su credo moralizante y, según él, estén entre los buenos.
El Presidente Boric ha sido más pragmático. Titubea, y ya al titubear demuestra humanidad, una sensatez que termina, a intervalos, acogiendo la realidad concreta, la realidad sufriente del país, inseguro, amenazado, con angustia.
Él y algunos frenteamplistas presienten o se percatan de que si el mercado puede fomentar el egoísmo, es también un factor decisivo para dividir el poder social (si quien gobierna y quien emplea coinciden, entonces la libertad queda severamente amenazada); o de que la deliberación política no siempre produce buenos resultados, ni aun cuando los presuntamente impolutos sean mayoría, como en la ex Convención.
Por lustros hemos estado presa de los extremos. Del extremo economicista de cierta derecha, que estuvo dispuesta al hundimiento con tal de no ceder el credo neoliberal y de la subsidiariedad negativa. Y del extremo moralizante de la izquierda de Jackson y su profesor. Cualquier entendimiento productivo, capaz de generar los acuerdos y grandes reformas que se requieren para sacar a Chile de la “Crisis del Bicentenario”, exige ir dejando atrás los discursos excluyentes. Ya por eso, quizás sería adecuado que la acusación prosperara y el proceso de su posible maduración Jackson lo hiciera sin poder ni capacidad de dañar a sus subalternos.
Por Hugo Herrera, profesor titular Facultad de Derecho UDP
Hugo Herrera: Espacios públicos 13 febrero 2023
La escritora Hallie Rubenhold cuenta que, a finales del siglo XIX, en la Plaza Trafalgar, en pleno centro de Londres, dormían alrededor de setecientas personas en el suelo. Vagabundos, desposeídos, mujeres abandonadas. En otras plazas pasaban las noches también decenas o cientos.
En Santiago, el bandejón central de la Alameda permite visualizar grupos que, en ciertas épocas, mal contados, podrían ser centenares. Sumadas las otras plazas y bandejones, son muchos más. El Hogar de Cristo indica 16 mil en el país.
Hoy Londres es, como en 1888, una gran capital. Pero la gente durmiendo en las calles es escasa. Son individuos, no grupos. Todo eso sin decir que las capacidades humanas y materiales de los albergues son muchísimo mejores que antaño. Santiago es, ciertamente, también una gran capital. Está parecido al Londres de hace un siglo en los términos del alojamiento de los marginados en sus calles.
A finales del siglo XIX, merodeaba en Londres Jack el Destripador. Nunca se pudo dar con él. La capital del Imperio era una ciudad peligrosa. Las calles y plazas inseguras, se disponían a cobrar sus víctimas por las noches. Aunque no tengamos nuestro Jack el Destripador, en Santiago hay bandas de criminales tanto o más peligrosas que él. Gente de armas y recursos que no trepida en asesinar.
Por las calles de Londres, se ven cursos completos de niñas y niños de ocho, diez, doce años, caminando con uniformes de distintos colores, mientras sus docentes les hablan cuidadosamente. Pasan por lugares históricos, sin miedo a nada de la calle. En el centro de Santiago, y digo el centro de la capital de Chile, algo así no es posible hoy.
Londres y Santiago parecen llevarse un siglo, al menos, en sus capacidades de brindar uso pleno y seguro a sus espacios públicos y cobijo a los más pobres. La tarea de recuperar el siglo y avanzar hacia formas de ocupar el espacio y superar la marginalidad, es compleja y trasciende los límites de esta columna.
En lo concerniente al espacio, sin embargo, puede adelantarse que ello requiere la operación conjunta de diseñadores, urbanistas, arquitectos, policías, pero también ingenieros que sepan de fierros y cemento, mecánica contundente. Además, y especialmente, de historiadores y literatos que reparen en los ejes de los relatos del futuro.
La otra opción es la sudafricana. De conjuntos financieros y comerciales “recuperados”, asépticos, que transcurren, con sistemas de pasarelas y estacionamientos subterráneos, como una ciudad paralela, por encima del peligroso centro de la ciudad real abandonada. Aquí los edificios han llegado a ser tomados por bandas, que los entregan en uso a grupos marginales. Y ni la policía ni los cursos de niños, entran.
Por Hugo Herrera, profesor titular, Derecho UDP
Trayectoria Política
«Lamentablemente, el peso de los extremos parece estar primando. Los fanáticos están destruyendo la posibiliadad de producir algo que no ha ocurrido en nuestra historia entera… solo si a los esfuerzos de la centroderecha más razonable responden los mas responsables en la izquierda y la centroizquierda, será posible una Constitución que cuente con el apoyo masivo, leal y perenne del pueblo…» Columna 12 abril 2022, La Segunda.
Hugo E. Herrera: «sorprende el rechazo anunciado por Mario Desbordes al proyecto de la Convención… Desbordes y los parlamentarios RN que votaron «apruebo» ya han señalado que trabajarán por el reemplazo -no la mera reforma- de la actual Constitución… lo mínimo exigible a la izquierda responsable con el país, es que examinen porque alguien como Desbordes no está dispuesto a suscribir el documento de la Convenvión». 14 junio 2022, La Segunda
Hugo E. Herrera: «El proyecto constitucional presenta defectos graves en lo que se pide a una constitución republicana: dividir el poder»
La Segunda 12 julio 2022
Gabriel Boric es Presidente de la República y cuando habla, habla el Presidente. Entonces, lo que ha ocurrido es que el Presidente se ha auto-atribuido la facultad de interpretar directamente lo que debe hacerse. Esta idea es, precisamente, la que define la mentalidad del lider dictatorial o populista: una vibración común con la divinidad o con el pueblo, un mismo latir faculta al gobernante unipersonal para determinar los caminos de la nación.
Frente al fracaso de la Convención y la necesidad de continuar con un proceso constituyente como modo de superación de la crisis, no es el Presidente el facultado para definir como seguimos. Ante el fracaso, lo que corresponde es volver al momento institucional inicial: el acuerdo del 15 de noviembre… es el Congreso, como autoridad regladamente establecida, a quien regresa la titularidad legitima del proceso. La Segunda, 19 julio 2022
«Bien harían quienes continúen el proceso constituyente en poner en escena nuevamente a la política… el economicismo fue el sello de los gobiernos de Piñera y fuente decisiva de sus fracasos. En 2019 estuvo a punto de colapsar el sistema político y ni entonces fue capaz de tomar alguna inicistiva fuera de la policial…» «El fracaso de Piñera y de la Convenión» columna La Segunda 13 septiembre 2022
Bibliografia
«Derecha y comprensión política. Respuesta a Joaquín Fermandois, Renato Cristi y Max Colodro) en Estudios Públiso n. 139, 2015
«La derecha en la crisis del Bicentenaio» (2014)
No triunfa la centroderecha sin conquistar el centro político.
