Francisco José Covarrubias Porzio

Biografía Personal

Francisco Javier Covarrubias Porzio (1974) ingeniero comercial, decano facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez

Descendencia

Fuentes

18-O y 4-S: una necesaria reinterpretación 15 septiembre, 2022

La política de los últimos 35 meses —a partir del 18 de octubre de 2019— se ha desarrollado bajo el supuesto de que el país había vivido durante 30 años en una caldera que acumulaba una insoportable presión —desigualdad, colusión, privilegios, baja protección social, entre otras— y, como consecuencia de ello, habría “estallado” ese día. La marcha multitudinaria en Santiago una semana después así lo confirmaría. Más aun, el hecho de que la solución para resolver la crisis —la redacción de una nueva Constitución mediante una Convención electa democráticamente, con un plebiscito de entrada para aprobar el camino indicado y uno de salida para refrendar la redacción hecha— tuviese una aprobación de un 78% en su inicio, solo confirmaba lo anterior.

Sin embargo, el pasado 4 de septiembre el texto propuesto fue rechazado por un 62% de la población, de manera transversal, en todas las regiones y en la casi totalidad de las comunas, sin importar ingreso económico ni origen étnico. Ello obliga a revisar esos supuestos.

En efecto, si la Constitución propuesta recogió en sus artículos gran parte de las demandas de los grupos protagonistas de las protestas callejeras —plurinacionalidad, indigenismo, políticas identitarias, derechos de la naturaleza, y, en general, una ruptura con el pasado— y, por lo tanto, el espíritu del estallido habría sido correctamente representado por más de dos tercios de los convencionales que los redactaron, ¿cómo se explica que casi dos tercios de la población los rechazara en el pasado plebiscito?

Hay que revisar los supuestos utilizados. ¿Eran las consignas de quienes quisieron cambiar violentamente la institucionalidad lo que la población quería? ¿Eran sus concepciones de sociedad lo que identificaba al millón que se movilizó pacíficamente ese 25 de octubre (y luego, nunca más)? ¿Puede sostenerse esa interpretación después de lo que ocurrió el pasado 4 de septiembre?

El mayoritario Rechazo de ese día sugiere que, probablemente, el malestar social tenía motivaciones muy diferentes a las voceadas por los líderes de las protestas, que las consignas que ciertos políticos recogieron como la base de ese malestar no interpretaban a la mayoría ciudadana, y que, en consecuencia, la metáfora del “estallido” para explicar lo sucedido era incorrecta. No fue un “equivocado” camino seguido en los 30 años anteriores la causa de todo aquello.

Por el contrario, como el progreso logrado en ese período está sustentado en cifras e indicadores objetivos que no pueden ser desmentidos, es decir, como los avances logrados en esos 30 años eran reales y los mayores y más profundos de nuestra historia reciente, entonces las causas del malestar social deberían ser interpretadas de otra forma, estableciendo matices adecuados. El impresionante progreso alcanzado fue generando expectativas y aspiraciones en temas como pensiones, salud o educación que la dinámica política no fue capaz de satisfacer.

Pero también, la población comenzó a no sentirse representada adecuadamente por la clase política, a la que percibía ensimismada por el poder, más que por la búsqueda de soluciones a sus problemas; las élites parecían mantener privilegios que las hacían inmunes a las faltas que pudiesen cometer, y el debate por combatir la desigualdad como el principal problema nacional había afectado al crecimiento económico basado en el sector privado —se sostenía que si se seguía así, la desigualdad solo se acentuaría—, lo que fue alimentando la brecha entre las expectativas de la población y los resultados que la sociedad como un todo estaba siendo capaz de entregar.

Un malestar así entendido también amerita cambios, sin duda. Pero muy distintos a los que algunos propusieron, elucubrados a partir de una interpretación de los hechos sesgada por la violencia del 18 de octubre (“no eran 30 pesos, sino 30 años”). En cambio, esta revisión interpretativa se basa en una consulta hecha a toda la población, y el indesmentible 62% de los chilenos que rechazó la propuesta indica que aspiran a un cambio diferente, uno que junto con reconocer el progreso de los 30 años desea que se corrijan sus errores.

En momentos en que se inicia una nueva discusión para resolver adecuadamente el tema constitucional, es muy relevante, entonces, cambiar el supuesto inicial: Chile no se avergüenza de lo que ha logrado, no quiere borrar su historia ni quiere refundar el país. Más bien quiere preservar lo que le permitió dar un salto, corrigiendo los aspectos que se quedaron atrás. Eso requiere modificar el errado diagnóstico inicial que hizo fracasar a la Convención, y escoger a quienes redacten la nueva Constitución sin las distorsiones electorales del anterior proceso.

Francisco Covarrubias
Álvaro Fischer

La adolescencia perpetua 24 septiembre, 2022

El Presidente Boric ha cumplido seis meses con la banda presidencial. Y si el viejo primer ministro inglés decía que una semana en política es mucho tiempo, en el Chile actual, seis meses han sido una eternidad.

A la hora de los balances hay un evidente sabor amargo. En muchas dimensiones. En muchos ámbitos. Partiendo por la popularidad.

