Gabriel Salazar

Datos Personales

Fuentes

Salvador Allende: De Bretton Woods al Consenso de Washington
19 de mayo de 2023

Salvador Allende: De Bretton Woods al Consenso de Washington

Gabriel Salazar: «Fue el movimiento circular de esos 40 años lo que consumó, a sangre fría, el sacrificio de Allende (1973). Cincuenta años después (2023), debemos, por tanto, saludar ese sacrificio y condenar aquella traición».

Entre 1914 y 1945, las potencias liberales del mundo entraron en un ciclo de crisis comerciales y guerras mundiales que, en opinión de los observadores, configuró una explosión infernal de irracionalidad humana (100 millones de muertos). La economía de libre mercado mostraba, así, el antihumanismo que contenía en sus entrañas. Por eso, en la conferencia de Bretton Woods (1944), los líderes vencedores consideraron que era necesario racionalizar y humanizar la historia. Y crearon las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, y a la sombra de esos acuerdos surgió el Estado Social-Benefactor, los Estados nacional-desarrollistas, lo mismo que el neomarxismo (Cepal) y el keynesianismo fiscal. Y en Chile, para no ser menos, surgió, hegemónica, la teoría del “desarrollo” contra la “dependencia”.

Estados Unidos, junto con la Unión Soviética, fue el gran vencedor en la Segunda Guerra Mundial. El secretario de Estado, George Marshall, sonriente, anunció: “Somos la primera potencia mundial”. Por eso, esa potencia intentó —a pretexto de la “reconstrucción”— ‘colonizar’ Europa Occidental. Económicamente, no pudieron, pero militarmente (OTAN), sí. Por eso, plantearon la Guerra Fría, a todo nivel, contra el “comunismo internacional”.

Pero Europa Occidental desarrolló, para sí misma, la socialdemocracia. Algo parecido hicieron los países del sudeste asiático. En la India y en África se adoptó la “teoría del desarrollo” (Cepal), como en América Latina. Agréguese el socialismo de Estado en la Unión Soviética y en China… Entre 1955 y 1973, pues, la mayoría de los países del mundo trabajaba afanosamente con el llamado welfare state, el nacionalismo y las políticas keynesianas de promoción estatal de la economía.

Era una tendencia ‘nacionalista y proteccionista’ que produjo una drástica reducción del mercado libre mundial. Estados Unidos, pese a ser la primera potencia del globo, quedó aislado. Eso produjo un aumento explosivo de la deuda interna y externa de esa potencia, lo mismo que en los países del tercer mundo. En ese contexto, surgió la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, (en inglés, OPEC, Organization of the Petroleum Exporting Countries) y los países NIC (Newly Industrialising Countries), que con sus exportaciones y atrevidas alzas de precios hicieron explotar el mercado mundial. El dólar perdió primacía (no los petrodólares). Estados Unidos, aislado y con su economía a punto de estallar, organizó entonces un contraataque mortal contra el welfare state: el shock treatment, destinado a producir un global adjustment. O sea: una traición flagrante a los acuerdos de Bretton Woods.

En ese contexto, Salvador Allende lanzó su política de “revolución social”, acaudillada por un… ¡Estado liberal! Expectación mundial. Pues, de triunfar, todos los Estados socialdemócratas, desarrollistas y populistas del mundo podrían imitarlo, aproximándose de ese modo al socialismo de Estado (comunismo) y alejándose del librecambismo puro de Estados Unidos. Había, pues, que eliminar el gobierno de Allende, sí o sí. Y aplicar en Chile, de modo ejemplar, la táctica de laboratorio del shock treatment, y el modelo de laboratorio de Milton Friedman (neoliberalismo). Lo dijo Milton Friedman, triunfante, en Chile, en 1976: “La única cura de la economía chilena es el shock treatment… no hay otra solución a largo plazo”.

El shock consistió en que, a través de la tortura y la guerra, se extendería por Chile el “miedo a la muerte”. Y en la “seriedad de la muerte” (Max Weber), la gente se cuida, no se arriesga, se queda en casa. Y ese es el momento perfecto para inocular, en las indefensas cabezas del pueblo, la Constitución política del neoliberalismo… El experimento, en Chile, fue, pues, un éxito paradigmático, que se exhibió aleccionadoramente al mundo. La vitrina pedagógica fue la OPEC.

