Cristián Warnken

Datos Personales

Fuentes

La mujer del canasto está aquí, Cristián Warnken 29 octubre, 2015

Una mujer muy menuda, con un canasto lleno de libros, camina por una calle de una desolada periferia parisina, un barrio de inmigrantes, un barrio de tránsito. Un suburbio como miles de esos suburbios en el mundo que han sido construidos sin amor, un lugar de donde fue erradicada la belleza, un dormidero para los que sobran. Se detiene en un arenal de una plaza destartalada, coloca el canasto en el suelo y espera.

Es miércoles, y durante más de veinte años hará lo mismo a la misma hora, con libros en vez de panes. Es el comienzo de una revolución, pero de esas revoluciones que según Nietzsche advienen con «sonido de pisadas de palomas». Sin estrépitos, sin vociferación, sin teorías ni discursos, esta bibliotecaria misionera de la pasión de leer sacó la biblioteca a la calle, fue al encuentro de los lectores perdidos.

Una sola convicción la sostuvo en este lugar peligroso, la misma convicción que tuvo el príncipe Mischkin, el personaje de «El Idiota» de Dostoyevski: de que solo la belleza salvará al mundo. «La mujer del canasto» -así la conocen ahora en todas partes- cree que los libros bellos, las historias bien contadas pueden cambiar la vida de las personas, suscitar encuentros, abrir una puerta para que los marginados puedan escapar de su condena a la mera sobrevivencia.

Geneviève Patte, así se llama esta mujer que ha convertido a los libros en panes. Geneviève, Ginebra, nombre de heroína de cuento medieval, el de la mujer del rey Arturo y amor del joven Lancelot. Ella es Ginebra, Arturo y Lancelot al mismo tiempo, y su Grial es la palabra. La palabra viva y bella que está en los grandes libros y que puede tocar a todos los seres humanos. Ella se dio el tiempo para escuchar y conversar sobre esos libros que ama con los niños y los jóvenes. No les hizo absurdos «controles» de lectura, no los «interrogó». ¿Pero quién tiene tiempo hoy para estar con ellos y contarles una historia y escuchar su propia historia? Ella fue a buscar a los lectores a la calle porque sintió que las bibliotecas y las salas de clase estaban vacías, muertas.

Para Geneviève Patte leer no es una obligación, sino un placer . Ella tiene confianza en los lectores y no suscribe el pesimismo de las estadísticas. Ahora la tengo a mi lado, en Valparaíso; ha viajado hasta aquí a compartir su experiencia. ¡Mi heroína salida del libro de las Grandes Aventuras! Nos ha pedido que la traigamos a la punta del Cerro Alegre para ver la ciudad en toda su perspectiva. Sus ojos brillan, humedecidos por la emoción. Me dice: «Tantas casas, tantas historias, tantas vidas anónimas». Ella quisiera ir a tocar todas esas puertas con su canasto lleno de las bellas historias de siempre. «Nadie puede resistirse al placer de que se le cuente una historia» -afirma. Mañana estaremos con ella en Santiago, ciudad de periferias tanto o más segregadas que las de París.

La historia de esta mujer, su vida consagrada a la pasión por los libros y los encuentros es una de las más bellas que haya jamás escuchado. ¡Cuántos recursos mal gastados, cuántas políticas públicas de fomento a la lectura mal diseñadas, cuánto pragmatismo ramplón que no deja espacio a la libertad de los lectores, la gratuidad, la belleza! Miro a esta mujer menuda que está a mi lado y creo que con gigantes como ellas se pueden mover montañas, estos 45 cerros de Valparaíso, o las estructuras anquilosadas de nuestras burocracias educacionales que todo lo congelan.

La mujer del canasto está aquí y pocos en Chile los saben. Siempre es así. ¿O ustedes creen que Mahatma Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta habrían venido a dar una charla a CasaPiedra? «Pongan en ese canasto pocos, pero los más bellos libros -nos dice-, no los libros que sobran». » Small is beautiful -repite-, lo pequeño es hermoso». La mujer del canasto está aquí y dan ganas de ser niños otra vez para escuchar sus historias, con los ojos cerrados y el corazón abierto. «Había una vez en una peligrosa periferia de París…

Section

Allende «Estamos parados sobre hombros de gigantes» dijo en un momento de su discurso el Presidente recién electo Gabriel Boric ante una multitud jubilosa. ¿Quienes son esos gigantes a los que Boric debiera rendir un justo homenaje? No solo a Allende (por supuesto), ni a las figuras emblemáticas de la izquierda histórica, también a Lagos, a Aylwin, los Presidentes de la ex Concertación. Si Bric no hbiese cambiado su discurso en segunda vuelta y no hubise recibido el apoyo claro y generoso de los lideres de esa apaleada Concertación, Boric no habría sido elegido Presidente de la República. Él lo sabe y su equipo político también: ahora tendrán que actuar en consecuencia» «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

Aylwin, Patricio: Boric y el «paso a paso», que rima con el «en la medida de lo posible de Aylwin»  «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

Boric «No solo Boric fue elegido con una caudal impresionante de votos prestados, también con ideas prestadas, con citas indirectas y guiños a Aylwin y Lagos, con equipos de asesores de la centro izquierda que todos daban por muerta… Boric y el «paso a paso», que rima con el «en la medida de lo posible de Aylwin»  «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

Ricardo Lagos «A pesar de no haberlo citado en su discurso (ahí le faltó un poco de generosidad), estuvo presente incluso en una frase típica del ex mandatario que se coló en sus palabras (no sé si consciente o inconscientemente): «que duda cabe» «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

Matte, Rebeca «Ahí está la hermosa escultura de Rebeca Matte (tantas veces vandalizada desde octubre de 2019) «Unidos en la gloria y en la muerte» La gloria de este dia tambien debe ser compartida con Dédalo (Lagos, por ejemplo) «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

Neruda: «Solo con ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudadaes» – afirmó el poeta en su estamento poético» «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

«Boric debiera parecerse al último Rimbaud más que a Icaro que, por querer subir al cielo, quemó sus alas y cayó desplomado en brazos de su padre Dédalo» «Si Boric no hbiese cambiado su discurso en segunda vuelta y no hubise recibido el apoyo claro y generoso de los lideres de esa apaleada Concertación, Boric no habría sido elegido Presidente de la República. Él lo sabe y su equipo político también: ahora tendrán que actuar en consecuencia» «Sobre hombros de gigantes» 20 diciembre 2021

SecciónUn hombre de Playa Ancha, Cristián Warnken 26 mayo, 2016
Sobre Christian Warnken

Las combinaciones produjeron uno de los párrafos más delirantes del líder de los amarillos, Cristián Warnken, que en una columna nos deleitó con este trabalenguas:
Unos «aprueban para reformar», otros «rechazan para reformar». Y se dice que los primeros aprueban así para no rechazar (aunque, en el fondo de su conciencia, rechazan). Por lo tanto, los que en verdad estarían rechazando hoy son mayoría, tan contundente como el 78 por ciento del apruebo del plebiscito de entrada. Pero ese rechazo transversal quedará invisibilizado en el resultado, porque los rechacistas encubiertos prefieren disfrazarse de apruebistas. Apruebistas con bien poco entusiasmo, apruebistas resignados. (1)

(1) Baradit en su libro sobre la Convención

¡Rododendro! 22 septiembre, 2022

Miro al pasar un rododendro florecido. Es la primavera que oficialmente comenzó ayer. Recuerdo un hermoso cuento de Hernán del Solar —mucho más que un autor de literatura infantil, un gran narrador—: “Rododendro”. Cuenta la historia de un funcionario que se apresta para jubilar o que lo jubilen, para dejar la vida de oficina que ha sido toda su vida (parece no tener más que eso). Un día abre la ventana de su casa y escucha en el aire la palabra “rododendro”. Es una de las palabras más hermosas de nuestro idioma; a él le parece que le ha sido regalada una palabra mágica, una especie de cifra de todo, se aferra a esa palabra. Y cada vez que surge una pregunta inesperada o difícil, se contesta para sí mismo: “rododendro”. Tengo pena hoy día: “rododendro”; estoy alegre: “rododendro”: ¿Cómo una palabra puede contener tanto para alguien?

Quizás cada uno de nosotros debiéramos buscar o encontrar esa palabra que nos salva o nos contiene. Si sufriste una derrota, repite “¡rododendro!”; si ganaste, “¡rododendro!”. Para otros será “aljibe” o “magnolio”. El ser humano necesita de la palabra. Y las palabras nos buscan. Antes estuvieron cargadas de magia, tenían poder sobre la realidad, movían las piedras. Después, lo fueron perdiendo de a poco, hasta que un día abres la ventana, eres asaltado por la melancolía, y una palabra, inesperadamente, salida quizás de adónde, te llega y, de alguna manera, te salva.

Todos vamos a jubilar algún día (como el personaje del cuento de Hernán del Solar), jubilamos no solo en nuestros trabajos, también en la vida. La vida nos jubila, la misma que nos dio júbilo, tarde o temprano, nos jubila. ¿Tendremos, entonces, una palabra que nos busque y nos encuentre? Raúl Ruiz hizo su última película usando varios cuentos de Hernán del Solar del libro “La noche de enfrente”, entre ellos “Rododendro”. Fue su despedida y en ella la metáfora de la jubilación le sirvió para hacer presente su jubilación inminente del cine y de la vida, rescatando lugares y personajes del Chile profundo al que siempre volvía.

El rododendro que acabo de ver está en un sitio baldío en venta en un pueblo del sur. Me detengo junto a él, como esperando me llegue también “mi” palabra. Han sido meses intensos los que he vivido y hemos vivido todos como país. Vertiginosos. Desde hace varios años que navegamos en la incertidumbre. Necesitamos pausar las cosas, reposar lo vivido, recuperar la extrañeza y la distancia. La política no respeta esas pausas y esos tiempos, requiere respuestas rápidas, pero no hay respuestas rápidas, nuestras frágiles existencias van a la deriva, y las grandes palabras muchas veces no son las que nos salvan ni cobijan. Los sustantivos abstractos se gastan, y solo nos quedan los nombres propios de las cosas, “rododendro”, por ejemplo. Al borde de una primavera que ya quiere comenzar, cada uno debiera arrimarse a un árbol o ventana, a ver si desde el viento o la lluvia, o desde una nube, surge una palabra. Recordemos la primera palabra que balbuceamos o aprendimos en la infancia, la emoción de decirla. ¡Nuestra primera palabra! Ahora que ya avanzamos a una cierta edad o una edad cierta, tal vez nos sea regalada una última o penúltima palabra. El funcionario anónimo del cuento de Del Solar guardó dentro suyo la palabra “rododendro” y la rumió, la repitió como “mantram”, jugó con ella, como hay que hacer con las palabras. Los niños y los poetas lo hacen.

“Cuando las amadas palabras cotidianas pierden su sentido…”, dijo una vez con pena el poeta Jorge Teillier. Cuando eso ocurre, hay que abrirse a la posibilidad de que nos lleguen de otra parte palabras bellas y rotundas que habíamos olvidado. Cada uno de nosotros tiene derecho a su propia palabra secreta. “¡Rododendro, rododendro!”. Aunque suene ridícula a los demás. Siempre es tiempo de nombrar el mundo de nuevo. Sobre todo en primavera. Ya lo dijo Rilke: “la primavera ha regresado/ la tierra es como un niño que sabe poesías”.  (Emol)

Cristián Warnken

Ha muerto el loco de la colina 6 octubre, 2022

Hace dos días, falleció, durante la siesta, y en Huelva, España, “el loco de la colina”. Jesús Quintero fue apodado así por el título de un programa de radio española de culto que él conducía. Fue una especie de mago o chamán de las conversaciones y, sobre todo, de los silencios. “El rey de los silencios” se lo llamaba, en medios (como la televisión y la radio) donde el silencio ha ido desapareciendo hasta volverse un imposible. En nuestra cotidianidad, también el silencio ha sido desterrado y esa es probablemente la causa de que ya no sabemos ni podemos escuchar.

Jesús Quintero generaba en sus conversaciones con personajes de los más distintos ámbitos (la política, el espectáculo y la cultura) espacios o “bolsones de silencio”, que hacían que el entrevistado se abriera o se entregara a revelar sus pensamientos y emociones más íntimas. Hoy se cree que, presionando al entrevistado, este terminará por entregar lo que el entrevistador espera de él. En realidad, no hay que ir en busca de una respuesta, como una suerte de policía o fiscal, sino muchas veces más vale darle la posibilidad a que el silencio —que en un medio de comunicación como la radio o televisión genera inquietud o molestia—haga su trabajo. Las mejores entrevistas de Quintero eran las conversaciones sin prisa, esa que hoy muchas veces impide respirar o pensar. “El loco de la colina” decía que su propósito no era tratar al entrevistado como una presa de caza: “no voy a acosarlo (al entrevistado): ni chuparlo, ni vencerlo. Nunca uso la estocada. Si ha de morir, se matará solo y con sus propias palabras”.

No en todas sus conversaciones logró esos momentos de verdadera apertura en que el otro se entrega a abrir su alma, pero cuando lo lograba, uno tenía la impresión de que, más que entrevistador, Quintero era un terapeuta. También un actor que se creó un personaje, o varios, un explorador que nos recuerda que en los medios de comunicación masiva también se pueden experimentar nuevos formatos, arriesgar, algo que la progresiva estandarización hace cada vez más difícil. Una de sus emisiones en la televisión se llamaba “El perro verde”, por un perro que lo acompañaba en un rincón del set televisivo. Ese poco de locura que había en él lo hacía un personaje entrañable, una especie de Quijote de la radio y la televisión, a veces delirante, a veces extremadamente lúcido, a veces ridículo, otras sublime. Varias de sus emisiones se abrían con unos monólogos o discursos sobre la vida, el dolor, con palabras rotundas, rotundamente españolas, altisonantes pero muchas veces certeras. Se atrevía a navegar en las aguas del “clisé”, acercando a millones de auditores y telespectadores a reflexiones que bien podrían haber sido “agonías” unamunianas, declamaciones que ponían al público masivo en contacto con el cada vez más debilitado y desprestigiado poder de la palabra.

Quintero nunca fue ni habría podido ser “cool”. En ese sentido, empezó a convertirse en un comunicador “demodé”, en un tiempo donde campea más la comunicación de pocos caracteres (como Twitter), tiempos de la estocada y la cuchillada fácil, y no de la escucha y la paciencia. Encontrarse con él en el dial, en plena noche, y escuchar al taumaturgo de la conversación pausada e intimista, producía una extraña felicidad. ¿Quién escucha hoy la radio en la noche? Los guardias nocturnos, los taxistas y los insomnes. Pienso que voy a prender la radio y encontrármelo de nuevo, de regreso, ahora fantasma con voz. Intoxicados de información, seguimos siendo esos “animales enfermos” que decía Nietzsche, necesitados de un narrador que nos reúna otra vez en torno a una fogata común y nos devuelva el calor y el silencio que nos faltan. Náufragos del dial y la vida, esperaremos siempre que un loco de la colina y su perro verde nos vendan la ilusión de lo que, sin embargo, sabemos irredimiblemente perdido. (El Mercurio)

Cristián Warnken

Churchill en Chile 1 diciembre, 2022

Un 30 de noviembre, o sea ayer, pero en 1874, nacía uno de los más grandes políticos de la historia del siglo XX: Winston Churchill. Leer su biografía puede ser, en estos tiempos, un ejercicio de masoquismo, al comparar la calidad de los líderes de nuestras democracias de hoy con la figura de un hombre al que le sobró todo lo que más les falta a ellos: coraje. El problema no es solo local: en la misma Inglaterra, basta comparar a un Boris Johnson con Churchill para constatar la decadencia de nuestras democracias representativas, justo en momentos de incertidumbre y peligrosa inestabilidad global, que es donde más se requieren liderazgos con carácter.