Maquiavelo se pregunta en los “Discursos a Tito Livio” ¿quién es más ingrato: un pueblo o un príncipe? En este caso es irrelevante la respuesta, pero lo claro es cuán lejanos se ven esos días en los que fue vitoreado por una Alameda llena, el día de la asunción del mando.

Más allá de “ingratitudes”, la pregunta de fondo es dónde está el problema de un Presidente que no logra asentarse. Y las respuestas son múltiples.

La primera gran característica presidencial ha sido la incoherencia. La acrobacia política llevada al extremo. “Representar el malestar es mucho más sencillo que producir las soluciones”, dijo esta semana ante la ONU. Es verdad. El problema es que los cambios de posición han estado en “los malestares” y en “las soluciones”. Hace menos de un año, la pandemia se había manejado de manera criminal; el Wallmapu era una nación; el proyecto de infraestructura crítica, algo inaceptable; los estados de excepción, una militarización; los retiros, indispensables e inocuos; Carabineros había que refundarlo, no cabían los pitutos en los cargos públicos y un largo, largo etc. Incluido el rechazo absoluto y tenaz al TPP11.

En todo eso el Presidente cambió de opinión. No en algo marginal, sino que en la base sobre la que montó su campaña presidencial.

Boric irrumpió bajo la premisa del fracaso de los 30 años. Su juventud le hacía carecer del lastre del pasado. Ahí estaba la virtud. En reemplazar a los “viejos vinagres”. Pero la juventud como cualidad para el liderazgo político ha quedado rápidamente superada. Así, Boric ha quedado en una especie de “la adolescencia política” de la cual no logra salir.

Y es cierto, todo adolescente tiene derecho a ser incoherente, pero todo adulto tiene la obligación de dejar de serlo.

El adolescentismo se plasmó desde el primer día. En su absurda acusación al rey de España de llegar atrasado al cambio de mando; en culpar a Estados Unidos de no participar del acuerdo climático, pese a que estaba John Kerry en la mesa; en suspender la entrega de credenciales del embajador de Israel encontrándose en La Moneda. Todos episodios muy costosos.

Y así como las formas le dan la dignidad al cargo, tenemos un Presidente descuidado de ellas. Como suelen ser los adolescentes. No se trata de andar con o sin corbata. Se trata de andar con zapatos lustrados y la camisa adentro. Se trata de no andar con abrigo adentro de La Moneda.

Los adolescentes tienen respuestas fáciles: mal que mal —como dice Aristóteles— su facultad deliberativa todavía es imperfecta. Y llegamos a frases como las pronunciadas esta semana: “Ningún gobierno puede sentirse derrotado por la voluntad del pueblo”.

¿Qué significa esa frase? ¿Que la dictadura no se sintió derrotada con el resultado del plebiscito? ¿Que Trump no sufrió una derrota al no reelegirse? ¿Que David Cameron no perdió al aprobarse el Brexit?

El Presidente se niega a aquilatar la enorme derrota electoral sufrida el 4-S. El viaje a la ONU llevaba meses preparándose para mostrarle la nueva Constitución al mundo y resultó ser el viaje de los perros al puerto.

Boric contrastó con el mesianismo de Bolsonaro, la radicalidad de Petro y la sandez de Fernández. Una mezcla de buenismo con momentos lúcidos, diversos lugares comunes y un par de frases derechamente absurdas.

“Me enoja cuando eres de izquierda y puedes condenar las violaciones de derechos humanos en Yemen o El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela, Nicaragua o Chile”. Comparar dos tiranías, un país fallido y otro con visos autoritarios con Chile da cuenta de otro profundo error de diagnóstico más. Parece ser que lo único que queda en pie, a estas alturas, es culpar a Piñera de ser el peor presidente de la historia. Otro absurdo más.

En la adolescencia se define la identidad y se delinea el futuro. Para ello es fundamental alejarse de las malas compañías. Boric tendrá que optar entre los dos grupos cada vez más rivales. O la vieja Concertación o los jóvenes frenteamplistas unidos a los comunistas. Tarde o temprano se hará palpable que la premisa de Perón (“todos caben”) no es factible.

A la hora del balance, es claro que el Gobierno no logra instalarse y que el Presidente no logra definir su identidad. Quedan largos tres años y medio. No es posible madurar a golpes de voluntad. O, al menos, no de un modo sencillo. Desde luego, no en cosa de semanas. Pero será necesario hacerlo. Siete semestres más de esta forma son, lamentablemente, un camino a ninguna parte. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

3 años, 4 meses, dos semanas y cinco días 22 octubre, 2022

Era un riesgo que un triunfo del Rechazo se transformara para Boric en el 18 de octubre de Piñera. Ya no es un riesgo. Es una realidad.

De facto el Gobierno perdió su programa, perdió su mística y perdió su sentido histórico.

Todo lo que se dijo hace un año, ya no corre. No solo no será factible de hacer, sino que la mayoría de la gente no quiere que se haga.

Y si bien en la época de Blanco Encalada no había encuesta Cadem, probablemente nunca un gobierno en la historia de Chile había tenido tan poco apoyo transcurrido tan poco tiempo.