En 2014 comenzó Desbordes, con Monckeberg y otros, un giro de fondo al centro, con hitos de peso y verificables: el cambio en al Declaración de Principios de RN, que se distanció de la dictadura e incluyó la solidaridad…
No triunfa la centroderecha sin una candidatura que dé garantías de gobernabilidad.
La candidatura de Desbordes, junto a sus capacidades y sus bases territoriales y partidarias, descansa en un pensamiento político: el republicanismo popular:… un Estado fuerte y un mercado vigoroso y sin abusos, como condición de la libertad. La Tercera 5 julio 2021
Hugo Herrera «el formidable invento de Portales es la única institución capaz de interpelar unipesonalmente a todo el pueblo y sus devirsidades. Es el Presidente quien, en este momento de confusión y vociferación, tiene, como encarnación de la voluntad popular, la responsabilidad fundamental de participar, respetuosa, pero enérgicamente, en la última parte de la discusión constituyente» La Tercera 11 abril 2022
«Revolución Inglesa y Constitución» 21 febrero 2023 » «Hay un derecha, mas cercana al dinero, que se ha opuesto y seguirá oponiéndose a cambios relevantes… solo de la exisencia de una mayoría de centroderecha y centroizquirda dispuesta a buscar acuerdos amplios y perennes, a la vez decisivos y responsables, podrá el proceso constituyente abierto conducir a alguna parte…. la carta que ponga los cimientos de un nuevo proyecto existencial para Chile»
Otras publicaciones
Alberto Edwards y la nueva fronda, Hugo Eduardo Herrera, La Segunda 28 septiembre 2021 «Que la crisis será larga se nota cuando se escucha al candidato Sichel hablar de despolitizar la política»
«Uno tiene derecho a preguntase si acaso no estamos así como Edwards percibía que ocurría en su tiempo en manos de oligarcas sin mayor conexión con la situación concreta; oligarcas desentendidos de la exigencia fundamental de renovar un orden que, mas que reiteración gatopardesca o radical novedad, apunte a lo que se requiere de una política aplomada y sin frivolidad: la sensatez que lo haga ameritar el reconocimiento de vastas capas de la ciudadanía»
Hugo Herrara: «Atria y la apología a la violencia»
La actitud de Atria, de atribuirse la capacidad de justificar y valorar la violencia privada, es extravagante, pero no circunstancial. Se halla estructuralmente enraizada en su propuesta política.
Esa propuesta plantea que se debe avanzar hacia una situación en la cual el egoismo quedará efectivamente marginado y será posible el «reconocimiento radical del otro».
Esa propuesta plantea que se debe avanzar hacia una situación en la cual el egoísmo quedará efectivamente marginado y será posible el «reconocimiento radical del otro», desplazándose la fuente del egoismo -el mercado, «mundo de Caín», de áreas enteras de la vida social, idealmente de todas; y ampliándose los espacios a la deliberación pública…» La Tercera, 25 octubre 2021
Partido políticos son sujetos a los grillos del dinero. Un sisema entero vien haciendo dar y dando estertores, en Chile, pero el asunto es planetario tambien.
La impoencia se mezcla a veces ocn la pregunta, ¿y quién digita los hilos? Pero otras, no eso En el agobio cotidiano, muchos no tienen la fuerza para ensayala. 12 enero 2022
Hgo E. Herrera: «Las democracias maduras diseñan remedios institucionales para limitr el desenfreno: medios de comunicación de carácter público poderosos, con representación plura de la sociedad civil; limites a la acción de grups específicos en el control de la prensa; estatutos estrictos para que los medios mantengan grados importantes de ecuanimidad e independencia. De esas maneras se trata de hacre prevalecer en el ámbito público, de la polis, de la vida en común, donde ha de valer la opinión y la acción de todos según sus méritos inherentes, el peso real de los argumentos sobre los afanes de control y sometimiento, por ejemplo, de individuos adinerados, eventualmente alienados, en la búsqueda de copensación a sus falencias» 1 marzo 2022
Boric, partero o sepulturero 19 diciembre 2021
En poco más de una década y vertiginosamente el Frente Amplio (FA) pasó de movimiento universitario a conglomerado político, jubiló a la Concertación y ganó la Presidencia de la República.
Las razones para elogiar al grupo coinciden, en parte, con las razones para temerle. Boric viene a gobernar en medio de una crisis colosal: económica, hídrica, sanitaria, política, social. Hay escaso margen de operación. Bien ha hecho el FA al apearse con exconcertacionistas. Pero hay problemas difíciles, muy cercanos al propio colectivo.
El FA agrupa jóvenes predominantemente blancos, acomodados, educados en colegios caros y universidades santiaguinas de élite, desprovistos de vínculo originario con contextos populares. Están impedidos de padecer lo que el Gitano Rodríguez llamase el “miedo inconcebible a la pobreza”. Así se entiende el desprecio inicial -de joven rico- que acusaban por las últimas décadas: las mismas en que el país dejó atrás el hambre, el frío, la desnutrición. Así también, la frivolidad del “meterle inestabilidad al país”.
El principal aliado del FA, el PC, es ente de ideología y compromisos dudosos. Camila Vallejo elogia a Lenin. El PC se vincula con cuanto dictador de izquierda asoma en Latinoamérica y el planeta.
En fin, parte del FA sostiene una ideología muy precaria. Si Carlos Ruiz y Gabriel Salazar, dos de los inspiradores del colectivo, tienen consideración al tratar con la situación concreta, consta una vertiente racionalista abstracta que también influye al FA. Esa vertiente condena de antemano y moral, casi religiosamente, al mercado, como alienante “mundo de Caín”. Propone prohibirlo en áreas enteras de la vida social. Afirma, además, a la deliberación pública como interacción donde, reconociendo los argumentos del otro, reconocemos a ese otro. Sin mercado -con un régimen de derechos sociales que lo prohíba- y con deliberación, se desencadenaría un proceso educativo que conduciría a la plenitud comunista.