Solo imaginemos —y eso nos produce un escalofrío— qué hubiera pasado si Alemania hubiese derrotado a Inglaterra, para entender lo importante que son estos líderes con carácter en momentos decisivos de la historia. Sobre todo si se trata de democracias, porque la democracia suele ser muy vulnerable y frágil.

Lo dijo Churchill: la democracia “es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. Nuestro Jorge Millas afirmó, por su parte, que el gran valor de la democracia es que es imperfecta como la vida: los sistemas que se dicen “perfectos” son los que terminan asfixiando nuestra cotidianidad.

Por eso hay que desconfiar de quienes nos ofrecen democracias con apellidos: “protegida”, “directa” o “popular”. El único adjetivo que no desvirtúa su esencia, sino que la reafirma, es este, tan olvidado: “representativa”. Es justamente por la fragilidad de la democracia representativa que son tan importantes líderes democráticos que la defiendan, que sean valientes, que no abdiquen fácilmente de los valores que la sustentan ni cultiven una ambigüedad que debilite sus defensas ante el ataque de sus deconstructores.

Lamentablemente, en la mayoría de las democracias del mundo, todavía seguimos girando dentro del célebre poema del poeta irlandés W. B. Yeats, que he citado tantas veces aquí: “(…)todo se desmorona: el centro cede(…)/ los mejores no tienen convicción/ y los peores rebosan de febril intensidad”.

Churchill sería el desmentido a la afirmación de Yeats: un político de los mejores, pero lleno de convicción, claridad y decisión. Hoy abundan más los segundos que los primeros: esos “peores” que rebosan de febril intensidad. En América Latina tenemos de esos “febriles” e intensos en abundancia. Tal vez porque nuestro continente ha cultivado el “delirio americano”, del que habla el ensayista colombiano Carlos Granés, esa inclinación casi irredimible por la “pasión por lo imposible”, que tantas catástrofes ha producido.

¿Y cuáles han sido nuestros Churchill para contener ese delirio? Son contados con los dedos de la mano: Aylwin en primer lugar. Nos alegramos que se le haya hecho un merecido homenaje ayer en La Moneda. Y también Lagos, tan denostado y ninguneado por sus propios “compañeros”, como si se manifestara en ellos un resentimiento u odio a la grandeza.

Churchill podría decirle a Lagos: “¿Tiene enemigos? ¡Bien! Eso quiere decir que usted ha defendido algo con convicción en algún momento de su vida”.

Es urgente mostrarles a los jóvenes la historia de nuestros grandes líderes democráticos. Ellos representan todo lo contrario de este baile de máscaras al que asistimos a propósito de la discusión sobre el proceso constitucional. Descorazona ver a tantos no decir lo que piensan de verdad y sumarse, además, al coro de los “febriles”, no defendiendo ni validando a la democracia representativa. Afirman que si la Constitución la redactan expertos elegidos por el Congreso, esta no sería democrática, como si los procesos constituyentes de Ecuador, Bolivia tuvieran mejores estándares democráticos que los de España, Finlandia o Suecia.

La falta de coraje democrático sigue siendo la gran enfermedad de nuestra clase política; por eso esta intensa y súbita nostalgia mía por Churchill. (El Mercurio)

Cristián Warnken

Un fantasma recorre el Congreso 15 diciembre, 2022

“¿Qué hago yo aquí?”, me pregunto mientras recorro los largos pasillos del Congreso Nacional pisando las alfombras gastadas donde se ha paseado la historia. Allende, Frei, Alessandri y tantos fantasmas deambulan y su ausencia pesa. Es uno de los largos tiempos muertos entre reunión y reunión para llegar a un acuerdo sobre el nuevo proceso constitucional. Cuántas discusiones, cuánta pasión, cuántas traiciones, cuántos encuentros. Nadie entra en la política para encontrarse con un mundo puro: la política es impura como la vida, y aquí estoy con un pie adentro y otro afuera. Me siento extranjero en un mundo de códigos que no manejo bien, desconfiado, pensando que todo esto es un baile de máscaras. Dudo a veces si vale la pena haber dejado mi torre de marfil por el foro. Pero este viejo edificio me emociona. Aquí Neruda pronunció memorables discursos, aquí alguna vez la oratoria de alto nivel esplendió: ahora son tiempos más pragmáticos, más de guarismos que de bellas oraciones subordinadas o yuxtapuestas.

Los funcionarios del Congreso se muestran serviciales y atentos, conscientes del lugar histórico y republicano donde trabajan. Pero muchos senadores y diputados parecieran dudar de la legitimidad democrática de la institución que representan, e insisten ante las cámaras y en las reuniones en el peligro de una democracia “tutelada” (usan ese adjetivo), si es que el Congreso elige expertos para elaborar una Constitución. Un diputado llega a afirmar que no es tarea del Congreso elaborar constituciones. La tentación de la democracia directa sigue en el aire, a pesar de los desastres recientes. Dudar del órgano más importante de la democracia representativa puede constituir una abdicación muy peligrosa: por ahí entran los populismos de distinto signo. Me parece escuchar la voz ladina de Pinochet denostando a los “señores políticos”, “los honorables a la parrilla”, como los llamaba un periodista de la vieja guardia, Lira Massi. ¿No es acaso hora de reafirmar la importancia de este Congreso en horas cruciales como esta?

Muy cerca de aquí, un grupo de convencionales embriagados de espíritu refundacional estuvo a punto de eliminar el Senado, la institución más antigua de la República. Afuera, Pancho Malo y su grupo “Los patriotas” gritan sin cesar consignas insultantes contra los que estamos adentro intentando fraguar un acuerdo. Sin darse cuenta, los que en sus discursos insisten en debilitar las instituciones representativas enarbolando la “soberanía popular” (como si este Congreso no hubiera nacido de ella) se hacen eco indirectamente de los vociferantes callejeros. Muchos alguna vez soñaron incluso con romper las barreras entre la política y la calle y recibieron con vítores, aquí, a la “primera línea”, olvidando que si estos altos muros de albañilería resistente existen, es justamente para contener y poner límites a la violencia siempre a punto de estallar y que vive bajo una delgada capa civilizatoria llamada “democracia”. ¿Cómo sobrevivió este bello edificio decimonónico a los pirómanos, saqueadores, devastadores del espacio público, que se abalanzaron como demonios cuando perdimos la convicción en ella? La democracia representativa es un milagro. Es un milagro que estemos aquí a punto de llegar a un acuerdo razonable, después de haber estado cerca de hundirnos en el abismo de la intolerancia. Hay que invocar a los ilustres fantasmas republicanos y hay que mantener a raya a los demonios.

“¿Qué hago yo aquí?”, me pregunto otra vez con extrañeza. No alcanzo a responderme y ya me veo a mí mismo con un lápiz firmando un acuerdo. Ese lápiz es la única arma que debemos blandir para defender una causa. Acabo de firmar y con los otros firmantes ya soy un fantasma más en este viejo Congreso que nos sobrevivirá. ¿Qué nuevos demonios volverán a la carga? No dejemos de caminar y conversar y acordar juntos sobre estas alfombras gastadas.  (El Mercurio)

Cristián Warnken

Un fantasma recorre Chile 7 abril, 2022

Un fantasma recorre Chile: el fantasma del Rechazo. Lo que parecía improbable e incluso imposible, la peor de las pesadillas para una mayoría refundacional y maximalista de la Convención, ya está aquí. Cuando se estaba a meses de conseguirlo todo, la reinvención y deconstrucción de Chile, las autonomías infinitas de los territorios, el sesgo de género obligatorio para los jueces, cuando un convencional, en el “sumum” de su éxtasis “plurinacional”, cantó “pluri-Chile es tu cielo azulado”, cuando estaban a punto de tocar el cielo con un dedo, el Rechazo comenzó a crecer como la mala hierba. Sin que la derecha ni siquiera hubiera iniciado campaña alguna, porque los verdaderos portavoces del tan demonizado Rechazo resultaron ser los mismos voceros de la refundación desde cero. La desmesura “progresista” se encontró con los límites de la realidad y el sentido común.

Toda desmesura, tarde o temprano, tiende a dispararse a sí misma en los pies. Sea de izquierda o derecha, la desmesura sigue siendo el pecado mayor, así lo entendieron los griegos y uno puede escuchar un delirio, dos, tres, pero el cuarto delirio ya no produce gracia ni atracción, sino repulsa, rechazo. No se necesitan grandes argumentos para eso: un instinto que todos tenemos dentro despierta alarmas cuando el carnaval se desmadra. Podemos sumarnos a él en algún momento de embriaguez en una fiesta, pero al amanecer nadie (salvo los que continúan borrachos) quieren seguir tirando la casa por la ventana. O, lo que es peor, destruyéndola. La Convención entró en un estado de embriaguez y entusiasmo colosales, absolutamente inmune a cualquier atisbo de crítica o preocupación que viniera de afuera. Muchos de sus miembros más parecían iluminados redactando un texto sagrado (un Corán identitario) que una Constitución para todos. Algún día habrá que estudiar qué extraño fenómeno psicológico se produjo al interior del Palacio Pereira, algo muy parecido a lo que ocurre en las sectas: hasta los supuestamente moderados terminaron sumándose a un aquelarre pocas veces visto en la historia de nuestra República.

Pepe Mujica, el expresidente uruguayo que tiene la virtud del sentido común (tan ausente en estos lares), dijo hace tiempo que le preocupaba que esta Convención terminara siendo una “bolsa de gatos”. Lo presintió, olió la desmesura. Nuestros líderes de izquierda, en cambio, callaron, miraron para el lado, dijeron que era mejor aprobar una nueva Constitución, por mala que resultara, con tal de enterrar la antigua. Miraron al rey desnudo, pero siguieron diciendo que andaba vestido. Así, se farrearon la oportunidad histórica de haber redactado una Constitución de unidad que hubiera contado con una mayoría tan contundente como el plebiscito de entrada. Ahora viene el plebiscito de salida: ¿y qué salida hay si el Rechazo sigue creciendo? ¿Qué hacer?

“Qué hacer”, título de un emblemático libro de Lenin. Seguramente eso se estarán preguntando los últimos leninistas del mundo, los convencionales del PC, que han llevado con una impasibilidad notable el pandero de esta fiesta. ¿Cómo revertirán esta tendencia? ¿Solucionando problemas comunicacionales de la Convención? No ¿Proponiendo una ofertón de derechos infinitos? ¿Más desmesura? Que, por favor, consagren en la Constitución el derecho a rechazar una mala Constitución. Ese es un derecho sagrado de los pueblos; nadie puede invitar a un país a resignarse con una Constitución mal hecha.

Se empieza a ver una cierta palidez en los rostros de las máximas autoridades del país, todo lo sólido se desvanece en el aire, y un fantasma recorre Chile. Ese Chile que algunos convencionales ya creían enterrado, ha regresado y los anda penando. En la noche, se desvelan y creen escuchar una vieja canción que vuelve desde el pasado y que les pone los pelos de punta, una canción insomniante. Y dice: “Chile, la alegría ya vieeene… ¡¡Vamos a decir que no… ohoh!!”. (El Mercurio)

Cristián Warnken

Jadue: Inferno, canto III 21 abril, 2022

Daniel Jadue dicta cátedra sobre la política chilena desde Caracas, capital de un país devastado. Ha elegido ese escenario para volver a golpear al Presidente de su propio gobierno, para alabar a aquellos países como Nicaragua, Cuba y Venezuela, que “de verdad apuestan por la desaparición del neoliberalismo y del capitalismo”. Hay que tomar nota: el objetivo ya no es solo la deconstrucción del neoliberalismo, sino la desaparición del capitalismo. Ahí uno empieza a entender algunas de las normas aprobadas o por aprobarse en la Convención sobre propiedad, uso de aguas, nacionalizaciones y otras, detrás de las cuales (y con eficacia que hay que reconocer) está el compañero de Jadue, Marcos Barraza (el Gran Operador del maximalismo constitucional), normas cuya promesa es la de la instauración pronta del Paraíso en la Tierra (perdón, habrá que decir ahora en “los territorios”). Barraza y cía. invitan a los chilenos a seguirlos en la ruta hacia el Paraíso de los “derechos sociales”, la plurinacionalidad y las autonomías ad infinitum; Jadue ha elegido —en cambio— hablar desde las puertas mismas del Infierno: Caracas, Venezuela.

Dante ya nos enseñó cuál es la peor de las catástrofes del Infierno: la de la pérdida de toda esperanza. Ahí está la memorable y estremecedora frase inscrita en el umbral mismo del Infierno dantesco: “lasciate ogni speranza” (“dejad aquí toda esperanza”). Si hay algo que he escuchado de muchos amigos cubanos, venezolanos y nicaragüenses, y de quien le ha tocado vivir (y morir) dentro de un sistema totalitario, es la sensación de total desesperanza. No solo se pierde la libertad bajo esos regímenes; lo más dramático y doloroso es que se pierde la esperanza. Gabriel Marcel, filósofo existencialista francés, dijo que el hombre está hecho, en último término, de esperanza. En Caracas, desde donde habló Daniel Jadue, ya no hay esperanza, es decir, se vive en condiciones infrahumanas, no solo materiales, sino también espirituales. Años atrás, en una manifestación contra el dictador Maduro, un grupo de jóvenes levantó un lienzo con esta bella consigna: “florecemos en un abismo”. Todavía había algo de esperanza entonces. No sé si alguien podría hoy afirmar lo mismo al interior de Venezuela. ¿En qué estarán esos jóvenes? ¿Serán parte de la diáspora de venezolanos repartidos por todo el mundo? ¿Alguno de ellos habrá muerto en alguna manifestación o en alguna de las cárceles adonde son llevados los disidentes?

Qué paradoja siniestra: un dirigente comunista de Chile enarbola la esperanza en el fin del capitalismo y una nueva sociedad más igualitaria y justa en Chile, parado sobre una tierra baldía, donde ya no viven seres humanos, solo sobreviven día a día, como sombras de sí mismos, como los “hombres huecos” de T. S. Eliot (quien en su poema “The Hollow Men” hace una reescritura del infierno de Dante): “somos los hombres huecos/ los hombres rellenos de aserrín/ que se apoyan unos contra otros/ con cabezas embutidas de paja./ Ásperas nuestras voces (…)/ como viento sobre hierba seca”.

Jadue expresó en Caracas una cierta melancolía resignada por la imposibilidad de que Boric pueda terminar con el capitalismo; pero mantiene la esperanza —dijo— de que con la Convención sí se pueda. Mientras lo oía hablar, cerré los ojos y pensé en tantos amigos poetas perseguidos, desterrados, silenciados en Caracas, La Habana y Managua. Y pensé también en el silencio de muchos intelectuales y gente de la cultura en Chile ante el sufrimiento de esos héroes de la palabra, mientras escuchaba el sonsonete, tan inconfundiblemente leninista, de un dirigente político que elige la “capital del dolor” (como diría Eluard), Caracas, para hacer sus declaraciones. Ese silencio ominoso, ese escandaloso doble estándar de nuestra izquierda es con el que cuentan los operadores del Infierno para llevarnos a todos ahí, creyendo que nos dirigimos al Paraíso en la Tierra. (El Mercurio)

Cristián Warnken

«PS parece privilegiar lo que fue la UP con el PC» 9 febrero, 2023

No alcanzaron a constituirse como partido político y, por lo tanto, no presentaron candidatos para el Consejo Constitucional. Pero a pesar de ello, desde Amarillos por Chile indican que participarán del nuevo proceso constituyente para evitar los errores del anterior.