Y la pregunta es inevitable: ¿cómo se sigue adelante?

Y el problema tiene cuatro dimensiones.

En primer lugar: el Presidente. La mística del Presidente, su —pese a todo— disposición al diálogo y su contraste con José Antonio Kast, catapultó en poco tiempo su popularidad y lo instaló en la Presidencia de la República. Seis meses antes de la elección nadie lo imaginaba. Seis meses después de la elección tampoco. La magia (y de paso la popularidad) se esfumó. Pero ya decía Maquiavelo que a quien la suerte le ayuda a llegar al gobierno con poco esfuerzo, lo normal es que requiera mucho esfuerzo para mantenerse.

¡Exijo respeto! Dijo recientemente ante un interpelador. Y tiene razón, la encerrona que le hizo el nonagenario dirigente de las pymes, con cántico a Carabineros incluida, es tan inaceptable como la improvisación de La Moneda para exponer así al Presidente. Pero es signo inevitable de la pérdida de autoridad y de afecto.

En segundo lugar: el programa. Los programas de gobierno no se leen, pero ponen la música. Y el programa del actual Gobierno estaba hecho en función del cambio profundo que los chilenos demandaban y que serían posibilitados por la nueva Constitución. Pasó lo que pasó y llevarlo a cabo no solo no es posible fácticamente, sino que la gente, o no quería o cambió de opinión. A tal nivel es aquello, que no sería raro que terminemos con una marcha en favor de mantener las AFP. La bandera mapuche nunca más se vio y las muestras de adhesión a Carabineros empiezan a ser cada vez más cotidianas.

En tercer lugar: el contexto. El Presidente es el emblema del octubrismo en un país que se transformó en septiembrista. Y si hace tres años se iluminaba la palabra “dignidad” en la “plaza Dignidad”, hoy debiera iluminarse la palabra “orden” en la Plaza Baquedano. Y donde salía “fin a los abusos” hoy podría salir “basta de inflación”. Entonces el Presidente actual no calza con el nuevo contexto. Está intentando bailar ballet vestido de huaso.

En cuarto lugar: la coalición de gobierno. El oficialismo está compuesto no por dos almas, sino que por tres. Y que son irreconciliables. La primera alma es la vieja Concertación. Con sus virtudes y defectos (y con los cambios que ellos mismos han experimentado). La segunda alma son los jóvenes que tienen “escala de valores distinta”. Son quienes recién se enteran de que ni todo lo hecho estaba malo ni de que gobernar era fácil. El tercer grupo son los comunistas. Quienes esta misma semana reivindican el marxismo leninismo. Quienes cargan en su espalda las atrocidades de un partido que prácticamente no ha convivido con la democracia en el mundo.

El problema es que, caído el Presidente, caído el programa y cambiado el contexto, la coalición no es posible sostenerla. Las almas toman vida propia. Y de manera irreconciliable.

Y sin coalición, lo que queda es el Presidente. El problema es que ya no corre el afecto. Mal que mal, el propio Maquiavelo decía que “los hombres son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro”. Y sin afecto y sin programa solo queda apelar a las virtudes propias de Gabriel Boric. Y ello no es garantía de nada.

Así las cosas, los 3 años, 4 meses, dos semanas y cinco días que quedan de gobierno se pueden hacer largos. Muy largos. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

El fracaso de la Convención 9 abril, 2022

La nueva Constitución española fue aprobada por el 91,81%. Está claro que eso no pasará en Chile.

Cuatro encuestas mostraron esta semana que el Rechazo le gana al Apruebo y dos muestran un empate técnico. Una realidad muy distinta a la de hace algunos meses.

La reacción inicial fue instantánea: romper el termómetro. Culpar al mensajero. Matar a la paloma. Se dijo que las encuestas no le habían achuntado al plebiscito de entrada, que esto era culpa de los medios de comunicación, que el empresariado, que la derecha. Otros esbozaron la clásica autocrítica de que “lo que aquí ha faltado es una buena comunicación”…

Ni lo uno ni lo otro.

Las encuestas fueron muy precisas en el plebiscito y en las últimas elecciones. Por otra parte, culpar a los medios del rechazo a la Convención es tan absurdo como pretender culparlos del estallido social (como hizo gran parte de la derecha).

Respecto de que esto responde a una falla comunicacional, evidentemente no es tal. La gente no solo ha podido ver el espectáculo circense que a ratos, al ritmo de “plurichile es tu cielo azulado”, ha primado en la Convención, sino que también se ha ido enterando de las demencias aprobadas en las comisiones y de aquello que se ha ido aprobando en el pleno.

Es que, como dijo el gran filósofo Fernando Savater, “chalados ha habido siempre en el mundo; el problema es que hagan constituciones”.

Lo que llevamos hasta ahora es que seremos un Estado plurinacional, siguiendo el camino de Bolivia, en vez de seguir el camino de la multiculturalidad canadiense o neozelandesa. Paradójicamente, la Convención ha promovido un planteamiento que no tiene apoyo en la población, incluida la que se autoidentifica con alguna etnia indígena, y que podría tener consecuencias impredecibles para las aspiraciones de unidad e integración.