Desconoce esta ideología: el valor político del mercado como factor de división republicana del poder (si quien gobierna y quien emplea coinciden, la libertad queda amenazada). También: las virtudes concretas de una economía bien regulada y libre. Y la banalidad en la que puede decaer la deliberación, que, como asambleísmo, tiende fácilmente a volverse reiteración de “lo que se dice” (cf. para el detalle, remito a mi libro: Razón bruta revolucionaria, descargable aquí: https://www.academia.edu/62037370/Razón_Bruta_Revolucionaria).
La combinación de síndrome de “juventud dorada”, PC y pensamiento abstracto, podría ser base funesta de un gobierno que descuidase la situación concreta, las condiciones de la producción y conservación de la vida, así como las del ejercicio del pensamiento libre.
El triunfo masivo de Boric luce ser augurio de un nuevo comienzo: el comienzo del final de la Crisis del Bicentenario. Sin embargo, será fundamental que se constituya en un liderazgo nacional, pues está también el riesgo de que, por las influencias mentadas, Boric devenga antes el sepulturero del viejo ciclo, incrementando simplemente el deterioro político e institucional del país.
El papel decisivo del Presidente Boric en la discusión constituyente 11 abril 2022
La gran evaluación al gobierno, su primera prueba efectivamente importante, aquella por la que probablemente va a ser más recordado por los historiadores del futuro, el bautismo de fuego a su mandato, va a ser el plebiscito sobre la propuesta constitucional. Si ese día se aprueba una Constitución inclusiva, transversal, capaz de acoger a todos los grandes sectores políticos del país, entonces el Presidente Boric podrá decir que se dio, en su gobierno, el paso necesario hacia la conformación de un orden político apto para recomponer la legitimidad de la institucionalidad política. Entonces, a la renovación generacional que significó la entrada de él y su gente a La Moneda, va a haberse sumado la base jurídica y simbólica del orden de las décadas que vendrán. Si ese día, en cambio, se rechaza la propuesta de Constitución o si la propuesta no es auténticamente inclusiva, entonces no solo el gobierno, sino que el sistema político en su conjunto, quedará comprometido.
La Carta Política no puede ser un triunfo partisano, la mezquina victoria de un bando, el gusto momentáneo de una parte. La Constitución es el marco estable dentro del cual se han de dar lealmente las disputas durante décadas; el símbolo intangible de la unidad política del país. Sabiendo o atisbando el asunto, el Presidente ha dicho: “Mi llamado es a buscar la mayor transversalidad y amplitud posible para construir una Constitución que sea un punto de encuentro […] entre los chilenos y chilenas”. En el momento actual y ante la dinámica del proceso, esas palabras no son triviales. Pasa que hay a la izquierda y a la derecha grupos radicalizados, incapaces de poner el interés general sobre los intereses de bandos. Sean agregaciones de partidas identitarias, o sectores que quieren aprovecharse de un triunfo circunstancial, o, en fin, guardianes del viejo orden y sus espurios privilegios: esas fuerzas pueden operar, por cuenta propia o agregadamente, como el poder centrífugo suficiente para producir un fracaso político de consecuencias severas para el devenir de la República.
Ante esa amenaza, al Presidente le corresponde, por cierto, garantizar la autonomía de la Convención. Pero esa obligación de garantía no puede significar que se omita o renuncie a ejercer el liderazgo político que le concierne. Lo que hizo fracasar la presidencia de Piñera fue, precisamente, su negativa a ejercer el liderazgo simbólico y unitario que brindan los poderes de impulsión de la institución presidencial. El formidable invento de Portales es la única institución capaz de interpelar unipersonalmente a todo el pueblo y sus diversidades. Es el Presidente quien, en este momento de confusión y vociferación, tiene, como encarnación de la voluntad popular, la responsabilidad fundamental de participar, respetuosa, pero enérgicamente, en la última parte de la discusión constituyente.
Proyecto constitucional: programa de marginación simbólica 17 junio 2022
Se habla mucho de Carl Schmitt a propósito de la convención. El hecho es que el jurista alemán tiene poco que ver con el utopismo abstracto de los convencionales radicales (salvo, quizás, en el ánimo teológico que comparte con algunos). A pesar de su religiosidad, Schmitt era un pensador especialmente atento a la realidad. Advirtió que la política está definida por la posibilidad del conflicto, por la eventualidad de que las diferencias de opinión y modos de sentir y pensar terminen agrupando a los adversarios en bloques enfrentados, incluso físicamente, de amigos y enemigos. Schmitt se preocupa de aclarar, explícitamente (lo dice casi tal cual en El concepto de lo político), que esa descripción no debe entenderse como si la política debiera ser el conflicto entre amigos y enemigos. Dicho de otro modo: la tesis de Schmitt es expresamente descriptiva, no un programa de acción. El Estado o la unidad política en forma, existe cuando hay, precisamente, unidad; cuando consta una convivencia pacífica, idealmente colaborativa, entre miembros de diversos grupos y de tal suerte que se puede hablar de una “forma de existencia” compartida. Esta existe, cuando hay coincidencia fundamental en las maneras de pensar y de sentir, cuando se tiene a los mismos por asuntos imprescindibles.
Schmitt se preocupó de advertir también, detenida, reiteradamente, del significado de los gestos y palabras, de la importancia de los modos de comprender al otro. Que una política fundada en nociones moralizantes termina fácilmente tratando al otro —al “malo”, al “alienado”— de modo discriminante (a Guantánamo es más fácil enviar enemigos denostados como malos o alienados o terroristas, que cuando se los considera simplemente como enemigos, individuos tan dignos como los del propio bando).
Nada de estas descripciones y advertencias guía realmente a los partisanos de la Convención; a los que se solazan en un proyecto a sabiendas excluyente, parcial y rigidizado con cerrojos; quienes valoran el asunto constitucional –cual neopinochetistas de signo contrario, pero en un mismo gesto– como el triunfo de un bando sobre otro. El adversario es moralmente condenado: alienado mercantil, partidario del inmoral mercado, al cual el “profeta de cátedra” de la plaza ha declarado anatema: “Mundo de Caín”. La propia posición –el comunismo de una deliberación universalizante, realizado, por cierto, con la ayuda de la coacción estatal– es, a su vez, moral y religiosamente celebrada: se funda en la fe, dice el mismo teólogo. La conexión directa con la verdad revelada, lo que define al fanático, es reivindicada expresamente por Atria (una explicación detallada del pensamiento del mentado, aquí).