El presidente de esta colectividad en formación, Cristián Warnken, hizo un análisis de las negociaciones llevadas a cabo en las últimas semanas.

«Aquí hay que evaluar el actuar de los dirigentes políticos (…) Por ejemplo, lo que ha hecho Natalia Piergentili (PPD), de mostrar temple a pesar de las presiones tremendas que sufrió desde el Gobierno, y también Gloria Hutt, que dejó muy claro desde un principio que no se iba a aliar con republicanos. Ambos liderazgos demuestran que hay personas que están mucho más cerca de lo que parecen», sostuvo.

Sobre la decisión del PS de ir en lista con Apruebo Dignidad, Warnken afirmó que «es una involución muy mala, porque es un actor muy importante en el escenario político chileno y lo que deciden marca mucho un futuro escenario. Aquí pareciera que están tendiendo a privilegiar lo que fue la Unidad Popular, es decir, darle más importancia a la relación con el Partido Comunista que con sus aliados del Socialismo Democrático, que fueron la Concertación».

Lea la nota completa en la nueva edición de El Mercurio. (Emol)

C. Warnken (Amarillos): «PS parece privilegiar lo que fue la UP con el PC» 9 febrero, 2023

No alcanzaron a constituirse como partido político y, por lo tanto, no presentaron candidatos para el Consejo Constitucional. Pero a pesar de ello, desde Amarillos por Chile indican que participarán del nuevo proceso constituyente para evitar los errores del anterior.

El presidente de esta colectividad en formación, Cristián Warnken, hizo un análisis de las negociaciones llevadas a cabo en las últimas semanas.

«Aquí hay que evaluar el actuar de los dirigentes políticos (…) Por ejemplo, lo que ha hecho Natalia Piergentili (PPD), de mostrar temple a pesar de las presiones tremendas que sufrió desde el Gobierno, y también Gloria Hutt, que dejó muy claro desde un principio que no se iba a aliar con republicanos. Ambos liderazgos demuestran que hay personas que están mucho más cerca de lo que parecen», sostuvo.

Sobre la decisión del PS de ir en lista con Apruebo Dignidad, Warnken afirmó que «es una involución muy mala, porque es un actor muy importante en el escenario político chileno y lo que deciden marca mucho un futuro escenario. Aquí pareciera que están tendiendo a privilegiar lo que fue la Unidad Popular, es decir, darle más importancia a la relación con el Partido Comunista que con sus aliados del Socialismo Democrático, que fueron la Concertación».

Lea la nota completa en la nueva edición de El Mercurio. (Emol)

¿Usuarios o productos? Usted decide 24 septiembre, 2020

¿Somos libres o creemos serlo? Cuando nuestra prisión y cadenas que nos atan son evidentes, podemos rebelarnos y liberarnos de ellas. Es el caso de los disidentes de los regímenes totalitarios y dictatoriales de la historia. Los “insumisos” que nombra Tzvetan Todorov. ¿Pero qué ocurre cuando, creyendo ser libres, en realidad estamos prisioneros en una jaula invisible o de oro, que nos impide darnos cuenta de nuestro estado, lo que hace imposible nuestra legítima y necesaria insumisión? Esa pregunta me hice después de ver el documental “El dilema moral de las redes sociales”. En él, muchos de los que pensaron o diseñaron el panóptico virtual disfrazado de horizonte de libertad, creativos y creadores de plataformas y programas de Google, Amazon, Instagram, Facebook, dan un testimonio personal que a ratos resulta escalofriante. Después de escucharlos, nos damos cuenta de que tal vez —como el protagonista de la película “Truman Show”— vivimos dentro de un guion escrito por otros (o por Nadie, lo que es más inquietante todavía), en el que nos movemos como ratones en un laboratorio, peces en una pecera, convertidos nosotros mismos en un producto que se transa en un mercado infinito, sin límites. Más que usuarios, somos “productos” disponibles: nos venden y compran (nuestros datos, gustos, opiniones) todos los días.

Se trata de una Matrix (la nueva “Gran Hermana”) que funciona casi con total autonomía, que se les escapó de las manos a sus propios creadores, que creían, ingenuamente, sería un instrumento para hacer un mundo mejor. El nuevo Frankenstein está a punto de provocar una devastación global, hasta ahora silenciosa, tanto o más grave que el cambio climático. Una de sus primeras víctimas: la democracia, porque a esta Matrix le convienen la polarización, las fake news, el que existan tribus enfrentadas, cercadas por murallas informativas que impiden que entre un pensamiento “otro”, la voz y opinión del adversario al que hay que convertir en enemigo. La proliferación de populismos, de izquierda y derecha, tiene que ver con eso. La exacerbación de los conflictos políticos y sociales tiene que ver con eso. Es la peste de la sospecha, que nos está infestando a todos y que pone en cuestión toda verdad u objetividad, y que terminará por hacer imposible toda convivencia y coexistencia en común, puesto que sin un mínimo común de verdad compartida, cualquier orden político democrático es inviable.

El nuevo enemigo de la democracia ya no es el comunismo ni el fascismo, sino este nuevo capitalismo del control —que, por supuesto, favorece a grandes compañías que no tienen ni Dios, ni ley, ni patria—, capitalismo del control al que han terminado por entregarse como sus esclavos o productos no solo los populistas de derecha, sino también los que, declarándose “de izquierda” y “antisistémicos”, también alimentan este siniestro negocio global. Esta nueva batalla por la libertad no será fácil, pues somos los peces de una gigantesca pecera virtual y no queremos que nos quiten el agua en la que “navegamos” todos los días, y pensamos que si se acaba la Matrix, no podremos vivir. Pero —y tal como lo afirma uno de los creadores de esa misma Matrix, ahora convertido en un “insumiso” y disidente—: existe realidad fuera de internet, hay vida allá afuera, afuera de la red donde hemos sido atrapados sin darnos cuenta. ¿Surgirá una generación rebelde que se haga insumisa ante esta nueva, la peor y más eficiente de todas las dictaduras? ¿Dejarán los padres a sus hijos abandonados a una adicción que está llevando a la depresión y el suicidio a millones de adolescentes en el mundo? El documental no debiera llamarse “el dilema de las redes sociales”, porque en realidad el dilema es nuestro, no de las máquinas (que no tienen conciencia ética), y surge desde el fondo inalienable de nuestro ser, como el grito que ha salvado antes al hombre de otras formas de esclavitud en la historia. (El Mercurio)

Cristián Warnken

Trayectoria Política

«… da la impresión que los candidatos se han dedicado más a tuitear que a pensar en serio… nuestros líderes sucumben al miedo y sean sobrepasados por el peligro. Eso le ocurrió al Presidene Piñera en octubre de 2019… la energía no ha sido puesta en comprender el país que somos, sino en hacerse del poder, sin entender que no servirá de nada entrar a La Moneda si este palacio flota como una nave a la deriva en medio de un maelstrom inmanajable… ese vació hermeneéutico de nuestra política es el que nos produce vértigo a los ciudadanos: instuimos -isn ser experos- la «insoporable levedad del ser» de los candidatos y la complejidad d elos peligros que nos acehan. Su falta de preparación es pasmosa e irresponsable. Por eso estamos yendo a votar con el alma en un hilo. Por eso nuestras dudas y miedos. ¿Que hacer? Estudiar, pensar, colocar la area reflexiva en el centro: es la urgencia para la política en los añso que vienen; todo lo demas es onido y furia. «El vacío reflexivo de Chile» 18 noviembre 2021

La nueva élite constituyente fue mas veloz en llegar a la desmesura que sus antecesores, la «casta» contra la que desataron su resentimiento incontenible,  9 septiembre 2021 Columna ¡Cambalache

Bibliografia

Otras publicaciones

Warnken «No solo Boric fue elegido con una caudal impresionante de votos prestados, también con ideas prestadas, con citas indirectas y guiños a Aylwin y Lagos, con equipos de asesores de la centro izquierda que todos daban por muerta… Boric y el «paso a paso», que rima con el «en la medida de lo posible de Aylwin» El Mercurio 20 diciembre 2021

Carta a Andrés Bello

Don Andrés Bello, ilustre, egregio bisabuelo de piedra:

Tiembla mi pluma al dirigirle la palabra, a usted que es el hombre «de» palabra, de gramáticas y códigos límpidos y consistentes, de extremo rigor en el lenguaje y el pensamiento, en su caso íntimamente unidos. A usted se aplicaría lo que alguien dijo sobre Víctor Hugo, en el siglo XIX: «Il fut le verbe personellement» («él fue el verbo personalmente»). Usted trajo el verbo, el «logos» y la gramática a este «erial remoto y presuntuoso» (así llamó a Chile el poeta Enrique Lihn). Sin su venida a esta finis terrae tal vez solo seríamos paisaje y no país. Le escribo desde este futuro de ese mismo país del que usted, ilustre venezolano, es casi como un padre, le escribo desde un tiempo donde campea el balbuceo, el desorden mental, la anarquía disfrazada a veces de alegre performance. De la política degradada en farándula y espectáculo y griterío histérico, no palabra viva y verdadera.

Cuando la palabra y el lenguaje se degradan, avanza la anarquía. Usted sí que sabe de anarquías: les temió, huyó de ellas y nos metió hasta los huesos la atávica «pasión por el orden», tan chilena. No sé si queda algo de ella en nuestro inconsciente a estas alturas, aunque los chilenos siempre creemos que, en la última línea, cuando caminamos al borde de la cornisa, esa pasión por el orden nos salvará. Quizás por eso a veces nos embarcamos en aventuras políticas atolondradas y refundacionales, a pesar de que detestamos el caos: tal vez lo hacemos porque en el fondo, sabemos, que cuando estemos a punto de caer en el abismo, esa «pasión por el orden» vendrá a salvarnos.

Es inevitable pensar en un tiempo convulso como este en usted. Usted nos sigue penando, bisabuelo de piedra. Encontramos siempre, en su palabra y sus escritos, una luz cuando la confusión y la discordia oscurecen nuestra convivencia. El país está embarcado en una aventura constitucional de la cual todavía no podemos predecir la deriva que tendrá. Una aventura constitucional muy «sui generis», con sus luces y sombras. Todos los escenarios están abiertos. Usted sabe perfectamente que escribir una Constitución no es chacota. Estos tiempos desde donde le escribo son tiempos chacoteros, algo infantiles, a veces un poco desaforados. No es fácil imaginar un orden futuro que pueda salir de un desorden interior, intelectual, político y también verbal. ¿O es que acaso de este desorden está a punto de nacer un nuevo orden que todavía no vislumbramos pero que para que llegar a él habrá que sufrir dolores de parto? ¿Tal vez el país busca un orden más dionisíaco que apolíneo? ¿Más romántico que clásico? Usted fue en parte romántico –como hombre de su tiempo–, pero un romántico recalibrado por lo clásico. Usted sabía que lo romántico desbocado, sin límites, es inviable como fundamento en países en formación.

El verbo que más se repite en el mundo intelectual hoy es «deconstruir». ¿Pero se puede aspirar a un orden solo deconstruyendo? No creo que ese verbo le gustaría mucho a usted, que dedicaba horas a develar el orden de la sintaxis, la morfología o de las repúblicas. Usted esculpía, con prolijidad y elegancia, con estilo, las constituciones y códigos sobre metal o madera duradera; algunos piensan hoy día que los textos constitucionales son listas de deseos, anhelos y derechos, como las listas de supermercado o las cartas al Viejo Pascuero.

En un artículo publicado en El Araucano en 1833 y comentando el recién creado texto constitucional de 1833, usted afirmaba: «La gran convención ha concluido ya la reforma del código fundamental de 1828, y creemos que, si sus trabajos no satisfacen todos sus deseos, se confesará a lo menos que han mejorado mucho el sistema de administración […] No se encuentran en él aquellos principios de frenesí que la licencia acataba con ofensa de la justicia y con mengua de la verdadera libertad. No hay teorías inaplicables a las circunstancias del país, sino reglas ciertas y claras para administrar los intereses públicos. El objeto de los reformadores ha sido afianzar para siempre la prosperidad común estableciendo una administración sólida, que al mismo tiempo pueda llenar sus deberes con facilidad, le sea imposible ofender impunemente los derechos de los chilenos». ¿Podremos decir lo mismo del texto constitucional del 2022 que nuestra Convención propondrá en junio a los chilenos para ser aprobado o rechazado? Vale la pena detenerse en sus palabras: los países, las constituciones, la democracia se tejen a través del tiempo; no borrando o deshaciendo lo ya tejido, sino recomenzando desde el punto al que nuestros antepasados llegaron. Eso se llama cortesía y gratitud con el pasado, tan olvidadas hoy.

Usted afirma en el texto recién citado –a propósito de la Constitución de 1833 recién terminada– «si sus trabajos no satisfacen todos sus deseos». Ningún texto constitucional puede cumplir los deseos de todos. Freud –un conocedor del siquismo humano que usted no alcanzó a conocer– se refirió a ese combate que tenemos todos los días entre el «principio del deseo» y el «principio de realidad»: la madurez consiste en entender que no siempre triunfará el deseo, y que la realidad inevitablemente nos impondrá límites que tendremos que aceptar con estoica resignación. El día en que nos damos cuenta de aquello, muere en nosotros el adolescente que fuimos. Hay países que –confundiendo sus deseos con la realidad– permanecen en un estado adolescente por mucho tiempo. En nuestra América Latina eso es frecuente. Y hoy, en nuestro país, estamos en un momento adolescente, juvenil, pero la realidad tarde o temprano vendrá a golpear nuestra puerta. Y una Constitución que quiera persistir en el tiempo debiera equilibrar nuestros legítimos deseos con los límites de nuestra realidad.

Unas líneas más adelantes, en el mismo texto suyo que acabo de citar, usted afirma que «no se encuentran en él [el texto constitucional de 1833] aquellos principios de frenesí que la licencia acataba con ofensa de la justicia y con mengua de la verdadera libertad». Hoy parecemos desbordados por ese «frenesí»: identitario, refundacional, etcétera. Tiene distintos rostros y manifestaciones, pero revela algo de nuestro estado de ánimo profundo: lo irracional, lo pulsional, lo emocional parecen predominar sobre lo racional y reflexivo. «Por la razón o la fuerza», dice nuestro escudo nacional: corremos el peligro –si no sabemos darle deriva y cauce a esa lava de anhelos, deseos, molestias, dolores y deudas varias– de que este devenga en «por la irracionalidad o la fuerza». Usted sabe lo que pasa con las naciones, cuando se rompe la delgada capa de racionalidad que nos separa de nuestras pulsiones primarias: usted vio el desfonde de tantas repúblicas de Sudamérica en el complejo proceso de emancipación e Independencia. Usted nos advierte de como esos «principios de frenesí» ponen en peligro la justicia y la verdadera «libertad». Y nos enseña que libertad no es libertinaje. ¡Cómo nos ha costado vivir la libertad en nuestro continente, cómo rápidamente la confundimos con anarquía y cómo la hemos sacrificado tantas veces por estas otras palabras: la «igualdad» o, en el extremo contrario, el orden!

Carta al Presidente de la República 19 DE MARZO DE 2022

Carta al Presidente de la República

«Creo, Presidente, y sin ser experto sino un ciudadano interesado en la historia e identidad de sus propio país, que la Convención se está ‘pasando varios pueblos’, aunque habría que decir, en este caso, ‘varias naciones'».