Y de ahí en adelante una serie de otros temas, cuyo adalid es el “acuerdo transversal por el sistema político”, un acuerdo entre las izquierdas que debilita al Presidente y borra al Senado. Una gran asamblea, donde además el sistema electoral queda sujeto a los cambios de mayorías circunstanciales. Caldo de cultivo para las peores expresiones políticas.

Suma y sigue.

Así las cosas, aunque se apruebe la nueva Constitución ya es posible aventurar que la Convención ha fracasado. No habrá construido la casa de todos. Ni la de una mayoría sustanciosa. La nueva Constitución no se aprobará por el 90% español ni por el 80% del Apruebo. Se aprobará con el 50+poco. Si es que se aprueba.

Y la paradoja es que el espíritu que circunda hoy es el mismo esbozado por Jaime Guzmán: “La Constitución debe procurar que, si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría”. Solo hay que sustituir la palabra “izquierda” por “derecha”.

Así, el sistema propuesto por la Convención propicia que la derecha no pueda gobernar y que, si lo hace, se tenga que atener a lo que hay. Como era la Constitución de 1980. No como es la Constitución de 2005.

Después de los sorprendentes resultados electorales de noviembre pasado, se dijo que la Convención se moderaría. En el viaje que hicieron a Concepción se dijo que “se respiraba otro aire”. Pero nada de ello ocurrió.

El Presidente Boric, una vez más, se alejó de su piño, para mostrar su preocupación de lo que está pasando, en vez de culpar a los medios, a las encuestas y a los marcianos. Pero esa preocupación no será suficiente. Los gruesos errores de instalación del Gobierno han afectado su popularidad y parecen haber fuertes vasos comunicantes entre la aprobación al Gobierno y la aprobación a la Convención.

Y, lo que es peor, si se llega a rechazar la Constitución será para el gobierno de Boric equivalente al 18-O de Piñera. En la práctica, se terminará su gobierno. De ahí su razonable preocupación.

Terminada la negación inicial de esta semana, la operación de los convencionales estará en intentar “maquillar al muerto”. Es decir, hacerlo parecer más presentable, engalanándolo además con enormes ramos de derechos sociales. Pero es posible que nada de eso seduzca a la población. Los ofertones cuando no son creíbles no logran votaciones altas (si no, Parisi sería presidente). Y si el 44% votó por un candidato de derecha ultraconservadora ante el “susto” de la izquierda de Boric, la nueva Constitución se parecerá más a Jadue que a Boric. A un camino sin retorno. Y el rechazo entonces va del 44% hacia arriba.

Mientras tanto, esta semana se aprobó el derecho a una vivienda digna y se rechazó el deber del Estado de desalojar a un usurpador.

Seguimos. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

Las tres opciones de un proceso descafeinado 11 febrero, 2023

Finalmente se inscribieron las candidaturas. Una mezcla de políticos jubilados con rostros desconocidos que lucharán por un cupo en el consejo. Si no hubiera existido la polémica oficialista habría sido simplemente un mero trámite de un caluroso día de febrero. Sin la tensión propia de una contienda electoral, sin los codazos propios de estas instancias, sin la adrenalina de última hora.

El Gobierno, en la figura del propio Presidente, encabezó hasta el final la puja por aglutinar en una lista al oficialismo. Y no lo logró. Una inútil derrota a Boric en dos sentidos: debilitó su autoridad presidencial y nuevamente se ve altamente involucrado en una elección en la que le puede ir mal. O muy mal.

Así las cosas, se ha iniciado un camino, que a diferencia de la mayoría de los procesos en los que se han escrito constituciones, no tiene efervescencia, no tiene entusiasmo, ni tiene cafeína.

Tal vez, afortunadamente.

Mal que mal estamos en un escenario inédito: solo en Kenya, Zimbabue y Liberia se perdieron plebiscitos de una nueva Constitución, y en ninguno de ellos se inició un nuevo proceso inmediatamente.

Nuevamente somos “únicos”. La peculiaridad del chileno. La anomalía. La singularidad.

El resultado, sin embargo, es evidentemente incierto. Más aún después de lo sucedido el 4-S. Pero puestos a escoger, los escenarios posibles sobre cómo terminará esto son tres:

1. Izquierda llama a votar rechazo contra “los poderosos”

Es posible que la elección de mayo sea especialmente dura para la izquierda. La carga de la “lista del indulto”, sumada a la baja aprobación presidencial y, en especial, la carga de haber estado por el Apruebo en el proceso anterior pueden ser tres mochilas que pesen demasiado. Se puede transformar así en una elección inversa a la que le tocó a la derecha en la elección anterior de convencionales, donde el ser oficialistas —y en especial haber estado con el Rechazo— fueron cargas que la llevaron a su mínima expresión.

Si ello ocurre, un amplio sector de la izquierda se negará a entregar el sueño constitucional así no más. Se dirá entonces que el proceso está viciado, que es una democracia tutelada, que no está el pueblo y muchas cosas más. Y se iniciará desde ahí la batalla para derrotar a los “poderosos” que quieren imponer nuevamente una Constitución para ellos.