Realizan, los convencionales de partido, acciones que provocan división. Se manifiestan contra toda posibilidad de consenso o unidad. Destruyen las referencias a la totalidad popular, introduciendo particularismos indígenas y hasta tribales. Vociferan por la prensa en tono desafiante (en el proyecto de Constitución “no hay nada que se deba reformar”, dice el teólogo). Usan una retórica descuidada y lo que debiese ser un proceso reflexivo lo ponen como asunto de trinchera: “La Convención se defiende”, versa la expresión de barra del panelista de programas de farándula histórica. Llaman “traidores” (Bárbara Sepúlveda) a quienes se apartan de sus designios; “desleales” a instituciones republicanas que no coincidan con la propia fe. Han pretendido desconocer hasta el significado de los ex Presidentes de la República. Ponen mordazas a los cuerpos políticos –la Cámara de Diputados y el Senado–, como si la legitimidad les resultara preferentemente atribuida.
De todos estos modos están precisamente actuando directamente contra las advertencias schmittianas acerca del riesgo de conflicto que define y amenaza siempre a la vida política, y del significado decisivo de las palabras y modos de comprensión en esa vida.
De todas estas formas, los convencionales de marras se deciden por la parte, por convertir el proyecto de Constitución en un programa de imposición –con candado– que concentra el poder en la nueva Cámara Baja, socava la independencia del Poder Judicial, destruye las nociones republicanas –la nación o el pueblo, el pasado histórico y sus rendimientos colectivos relevantes, hasta la bandera y el himno– y a partir de los cuales se vuelve recién posible una retórica unitaria o nacional.
Las indudables necesidades de un Estado social y de aseguramiento de condiciones razonables de existencia para todos, así como de una Carta Fundamental parida en condiciones democráticas, terminan siendo, entonces, la excusa para avanzar no solo hacia una concentración inusitada del poder, sino además, y esto es lo más dañino –lo que ha pervertido el proceso, destruido el espíritu del acuerdo del 15 de noviembre y vuelto el asunto una operación corrosiva de las bases republicanas–, en un programa de marginación simbólica del otro, de dejar fuera a quien piensa distinto, sea de la derecha, la centroderecha o los “amarillos”; en la práctica, la mitad del país. ¿Puede construirse un futuro conjunto de ese modo? (El Mostrador)
Urgencia de un pensamiento nacional 6 junio 2022
Caminantes de la edad de piedra por bosques lluviosos; navegantes en botes de pieles infladas; pastores del Norte Chico, emergen desde lo inmemorial y se encuentran, de pronto, con huestes de ávidos colonizadores. Al norte del Bío-Bío el vínculo deviene intensivo y surge una cultura mestiza. Tras la conquista de Arauco, grupos de vidas altamente racionalizadas se atan y yuxtaponen con los mapuche.
A comienzos del siglo XX, el pensamiento chileno intenta comprender la peculiar situación. Nicolás Palacios y Francisco Antonio Encina formulan el asunto en términos científicamente superados en muchos aspectos, pero la operación hermenéutica de ambos es, en aspectos medulares, válida.
Punto de arranque son el hecho del suelo, el mestizaje y la diversidad étnica. Los consideran con atención y es a partir de ellos que instalan la pregunta por las condiciones de su posible despliegue. ¿Cómo favorecer la integración de los grupos humanos y la tierra, para volver al Chile mestizo y disperso una nación, capaz de alcanzar el florecimiento material y espiritual?
Acicate de las reflexiones son la decadencia ideológica e institucional de la época del primer centenario de la república, y la división social y cultural de los habitantes del territorio. ¿Cómo, desde elementos tan dispares, parir una totalidad?
La pregunta de Palacios y Encina despertó la primera reflexión a gran escala de un grupo descollante: Tancredo Pinochet, Darío Salas, Luis Galdames, Luis Ross, Alberto Edwards, Alejandro Venegas, entre otros. Plantean un pensamiento que apunta a integrar los distintos elementos humanos y aprovechar los aspectos productivos y estéticos del territorio, gracias a una articulación educacional masiva, orientada no solo a la especulación sino también y especialmente a la transformación de la realidad.
Se procuraba producir la nación como entidad cultural con una capacidad de ligazón asentada sobre la tarea de despliegue conjunto. Desde temprano pudimos así contar en Chile con un pensamiento nacional de marcado cuño espiritual e integrador, decisivamente diferenciado del racismo y la xenofobia: el elemento biológico, racial o étnico era un antecedente relevante a tener en consideración al momento de pensar en un despliegue nacional; pero la raza, la etnia o la biología no eran el criterio de operación, sino: la cultura, el espíritu del pueblo y su esplendor.
Pensamiento nacional es lo que urge hoy ante los particularismos; pensamiento nacional, especialmente cuando en el proyecto de constitución el descuido de los convencionales ha hecho prevalecer nociones eminentemente étnicas, biológicas o raciales -no solo pequeños “pueblos” o “naciones”, fundados en elementos de ese carácter, sino hasta tribus– y se pierde, salvo de nombre, la referencia a esa totalidad nacional de la que esos grupos forman parte, así como la tarea cultural que impone su destino.(La Tercera)
“Es la patria que renace” Hugo Herrera 1 agosto, 2022
Así decía una de las canciones del NO. Tras la división, elevaba al foro la grandeza de la unidad de una nación renovada.
Patria y nación son nociones flexibles, pues son culturales. En Chile tienen egregia tradición. Articularon las instituciones republicanas. El pensamiento nacional estuvo en el diagnóstico de la “Crisis del Centenario”, efectuado por una pléyade de ensayistas; en la instalación de la red ferroviaria, la ampliación de la Escuela; el nacimiento de la radiodifusión y el cine.
El pensamiento nacional fue lúcido de opresiones sobre los postergados. Tancredo Pinochet se hizo pasar por peón para denunciar las miserias de los campesinos en Camarico, en un vibrante libro. Era consciente del desafío ingente de vincular pueblos a eones de distancia, el inmigrante europeo y el aborigen. Bregaba por una educación realista, más ocupada de desplegar capacidades transformadoras de la realidad, que de simplemente especularla.