Ese éxito permitió, a Estados Unidos y sus seguidores, consumar la traición brutal a los acuerdos de Bretton Woods (1944), contraponiéndoles el Consenso de Washington (1985).

Fue el movimiento circular de esos 40 años lo que consumó, a sangre fría, el sacrificio de Allende (1973). Cincuenta años después (2023), debemos, por tanto, saludar ese sacrificio y condenar aquella traición.

Gabriel Salazar

Trayectoria Política

Bibliografia

HISTORIA DE LA ACUMULACIÓN CAPITALISTA EN CHILE (2003) La enorme precariedad de los empleos a todo nivel y la falta casi total de credibilidad en la política nos plantea la necesidad de re-mirar y re-analizar, en longitudinal, la larga y retorcida historia del capitalismo chileno. De algún modo, tiene sentido retomar hoy la reflexión histórica iniciada, en enero de 1976, por un grupo de prisioneros políticos en el campo de concentración de Tres Álamos, en el marco de un curso interno de Historia Económica de Chile.

LABRADORES, PEONES Y PROLETARIOS (2000)  «Explorando generosamente los Archivos Judiciales y de Cabildo, Salazar nos ofrece una panorámica novedosa y muy interesante del peonaje del siglo pasado. Hombres y mujeres reviven desbordando vitalidad; bravos y dúctiles, enfrentan el mal tiempo, se divierten y aman… Sin duda, se trata de una obra importante…». (José Vial Subercaseaux, S.J. En Mensaje Nº351).

SER NIÑO «HUACHO» EN LA HISTORIA DE CHILE (SIG

LO XIX) (2007) Si la historia es un diálogo sin fin entre el presente y el pasado, podríamos decir que son los niños la fibra sensible donde se va depositando la subjetividad del presente, donde se va acumulando el amor, el desprecio, el abandono, la pobreza, la indiferencia, la soledad, el maltrato directo o indirecto del mundo de los adultos, de los que hacen la historia —historia que los interviene, los modela, los arriesga y los desafía tempranamente— y se va apozando, transformándose en una huella casi imperceptible pero que tiene la intensidad de las marcas de fuego. Y desde allí se va tejiendo un diálogo subterráneo de ese pasado y este presente, diálogo invisible, tantas veces sordo y mudo para los adultos.

EN EL NOMBRE DEL PODER POPULAR CONSTITUYENTE (CHILE, SIGLO XXI) (2022)

El «poder constituyente» es el que puede y debe ejercer el pueblo por sí mismo –en tanto que ciudadanía soberana– para construir, según su voluntad deliberada y libremente expresada, el Estado (junto al Mercado y la Sociedad Civil) que le parezca necesario y conveniente para su desarrollo y bienestar.

Otras publicaciones

Clase política… ¿hasta cuándo? 24 junio, 2022

El 10 de junio de 2022 el Centro de Estudios Públicos (CEP) publicó una encuesta en que la ciudadanía consultada declaró tener apenas un 4% de confianza en los partidos políticos. El 30 de abril de 2021, el mismo Centro informó que esa confianza llegaba a solo 2%. Por su parte, Cadem el 11 de octubre de 2020 anunciaba que ningún partido político tenía más del 4% de imagen positiva para la ciudadanía consultada. Y la encuesta FIEL-MORI, el 26 de noviembre de ese mismo año, comprobó que solo el 6% de los consultados confiaría a los partidos políticos la redacción de la nueva Constitución. Son cifras actuales… Pero diversas agencias, desde 1991, han realizado encuestas para medir la confianza del pueblo en los que dicen ser representantes de su “soberanía”. Las cifras registradas desde entonces muestran que esa confianza ha venido cayendo verticalmente: 1991: 39,8%; 1994: 24,8%; 1999: 24,3%; 2007: 20,0%; 2009: 8%; 2013: 6,9%. Es decir: la confianza cívica en la clase política ha caído, en plena “democracia neoliberal”, del 39% al 2%.