2. Populistas llaman a votar rechazo contra “los políticos”

Es posible que exista un consejo moderado, en el que prime la voluntad de entendimiento, donde los octogenarios consejeros estén abiertos al diálogo y a los acuerdos. Es posible así que se entregue una Constitución “mínima” que, a diferencia del proyecto anterior, no sea un programa de gobierno, sino que simplemente un marco. Ese escenario, de cara al plebiscito de salida, puede enfrentarse al relato de que son “los políticos de siempre” que están perpetuándose. Ahí estará el Partido de la Gente y republicanos. Tal vez un pie del Partido Comunista. Extraños compañeros de cama que llamarán a votar contra “los políticos”. Un discurso atractivo en un mundo en que la política goza de mala reputación.

3. Se repite el aburrido y olvidado plebiscito de 1989

La tercera opción es que se repita el olvidado plebiscito de las reformas constitucionales de 1989, donde las únicas fuerzas que llamaron a votar rechazo fueron el Partido del Sur, un emprendimiento de un empresario radial de Temuco, y el Partido Socialista Chileno, un enjambre creado por la CNI.

Todo el resto llamó a votar a favor. Todos con los brazos caídos. La izquierda porque consideraba que los cambios propuestos eran insuficientes, y la derecha porque veía el posible desmoronamiento del gran “legado” de la dictadura.

El resultado fue abrumador. Todos ganaron y nadie celebró realmente. Ese es, sin duda, el mejor escenario que puede ocurrir con este proceso.

Una nueva Constitución, descafeinada, que corrija la actual y la limpie del pecado original, le daría estabilidad a Chile y lo alejaría —al menos por un tiempo— de lo que el escritor Carlos Granés ha llamado el “delirio americano” (muy bien representado en el proyecto anterior). Porque como decía un viejo político francés, una buena Constitución no hace feliz a un pueblo, pero una mala lo puede hacer muy infeliz.

La gran carta que juega a favor de esta opción será el contraste con el circo anterior. Y, por cierto, que el resultado sea tragable. A este escenario hay que apostar: una Constitución “única, nuestra y aburrida”.

Pero los riesgos enunciados son altos. Demasiado altos.

Tal vez, valga la pena repartir desde ya un volante que diga aquello que decía Montesquieu: “Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento”. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

¿“Chilezuela” 2.0?, Francisco José Covarrubias 26 septiembre, 2020

Venezuela ha vuelto a aparecer en la política chilena. Como tantas veces. La situación que vive ese país es dramática. A su descomposición económica, política y social, se agregan los preocupantes atropellos a los derechos humanos recientemente refrendados por las Naciones Unidas. Solo este año hay más de 2.000 personas muertas en los barrios pobres de Venezuela durante “operaciones de seguridad”. Una tragedia por donde se mire.

Para el Partido Comunista, sin embargo, esto no es más que un informe “en base a versiones obtenidas a distancia”. Peor aún, las diputadas Cariola, Hertz y el alcalde Jadue se “desmarcaron” del partido, “condenando las violaciones de derechos humanos, vengan de donde vengan”, pero buscando generar un forzado empate con lo ocurrido en Chile tras el estallido social.

Una comparación tan absurda como vergonzosa. La posibilidad de que ocurran violaciones a los derechos humanos existe en todas partes, pero la gran diferencia es si ellas son sistemáticas (en Venezuela lo son y en Chile no) y —lo más importante— la capacidad de sus ciudadanos para defenderse de ellas. En Venezuela, a diferencia de Chile, no existe justicia independiente, no existe libertad de prensa, ni los organismos internacionales pueden realizar su labor. Ello hace que sus ciudadanos estén absolutamente indefensos frente a un poder de un Estado opresor.

La pregunta, sin embargo, es si Venezuela volverá a ser un tema en las múltiples elecciones del próximo año en Chile. Y la respuesta es, definitivamente, sí.

Mientras siga existiendo la dictadura chavista, no solo se muestra al mundo su fracaso, sino que se tensionan las izquierdas. ¿Cómo condenar? ¿Cómo apoyar? genera una cuña entre los demócratas y los totalitarios, e incomoda a todos.

Algunos creen que esta lógica de “Chilezuela” es un invento de nuestro país. Obviamente que lo es, pero ha sido una realidad en todos los países latinoamericanos. Y lo seguirá siendo.

En Brasil, el candidato favorito Fernando Haddad terminó reconociendo que “el ambiente en Venezuela no es democrático”, pero tuvo permanentes vacilaciones que le costaron la presidencia frente a Bolsonaro.

En Colombia, Gustavo Petro, quien lideraba las encuestas tres meses antes, terminó calificando de “profundamente equivocada” la línea política del régimen de Nicolás Maduro, después de muchas críticas por la tibieza de sus declaraciones. Igual terminó perdiendo.

En Perú, Verónika Mendoza estuvo a dos puntos de pasar a la segunda vuelta. Un factor decisivo para no hacerlo fue el tener una posición ambigua frente al régimen de Maduro, señalando durante la campaña que “no era una dictadura porque nunca existió un golpe de Estado”.