Señor Presidente de la República:

Sentado en mi jardín y pensando en lo difícil que es autogobernarse todos los días, pienso en usted que debe despertar cada mañana recordando que gobierna un país. No me atrevo a darle consejos –¿qué autoridad podría tener yo para hacerlo? Solo le recomiendo que lea mucho las Meditaciones de Marco Aurelio: él era mucho más joven que usted cuando el destino lo colocó al mando del Imperio Romano. La filosofía que aprendió muy joven de un maestro, Rústico, lo ayudó a sobrellevar las angustias y pesares propias del cargo. No era una filosofía teórica la de esa época, la de los estoicos, era un verdadero «arte de vivir». Al joven emperador le tocaron pestes, inundaciones, guerras y logró gobernar bien el imperio, porque primero supo cuidar su «ciudadela interior».

Usted está ahí donde está por la esperanza de millones que quieren una vida mejor y más digna. Me imagino lo abrumador que puede llegar a ser el sentir sobre sus hombres el peso de tantas expectativas y esperanzas. Mucha fuerza, mucha serenidad en esa tarea tan difícil y a la vez tan noble y, tal vez, en un cierto sentido imposible. ¿Qué gobernante lleno de ilusiones no se ha sentido frustrado por no poder cumplir todo lo que pensó sería fácil de cambiar? Tal vez lo primero que debe hacer un gobernante es priorizar y humildemente aceptar que no va a poder realizar todo lo que soñó hacer. Ya que le gusta tanto la poesía de Enrique Lihn (poeta que usted y yo admiramos), tal vez valga la pena recordar esos versos del libro La Pieza Oscura que dicen: «Teníamos toda la vida por delante / lo mejor era no precipitarse«. Algo parecido le dijo Pepe Mujica (ese podría ser su propio Rústico) cuando en una conversación que tuvo con usted le recomendó ir a paso a paso para no desbarrancarse. Como verá, sin quererlo, ya le estoy dando consejos: lo siento, me es inevitable hacerlo, porque quiero que le vaya bien. Majaderías de viejo, tal vez.

Si yo fuera su asesor –mire qué patudo– y tuviera que ayudarle a pensar cuál sería una de las tareas prioritarias que usted no debiera descuidar, es la de contribuir a que la Convención Constitucional termine bien su tarea, armónicamente, proponiendo un texto constitucional que nos una a todos y no nos divida. Usted lo dijo mejor que como yo lo estoy diciendo: que no sea una Constitución «partisana». Me voy a detener en un solo punto, si su paciencia y escaso tiempo se lo permite, que creo es fundamental dentro de la discusión constitucional: la de definición de Chile como un Estado plurinacional. Como usted es Presidente de Chile, un país que hasta ahora se ha entendido a sí mismo como una sola nación, creo que es importante que pueda escuchar otras opiniones que las que parecen estar primando en la deriva de esta definición tan crucial para nuestro futuro.

Este sea un tema sobre el que puede haber distintas y legítimas visiones que habría merecido una discusión profunda no solo al interior de la Convención sino en el mundo intelectual y académico, una discusión en la que debieran haber participado, al menos, nuestros historiadores, y de todas las tendencias, pues la decisión final que se tome no puede hacerse en abstracto y sin conocimiento profundo de nuestra historia. En este tema, que tiene que ver con la pregunta ¿qué somos?, las concepciones abstractas o teóricas corren el riesgo de estar desencarnadas de la realidad existencial, antropológica de un país. Decir, de la noche a la mañana, que no somos una nación sino un mosaico de naciones, es borrar de un plumazo una historia vivida, luchada, construida a lo largo de tiempo, y sobre todo «sentida» por la amplia mayoría del pueblo, un pueblo profundamente patriótico (no patriotero) que entiende que Chile es una nación que debe reconocer y valorar su diversidad de pueblos originarios, pero que no entiende que esos pueblos sean «naciones» diversas a la nación Chile y que, por lo tanto, haya que deconstruir aquello que entendemos por «Chile» cuando decimos «Chile» y «¡Viva Chile!». Ese grito que sale tan de adentro, en distintas ocasiones, y desde hace tanto tiempo, expresa un sentimiento que acompaña a la idea de Chile, país-nación. Desde muy temprano, los habitantes de este territorio se sintieron así mismos como una «nación».

Chile, Presidente, no es solo un territorio ubicable en un mapa, Chile no es un crisol de naciones sino de pueblos que, por lo demás, nunca han sido «naciones», en el sentido estricto del concepto de «nación». Incluso los tratados internacionales hablan de pueblos originarios, pero no de «naciones». Basta revisar las definiciones que desde el derecho se ha hecho desde el siglo XIX de «nación», para entender que este intento de concebir al pueblo mapuche, entre otros, como «nación», es algo forzado y que no se corresponde con la realidad e historia de esos pueblos. Esto se parece más a una construcción de alguien que quiere dibujar un mapa desconociendo el territorio que ese mapa quiere describir. La utopía de este Estado plurinacional ya está despertando rechazo instintivo de millones de chilenos, según lo muestran varias encuestas en que se pregunta si se está de acuerdo o no con el Estado plurinacional, y un porcentaje muy mayoritario contesta que «no». ¿Acaso no «somos país, sino apenas paisaje«, como ironizara Nicanor Parra? ¿Apenas territorio que cobija muchas naciones, pero no nación unida, país unitario, el Chile que hemos aprendido, conocido, defendido y vivido hasta ahora?

Qué peligroso puede ser hacer experimentos deconstructivos como este, que no estén fundados en un amplio consenso de base y desvinculados de la realidad que pretenden representar. Que otros países, como Bolivia, hayan tomado otro derrotero, me parece respetable y creo que en ese caso el Estado plurinacional encarna mejor en la historia concreta de ese país, de mayoría de población indígena; no en este Chile mestizo, que debiera primero reconocer su mestizaje, y su carácter pluricultural, muy distinto de «plurinacional«. Creo, Presidente, y sin ser experto sino simplemente un ciudadano interesado en la historia e identidad de sus propio país, que, en este tema, la Convención se está «pasando varios pueblos», aunque habría que decir, en este caso, «varias naciones».

Supuestamente lo que se busca es reflejar la diversidad y pluralidad cultural de nuestro país: bueno, Presidente, usted debe saber que Chile ha sido desde siempre una nación plural, en cuyo seno han coexistido diversas realidades sociales, concepciones religiosas, lenguas, orígenes raciales, etcétera. Hay muchos aspectos que podrán mejorarse y reformarse para profundizar la inclusión de esa pluralidad y rica diversidad, pero partir de la falacia de que Chile no ha sido una nación plural y querer reemplazar esa historia por una incierta y discutible «plurinacionalidad» me parece, y no solo a mí, un despropósito; es más, una desmesura. Un «disparate», diría mi abuela, con ese sentido común que tiene la gente común y corriente, a veces más sabia que quienes dicen representarlos, y que suelen sobregirarse más allá de lo que el mismo pueblo quiere.

Está bien y es entendible el entusiasmo de querer reformar y mejorar lo que debe ser transformado y desde luego valorar y proteger la identidad, cultura y derechos de pueblos postergados e invisibilizados por largo tiempo, pero aplicar teorías o conceptos abstractos que no encarnen en la realidad del país, hacer una camisa que no quede a medida o una camisa de fuerza, solo nos llevará a enredos, conflictos artificialmente creados; solo contribuirá a dividirnos y a perder lo laboriosamente construido y conquistado a través de siglos. Además, la idea de nación que enarbolan algunos constituyentes aplicada a los pueblos originarios se acerca a una visión «esencialista» de la misma, esencialismo identitario que ha estado en la base de racismos e ideologías totalitarias. Lo del Estado plurinacional con autonomías territoriales, comunales, etcétera, es una caja de Pandora que puede desatar muchas pesadillas sobre nuestro largo y estrecho territorio, esta «finis terrae» que logró resistir los embates de la historia y la naturaleza por su autoconcepción como nación y Estado vertebrador.

Tal vez usted, Presidente, Presidente de todos los chilenos, podría conversar con los convencionales de su sector, para que intenten enmendar o moderar este experimento que solo nos puede conducir a nuestro debilitamiento y a nuestro extravío. No puede perder un país su propio centro. Una mayoría circunstancial no puede querer desdibujar el mapa del alma y el cuerpo de un país. Un país llamado Chile, llamado a ser lo que es y no otra cosa, un país que se construyó con mucho esfuerzo y se reconstruyó tantas veces después de desastres naturales colosales, un país que no puede ser deconstruido tan fácilmente como si se tratara de un artefacto cubista experimental y no una realidad orgánica, histórica y existencial.

Marco Aurelio en sus Meditaciones reflexionó sobre los peligros de gobernar desde la teoría y tratar de forzar la realidad para que calzara dentro de la teoría o una determinada visión ideológica. Dice: «¡Qué lamentables son esos pequeños hombrecillos que juegan a ser políticos, y, como se lo imaginan, tratan los asuntos de Estado como filósofos! ¡Mocosos! Haz lo que la Naturaleza te pide: ¡No esperes la República de Platón! ¡Pero estate contento si una pequeña cosa progresa y reflexiona sobre el hecho de que lo que resulta de esta pequeña cosa no es precisamente una pequeña cosa!».

¡Qué gran enseñanza me parece esta, Presidente! Los constituyentes no pueden tener la pretensión de construir el Estado ideal, «la República de Platón». No hay que inventar la rueda de nuevo. Una Constitución con pequeños pero significativos cambios posibles de hacer, al final tendrá mejores resultados que una Constitución maximalista, refundacional, que parece querer inventar un texto para un país que no existe, como dijera nuestro astrónomo el profesor José Maza.

No sé si esta carta llegará a sus manos, no sé si la leerá, no sé tampoco si algunos de los conceptos aquí vertidos tendrán algún eco en usted. Créame que la escribí porque quiero que usted pueda desarrollar su mandato no agregando más tempestades a las que de suyo conlleva la tarea de gobernar. Que a la energía de la juventud tan necesaria para una tarea tan colosal se le agregue la sabiduría y la prudencia que salvaron a Marco Aurelio. Le deseo esto por el aprecio que le tengo y por el amor a Chile.

Un abrazo fraterno desde mi jardín.

Carta a todas las bases amarillas del país 5 de febrero de 2022

Queridos y queridas compatriotas que ondean la bandera amarilla sin complejos y sin miedo ante la prepotencia de los iluminados de cualquier tipo. Por medio de la presente carta, que espero llegue a todos los confines de nuestro querido país, me parece y –sin ánimo de sumarme a ninguna campaña del terror– ni querer arruinarles las vacaciones, que–dadas las últimas noticias que nos llegan de la Convención Constituyente– es prudente y necesario decretar un estado de Alerta Amarilla. Alerta democrática y republicana. Alerta en su grado máximo.

Esto puede ser comparado a la alerta que el SHOA emite cuando un tsunami o una erupción volcánica submarina ocurre en territorios cuya cercanía podría constituir un peligro para nuestras costas. ¿Son exageradas esas alertas? A algunos puede parecerles que sí, pero todos sabemos lo que puede ocurrir cuando las personas que viven en las zonas de riesgo no están alertadas y se minimizan los posibles efectos de un tsunami o terremoto cercano.

La mayoría de las veces es probable que la alarma termine finalmente en nada, pero a veces la tragedia ocurre: entre tomar las medidas precautorias y no hacerlo, aunque la primera opción pueda a muchos parecer exagerada, es mejor hacerlo pues no hacerlo podría significar perder muchas vidas…Y en el caso de una alerta democrática y republicana, muchas democracias se perdieron y muchos países sufrieron la devastación y la catástrofe porque quienes debían encender las alarmas a tiempo no lo hicieron. Y el tsunami de la intolerancia, el fanatismo y el totalitarismo terminó por pasarles por encima, llevándose también a quienes negaron el peligro e, incluso, se mofaron de las alarmas. Eso es lo que precisamente queremos y debemos evitar.

¿Y quiénes son los que deben encender primero las alarmas? Los intelectuales y  los periodistas, que nunca deben caer en la autocomplacencia y bajar sus varas de exigencia a la hora de evaluar a las autoridades y a quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones políticas. ¿Hay acaso algo más crucial y trascendente que redactar una nueva Constitución? Es ahí donde la mirada escrutadora, fiscalizadora y crítica de periodistas e intelectuales debiera estar puesta en estas horas, y ser extremadamente rigurosa y penetrante.

Es justamente en estos meses cruciales para nuestra historia institucional que quienes tienen el deber de cuidar nuestra democracia no bajen la guardia. Pasó la hora de empatizar con el aluvión de demandas, anhelos, sueños que este proceso ha despertado, todos muy legítimos pero que, si no son procesados y ordenados, pueden transformarse en un temporal de expectativasEs la hora de la política, de la razón, de dejar de ser desbordados por las emociones primarias, de elaborar esas emociones (no negarlas), de darles un cauce constructivo, de dejar de ser niños o adolescentes con «pataleta», rabia o pena, y comportarnos como adultos en esta hora histórica. Nos parece que ya pasó la hora de la «catarsis» de la primera etapa de la Convención y en la que los distintos representantes de identidades y minorías varias necesitaban decir «existimos» y «necesitamos ser vistos y reconocidos». Esa etapa se cumplió a cabalidad y nadie puede decir que aquellos que antes estuvieron «invisibilizados» por mucho tiempo por la élite no lograron un espacio de representación y exposición que era necesario para empujar la necesaria diversificación y mejorar las falencias de representación que nuestra democracia un poco gastada ya estaba mostrando.

Pero hoy estamos en otra etapa: ahora cada grupo, colectivo, minoría, etc. deberán sentarse frente a frente a conversar de verdad, a escuchar al otro en cuanto «legítimamente otro» (como decía Maturana), salir del narcisismo identitario y empezar a negociar, acordar, construir (o reconstruir) un pacto social que nos permita avanzar como sociedad y no quedar pegados en rencores, ajustes de cuentas y revanchismos del pasado. Quien tenga la mayoría tiene una responsabilidad inmensa en momentos así, porque puede usarla para proponer una propuesta de verdad inclusiva que considere también a la minoría (eso sería una mayoría con vocación democrática, una mayoría responsable y consciente de su responsabilidad histórica) o usar esa mayoría, por el contrario, para aplastar a la minoría e imponer su verdad, silenciando al «legítimamente otro», humillándolo, en el fondo.

Todos sabemos que se es mayoría circunstancialmente: hoy le tocó a la izquierda, mañana puede tocarle a la derecha. La Alerta Amarilla se justifica, queridos compatriotas, porque en vez de avanzar hacia una escucha genuina y a la búsqueda de un mínimo común compartido, al leer las propuestas aprobadas en las comisiones para ser discutidas por el Pleno de la Convención, todo indica que se está privilegiando el poner en primer lugar una visión maximalista, refundacional y en algunos casos derechamente revolucionaria antes que una mirada de Estado, de largo plazo, inclusiva.

Se dirá que los acuerdos de las comisiones recién aprobados son solo la base para un acuerdo final que, por requerir los «2/3», obligará a dialogar y a ceder. Sí, pero es poco probable que en el Pleno los mismos que han «tirado el tejo pasado» y «corrido el cerco de lo posible» (como les gusta decir) sufran una súbita iluminación y decidan retroceder tanto en lo que han avanzado. Esto podría significar dos cosas: o que todos los delirios propuestos son solo bravatas lanzadas para negociar después, o que muchos de los convencionales en el último momento van a sufrir una «caída del caballo como san Pablo«, y van a escuchar la voz profunda de la república y van a convertirse, de la noche de la mañana, en adalides del Estado de Derecho, la democracia liberal, la reforma, el civismo y la prudencia que, en esta primera «pasada» parecen haber sido arrasados. Significará que el trabajo de las comisiones habrá sido otra etapa más de la catarsis y que en el Pleno imperará, por fin, la inteligencia política. ¿Pero hasta cuándo se extenderá la catarsis colectiva? La catarsis no puede ser más importante que la redacción seria y responsable de contenidos y la búsqueda de mínimos comunes, de acuerdos: eso requiere ser trabajado desde el primer momento.