Esta grave crisis de representación, ¿es un fenómeno nuevo en la historia de Chile?… No, no es nuevo: es endémico. Pues, entre 1907 y 1925, el régimen político “oligárquico-parlamentario” provocó la indignación no solo de los trabajadores, sino también de la clase media, los industriales, alcaldes, estudiantes, profesores, ingenieros e, incluso, de la oficialidad joven del Ejército… Y fue el Ejército el que dio un golpe de Estado para “extirpar —según anunció— la gangrena moral” que los políticos estaban inyectando a la República, y para convocar a una Asamblea Constituyente a efecto de que el pueblo expresara, allí, su “voluntad soberana”… Y en menos de una semana, envió al Presidente Alessandri al exilio y disolvió el Congreso Nacional, sin disparar un tiro… Pero Alessandri, apoyado por todos los partidos, volvió y dictó una Constitución que entregó de nuevo el Estado a los “políticos”. Tanto así, que el general Carlos Ibáñez, llamado a La Moneda en 1952 para “barrer” a esos políticos, fue barrido por estos…

¿Fue todo? No, porque en el siglo XIX, y debido a la imposición “tiránica” (militar) de la Constitución de 1833, la juventud liberal, los artesanos, la oficialidad del Ejército, los pueblos de provincia, el pueblo mapuche y el propio pueblo mestizo, se rebelaron contra la “tiranía”, armas en mano, en 1830, 1837, 1851, 1859, 1862-82, incluso, con el ejército constitucional en 1891… Para consumar la “revolución constituyente”… Pero la oligarquía santiaguina, echando mano al Ejército (pretoriano) que ella organizó, masacró seis veces a la sociedad civil…

¿Y es este un fenómeno exclusivamente chileno? No: es y ha sido mundial, pues la crítica sistemática a la “clase política” la iniciaron los sociólogos Gaetano Mosca en 1896 y Robert Michels en 1911, concluyendo que era una fábrica de “oligarquías”. Crítica que nadie ha refutado después. Al contrario, la han reforzado —siglos XX y XXI— intelectuales de la talla de W. Mills, Th. Veblen, S. M. Lipset, J. Habermas, N. Bobbio, P. Bourdieu, y muchos otros…

Lo notable es que, aunque solo el 6% de los chilenos “habría” confiado en 2020 la “revolución constituyente” a la clase política, fue esta la que regló y delimitó —una cálida noche de noviembre— a la Asamblea Constituyente (¿libre?) que la ciudadanía chilena venía exigiendo desde 1830. La “Convención” resultante trabajó —bajo la lupa mezquina de los “expertos”, la billetera corta del Gobierno, y la espalda desdeñosa de los “medios”— hasta junio de 2022, cuando entregó el “borrador” de la nueva Constitución. Y no constituye ninguna sorpresa histórica que los políticos, tras una ojeada al feto constitucional, echaran mano a su arsenal de adjetivos patronales (sin análisis de fondo) contra lo que han considerado siempre “balbuceos de asamblea”. Y algunos exclamaron: “¡Mamarracho!”, mientras otros, más solemnes, enunciaron: “Es, en un 80%, dañino”. Lo mismo dijeron los aristócratas de Santiago en 1829, después que hojearon la (legítima) Constitución “popular-representativa” de 1828. La que abolieron sin falta, con un ejército mercenario, en 1830…

El “borrador” de 2022, con todo, proclama “principios” nunca mencionados antes: lo social-participativo, la defensa del medio ambiente, la paridad de género, el reconocimiento de los pueblos originarios, el imperativo de la ética política, etcétera. Es cierto que el “ciudadano” es definido allí solo por su derecho a voto, y que los distritos electorales siguen convocando a “individuos”, no a la “comunidad”… Pero, al menos (y no es poco), intenta autonomizar las regiones (crea asambleas regionales) y las comunas (crea asambleas comunales). Es decir: crea la posibilidad de que la ciudadanía, organizada y atrincherada en ellas, aprenda, allí, a desarrollar su capacidad política, y que desde ellas —si las asume por sí y para sí como “soberanas”— pueda firmar, por fin, el finiquito de sus pegajosos “representantes” (alegando “necesidades de la sociedad civil”), sea dándolos de baja, sea haciéndolos responsables ante el mandato ciudadano, sea fortaleciendo a todo nivel la auto-representación. Es cuestión, solo, de auto-educarse y auto-proponérselo. Hay tiempo. (El Mercurio)

Gabriel Salazar
Historiador

No hay comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.