Benedict Anderson ilustra la diferencia de la noción cultural de nación con la noción biológica de raza, reparando en cómo las élites coloniales blancas tenían un sentimiento de solidaridad racial cosmopolita, mientras los movimientos independentistas eran nacionales. Que en Chile -allende abusos atroces- no se haya simplemente exterminado a los indios, como en EE.UU., sino que ocurriera el mestizaje, nos precave del purismo excluyente del Norte.
La fuerza cultural de la idea de nación es un recurso formidable sobre el cual asentar la convivencia. El aprecio al paisaje y las maneras comunes de pensar y sentir rinde frutos insospechados. Es cemento de la confianza social y la unidad pese a la discrepancia; que mueve a la solidaridad en la crisis, a la responsabilidad en la asunción de cargas cívicas, sociales, tributarias, vecinales; que nos lleva a pensar en industrias pujantes como signos de progreso.
Todo esto peligra con la noción bolivariana de “plurinacionalidad”. Ella consagra una idea racista, pura, tribal, excluyente de identidad, debilitando la idea cultural, mestiza, inclusiva de nación. Transforma a los miembros de etnias o razas particulares en especies de tótems, con poderes jurídicos y políticos especiales para ellos en tanto partes de grupos cerrados. Pervierte lo autóctono y lo moderno, al ponerlos sin cuidado en relación directa: costumbres ancestrales, algunas caprichosas u opresivas, con modos de ejecución y reclamo ilustrados, según justificaciones universalizables.
Se instalan así bases para hacer estallar la unidad cultural del pueblo chileno, bajo una clasificación en islas raciales o étnicas; para la emergencia de conflictos entre grupos racialmente categorizados a objeto de disputas jurídicas; para la decadencia cultural de las comunidades étnicas y el deterioro institucional en los órganos del Estado, tensionados por las lógicas contradictorias de cultura y de raza. (La Tercera)
Hugo Herrera
Payasos constituyentes Hugo Herrera 9 mayo, 2022
El acuerdo del 15 de noviembre era una oportunidad magnífica. Él permitía, a la vez: abrir un cauce a la crisis de octubre de 2019 y saldar una deuda del sistema político con la República, produciendo una Constitución legítima, capaz de operar como símbolo de unidad nacional. Ese era el sentido del acuerdo. Esa, la esperanza.
Incluso elegida la Convención, pese a los resultados que dejaron bajo el tercio a la derecha y la centroderecha (que usualmente captan entre el 40 por ciento y la mitad de los votos), muchos seguimos creyendo en que las capacidades de visión política, de construcción de acuerdos, de aportes ponderados, de estudio, de consideración de las mejores prácticas y experiencias comparadas de los elegidos -al menos los más ilustrados- iban a lograr convertir a la Convención en un lugar de encuentro amplio, fraternal, integrador y competente.
La premisa del acuerdo de noviembre era que el país requería un proceso de encuentro. Se habló incluso de la Convención como lugar de sanación de heridas. A partir de una discusión colaborativa y razonada, se trataba de llegar no a un texto partisano, sino a un marco de principios democráticos y republicanos con los que todos los sectores principales del país pudiesen sentirse identificados. De parir una Carta a la que esos sectores pudieran comprometerle su lealtad, capaz de desatar incluso eso que se ha venido en llamar “patriotismo constitucional”.
Quienes ciframos esas esperanzas, nos equivocamos.
La Convención se convirtió en lugar de despliegue de peculiaridades individuales, de grupos identitarios cerriles, de fanáticos de lado y lado, de ruido, grito, maquinación, gestos que satisfacen solo a quienes los realizan, antes que el contexto de una discusión donde lo que prevaleciera fuesen la responsabilidad por la tarea de brindar conjuntamente salida a una crisis fundamental del país y todos sus sectores políticos. Las tonterías podrían haber quedado en lo curioso. El hecho es que a ellas se sumaron abogados y operadores presuntamente ilustrados, con sus visiones estreñidas, su “cocina” y sus maquinaciones, o sus egos desatados, sus declaraciones rimbombantes y hasta afiches que proclaman vergonzosamente pseudo-épicos perfiles.
Payasos. Hay muchas y buenas excepciones. Pero el tono lo han puesto los payasos, en sus dos frecuencias: ora como disfrazados, cantores intempestivos, votantes de ducha, un fraudulento Rojas Vade; ora como jurisletrados y operadores de visión tan consistente como sectaria. A todo evento, son payasos lamentables. Pues están comprometiendo los destinos de la patria, la oportunidad de realizar la requerida discusión terapéutica y producir esa primera “cosa común” que requiere nuestra República. El lugar desde el cual comenzar una historia compartida. Algo que, en sus egos anecdóticos, inflados, fanáticos, los payasos son probablemente incapaces de sentir. (La Tercera)
Hugo Herrera
Lo ominoso y la conducción política 30 agosto, 2022
Un día se revelan las comunicaciones de Llaitul, en las que él se refiere con desprecio radical al Presidente Boric, a Elisa Loncon, a Bachelet, a Kast. Habla odiosamente del “guatón”, “la vieja”, de untuosos vendidos a los empresarios, de traidores y peleles. Se jacta de su capacidad de operar con la autarquía de la violencia, hasta de lo que entiende como su propio destino aciago.
Al día siguiente ocurre el episodio del festival del Apruebo en Valparaíso. El grupo Las Indetectables efectúa una performance en la cual uno de sus miembros se extrae una bandera chilena de su ano, mientras otro declama lo que parece ser una denuncia política. Las Indetectables ya habían hecho performances que incluían actos de penetración con juguetes y el uso de la bandera chilena.
¿Cómo entender ambos episodios? ¿Es simple coincidencia su ocurrencia en un lapso tan breve?
Nuestros escritores suelen referirse a un afecto o culto a lo feo, arraigado en el país, de tono fatalista, ligado al fondo humano y de la tierra. Es algo así como un sordo pulsar hacia la destrucción ajena y la propia, que se entrevera con la inmensidad de los elementos naturales, la disparidad de las simientes conformadoras del pueblo, incluso con la mitología.