En Uruguay, el Frente Amplio no se pudo mantener en el poder. Uno de los aspectos centrales fue la ambigua postura frente a Venezuela. El candidato Daniel Martínez terminó condenando al régimen de Maduro, a diferencia de muchos de los miembros de su coalición.

En Paraguay, Efraín Alegre estuvo a tres puntos de ganar. El mismo día de la elección sostuvo que Venezuela vive en una dictadura, contradiciendo a su candidato a vicepresidente. Venezuela, sin duda, fue un factor decisivo en el triunfo de la derecha paraguaya.

¡Hasta en Surinam, el Presidente Desi Bouterse perdió los comicios, influenciado fuertemente por el apoyo que le había dado a Maduro en su mandato!

Argentina fue la excepción. Pero un gobierno con poco apoyo, como el de Macri, perdió por menos de dos puntos en la segunda vuelta, influenciado fundamentalmente por el miedo a Venezuela. Si no hubiera existido Maduro, la diferencia habría sido sustancialmente mayor.

Así las cosas, el mal ejemplo que da Venezuela no solo es un “buen ejemplo” del fracaso del “socialismo del siglo XXI”, sino que condiciona, y seguirá condicionando, todas las elecciones del continente.

Lo anterior adquiere más importancia aún si se tiene en consideración que el personero mejor aspectado de la oposición de cara a las elecciones es el candidato del Partido Comunista, Daniel Jadue. Así las cosas, la dictadura chavista volverá a poner una enorme señal de interrogación respecto de la posibilidad que tiene la izquierda democrática de llegar a acuerdos con un partido que nunca ha liderado una democracia.

Mal que mal, si bien los comunistas no se comen las guaguas, sí se comen las democracias. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

Trayectoria Política

Bibliografia

«El desenfreno» 8 mayo 2021 «Los números incomodan y los técnicos nos constriñen. Hay que echarle para adelante no más. ‘Dale nomás, dale que va’. Pero las fiestas se pagan» «Impuesto a los súper ricos sin ver el efecto que tiene en la fuga de capitales. Retiro de los fondos previsionales sin ver los efectos en las jubilaciones, royalties desproporcionados a la minería sin ver los efectos en el desarrollo de proyectos nuevos, incremento en el impuesto a las empresas sin ver los efectos en la inversión, baja en las horas de trabajo sin ver los efectos en el empleo. Y así, suma y sigue… tal vez la nueva Constitución ponga freno al desenfreno. Tal vez la nueva Constitución consolide el desenfreno»

«El camino de Sichel» El Mercurio 31 julio 2021 «El triunfo de Sichel tiene dos explicaciones mas. un evidente carisma, y una cierta fascinación de la derecha por el «candidato distinto», como una forma de trata de seducir al electorado «Buchi es diferente», «Golborne, el hijo del ferretero de Maipú»… quedan pocos meses para las elecciones y como nunca la campaña será muy decisiva… pero la derecha con Sichel se está jugando mucho. Si lo hace bien, tiene la opción, al fin, de salir de las cuatro manzanas, salir de la trinchera y renovar su discurso. Pero si lo hace mal, tiene el riesgo de perderlo todo: las elecciones, la cohesión y la identidad»

Otras publicaciones

El último cartucho 13 agosto, 2022

El oficialismo decidió jugar su último cartucho con el “aprobar para reformar”. Atrás había quedado una contienda que se jugaba el año pasado sin arquero en el arco rival. Atrás había quedado el 80% con el que se inició el proceso. Atrás había quedado la esperanza de “la casa de todos”.

Y si bien la elección del año pasado ya dio luces de que algo había cambiado en Chile, el “avanzar sin transar” fue la consigna. O el “maximalismo”, como dijo el histórico Camilo Escalona.

Las huestes mayoritarias llamaban a no preocuparse del resultado final, porque faltaba la discusión de los derechos sociales que sería al final y que cambiaría el eje. Pero ello no ocurrió.

Después se sindicó que la culpa era exclusivamente de los convencionales. De la Tía Pikachu, del que votó en la ducha, del que tocó la guitarra. Como solo era la hojarasca y nada de fondo, una vez terminado el circo (la propia franja del Apruebo dijo que “la Convención dejó mucho que desear”), el texto hablaría por sí mismo.

Tampoco ocurrió.

Todavía quedaba el rol del Gobierno, con el Presidente Boric como guaripola del Apruebo, repartiendo bonos, prometiendo gas barato y con una campaña de “información” que no es más que una burda intervención electoral, pero la aguja casi no se movió.

Faltaba todavía la franja. Pero todo siguió igual.

Entretanto, toda crítica era mal intencionada. Era una fake news. Era un intento de desinformar. Y si bien es obvio que lo había, ello estaba, y está, en los dos lados. Si no, basta mirar la franja del Apruebo, que promete un mundo con menos trabajo, sin corrupción y con más amor. Una especie de jardín del edén en la tierra. A todas luces, una gran fake news.

Así las cosas, llegamos esta semana a “quemar el último cartucho”. Una frase paradójicamente utilizada por un coronel peruano antes de la derrota con Chile en la Guerra del Pacífico.