Y queda muy poco tiempo.

Hay que decirlo con todas sus letras: los amarillos hemos sufrido una ominosa y estrepitosa derrota en esta primera etapa de la Convención. La oportunidad que tuvieron quienes ostentaban una mayoría (las izquierdas) de crear un estado de ánimo unitario, respetuoso de las diferencias y de ir esbozando una Constitución dentro de un espíritu transformador y reformista (que es lo que la inmensa mayoría del país quiere), sumando incluso a una parte de la derecha a ello, me parece que ha sido perdida, por no decir farreada. Los grupos radicales se han dado todos los gustitos posibles, colocando sus propios intereses particulares por sobre los intereses del país. Por lo menos hasta ahora.

Hemos escuchado a uno de los más destacados y preparados constituyentes (quien en mi modesta opinión habría sido un gran presidente de esta Convención), Agustín Squella, clamar en el desierto advirtiendo que de lo que se trata es de transformar y reformar instituciones, no de demolerlas, que esto no es la refundación de Chile, que no estamos en 1810, sino en 2022, que tenemos historia y tradición detrás (constitucional, política y cultural). Todo un amarillo, Squella, un amarillo cabal, pero ninguneado por muchos de sus pares, soberbios, maximalistas, vociferantes que parecen escucharse solo a sí mismos en el espejo y que parecen anidar más un espíritu revanchista que uno genuinamente transformador y creador.

No se puede crear nada bueno desde el rencor y el resentimiento. Ninguna Constitución buena podrá salir de la Convención, si es que una parte no menor de sus miembros está todavía «pegado» en ese estado de ánimo que solo busca destruir al adversario o invisibilizarlo, repetir con él lo mismo que ese adversario hizo antes –en otro momento de la historia– cuando fue mayoría. El «diente por diente» solo nos llevará a una flagrante y trágica derrota: la de un país que no es capaz de reencontrarse consigo mismo, aceptando que no todos pensamos igual, que nadie tiene la verdad, y que nuestra verdadera riqueza está justamente en el equilibrio armónico de los opuestos.

Queda muy poco tiempo para dar ese salto de conciencia, sin el cual no tendremos una Constitución en las que todos nos sentamos incluidos y representados, una Constitución duradera, con bases firmes (no sostenida solo por estados de ánimo) y legitimada por todos. Es probable que ellos –los más radicales– estén tentados de pasar la aplanadora o la retroexcavadora. Pero que escuchen bien los maximalistas y jacobinos de la Convención: los amarillos no estamos disponibles para aprobar un texto que sea un refrito posmoderno y barroco de ideas copiadas de Evo Morales (como dividir a Chile en 13 naciones autónomas y paralizar toda inversión minera en territorios «indígenas»), con resabios de viejo leninismo (como la ley de control de medios) y elementos de cultura de la cancelación (como la iniciativa de justicia feminista), entre otros.

Los amarillos se sumaron con entusiasmo al Apruebo porque creyeron que esta era una oportunidad histórica para mejorar el país que heredamos (con sus luces y sombras), no para deconstruirlo y convertirlo en una suerte de república totalitaria disfrazada de democracia y progresismo. Los amarillos quisiéramos participar de la fiesta democrática del Apruebo del Plebiscito de Salida y estar en la calle con la mayor cantidad de sectores (incluida una derecha democrática, que existe) celebrando una Constitución mejor que la que dejamos atrás; eso quisiéramos, pero pensamos que queda muy poco tiempo para rectificar esta deriva extremadamente peligrosa que está tomando la Convención.

Demasiados constituyentes están jugando con fuego. De manera irresponsable y con cara de niños buenos. Y esta no es la hora del fuego sino de la luz, de la razón. Si los constituyentes no logran cumplir el objetivo por el que fueron mandatados por la gran mayoría de los chilenos, los amarillos seremos los primeros en manifestar nuestro categórico Rechazo a cualquier aventura institucional que deshonre nuestra tradición constitucional y republicana y que signifique una involución democrática. Y no dejaremos que la derecha más conservadora se apodere de ese Rechazo (cuando lo hace solo ahuyenta a quienes debiera convocar), ¡no! Los amarillos estaremos en la primera línea encabezando ese Rechazo a la regresión, en la defensa de una república democrática y un Estado de Derecho (tal como las conocemos en Occidente), como siempre debe hacerlo toda izquierda que se precie de democrática. Lo que no se puede aprobar de ninguna manera es una Constitución sincretista, pachamámica, bolivariana o qué sé yo, como muchos de los mamarrachos constitucionales que abundan en Latinoamérica. ¿Está dispuesto el pueblo chileno a tragarse un hongo alucinógeno así, a vivir una experiencia o experimento iniciático o político–chamánico? Quien paga las regresiones fruto de los delirios de las élites académicas (que son las que hoy tienen el poder) es el pueblo.

El Rechazo del Plebiscito de Salida si el texto presentado es un engendro o un imbunche –entonces– será antes que nada amarillo. Es de esperar, por supuesto, que no lleguemos a ese fatídico escenario. Para que eso no ocurra –porque no queremos que ocurra– es porque declaramos la Alerta Amarilla en todo el país. En febrero no deben salir de vacaciones el espíritu crítico, el periodismo responsable, el pensamiento político-democrático. Si todos ellos se duermen y no sacan al pizarrón a la Convención para exigir lo mejor de ella, la democracia chilena estará en serio peligro. Hay niños que, jugando inocentemente con fuego, han terminado quemando la casa de sus padres que dormían tranquilamente la siesta confiados en la bondad de sus querubines. Pirómanos no faltan en este país. Es preferible alertar, incluso exagerar, a riesgo de parecer apocalíptico, que dormirse en la autocomplacencia y el cinismo, caldos de cultivo –la historia así lo muestra– de la decadencia y abdicación de los países ante cualquier forma de totalitarismo o populismo. Que estos meses que vienen antes del Plebiscito de Salida sean amarillos, muy amarillos, como las hojas del otoño (y el invierno) que nos tocarán atravesar.

La Ética asesinada 22 enero 2015
Un hombre muerto yace tirado en el piso de su baño en un departamento de Puerto Madero, en Buenos Aires, y no descansa en paz. Se ha llevado con él un secreto terrible, un secreto que tiene a un país entero en vilo, al borde del abismo. Qué soledad la de ese fiscal, qué desolación la de Argentina. Porque, incluso en el improbable (no imposible) escenario de que se demostrara la tesis del suicidio, de todas formas la sospecha quedaría instalada, porque no es la primera vez que mueren testigos clave antes de un juicio en Argentina. Cuando ya es muy difícil desenredar las hebras de la mentira de las de la verdad, un país puede hacerse inviable.

El país de Borges, de Cortázar, de Sábato y Piglia, los grandes narradores rioplatenses, el país donde nació el tango, «ese pensamiento triste que se baila», el país donde se habla de filosofía y psicoanálisis en los cafés y donde las librerías están abiertas hasta la madrugada, el país del rock que nos abrió las puertas de la percepción en la década de los 70, es hoy un país de «cerdos y peces», para usar el título de una emblemática revista de la cultura «under» de Argentina, dirigida por Enrique Symns. Los cerdos andan en los pasillos de los ministerios, en los sórdidos intersticios del poder; los peces son los que -a pesar de todo- hacen respirar la cultura de un país de una creatividad y riqueza admirables. ¡Cuánto nos duele ver a Argentina así, país hermano que nos ha abierto mundos y perspectivas! Hay una Argentina que hoy está llorando de verdad, la Argentina de los ciudadanos honestos, que ve en el suelo junto al cuerpo inerte de un fiscal, el alma de un país.

¿Qué arruina a un país?, ¿la riqueza fácil tal vez? ¿Y por qué una porción significativa del pueblo argentino terminó por entregarles el país, casi con resignación primero y después cinismo, a oscuras mafias disfrazadas de ideología?

Hay un momento en la historia de nuestros países, en que con el silencio cómplice, todos podemos ser parte del círculo vicioso de crímenes y mentiras. Es más fácil no ver, no denunciar, no decir.

Que un país con el capital humano y cultural de Argentina esté en esta trágica encrucijada es una señal de alerta para nosotros mismos, que nos hemos creído inmunes a la corrupción en el contexto de Sudamérica, pero que hemos visto cómo en las últimas semanas ha caído el velo que ocultaba la promiscua relación entre política y negocios. ¿Que aquí todavía no matamos a testigos y fiscales? Sí, es cierto, estamos todavía bien lejos de llegar ahí. Todavía. Pero no digamos «nunca». Nadie está libre en el mundo de hoy de una gran descomposición en curso, que empezó hace mucho tiempo, cuando la política fue cooptada por el dinero. Ya lo dijo el poeta del Siglo de Oro español, Quevedo, «(…) pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don dinero (..) Madre, ¡yo al oro me humillo!» En el siglo XX, otro poeta, pero norteamericano, Ezra Pound, denunciaría qué pasa cuando la usura corroe la civilización, en su feroz poema «Con Usura».

Falta escribir un poema sobre el efecto devastador de la mentira en la sociedad. Es la primera señal de que «algo huele mal en Dinamarca». ¿No es preocupante acaso que algunos de nuestros senadores y ex candidatos a la presidencia hayan mentido y, ya acorralados, hayan dicho que lo que cometieron no fueron ilícitos, sino «errores»? Qué fácil cruzar la delgada línea roja por ambición o avidez. Cada cultura tiene su propio estilo para mentir. En Argentina -país de grandes narradores- se miente descaradamente y casi con estilo. Aquí se miente con un poco más de vergüenza (solo un poco), con cara de niños buenos, pero se miente.

Usura, mentira y política. ¿No estamos hablando en realidad de Ética? Para Aristóteles, el griego que pensó la política, ética y política iban juntas. En algún momento se separaron. Hoy el cuerpo de un hombre muerto se interpone entre ambas, como una grieta que sangra. (El Mercurio)

Constitución y tierra baldía 14 julio, 2022

La portada del texto constitucional que será sometido a plebiscito en septiembre instala, en el que se prepara a leerlo, la imagen de la fragmentación: decenas de cuadrados de los tres colores de una bandera (la chilena). Quizás se quiso privilegiar la imagen de la diversidad en la unidad, pero un cierto impulso a la deconstrucción parece sentirse desde los orígenes mismos del proceso constituyente. Ese impulso deconstructivo no es, desde luego, el único: a veces, y en contradicción con aquel, se percibe un exceso de reglamentación de la actividad social y privada en el texto, un intento de dirigir y conducir lo indirigible: la espontaneidad de la vida misma.

No es fácil encontrar un hilo conductor, un “logos” que vertebre esta Constitución. Se percibe en su largo articulado la confluencia de distintas minorías y agendas identitarias desesperadas y ansiosas por hacerse ver y sentir. El exceso de adjetivos es un síntoma de ello. Y la larga lista de autonomías dibuja un puzle más que un país. Recordé el título de una novela experimental de Julio Cortázar: “62. Modelo para armar”. Pero sobre todo vino a mi memoria ese desesperado poema de T.S. Eliot “La tierra baldía”, que muchos vieron como el síntoma de una sociedad en crisis profunda de sentido. De hecho, el poema es un montaje de cientos de fragmentos yuxtapuestos, un palimpsesto angustiado, en el que late un anhelo de sentido defraudado: “¿Cuáles son las raíces que se aferran,/ qué ramas crecen/ de esta pétrea basura,/ Hijo del hombre,/ no lo puedes decir, ni adivinar, pues conoces solo/ un montón de imágenes rotas (…)”.

Eliot, el autor, rechazaba las interpretaciones histórico-metafísicas de su poema, diciendo: “para mí fue solo el desahogo de un agravio, personal (…); es solo un trozo de refunfuñamiento rítmico”. Algo de eso hubo en la Convención: convergieron en ella muchas quejas (más que refunfuños) y desahogos (muy legítimos algunos), precedidos todos por los gritos octubristas, que marcaron el tono de los debates y declaraciones que nadie pudo articular e intencionar en una dirección sensata y razonable: la de una Constitución que suscitara un apoyo tan contundente como el del Apruebo del plebiscito de entrada. De eso se trata la política, y esta —en su sentido genuino— escaseó en este proceso. Poco de la tradición constitucional chilena aparece en el texto: como si se estuviera inventando un nuevo constitucionalismo “posmoderno”. Se vislumbra una plurinación sin historia ni continuidad, un mosaico de autonomías y territorios desmembrados de esa “voluntad de ser” que define a nuestra república.

Por supuesto, estas son impresiones muy personales después de leer el texto. Cada lector tendrá las suyas. Si es que lo lee completo, claro. Cosa poco probable, dadas las malas cifras de comprensión lectora que hay en nuestro país. No sé si la inversión que hará el Gobierno para imprimir y distribuir cientos de miles de ejemplares de esta Constitución tendrá el efecto esperado. Al revés, la lectura del texto, más que dar seguridad y tranquilidad, pienso que podría producir incertidumbre y angustia en los chilenos, hoy, además, ya agobiados por la inseguridad e incertidumbre diarias. Las experimentaciones y vanguardismos se entienden y aceptan en poesía y en tesis doctorales (y de donde vienen, por lo demás, muchas de las ideas deconstructoras o excesivamente identitarias de esta Constitución). En un país asediado por la delincuencia, el narcotráfico en el norte y el terrorismo en el sur, y en un contexto en que todo se volatiliza, el dólar se dispara y la economía se fragiliza, lo que se busca instintivamente es un orden. No solo el orden público, también un orden espiritual, intelectual, político (Andrés Bello, poeta y legislador, lo sabía). Esta Constitución no nos proveyó de un sentido y orden común y compartido. ¿Cuándo lo encontraremos? Sin eso, los países son tierra baldía.

Cristián Warnken

¿El pueblo unido avanza sin partidos? 30 junio, 2022
La sobriedad perdida 2 junio, 2022

Jorge Millas, nuestro pensador tal vez más original, vuelve a hablarnos desde el pasado. Al evocarlo a él, pienso en una estirpe de “sobrios” chilenos: en la prosa, por ejemplo, Carlos León. Nunca, de parte de ellos, un “mandarse las partes”. Sobriedad y casi modestia. En su ensayo “Idea de la individualidad”, el filósofo chileno hace la siguiente observación sobre el carácter nacional: “Chile es un país sobrio. Esta sobriedad suya, como está en contraste con otros caracteres pueriles de su imagen histórica, es una anticipación de la que ha de ser, sin duda, su personalidad definitiva en tiempos de sazón. En épocas de juventud, ni individuos ni país son normalmente sobrios. La sobriedad es esa virtud de la reacción justa, ecuánime, proporcionada ante las cosas. Lo contrario de sobriedad es frenesí, o como debiera decirse, en América, tropicalismo”.

Desde luego, cabría preguntarse dónde quedó esa nuestra sobriedad, si es que alguna vez la hubo. Muchas cualidades que creíamos muy acendradas en nosotros se hicieron humo en pocos años: Chile, el país de los acuerdos; Chile, el único país en América Latina donde no había corrupción a gran escala ni coimas; Chile, país sin terrorismo ni narcotráfico; Chile, país seguro. ¿Eran todas mentiras sobre nosotros mismos? La desaparición de esa “sobriedad” que Millas resaltaba en nosotros, sea tal vez una de las pérdidas más significativas y sobre la que vale la pena detenerse. Sobriedad está relacionada con sencillez, con austeridad. La sobriedad es una suerte de austeridad espiritual. ¿La abundancia nos hizo tal vez mal? De ninguna manera quisiera caer en la mirada culposa de la riqueza y el desarrollo económico, tan propia de una sensibilidad católica latinoamericana, culpa que en el mundo protestante no existe. ¿O fue el exceso de farándula, primero en la televisión, luego en la política y en las redes sociales? Millas se alegraba —en la década del 40— de que la “chabacanería” no fuera tan fuerte en Chile. Pero la chabacanería —hay que decirlo— vino de una parte de la élite y permeó la sociedad: porque la verdadera cultura popular no es chabacana.