Joaquín Edwards Bello aludía al Invunche: “Creación araucana de monstruosidad alucinante. Se trata de la forma saliente de demostrar un estado crónico de desolación, de crueldad y de odio”, el “invunchismo”. En él se vinculan el afecto a lo feo y una interioridad torcida y agresiva.
Las pulsiones humanas pueden ser plenas de sentido; otras son hondura torva y dañina, como en los casos de marras. Consta un vaciamiento agraz, una rabia espesa, que halla su expresión como lógica de “los fierros y los tiros”, la muerte y la violencia. Un dolor funesto que emerge como el rito orgiástico y del placer de ejercer el control –por un momento al menos– por la vía del escándalo. A Llaitul se lo liga al terrorismo y su lenguaje es el del terrorismo; “porno-terrorismo” llaman Las Indetectables a su propia actividad.
Estamos, ciertamente, ante respuestas o reacciones. Pueden esgrimirse la invasión chilena al sur del Bío Bío, infancias dañadas, la marginación social y afectiva. Sin embargo, el problema tiene un nivel más difícil de racionalizar. Podría tratarse de una respuesta en venganza de la propia condición. Hay una ira que se relaciona con una sensación de exclusión, de quedar fuera, pero, en cierta forma, preconsciente; con la percepción de estar marginados por una operación inconsciente que nos vuelve inadmisibles en las propias visiones que logramos forjar de un estadio de plenitud.
Si los acontecimientos mencionados, de Llaitul y Las Indetectables, son respuestas, ellos, sin embargo, son, asimismo, mucho más que respuestas. El odio existencial completo de Llaitul; la obscenidad ilimitada de Las Indetectables, son también el odio y la obscenidad como poderío irracional, sin cálculo, de la venganza destructiva, la furia primordial por el propio ser, más allá del eventual daño determinado padecido. Salvo que por daño se considere el hecho de existir. Ambos episodios remiten a complejos operantes en el nivel de lo originario o primordial.
En lo originario o primordial no hay siempre plenitud de sentido y autenticidad creadora. En la ruca primigenia, en la orgía de la noche primitiva nos salen al encuentro también la pulsión hinchada y vacía de la crueldad, como esos abdómenes de arañas que se inflaman e irritan con el calor y la luz. Nos topamos con lo ominoso. Con el poderío y el solaz en el mero sentimiento del poderío, aun no sea en la visión gozosa del daño; con sentimientos privados de imaginación; con afectos carentes de humanidad; con el odio retorcido a lo que se siente como la propia condición; damos con el horror.
Lo ominoso se deja abordar con humor, como el de Edwards o el periodista de la nota de un diario a lo de Llaitul, donde remisiones circunspectas del tipo “Manifestó respecto del Presidente de la República”, contrastan con vulgares series de garabatos. Pero en sí mismo, se trata de sórdido desencanto activo y dominante, y ausencia de delicadeza, y pérdida de discernimiento y capacidad creativa.
Exigencias básicas de una acción política lograda
La política es –entre nosotros especialmente– algo serio, precisamente por eso: por ese fondo ambivalente, que puede ser ora el calor de los sentimientos y la participación, ora lava y furia destructora. Porque ese lado perturbador está presente con insano vigor en el suelo y en la sangre. La política es seria debido a que el abismo mentado, aunque inasible, ha de ser, sin embargo, comprendido, acogido, reconocido, a la vez que orientado, conducido, si no ha de terminar todo en un colapso destructivo a gran escala.
La política debe desplegar aquí un talante específico para volverse eficaz, capaz de producir algún despliegue. Ella se distancia crasamente de las inclinaciones esteticistas o moralizantes que exhibe, con demasiada frecuencia, la nueva izquierda frenteamplista.
Los románticos, los estetas arrobados en sus evocaciones sentimentales, buscando protegerse de la vida real en sus conmociones hermosas, devienen impotentes frente a las fuerzas pulsionales primordiales, cuyos agentes los desprecian de la manera más profunda como frágiles almas pusilánimes y volátiles.
Si bien el moralista pretende no ser incauto, sino crítico severo, de “estándares morales” elevados, de reglas definidas por medio de la deliberación racional, sin embargo, es, en principio, ineficaz allende la palabra autocontenida, la fórmula. Salvo que se vuelva represor o policial según fórmulas, y entonces se hace más cruel incluso que la crueldad atávica, pues se trata de una crueldad metódica que se pretende justificada.
La realidad, incluidas las honduras de la situación y del alma, ponen a la política ante una tarea mucho más compleja y ardua, no siempre alcanzable. Ella ha de ser, conjuntamente: captación firme de la situación concreta, discernimiento claro de sus aspectos fundamentales, propuesta creativa de articulaciones que brinden expresión lograda a la situación.
La tarea política exige captación atenta de la situación concreta, de las pulsiones y anhelos que ella contiene, no solo los hermosos o presentables. Se necesita agudeza y aplomo para mantener la atención puesta con firmeza en todos sus aspectos, en el sentido que late en ella, en los misterios y los horrores que esconde. La debilidad en la captación está en la base de ambas posiciones evasivas: el esteticismo romántico de las emociones bellas, y la abstracción del doctrinario moralizante. Uno se contenta con la parte bella y de plenitud, evitando la otra, la funesta, y cayendo en la parálisis y el desánimo ante la constatación del abismo cruel. El otro se limita a conjurar la realidad con palabras, como si la porfiada situación pudiese así tornarse obediente (basta leer el texto del proyecto constitucional o los deseos de plenitud comunista por medio de palabras de los libros del mentor de ministro Jackson); o, peor todavía, se transforma en agente moral dispuesto a tratar con el dragón simplemente cortándole la cabeza.
Una política lograda necesita, también, poder de discernimiento y reunión: la fuerza intelectual que consigue determinar los aspectos más relevantes de la situación y los modos de caracterizarla en sus trazos y concatenaciones fundamentales. Sin ese poder, lo concreto queda reducido a los vapores y las nieblas de un presente vago e indefinido. Las propuestas carecen, asimismo, de asiento en las partes más sólidas de la realidad. Se requiere, en fin, aptitud creadora, el poder con el cual la imaginación consigue lo inusitado: dar el paso desde la situación hacia sus posibilidades de despliegue efectivo, mediante obras, instituciones y discursos poderosos, capaces de brindarle expresión pertinente. Es aquí que los aspectos de la existencia requeridos de conducción, la materia oscura de las pulsiones, esa que deviene con facilidad fuerza y furia destructiva, consigue, cuando la articulación es eficaz, encontrar dirección de despliegue.