Usando el último recurso disponible, los presidentes de los partidos oficialistas estamparon su firma en el documento FINAL-FINAL.doc. Con ello se terminaba la pureza de un texto casi perfecto. Atrás quedó el texto escrito en oro.

Pocas semanas antes el Presidente había “instado” a un acuerdo, en una puesta en escena para valorizar su liderazgo, pero cuyas conversaciones se habían iniciado un buen tiempo antes entre las fuerzas que lo secundan.

La pregunta inevitable es si los cambios propuestos son fruto de la deliberación o una mera estrategia electoral. La respuesta es obvia: lo segundo. Nada de ello hubiera ocurrido si las encuestas favorecieran al Apruebo. Pero la política es así. El propio Churchill dijo alguna vez que “la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.

Lo paradójico es que se propone cambiar lo que hace pocos meses una mayoría, controlada por la misma izquierda, había decidido establecer. Borrar con el codo lo escrito con la mano. Ello hace inevitable no recordar la frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

El problema con las reformas es que la muestran como una frazada corta que no es suficiente para cubrir la cabeza y los pies. No es suficientemente profunda para dar tranquilidad, pero mete suficientemente la mano para que los más duros se sientan traicionados. De paso, confirman que las críticas no eran fake news y el texto, qué duda cabe, pierde su virginidad.

Una mención aparte merece la actuación del Partido Comunista. Jugó a no participar del acuerdo. Luego concurre manteniendo el misterio hasta el final. Y la guinda de la torta: su presidente, Guillermo Teillier, cometió un lapsus largamente ensayado para advertir que no garantizaba que se cumpliera el acuerdo. Un pie en el Gobierno y otro en la calle. Un pie en el oficialismo y otro en cualquier parte. De esta forma, quedará claro que —en caso de ganar el Rechazo— ellos no querían hacer cambios. Podrán así buscar culpables y eximirse de las culpas.

Quedan tres largas semanas para que todo termine. O más bien, para que empiece todo. Lo que parece claro es que cuando haya que hacer el recuento, este tardío acuerdo no será más que la tanatopraxia de un cadáver. O dicho más en simple, un simple maquillaje para hacer más presentable al muerto. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

Un Gobierno en problemas Francisco Covarrubias 30 mayo, 2015

Si hace un año -cuando la Presidenta Bachelet llevaba pocos meses de gobierno- alguien hubiera predicho que Chile estaría en el escenario actual, lo habrían acusado de fantasioso.

La situación actual supera el escenario más pesimista imaginado. La realidad supera la ficción. Y la corrupción parece haber bajado desde las quebradas enlodándolo todo.

Y el afectado no es solo el Gobierno. Es Chile entero. Los políticos, las empresas, ¡hasta la ANFP!

Es cierto que hasta hace un año estábamos viviendo una especie de fantasía colectiva, donde creíamos ser la gran excepción de Latinoamérica. Si alguna vez lo fuimos, al menos hoy sabemos que ello ha terminado. Chile tenía los mismos problemas de corrupción que el resto, pero estábamos anestesiados y felices en el baile de máscaras.

Pero, más allá del problema general, donde incluso el ex Presidente Piñera está salpicado, los casos conocidos han conformado una realidad muy compleja para el Gobierno. A partir del caso Caval, y sobre todo a partir de la aparición de Martelli, el escenario cambió.

El problema, que ya en sí mismo era sustancioso, se vio claramente incrementado por el intento de negar la realidad y la aparición de las explicaciones inverosímiles. Como cuando el Gobierno señaló que el caso Caval era un «negocio entre privados». Como cuando Peñailillo trató de decir que sus informes eran asesorías reales. Como cuando la semana pasada el Gobierno intentó decir que no existía la precampaña.

Pero la realidad ha sido más fuerte. «Las mentiras nunca viven hasta hacerse viejas», decía Sófocles. Y hasta ahora, salvo en el caso de Jorge Pizarro, parece que tenía razón.

El costo para el Gobierno ha sido enorme. La Presidenta se ha visto desconcertada y las respuestas de su equipo han sido débiles. Consciente de ello, esta semana se implementó una nueva estrategia: el sacrificio de Peñailillo. En público lo han dejado solo, y en privado le achacan las peores cosas. La consigna es blindar a la Presidenta. Pero es probable que no sea suficiente.

Paradójicamente, fueron Caval y Martelli los que terminaron con la borrachera colectiva en torno al programa de Gobierno y terminaron por desnudar su utopía y debilidad.

Hay que recordar que Bachelet llegó al poder flanqueada por dos escuderos (Alberto Arenas y Rodrigo Peñailillo), un discurso (la desigualdad) y tres promesas (la reforma tributaria, la educacional y la nueva Constitución). Pues bien, el discurso se vio torpedeado seriamente a partir de Caval, los dos escuderos cayeron por su mal desempeño y las tres promesas parecen haber fracasado.

La primera de las tres promesas, la reforma tributaria, parece cada vez más claro que no conseguirá reunir los recursos y se apronta a debutar bajo una maraña de dudas. Y pese a que el ministro Valdés salió a prestarle ropa, no hay dos opiniones: la reforma quedó mal hecha.