Es evidente que algo pasó en nuestro estado de ánimo como país. El “malestar”, del que tanto se ha hablado, es más complejo que la molestia por las desigualdades (que por supuesto las hay, como en muchas partes del mundo). Nuestra adolescencia —según Millas— venía bien aspectada y auguraba “una personalidad definitiva en tiempos de sazón”. Pero, en realidad, esta adolescencia se ha prolongado más allá de la cuenta o incluso ha sufrido una suerte de regresión: es evidente la infantilización de Chile en los últimos años. Basta con encender la televisión y ver los matinales, o leer los chats grupales hoy tan de moda u observar una reunión de la Cámara de Diputados o, para qué decir, de la Convención. La Convención fue el momento más evidente de la pérdida de nuestra sobriedad, la ausencia total de “la reacción justa, ecuánime, proporcionada ante las cosas”. El griterío, el exceso en todo sentido, el reemplazo de la oratoria por la performance mostraron un país que perdió completamente la “indiscutible mentalidad apolínea” (sic) que Millas nos atribuía. Y el borrador de Constitución nada tiene que ver con el “ponderado ritmo clásico de nuestra evolución cívica y su organización institucional” (Millas de nuevo). Demasiados articulados y adjetivos. La inarmonía del borrador constitucional revela nuestro desorden intelectual y espiritual.

Sí, Chile necesita urgente una “armonización”, pero una armonización de nuestro ser más profundo. Intuyo que la violencia que vivimos algo tiene que ver también con la pérdida de esa sobriedad y de ese orden. Hoy vivimos en estado de borrachera (verbal y política). Para ser país y no “apenas paisaje” (como dijo Parra, compañero de colegio de Millas), necesitamos recuperar nuestra sobriedad perdida. (El Mercurio)

Cristián Warnken

«Yo no soy un converso, soy socialdemócrata» 26 junio, 2022

La fecha era el 4 de septiembre, les dijo el compañero Rodrigo. Debían salir a hacer rayados. “¿En los muros?”, preguntaron los amigos, cuatro colegiales de la Alianza Francesa que acababan de unirse al MIR para luchar contra la dictadura. Claro, en los muros. Había una lista de frases (“Allende vive”, “El pueblo vencerá”) y un mapa de sitios: Pedro de Valdivia con Irarrázaval, Providencia con Los Leones, San Antonio con la Alameda, entre otros. Ellos debían elegir. ¿Alguna duda? El Flaco se armó de valor y preguntó: “¿Y qué pasa si nos agarran?”.

La burla del tiempo, la novela de Mauricio Electorat, cuenta la historia de un grupo de adolescentes que leen a Huidobro y Sartre, a Cortázar y Camus, estudian en Vitacura y rayan los muros del colegio: “El MIR no ha muerto”.

-El Flaco soy yo -sonríe Cristián Warnken, sentado en un sillón de su casa, con un cuadro de Santos Guerra sobre su cabeza y otro de Diego Maquieira a su izquierda.

-Esa fue mi primera militancia -cuenta.

Crecido en una casa donde se leía El Mercurio y El Siglo, y se escuchaba Radio Moscú, Warnken abrazó los poemas de Rimbaud y las ideas revolucionarias en la juventud. En el Campus Oriente se unió al MAPU Obrero Campesino, y a fines de los 80 tomó distancia de la política. Apoyó a la Concertación pero terminó desilusionado. Hábil con las palabras, en un momento se definió como un “des-concertado”.

Hoy es el líder de Amarillos por Chile, donde se reúnen antiguas figuras de la ex Concertación. El colectivo dio a conocer ayer que votarán Rechazo en el plebiscito constitucional de salida, y Warnken vuelve a apoyarse en el lenguaje:

-Es un Rechazo con esperanza -precisa.

Formado en febrero a partir de una columna suya, desde su aparición el colectivo fue identificado con un ánimo contrario a la Convención. Eventualmente, no es una sorpresa que se manifiesten por el Rechazo. Warnken no lo ve tan así: “Al comienzo nadie pensaba que el Rechazo fuera una opción real. Es decir, siempre quisimos primero que la Convención resultara”.

» Yo creo que el pueblo chileno tiene una cierta sabiduría política. Por lo tanto, para nosotros el Rechazo no es sinónimo ni de caos ni de que vamos a volver atrás», dice Warnken. Foto: Andres Perez

La definición del voto fue el resultado de un proceso de reflexión y debate interno, dice. Quieren una nueva Constitución, pero no esta: por eso prefieren evitar la palabra Rechazo a secas.

-Ya sea gane el Apruebo o el Rechazo, está claro que este es un texto que tiene problemas, porque quienes quieren aprobar para reformar, que es el discurso más fuerte dentro del sector del Apruebo, están planteando que inmediatamente después del plebiscito hay que iniciar un proceso de transformación del mismo. Y quienes optarán por el Rechazo, la mayoría, no la derecha más radical, tienen la convicción, por lo que he leído, de que no hay que conformarse con la Constitución vigente, sino que hay que preparar un camino posible para una nueva Constitución. Y nosotros antes de llegar a la palabra Rechazo, que es una palabra cargada con el plebiscito anterior, usamos la palabra No. Queremos una nueva Constitución, pero una buena Constitución. Y esta es una de las ideas fuerza, recordando que otras veces hemos dicho No.

El No que todos recordamos es el del plebiscito de 1988, en dictadura. ¿Evocarlo para este plebiscito no le parece discutible?

Obviamente que en una elección optar por la opción negativa siempre es mucho más difícil, porque la gente quiere esperanza y quiere algo positivo. Y sobre todo porque la palabra Rechazo está asociada al plebiscito anterior. Y nosotros representamos al mundo del Apruebo. O sea, nosotros aprobamos en el plebiscito y varios en este grupo participaron de la campaña del Apruebo. Entonces, el No es una manera de transitar y decir otras veces en la historia de Chile hemos rechazado. Evidentemente que no pretendemos homologar las situaciones con una Constitución hecha democráticamente, donde va a haber una elección democrática en condiciones muy distintas a una dictadura. Pero uno tiene que ir encontrando las palabras, trabajando el lenguaje, porque las palabras tienen emotividad.

El No del 88 tenía épica. ¿El Rechazo puede tener épica?

La épica habría sido fácil de construir si hubiésemos llegado a un texto constitucional que uniera a una parte importante de los chilenos, que suscitara un gran acuerdo y que nos sacara de este pantano en que estamos, de una sociedad polarizada que no resuelve todavía sus grandes problemas de fondo. Y aquí la responsabilidad la tienen los mismos convencionales, no todos, que se farrearon la oportunidad de haber propuesto un texto constitucional de transformaciones. No se trata de repetir la Constitución del 80 o de involucionar, sino hacer un texto de transformaciones, no un texto maximalista y refundacional, que es lo que yo creo que está produciendo un rechazo bastante transversal hoy en la sociedad chilena. Ahora, nosotros tenemos esperanza y confiamos en que Chile tiene una capacidad de resiliencia institucional muy fuerte. Yo creo que el pueblo chileno tiene una cierta sabiduría política. Por lo tanto, para nosotros el Rechazo no es sinónimo ni de caos ni de que vamos a volver atrás.

Lanzamos alertas, estudiamos, analizamos borrador de la nueva Constitución y pensamos en todas las opciones. Después de plantearnos frente a todos los escenarios, hemos decidido apoyar la opción del rechazo?

Digamos todos juntos, Esta NO❌#AmarillosxChile #AmarillosXElRechazo pic.twitter.com/4U5qkKzojZ

— Amarillos (@Amarillos_Chile) June 25, 2022

El escritor hace una pausa, mira hacia el patio cubierto de verde. Y agrega:

-Me acordé de una cita de la gran resistente francesa Germaine Tillion, quien dijo: “Para mí la resistencia consiste en decir no. Pero decir no es una afirmación”. Luego Tillion afirma que no hay nada más creativo que decir no a la crueldad, la violencia, etc. Nuestro No es ese tipo de no: no a la intolerancia, no a una Constitución que nos divida, no a la deconstrucción de Chile, no a los privilegios o ventajas de unos sobre otros, de pueblos indígenas sobre el resto de los chilenos. Nuestro No es una afirmación de la democracia y la unidad de los chilenos.

En este período Ud. se ha expuesto bastante. ¿Cómo lo ha vivido?

Con mucho estrés. Yo nunca me imaginé que iba a estar como vocero de un grupo que se fue armando y para mí ha sido difícil, te lo digo de verdad. No quiero victimizarme. Tengo la convicción de lo que estoy haciendo, lo hago con convicción, pero implica sacrificio y un costo altísimo. Y para muchos de los que estamos en el grupo también: personas que han tenido en riesgo su trabajo y pegas que uno pierde.

¿Se le han cerrado puertas?

Sí, las puertas del mundo donde uno se mueve, el mundo de la cultura. Y se cierran puertas porque hay miedo. Aunque uno decía no es la dictadura, pero ojo, yo tengo la impresión que dentro del mundo de la izquierda sí hay una dictadura, es decir, me parece que hay algunos que se han erigido en jueces morales y con una soberbia y un desdén y un desprecio y una descalificación hacia aquellos que somos disidentes. Y resulta que no hay una izquierda, hay varias izquierdas y siempre las ha habido. Y lo que hemos visto son cancelaciones, mentiras, campaña de desprestigio que incluso llegan hasta los medios escritos.

¿Y en este ambiente, donde han acusado intolerancia, no ha perdido la tolerancia?

Si hay algo que he intentado trabajar fuertemente es justamente eso, respirar hondo. También desdramatizar un poco. Es verdad que se está jugando algo importante en la Constitución, pero yo soy una persona esperanzada, creo que vamos a encontrar una solución. Yo respeto la opción del Apruebo, incluso varias veces he estado dudando finalmente cuál iba a ser mi decisión. Por lo tanto, respeto profundamente la decisión de otros. Creo que las redes sociales particularmente amplifican, distorsionan la conversación y la discusión. Yo no estoy en redes sociales por eso mismo.

¿No han perdido la moderación?

El trabajo que uno tiene que hacerse hoy día para no enganchar y no caer en lo mismo que uno está criticando y en la intolerancia, es muy grande. Puede que haya caído algunas veces, es probable, pero de aquí en adelante yo me propuse hacer una campaña respetuosa. Yo he visto algunos debates en programas que después los apago porque me intoxican, por el nivel de griterío. Yo quiero que nuestra campaña, por lo menos en Amarillos, sea una campaña tranquila, serena, nunca descalificadora, respetuosa. Hay un video que va a circular en que yo digo “Digamos No todos juntos, sin miedo”. Eso remite a la campaña del No, pero ahora hay gente de nuestro sector que tiene miedo, o sea, hay gente de izquierda que va a votar Rechazo, nos apoya en privado y no se atreve a decirlo públicamente. Yo encuentro increíble que eso ocurra en democracia.

Se le ha criticado que no ha tenido la misma vehemencia con la derecha.

Cuando salió la propuesta de Ximena Rincón y Matías Walker, nosotros hicimos el emplazamiento a la derecha. Nunca nos hemos metido en la coyuntura política, pero emplazamos a la derecha a que tienen que comprometerse de verdad y sin letra chica, en el caso de que gane el Rechazo, a poder hacer una nueva Constitución. Yo creo que la derecha tiene una enorme responsabilidad en lo que estamos viviendo. Y estoy tranquilo porque durante años escribí columnas criticando a esa derecha, una derecha, desde mi punto de vista, sin visión, que se atrincheró, poniendo candados. Mirado hoy en perspectiva, tú te das cuenta que tantas veces, por no haber cedido y por haber puesto trabas, se impidió hacer reformas y transformaciones que después terminaron explotando en el estallido.

Si la derecha se opuso a las transformaciones, ¿qué la llevaría ahora a impulsar cambios en caso de que gane el Rechazo?

Yo creo que aquí hay varias derechas, es decir, por lo menos hay un grupo dentro de la derecha, un grupo liberal y dialogante, que ha hecho lo posible dentro de la Convención. Y esto me lo han dicho convencionales socialistas, lo reconocen en privado. Estoy pensando en el grupo de Hernán Larraín, de Evópoli. Hay un cambio generacional en la derecha que me parece interesante. En Chile tenemos una derecha real, que acaba de llegar al 40 o 45% de los votos. Tú no puedes construir una sociedad negando a la derecha, así como tampoco la derecha puede negar que existe una izquierda, como pretendió Jaime Guzmán, que pensó hacer desaparecer a la izquierda con la Constitución anterior. Hay personas como Ignacio Briones o Jaime Bellolio, en la UDI, que me han sorprendido gratamente, en el sentido que él mismo dice que no hay vuelta atrás y que obviamente hay que hacer una nueva Constitución. Ahora hay grupos más radicales, que son más minoritarios, pero me preocupa que puedan llegar a ser mayoritarios. Y me parece que lo que nos enseña la historia de América Latina y Europa en el último tiempo, es que los maximalismos de una izquierda radical como la nuestra, en un contexto de inseguridad, delincuencia, narcotráfico, problemas de migración y económicos, todo ese conjunto son terreno fértil para que aparezca en el horizonte una ultraderecha. Y justamente el hecho de nosotros pedir gradualismo, reformas y cambios tranquilos, es porque pensamos que hay un peligro de que pueda surgir.

En una de sus últimas columnas decía que no hay que demonizar a la derecha.

Creo que no hay que demonizar a nadie, ni a la derecha ni a la izquierda. A veces se habla de la derecha y de alguna manera eso impide mirar que en ella hay distintos grupos. Yo creo que cuando uno tiene adversarios políticos, y la derecha es nuestro adversario político, uno cometería un gran error, primero, menospreciándolo, tratando de minimizarlo o incluso de invisibilizarlo. El otro error es no escucharlo, no estudiarlo, no conocerlo o conocerlo solo desde el prejuicio. A mí siempre me llamó la atención también, porque era un gran referente, Pepe Mujica, que cuando él abandona su calidad de senador y renuncia, lo primero que hace es un homenaje a su rival político que se sentaba al lado, que representaba a la derecha uruguaya. Eso es hacer política de verdad. Entonces caricaturizar a aquellos con los que vas a tener que encontrarte, con los que vas a tener que llegar a acuerdo y coexistir, es propio más bien de mentalidades totalitarias que de mentalidad democrática. Hay una derecha, es verdad, irredimible, y seguramente una derecha pinochetista. Pero hay un grupo de gente nueva, que están haciendo un genuino esfuerzo por renovar su sector, incluso intelectuales, la gente del IES. Yo tengo amigos de derecha, amigos de izquierda, democratacristianos, tengo amigos ateos. Me parece aburridísimo sentarse en una mesa con pura gente que piensa igual a ti, creo que eso empobrece.

¿Se ha derechizado?

No, yo no soy un converso, para nada.