Captación, discernimiento e imaginación productiva, las tres son conjuntamente indispensables. La primera es todavía impresión eventualmente intensa, pero indeterminada, sin la segunda; mera recopilación de datos, sin la segunda y la tercera. Las dos primeras, sola descripción pertinente de la realidad presente, sin la tercera. Puro discernimiento intelectual, carente de la captación fiel y la imaginación poderosa, es moralismo. Sola imaginación, desligada de la captación atenta y el discernimiento, de su lado, es ocasionalismo romántico.
Un Gobierno que se evade
Los episodios Llaitul y Las Indetectables coinciden, a la vez que con una situación de alta tensión nacional, también con una conducción política muy deficiente que se vincula con esas aptitudes mencionadas. Salvo loables excepciones –como la ministra Vallejo, donde, junto con tomar posesión del cargo, en cierta extraña forma el cargo como que tomó posesión de ella–, el Gobierno ha carecido de esa reunión de capacidades comprensivas fundamentales. Por eso anda trastabillando entre la estética y la moral.
A un lado, se percibe un romanticismo eminentemente emotivo, de palabras sensibles sobre destinos bellos, en el Presidente Boric; sin respuesta, en cambio, para el lado oscuro de la vida que remece crecientemente la situación nacional. Al otro lado, patenta un racionalismo más bien rasante, discriminatorio y moralizante, cuya expresión elocuente es Giorgio Jackson. Aquel, el esteta Boric, es, en principio, inclusivo, desea proveer de apertura al futuro, pero es incapaz de atender a la seriedad fundamental de la tarea política, a las aberraciones a las que es menester dar la cara, a los monstruos que alojan las honduras pulsionales y que urge conducir. El moralismo tiene la ventaja de ser más claro, menos indefinido y volátil, si se quiere.
Sin embargo, las fórmulas discriminatorias –de bien y de mal; de “mundo de Caín”, de alienación y de plenitud comunista–, los “estándares morales” con los que el moralista se apresura a denunciar la corrupción ajena (incluidos los propios aliados), lo hacen excluyente; carente de visión en las complejidades de la situación y las profundidades del espíritu humano, así como de auténtica preocupación por las exigencias implicadas en la orientación cuidadosa y eficaz de ellos.
Ante las situaciones de Llaitul y Las Indetectables, el Gobierno ha actuado o con la autenticidad estética del asco horrorizado o con el mecanicismo más calculado de la filuda indignación moralizante. Las reacciones son, hasta cierto punto, síntoma de cómo sus miembros han venido desenvolviéndose: evitando la política, evadiéndola en romanticismo y moralismo. La crisis colosal por la que atraviesa el país requiere con urgencia una modificación fundamental en la operación del Gobierno. Ha de asumir, con algún grado de lucidez y sobriedad, la diversidad honda de la realidad pulsional popular y telúrica, atender a ella con aplomo y realismo, para, discerniéndola e identificando sus trazos determinantes, plantear acciones y reformas, acuerdos, obras y un discurso que le ofrezcan caminos de expresión y despliegue eficaces. (El Mostrador)
Hugo Herrera
Gabriel y Giorgio o las dos caras del Ché Hugo Herrera 29 agosto, 2022
Jugando al Ché Guevara: así le espetó Mario Desbordes en 2019, esperando más de él, a Gabriel Boric, por gritarle a los militares en la Alameda, mientras a pocas cuadras se quemaban buses. Jugando al Ché Guevara, entendía el brutal Héctor Llaitul que andaba Gabriel Boric, cuando candidato, emanando un ocasionalismo que eleva banderas sin reparar en todas las implicancias, viéndose luego obligado a acudir al gesto inveterado de palmas haciendo Namasté.
Pero, ¿se puede jugar al Ché Guevara? La pregunta no es inocua, pues ocurre que el héroe de polera juvenil fue también el drástico erradicador de la corrupción burguesa en el mundo. Se trata de una combinación peligrosa, en la cual la gravedad moralizante, la severidad del monje de acción, amenaza sobreponerse a la fragilidad expuesta de los sentimientos, al esteticismo de los afectos. El purificador usa prevalecer sobre el hermoso héroe de la estrella roja. Termina por aparecer, junto a Gabriel, Giorgio. Al conmovido romántico se le suma el adusto y seco moralista. Ambos conviven en la nueva izquierda gobernante, tal como combinan en el Ché.
Gabriel logra salirse del rigorismo con su vulnerabilidad activa, la misma que lo vuelve un Ché estético, blando para ese Llaitul que habita el mundo de los fierros y los tiros, plenamente consciente de las condiciones silváticas, telúricas y bélicas de su modo de existencia concreto y atávico. Giorgio el operador, de su lado, va intentando aplicar las aceradas fórmulas de virtud que aprendió de su profesor: de condena al mercado como campo de alienación y mundo de Caín, y de elogio de la deliberación racional universalizante como camino al comunismo.
Estética y moral, ¿Dónde queda la política?
El Ché no fue político. Fue, de un lado, un romántico viajero, del otro, un ascético moralista. De manera similar, los FA tienden a esquivar la política. Ora se quedan en el gesto amoroso y bello, inclusivo hasta lo vaporoso, ironizado como disculpas juveniles perpetuas; ora persistiendo en la estrechez adusta del escolástico del bien.
La política es, precisamente, la que se halla en crisis en ese doble desconocimiento. La política de la cual, con su romanticismo de añoranzas, Gabriel arriesga omitirse. La que, con su severidad abstracta, Giorgio traba, dificulta. Porque no hay otra manera que efectuando la tarea ardua de entenderse con el otro, el irreductible otro, que se logra actuar políticamente; no de modo distinto, que se consigue producir legitimidad: mediante obras, palabras e instituciones bien planteadas, en las cuales el pueblo real –no solo el de los sensibles o los virtuosos–, el pueblo con sus aspectos duros y suaves, egoístas y generosos, ese pueblo concreto, pueda sentirse efectivamente reconocido. Tal como sucedió, con la concurrencia del Boric político, el 15 de noviembre. Algo como lo que se espera del Presidente, el 5 de septiembre. (La Tercera)
Hugo Herrera
La pataleta intelectual de Herrera, Diego Schalper 8 abril, 2015
El libro La derecha en la Crisis del Bicentenario, de Hugo Herrera, presenta un diagnóstico crítico del mencionado sector político, que podría resumirse en que su falta de legitimidad sería consecuencia del abandono de un trabajo intelectual adecuado, de la ausencia de las diversas corrientes que históricamente la han alimentado y de la hegemonía de un discurso que –si bien tuvo sus bondades– hoy sería servil a una oligarquía santiaguina y a un mercado oligopólico.