La segunda gran transformación se terminó el 21 de mayo: el anuncio de la gratuidad de slo a un grupo de universidades es la muestra más palpable que, tal como lo advirtieron muchos hace un año, la utopía de la gratuidad no es posible.

Hoy solamente queda en pie lo que no se ha hecho: la promesa de la nueva Constitución. Pero es claro que los augurios respecto de lo que ocurra no son buenos.

La puerta de escape no queda clara. El «efecto cambio de gabinete» no le ha permitido al Gobierno retomar el control de la agenda. Necesariamente se requieren nuevos ajustes. Mientras ello no ocurre, la tensión interna en la Nueva Mayoría se incrementa. Y es normal. Han desaparecido los únicos dos factores aglutinadores: la popularidad de la Presidenta se ha esfumado y la sacralidad del programa ha sido profanada.

Rechazazo 10 septiembre, 2022

Nadie se imaginó una ola tan grande. Sus dimensiones superaron todas las expectativas. Casi dos tercios de la población rechazó el proyecto constitucional.

Atrás quedó la pesadilla. Y dejó claro que —tal como dice el adagio— “lo que empezó mal, terminó mal”. Y dejó claro también que como decía el viejo poeta inglés, “el pueblo es una fiera de múltiples cabezas”.

Escasas autocríticas por parte de quienes defendieron el Apruebo, aunque en privado varios se reconozcan aliviados.

Algunos han persistido en culpar a Rojas Vade, a la tía Pikachu y al que votó en la ducha, como los responsables de que el “texto luminoso” haya quedado contaminado. Y si bien hicieron una innegable contribución, no es posible transformarlos en el chivo expiatorio de la derrota.

La tesis más enarbolada por quienes se niegan a reconocer la dimensión de la hecatombe es que los chilenos se dejaron engañar.

¿Hubo fake news? Claro que las hubo. Como en toda elección. Como siempre, desde la antigua democracia griega. Pero, como siempre también, las fake news fueron de lado y lado, ¿o no se puede considerar una gran fake news la promesa de que la nueva Constitución iba solucionar todos los problemas?

El tema es que los chilenos decidieron escoger, pese a las fake news. O junto a ellas.

Las votaciones son por esencia emocionales. Y en este caso el Rechazo fue principalmente emocional a una Convención maximalista, grotesca, identitaria y antiestética. Simplemente no fue creíble el ofertón. Desde que le iba a llegar agua a Petorca, a la defensa de las semillas ancestrales.

Pero lo que no es aceptable es el “roteo” que se le está intentando hacer a la gente. Un artículo de Ciper esta semana es la prueba más elocuente de aquello: fueron a buscar las razones de 120 personas de comunas populares para votar Rechazo. El único objetivo es mostrar que fueron engañadas, que dicen leseras y que son huevones.

Es la misma fórmula que intentaron conservadores europeos, desde hace siglos, para mostrar que el populacho no puede votar. Porque no sabe. Porque los engañan. Y hoy, lamentablemente, una parte de la izquierda levanta esa bandera

En el libro “Los restos del día”, de Ishiguro, hay una escena en que los aristócratas ingleses están discutiendo de política y para refrendar que la gente no sabe nada, le preguntan al silencioso mozo sobre qué opinaba de una serie de asuntos políticos. El mozo no sabe y no puede responder, lo que —para satisfacción de los presentes— confirma el punto de que el pueblo no debiera tener derecho a voto. Que hoy una parte de la izquierda haga ese mismo ejercicio es francamente increíble. ¿Propiciarán entonces el voto censitario?

Pero lo que es peor es la contradicción. Hace dos años el pueblo virtuoso derrotó al “fascismo”. Ahora es una masa ignorante y manipulable.

“La culpa es de los medios”, dijo el jueves el líder de Podemos (e ideólogo de este gobierno) Pablo Iglesias. Lo paradójico es que esos mismos medios estaban durmiendo cuando eligieron a Boric, cuando se eligió a la Lista del Pueblo o cuando el 80% votó Apruebo.

Por cierto, desde la centroizquierda, fundamentalmente del Socialismo Democrático, la reflexión ha sido mayormente otra. Pero urge una declaración que plasme para la historia el reconocimiento del triunfo legítimo y que exista una autocrítica de verdad.

Por el otro lado, una parte de la derecha miope quiere enterrar los cambios bajo la alfombra. No solo están jugando con fuego al no cumplir un compromiso que quedó explícito, sino que además no se dan cuenta de que este es el momento más propicio para que sus ideas se plasmen en una nueva Constitución.

Finalmente, la invitada de piedra vuelve a ser la violencia. Y la pregunta es cómo la enfrentará el Gobierno. Son demasiadas las declaraciones de complicidad que siguen estando en el aire y que fueron dichas hace demasiado poco tiempo. Desde el Presidente hacia abajo. Y si bien la ciudadanía esta vez exigirá la represión, el Gobierno o no querrá hacerlo o dejará en evidencia una incoherencia más desde ayer a hoy.

El cóctel complejo. Especialmente para Gabriel Boric.

Pero, inexorablemente, seguimos. (El Mercurio)

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