Se lo pregunto porque en una entrevista anterior decía admirar a cierta derecha antigua, portaliana…

No, no, a mí Portales siempre me ha parecido una figura literaria interesante. Siempre me ha atraído la relación de Portales y Andrés Bello. Portales, el hombre pragmático, y Andrés Bello, el humanista. Sobre todo en el último tiempo he empezado a releer, y creo que Hugo Herrera tiene un papel importante, a Mario Góngora. Lo encuentro un tipo colosal. He releído a Gonzalo Vial, columnas donde prefigura el estallido social, dice que Chile está con un problema social inmenso que un día va a estallar. Si uno toma una opción política, el peor error que puede hacer es encerrarse en una capilla y asumir religiosamente sus ideas. Tú tienes que estar exponiéndote permanentemente a la refutación de lo que piensas.

¿Cómo se explica el apoyo que la Constitución tiene entre la gente joven?

Hay que reconocer que en este texto constitucional también hay cosas buenas. Es decir, creo que lo medular está mal, y por eso creo que hay que rechazar. Creo que el tema de los derechos sociales, por mucho que sea un listado muy grande, es positivo que estén en la Constitución y que se hable de un Estado Social de Derecho. Eso yo lo suscribo plenamente. El tema medioambiental mejoró. Esos son temas de futuro y son los que interesan a los jóvenes; tienen que estar en cualquier Constitución nueva. El reconocimiento de los pueblos originarios también y el tema de la paridad de género. Yo me imaginaba que la Constitución iba a tener todos esos elementos pero centrados. Estaríamos hablando de que yo sería un vocero del Apruebo.

¿Qué queda de aquel estudiante revolucionario que militó en el MIR?

Uno tiene esa sensación de que es el mismo habiendo cambiado y habiendo envejecido. Desde luego los ideales siguen intactos. Lo que sí se han caído algunos ídolos de barro en el camino y se ha derrumbado alguna utopía en la que uno creyó, tal vez con una fe ingenua. Para mi generación la caída del Muro de Berlín fue un hecho brutal, como para un católico el derrumbe moral de la Iglesia. Los valores que yo más admiro, el amor a la cultura, la sencillez, una cosa que me enseñó mi mamá, la duda, la justicia, la dignidad, la igualdad, pero no el igualitarismo, siguen intactos. La diferencia es que hoy me he puesto más socialdemócrata; en ese sentido es más fome, obviamente. La revisión que yo me he hecho es que todo lo que tiene que ver con lo irracional, con lo inconsciente, con las emociones y con las pasiones, eso tiene que encauzarse en lo estético, en el arte, en la poesía, incluso en la religión, en la mística. Pero en la política lo irracional puede ser extremadamente devastador y destructivo. Y lo ha demostrado la historia. Y por lo tanto, en la política uno tiene que ser racional. Y eso no obsta que en la poesía yo me chifle con los sueños de Rimbaud de encontrar algún día “esa espléndida ciudad”, “con ardiente paciencia”. Pero cuando ese impulso utópico es trasladado a la realidad produce la más grande catástrofe. Eso para mí ha sido un aprendizaje. Y por lo tanto, yo soy un socialdemócrata que cree que para lograr la dignidad de las personas, que por lo demás es el ideal más profundo de octubre, hay que hacer las transformaciones graduales, que eso es lo que mejor ayuda a conquistar ese horizonte que nunca se va a conseguir completamente que es el horizonte de la igualdad. (La Tercera)

Debemos ser traidores 25 agosto, 2022

“¿Estamos obligados a ser fieles a nuestros errores, aun sabiendo que con esta fidelidad dañamos a nuestro Yo superior? No, no hay tal ley, no hay obligación de este género: debemos ser traidores, practicar la infidelidad, abandonar constantemente nuestro ideal”. Esta impresionante cita de Nietzsche, del libro “Humano, demasiado humano”, me ha venido a la mente a pocos días del plebiscito de salida, luego de constatar la furia desatada de quienes, desde un púlpito de superioridad moral y política, consideran que ser de centroizquierda y votar “rechazo” a esta Constitución constituye una “alta traición” a los “ideales” y “sueños” colectivos.

En la época de la dictadura se hablaba —para señalar con el dedo a los disidentes— de “alta traición a la patria”. En este caso, la “patria” es la “Utopía” largo tiempo anhelada y a punto de ser —supuestamente— alcanzada en este proceso refundacional constitucional, utopía que podría perderse por culpa de los “herejes”, los “renegados” (ese adjetivo solía usarlo Lenin para marcar a los disidentes). Si viviésemos en la Edad Media, nos habrían llevado a la hoguera sin contemplaciones. Tal vez vivimos una nueva Edad Media, con nuevos fanatismos e integrismos, en la que la religión —en nuestro país— ha sido reemplazada por la política (identitaria en muchos de los casos) y las hogueras son ahora digitales.

La desesperación de nuestros “jueces” ante una posible derrota ha desnudado su peor rostro: el de una intolerancia y un odio que nada auspicioso hace esperar de ellos si lograsen hacerse con el poder total. Afortunadamente, todavía tenemos contrapeso de poderes, libertad de expresión, y si bien ellos han ido logrando un control e influencia en universidades, el mundo cultural y una parte del Estado, aún podemos expresar nuestra disidencia a sus “verdades”. Y hay un pueblo (el chileno) que también es “traidor” a esas verdades, cuando huele cerca la pulsión totalitaria. A los miembros de ese pueblo los llamaron alguna vez “fachos pobres”, cuando no votaron por su candidato. Dicen representar los intereses y anhelos de ese pueblo, pero si este pueblo toma la dirección contraria de “su” utopía, rápidamente harán caer sobre él la denostación y el desprecio. Nietzsche lo dice con claridad fulgurante: ¿por qué tenemos que ser fieles a nuestros errores, en este caso a los errores de nuestro sector? ¿Qué nos obliga a ello? ¿Por qué tendríamos que avalar un mal resultado de la Convención, solo por lealtad? ¿Lealtad a qué?

En ciertos momentos de la historia, hay que ser traidores, practicar la infidelidad para no dañar a ese “Yo superior” del que habla el filósofo alemán. El “Yo superior” en este caso se llama Democracia. Una democracia que nos costó mucho reconquistar y que debemos cuidar de los riesgos de cualquier integrismo o populismo, de izquierda o de derecha. Y existe algo sagrado que estos nuevos inquisidores parecen despreciar: la libertad interior. Cuando se sacrifica la libertad interior por lealtad a la tribu, experimentamos una regresión, que es el caldo de cultivo de los autoritarismos. Así ocurrió con la derecha el 73, que abdicó de toda convicción ética y democrática, y optó por sacrificarlas por un supuesto “orden”. Hoy es el turno de una izquierda radical que no duda en funar, mentir, denostar, y que nos exige que sacrifiquemos nuestro libre albedrío por una Constitución partisana y mal hecha (¿alguien duda a estas alturas de esto?).

Nietzsche también nos enseñó lo necesario que es renunciar a la Verdad. Porque “la” Verdad no existe (menos en política). No nos pidan, entonces, ser leales a algo que no existe. A lo que sí hay que ser leales es a la libertad. Sobre todo la interior. Con ella tendremos que resistir estos días de campaña rudos que quedan, en que nos encontraremos con mucho lodo y guillotinas. Los dueños de la Verdad andan marcando casas y viralizando mentiras. ¡Qué honor ser desleales a ellos! (El Mercurio)

Cristián Warnken

Cultura Cristián Warnken 14 mayo, 2015

Acaba de asumir el nuevo ministro de Cultura. «¿Ministro de qué?», podría perfectamente preguntar alguien suspicaz por ahí.Cultura es de esas palabras que corren el riesgo de convertirse en un «flatus vocis» (palabra vacía) por la cantidad de dimensiones que puede incluir (todo puede ser cultura) y por lo difícil que resulta de definir. Lo mismo le pasaba a Borges con la palabra «poesía». «Pero -dice el escritor porteño- cometemos un error cuando creemos ignorar algo porque no podemos definirlo». No podemos definir ni el sabor del café, ni el amor, ni la poesía, pero eso no significa que no existan.

Cuando escuchamos a muchas personas -aunque sean una inmensa minoría- quejarse de la «falta de cultura» en el país, hay ahí una vaga pero honda carencia, muy sentida. Y esa carencia tiene que ver con la necesidad (y el derecho) a la belleza y al espíritu, no como algo etéreo, sino como algo consustancial a nuestra condición de seres humanos. Y en ello incluyo a Bach y Violeta Parra, a Montaigne y la lira popular, a Miguel Angel, a la tradición de los oficios y a las instalaciones de Yayoi Kusama.

Me arriesgo a afirmar que cultura podría ser lo que no puede ser reducido por el pensar calculante, lo que se resiste a ser medido y controlado, la dimensión estética y poética de la existencia. Lo que nos sobrevivirá y permanecerá cuando nuestra civilización haya desaparecido.

Cultura son las tablillas de arcilla en escritura cuneiforme del milenario Poema de Gilgamesh, de origen sumerio, que todavía aparecen en las arenas de un Irak desintegrado por las guerras modernas. Pero Cultura no es una colección de cuadros de artistas famosos que algunos millonarios cuelgan en sus livings . Porque la cultura no es adorno, sino esencia.La Cultura es concebida por algunos como eso: un adorno, un lujo, un bien suntuario. De ahí la mezquindad de nuestros empresarios con la creación y el pensamiento, por creer que se puede prescindir de ellos, porque no tienen ninguna incidencia en el producto interno bruto.

El otro gran peligro para la Cultura en Chile viene del extremo opuesto, de aquellos sectores que, valorándola, la conciben como un gran botín político a repartir. Ahí están los operadores «político-culturales» de los partidos, siempre al acecho de hacerse de cargos, donde sea y como sea. Y los que, declarándose fuera del «sistema», manipulan las palabras «márgenes», «discriminación», «minorías», solo como chantaje para negociar poder.
Esa es la triste realidad de la Cultura en Chile: o adorno o botín. Claro que hay notables excepciones, como la de la saliente ministra de Cultura, Claudia Barattini, quien me invitó hace unos meses a presidir el directorio del Parque Cultural de Valparaíso. Me impresionó su gesto porque sin dejar de tener ideas ni ideales, no pertenezco a ninguna fracción ni grupo partidario. Y después me enteré de que había convocado a otras personas tan independientes como yo a distintas tareas.
Es verdad que esta ministra no tuvo rating , y tal vez debió buscar que la entrevistaran en algún programa de farándula para conseguir mayor visibilidad, como aconsejan hoy los asesores comunicacionales. Tampoco tenía redes sólidas en el «mundo político». Pero tuvo una convicción: que la cultura tiene que ver con la lógica de la creación y no la del poder, y que muchas veces estas deben ir por carriles distintos, porque tienen tiempos distintos.
El nuevo ministro viene de la Universidad de Chile y por lo tanto estoy seguro entenderá que Cultura es «donde todas las verdades se tocan», para usar una hermosa idea fundacional de Andrés Bello. Por eso no debe ser secuestrada por nadie, porque es tesoro y no botín. Y siempre tendrá bajo rating , pero sobrevivirá a todo lo que hoy tiene alto rating . Y su poder es superior a cualquier otra forma de poder, porque es tal vez el último lugar donde todavía puede brillar la gratuidad, en un mundo cada vez más devastado por el pragmatismo y el cálculo.
Brotes verdes Cristián Warnken 9 julio, 2015

La expresión «brotes verdes» fue usada por primera vez por un ministro de Hacienda del Reino Unido durante la recesión económica de 1990-1991. En tiempos de sequía y desertificación tan evidentes, esa imagen que apunta a signos de esperanza y revitalización me parece una metáfora feliz, de la que se ha abusado un poco en estos días y en una sola dirección.

Me alegra que no sea un tecnicismo de la jerga economicista el que haya infestado nuestro lenguaje, como suele ocurrir con frecuencia, sino que sea esta vez una imagen de la botánica, o sea de la vida, la que ilumine el reino abstracto de las cifras y los índices.

Las últimas noticias que nos llegan de la economía y la política no pueden ser más desalentadoras: desaceleración mayor de la esperada en la economía, caída libre en la aprobación a la clase política, desde la máxima autoridad de la república, incluyendo a su coalición y a la principal coalición de la oposición.

Todo, todo está en el suelo o a punto de derretirse o derrumbarse. ¿Dónde buscar, entonces, los brotes verdes? Parece haber razones fundadas para entender ese pesimismo creciente que se ha ido apoderando en estos meses de nuestro estado de ánimo nacional. El fútbol -con su épica propia- podría ser un brote verde.

A pesar de que también este deporte ha sido secuestrado por la farándula y la usura, hay algo todavía noble y genuino en la historia de los once guerreros de esta selección que ha generado una catarsis colectiva y un relato común. Claro que este no puede ser nuestro único brote verde.

¿Pero dónde buscar lo nuevo y germinal que no sea mera «aspiración» o «proyecto»? Nuestras expectativas no pueden ser tan precarias como para pensar que, porque la economía y la política se desploman, todo está perdido. Hay más, muchísimas más dimensiones en la realidad humana que las de la macroeconomía y la macropolítica.

En las grietas de las rocas de los países del norte de Europa suelen brotar las llamadas flores saxífragas. No hay nada tan hermoso como imaginar una saxífraga estrellada naciendo en el intersticio de un muro devastado. Esa hierba que florece de noche es la que hay que buscar también aquí, con ardiente paciencia y con pasión de botánico o espeleólogo, con una lupa que permita ver lo grande en lo pequeño.

Chile es un país muy largo (y es verdad que, a veces, un poco estrecho), pero en esta loca geografía de rincones hay muchos hombres y mujeres, y sobre todo muchos jóvenes, que están llevando adelante proyectos inusitados y riesgosos, sueños cargados de ilusión y gratuidad, y todo eso tiene un olor a futuro que nos puede devolver el alma al cuerpo.

Cada vez que voy a ver una buena obra de teatro dirigida por jóvenes talentos en teatros «marginales» repletos de público joven, o cuando me invitan a conocer una comunidad de personas que están recuperando de manera creativa e inteligente el alicaído campo chileno, o cuando escucho historias de pioneros de toda especie en las latitudes más extremas, me recargo de vitalidad.

Entonces apago el televisor y espero. Porque hay que esperar con serenidad que se caiga todo lo que quede por caer todavía y también hay que esperar que florezca todo lo nuevo que tenga ímpetu por nacer. Hoy esa doble espera es crucial. Y la espera tiene un tiempo, un ritmo, que no es el que dicta el vertiginoso curso de la decadencia de un mundo que termina. Esa es la velocidad de la entropía, del desplome.

La espera, en cambio, es lenta y paciente y sabe regar los innumerables brotes verdes que silenciosamente están germinando por todas partes. Como la historia de ese monje zen que regaba todos los días su árbol seco, ante la incredulidad y burla de sus escépticos compañeros.

Y tú ¿no has visto brotar uno, todavía, cerca de ti, o dentro tuyo? Cuando sean miles los brotes verdes que nos rodeen, cuando todas las islas del tesoro formen un archipiélago, entonces la espera pasará a llamarse esperanza. Lo que tanto nos hace falta hoy.

En el otro país Cristián Warnken 23 julio, 2015

Estoy postrado en cama por un virus agresivo de esos que abundan en esta ciudad en invierno. Por unos días deberé permanecer en el «país de los enfermos». Enrique Lihn, enfermo de cáncer, en su libro «Diario de muerte» hizo esa distinción con una ironía feroz y lúcida: «Hay solo dos países: el de los sanos y el de los enfermos/ por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad/ pero, a la larga, eso no tiene sentido». Al parecer, gozaré de esa doble nacionalidad solo por algunos días. ¡Aunque nunca se sabe!…

Pienso en todos los seres humanos de todas las edades que hoy están enfermos, al mismo tiempo que yo. Hasta hace unos días -cuando estaba en el otro país, el de los sanos-, no se me ocurría dedicarles mis pensamientos. Ahora me vuelve a resonar esa invitación de Jesús hecha a los sanos de «visitar a los enfermos». ¿Pero se debe visitarlos solo por compasión o caridad, o hay también en estos territorios algo que nos pueda servir cuando volvamos a nuestro país de origen?