Sus provocadoras afirmaciones han generado diversas reacciones, entre las cuales destaco una de un reconocido intelectual joven de centroderecha que me resulta muy interesante: “Lo de Herrera es una pataleta intelectual que no le aporta ningún voto a la derecha”.
¿Es una pataleta? Para nada. Más bien es una crítica bien fundamentada. Un reclamo que no propone una salida práctica concreta, pues la base de su argumento es suspender la acción para dar paso a la reflexión. No obstante, es evidente que ésta requiere un espacio y tiempo concretos para pasar de la mera intención a la realidad. Por lo mismo, creo que urge generar un foro estable, con una dinámica semanal y con un proceso acordado, donde las diversas sensibilidades de la centroderecha se den cita, expongan, dialoguen, alcancen conclusiones y editen documentos y libros que puedan circular.
Clave será entonces gozar de independencia –excluyendo entonces cualquier vínculo con intereses que puedan limitar la reflexión– y diversidad –incorporando a todas las sensibilidades que se planteen en oposición a las ideas que sustentan a la coalición de Gobierno, sin vetos–.
¿Esta crítica política no le aporta ningún voto a la derecha? Sí y no. Le aporta, porque es elocuente la insuficiencia del discurso actual para debatir en los lugares donde se construyen las mayorías sociales en Chile: comunidades locales, escuelas, centros de formación superior, sindicatos y gremios. Y sin ideas, no se movilizan voluntades. Y no, porque evidentemente en política también las actitudes y las decisiones son relevantes para construir legitimidad.
Una desvinculación de grupos de interés económico; un trabajo comprometido al servicio de los más vulnerables; una preparación doctrinaria y práctica de los dirigentes y militantes; y otras muchas “cosas” son relevantes. Se podrá ir avanzando en algunas y habrá que esperar las reflexiones para las otras. Pero sin identidad no hay relato, discurso ni formación.
Y la identidad no la dan nombres ni estructuras: la dan las ideas compartidas dentro de una sana unidad en la diversidad.¿Es una crítica intelectual? Pues no: es de orden político. Sucede que el pragmatismo y la tecnocracia imperantes han reducido el ámbito de lo político a destrezas retóricas, técnicas de negociación y lectura de encuestas.
Lo de Herrera no es un tratado abstracto de ciencia política, sino un análisis fundamentado de la coyuntura histórica de la derecha a la luz de ciertos principios, instando a elevar el nivel de la discusión y sentarla en un plano de largo plazo. O en simple: pasar del activismo a la auténtica política, mirando la realidad, reflexionando los fundamentos y ofreciendo un ideario coherente y vigente, para recién ahí actuar. Parece importante destacarlo, porque a la derecha no le faltan ni activistas ni intelectuales: lo que falta son políticos que hagan auténtica política. (El Mostrador)
Republicanismo popular y telúrico, Hugo Herrera 19 octubre, 2020
Entre dos polos ocurre la política: el concreto, del pueblo situado en su territorio, y el abstracto de las instituciones y los discursos. Entre dos extremos se mece la política: la exaltación de lo concreto y el racionalismo de las construcciones mentales. Y entre los dos polos y los dos extremos debe mantenerse una comprensión política pertinente.
No se ha de ignorar el polo concreto del pueblo en su territorio. Él porta un significado, constitutivo de la plenitud humana. Si se lo soslaya, entonces o bien se lo oprime o bien el orden político pierde legitimidad.
Pero también los discursos y las instituciones son relevantes. Las ideas permiten la distancia y la reflexión, revisar lo que hemos hecho. Una política que renuncia a las instituciones y los discursos en aras de entregas directas a lo real se vuelve brutal.
Consta una posición que se inclina excesivamente a las idealidades, otra excesivamente a lo concreto.
En Chile destaca el sometimiento de la realidad bajo un individualismo racionalista que niega la existencia misma del pueblo. “Populismo”, “socialismo”, “fascismo” son las condenas evasivas de los neoliberales criollos a quien ose hablar del pueblo. Someten las experiencias populares a un dispositivo mercantil y de un Estado eminentemente gendarme. El pueblo, entonces, abandonado en sus anhelos de integración, hacinado en Santiago y preterido en las provincias, deviene rebelde.
En el otro extremo están el “señor colonial” y el “gran señor y rajadiablos”, resultados de políticas y reivindicaciones de lo radicalmente concreto. La exuberancia vital acaba sobrepasando los límites y la posibilidad misma de la crítica reflexiva, que aparece como impotencia risible. También se dejan incluir aquí los utopistas revolucionarios de un estadio final donde las fronteras del individuo se diluyen en una extraña coincidencia de individuo y “común humanidad”.
Entre ambos extremos se sitúa una comprensión política pertinente.
La superación de la opresión neoliberal requiere un reconocimiento de lo “telúrico-popular”: atender al pueblo y las experiencias comunitarias y colaborativas, al significado del paisaje en la conformación de la vida. Solo sobre la base de un reconocimiento del pueblo y su situación telúrica cabe contar con sistemas políticos capaces de desplegar las aptitudes humanas fundamentales y captar legitimidad.
La superación de la brutalidad de lo concreto exige, de su lado, “republicanismo”: llevar la situación a una configuración institucional que divida el poder y resguarde la libertad. Se ha de dividir el poder entre el Estado y una sociedad civil fuerte, dotada de recursos propios.
A esta propuesta la he llamado “republicanismo popular y telúrico”. Ella recibe críticas de ambos extremos; es, empero, en sus diversas variantes, la única manera de realizar, a la vez: la integración del pueblo consigo mismo y con su tierra, y la libertad del individuo y la sociedad civil. Conviene tenerlo presente en la discusión constitucional que se avecina. (La Tercera)
Hugo Herrera