Siempre me ha impresionado la alegría con que algunas personas voluntarias -no enfermeras profesionales- dedican horas de su vida a lavar, acompañar, servir a los enfermos. ¿Pero qué tienen los enfermos aparte de dolor y desesperanza? Recuerdo a Joe Bousquet, poeta francés, herido en la columna vertebral durante la Primera Guerra y que permaneció postrado por décadas en su pieza de la ciudad de Carcassone, el hombre que mantuvo las contraventanas completamente cerradas al exterior para concentrarse en un viaje hacia adentro: «Tendido en mi cama, alcancé alturas tales que abrí el cielo», escribió.

También dijo: «Cada día descubro que le debo a esta herida el haber aprendido que todos los hombres estaban heridos como yo».

Su pieza era un lugar de peregrinaje de intelectuales y artistas de la época. Es famosa la carta de Simone Weil en que esta le dice: «solo un ser predestinado tiene la facultad de preguntar a otro ‘¿cuál es tu tormento?’». Elisabeth Kubler Ross, médico suiza, se dedicó a registrar miles de horas de conversaciones con enfermos terminales. Ella pensaba que nos perdemos a esos miles de «maestros» muchas veces relegados en las piezas de los hospitales y que solo esperan compartir un conocimiento que no encontraremos nunca en los libros de autoayuda. Si no podemos hablar con ellos de la muerte -que es parte de la vida-, ¿con quien lo haremos? ¿Por qué los dejamos solos, por qué no los visitamos entonces? Tal vez queremos evitar que ellos nos hagan a nosotros la pregunta más terrible de todas: «¿Cuál es tu tormento?».

El poeta japonés Masaoka Shiki nos dejó un testimonio conmovedor de su postración en un hospital por una tuberculosis terminal. El joven escritor, que se nutría para escribir caminando y viajando, ahora se conforma con unas flores en un jarrón de su pieza, el gesto de alguien que lo visita, o el agua de calabaza que las enfermeras dan de beber a los tuberculosos, como temas para su poesía. «Ya no deseo poder sentarme un rato en la cama. Solo quisiera poder estar una hora sin sufrimientos. Es un deseo minúsculo. El estadio siguiente será el deseo cero. ¿No llamó Buda a eso nirvana y Jesús salvación?», escribe Shiki.

Pienso en tantos artistas y escritores que hicieron de su enfermedad una ofrenda, una obra de arte. En Stevenson, en Chéjov, con la muerte pisándole los talones; en Frida Khalo. En Federico Nietzsche, que concibió sus ideas más exultantes y luminosas (como el concepto de la «gran salud») en medio de lacerantes padecimientos. O en Francisco Varela meditando en su lecho de enfermo.

En el país de los enfermos, el tiempo (tan vertiginoso más allá de esta frontera) se detiene. Y uno se da cuenta de que la propia soledad tiene sonido y textura. Y, cuando cae la noche, hay que aprender a construir la esperanza codo a codo con el insomnio y el dolor. ¡Qué sorprendente puede llegar a ser este país olvidado que los sanos -con su terror e ignorancia- han borrado impunemente del mapa!

Jesús Chavarri y la palabra Cristián Warnken 3 septiembre, 2015

Hace casi dos décadas que dirijo unos talleres de lectura de poesía, en los que busco, antes que nada, que el poema se reencuentre con el lector para que este acceda a la experiencia de la belleza, la única que según Dostoievski podrá salvar al mundo. ¡Y cuánta belleza y poesía necesitamos hoy! Pero la poesía se enseña tan mal en los colegios, negándoles así a muchos el contacto con lo que Kazantzakis llamó el «sagrado sentir de lo Poético». Por eso, no me gusta hablar de clases de poesía, prefiero decir que se trata de un «viaje a la palabra».

Jesús Chavarri, un arquitecto exitoso, llegó un día a mi taller con mucha humildad, a escuchar, a aprender, a conectarse con esa poesía que tan lejana le parece a la mayoría, aunque en realidad está dentro de nosotros sin que lo sepamos. Terminado el taller, no supe más de él, hasta que volvió tiempo después a darme una sorpresa. Traía en sus manos un libro de poesía, pero no de los grandes poetas que solemos leer en los talleres, sino escrito por él mismo. Me lo pasó tembloroso y emocionado. Advertí que el párkinson estaba haciendo estragos en su cuerpo, aunque la fuerza de su mirada y el entusiasmo permanecían intactos. Jesús había descubierto, tarde, a sus cincuenta y tantos años, que había un poeta dentro de él, un poeta que quería hablar, cantar, decir.

Leí sus poemas y me sorprendieron su fuerza, lo rotundo de sus versos de principiante, como piedra viva aún por pulir, pero viva.

¿No somos todos de alguna manera, y sobre todo en poesía, y desde luego en la vida, siempre principiantes? El párkinson, enfermedad difícil, había empujado a Jesús a quemar todas las naves, a reducir su oficina de arquitectura y a concentrarse en lo único que anhelaba: escribir. Tiempo después le descubrieron -además- un cáncer muy agresivo al cerebro. Me dijo: «Cuando supe lo del párkinson, pensé que era lo peor que me podía pasar, pero lo peor estaba por venir. Después supe lo del cáncer. Por eso, ahora nunca digo ‘esto es lo peor que me ha ocurrido’, ahora me concentro en vivir cada minuto». Su máxima alegría consistía en esperar el amanecer, ver aparecer el sol, para levantarse a escribir un poema, al menos, por día. Ese ritual era una manera de despedirse, pero también un ritual de acogida a esa visitante a la que tantas veces le cerramos la puerta: nuestra propia alma. Jesús hizo lo que había que hacer, pero no como un condenado a muerte, sino con la energía y el coraje del que aprende tarde, pero aprende, que la vida es salto, arrojarse al fondo de nosotros mismos, de nuestra verdad más íntima. Al verlo escribir con ese gozo con que los niños dibujan y llenan una hoja en blanco, me pregunté a mí mismo: «¿Y tú, cuántos poemas le estás devolviendo a la vida todos los días, por qué tanta parálisis, tanto miedo, tanto control?» Entonces entendí que Jesús, mi alumno, me estaba enseñando que la poesía o el arte tienen que brotar de una necesidad tan urgente como la de respirar. Jesús Chavarri se había convertido así en mi profesor al verdadero «viaje a la palabra». En un combate de su voluntad con su cuerpo cansado que se preparaba ya para abdicar, derrochó en sus últimos días una energía colosal, agónica, unamuniana y quijotesca, tan española como la sangre que corría por sus venas. Hace unos días recibí la noticia de la muerte de Jesús, poeta tardío, que le entregó a su gran amante, la poesía, todo, sin cálculos ni tibiezas. Recordé entonces que en mis clases siempre leo un poema de Blas de Otero que dice: «si he perdido la vida/ el tiempo, todo lo que era mío y resultó ser nada/ si he perdido la voz en la maleza/ me queda la palabra».

Entendí que esos versos habían encarnado en Jesús Chavarri. Porque la palabra habita entre nosotros, sin que nos demos cuenta, porque todos somos la palabra, la poesía de todos los días con la que Jesús esperaba ansiosamente encontrarse cada mañana -como quien se encuentra con su verdadero rostro- a la salida del sol.

Oír a Chile de nuevo, Cristián Warnken 17 septiembre, 2015

La audición es el último sentido que se pierde antes de morir; oír el mundo que nos rodea sea tal vez la forma más esencial de verlo.

El oído es un órgano muy sensible y por eso el ruido puede convertirse en una agresión tan insoportable y torturante. Hoy se dice que a la clase dirigente le falta «visión», que es urgente «pensar» Chile. Creo que antes que eso, hay que callarse y oír a Chile, «parar la oreja»-como dicen en el campo-. ¿Pero qué hay que escuchar de Chile?

Para quienes creen que este país es solo una cuenta corriente, bastará con escuchar los balances y las encuestas. Para quienes creemos que Chile es un Canto, habrá que volver a oír ese «canto de todos que es mi propio canto», como decía Violeta Parra.

Lo primero que oigo de Chile -cuando cierro los ojos- es el sonido de unas manzanas cayendo de un árbol en un huerto, o el trote lento de un jinete y su caballo por un camino perdido en medio de la nada, o el de un bote embestido por olas coléricas en algún golfo del extremo sur. El Canto profundo de Chile cuenta el diálogo entre la naturaleza y el hombre, desde nuestro origen. Hemos aprendido a conversar con los volcanes, a llorar con la lluvia, a florecer con el desierto. A veces la canción la canta el viento, a veces un niño, a veces una mujer de pueblo que ríe y también llora. Es cosa de prestar atención y ponerse a escuchar esas voces que se mezclan con la música alborotada de los pájaros que siempre acompañan al habitante en estas latitudes.

¿Cómo no escuchar al zorzal, al chucao y la bandurria, alados hermanos nuestros? En las grandes ciudades y especialmente en Santiago, el centro descentrado, es difícil escuchar algo. En medio del tráfago infernal, cuesta darnos cuenta de que vivimos no en un país, sino en un Canto. Además, perdimos ciertos sonidos ancestrales de la ciudad, como la voz del afilador de cuchillos o la del vendedor de «moteméi», los sonidos de los oficios. Pero todavía es posible escuchar el alborozo entusiasta de una pichanga en cancha de tierra en alguna población o el canto de los evangélicos en alguna esquina.

Quien ya no escuche estos sonidos primordiales debe acercarse al mar. ¡El mar de Chile! Ese mar ha absorbido todos los cantos y los clamores y nos los devuelve convertidos en sinfonía tempestuosa. Si estás en el sur, cierra los ojos y verás que la niebla tiene sonido. Si estás en el norte, escucha la música callada del desierto. Si vives en el centro, escucha el silencio solemne de la cordillera de los Andes. Pero detente, estés donde estés, y escucha con atención la canción de la tierra y de sus habitantes.

Lo que oímos todos los días en los medios de comunicación y en las redes sociales es el ruido y la furia, pocas veces la canción. Estamos saturados del sonsonete de las declaraciones vacuas, del griterío lleno de rabia de los odiosos, de los discursos altisonantes del poder, de las mentiras dichas con tono de verdad. Toda esa bulla nos ha vuelto más sordos «que una tapia». Por eso nos extraviamos: como no oímos, no podemos ver. Pero si estamos «al aguaite», las voces dulces de los habitantes de los lejanos pueblos, reserva de sabiduría y canto, nos van a guiar en la buena dirección. Y también habrá que reaprender a escucharnos los unos a los otros.

Un país que no escucha el latido de su corazón pierde su ritmo. Y no hay Historia sin ritmo -dice Octavio Paz-. Por eso, esta no es la hora del pragmatismo frío y sin alma, para el cual nada es canto y todo es cálculo; pero tampoco de cierto iluminismo utopista trasnochado que no pone los pies sobre la propia tierra y grita más de lo que escucha.

Es la hora de la escucha y el hallazgo. Ya lo dijo Gabriela Mistral en el «Poema de Chile», su gran testamento escrito en su autoexilio, antes de morir: «La linda tierra de Chile/es mejor que sus engendros/mayor que sus cantadores/ sus alcaldes y prefectos./Ella es heroica, dulce y varia/como la canción de Homero/aquí está recién nacida/y ya cuenta mil senderos».

Tranquilo, senador, tranquilo, Cristián Warnken 1 octubre, 2015

Senador Pizarro: no renuncie, quédese tranquilo ahí donde está, instalado en su confortable y merecido sillón senatorial y a la cabeza de un partido «demócrata» y «cristiano», su gran aval moral. No se agite de más, entonces: nada pasará, sus camaradas le perdonarán todo. ¡Es que son tan misericordiosos! Harán vista gorda como ya antes lo han hecho con casos tal vez peores que el suyo.

Todo seguirá igual o si cambia será «lampedusianamente» ¿Conoce a Lampedusa, el escritor siciliano que en la novela «El Gatopardo» inmortalizó la frase: «que todo cambie para que todo siga igual»? Me imagino que ese debe ser el libro de cabecera de la clase política hoy y el suyo: ahí está la fórmula y el método. Es tan sencillo. Hacer como si las cosas cambiasen para que no cambien, reescribir las leyes de transparencia a la pinta de los grandes partidos, echarse al bolsillo la crisis de confianza brutal que golpea al país, decir como decía ese gran relator de partidos de fútbol: «aquí no ha pasado nada, pero estuvo a punto de pasar».

¿Para qué inquietarse, entonces, con la indignación de los ciudadanos de su distrito? ¡Son unos malagradecidos esos coquimbanos, claro está! «Malagradecidos», esa es la palabra talismán que han usado dirigentes de todos los colores de nuestra historia, entre ellos el general Pinochet, cuando lo abandonaron. ¿Se acuerda? También se la escuché, en un viaje que acabo de hacer a Cuba, a unos militantes del Partido Comunista, cuando les dije que percibía un descontento generalizado entre los cubanos hacia el régimen: «son unos malagradecidos», me dijeron. Es que la gente no valora los desvelos, los sacrificios, los viajes distritales, la dieta parlamentaria que no alcanza para nada (hay que alimentar a tanto asesor y operador que anda por ahí).

¡Mire que cobrarle un viajecito a ver un mundial de rugby! ¡Si no es para tanto! ¡Si hay alcaldes que se han ido a Las Vegas a gastarse el erario municipal! ¡Además, ilustrísimo, esto fue apenas un terremoto de magnitud 8.4 en la escala de Richter, un tsunami poco! Es como lo del informe verbal de sus hijos. Si usted lo explicó tan bien. Hasta acuñó un nuevo término: es que el lenguaje es tan importante. Debiera también inventar un neologismo para resignificar este viaje.

Eso sí, hay que reconocerle, senador, que usted tiene resistencia de rugbista: no lo bota nada, nadie lo saca de su posición (¿cuál sería esa en jerga de su deporte favorito?). Lo único que se le manifiesta, eso sí, es en la cara una sensación de molestia, de hastío ante la ingratitud popular. Le recomiendo que sea más «cara de palo» todavía, coméntelo con sus asesores de imagen, me encontrarán razón. Ya lo han sacado a la pizarra dos veces, y todo se le ha perdonado. Es que, claro, un partido como el suyo, que se dice cristiano, debe perdonar tres, cuatro, mil veces si es necesario y poner la otra mejilla. Eso resulta bien en Chile: pedir perdón públicamente, ojalá con los ojos llorosos.

Hemos tenido a arzobispos pidiendo perdón por correos viperinos o a senadores y jugadores que violan leyes de tránsito o hacen gestos «educativos» para nuestra juventud (como el del dedo ese de Jara). ¡A todos ellos se les ha perdonado todo! Tranquilo, entonces, no se agite. Piense: al único al que no se le perdona nada es al ciudadano de a pie… Pero si Jesús lo dijo clarito: «muchos serán los llamados y pocos los elegidos»…Y usted es de los elegidos. Y por amplia votación. Y, a propósito, senador: ¿es verdad que no va a la reelección?

¿Está tal vez pensando pasarse del servicio público al sector privado, como está de moda hacerlo? ¡Entonces lo van a acusar de llevarse información privilegiada del Estado! ¡Ah, qué país este! No se puede jugar rugby, hacer negocios ni política tranquilos, y además de todo, no se deja a los hijos hacer sus «emprendimientos» en paz… Pero de los hijos ni hablemos, senador, porque como dijo el Quijote: «mejor no menearla».

No hay comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.