Alvaro Briones Ramírez

Biografía Personal

Briones Ramírez Álvaro (1949) [1] ingeniero comercial, doctor en Economía de la Universidad Nacional de México.

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Una belleza terrible ha nacido, 4 septiembre, 2022

“Todo ha cambiado, cambió totalmente; una belleza terrible ha nacido”, escribió William Butler Yeats, desde siempre conocido como W.B. Yeats, en su conmovedor poema “Easter, 1916”, escrito luego de los sucesos de Dublín durante la Semana Santa de 1916. Fueron sucesos trágicos: un número no superior a mil republicanos independentistas irlandeses protagonizaron lo que originalmente iba a ser una sublevación en toda la isla y que, por desavenencias entre ellos, quedó finalmente confinada a Dublín. Encabezados por Patrick Pearse y James Conolly, resistieron entre el 24 y el 29 de abril parapetados en distintos edificios públicos de la ciudad hasta que, superados en número, finalmente debieron rendirse. Dieciséis dirigentes firmaron la proclama con que se inició la rebelión y los dieciséis fueron fusilados (James Connolly debió recibir la muerte sentado en una silla, porque sus heridas le impedían mantenerse de pie).

Aún sumergido en la terrible conmoción que deben haberle provocado esos horribles hechos (muchos de los fusilados eran sus amigos), Yeats tuvo la intuición de prever que de ellos habría de surgir un mundo nuevo y que ese nuevo mundo sería bello. Y así ocurrió: pocos años después, en 1921, el Tratado Anglo-Irlandés estableció a Irlanda como un Estado libre (con la excepción de Irlanda del Norte), del cual Yeats fue senador por dos períodos entre 1922 y 1928 y, tal vez como reconocimiento a la nueva Irlanda, el mismo Yeats fue galardonado con el Nobel de Literatura en 1923.

Hoy, 4 de septiembre, Chile no vive un momento horrible (más bien es de alegría y entusiasmo), aunque sin duda es un momento terrible. Terrible en el bíblico sentido de “grandioso” que Yeats dio al momento al que él cantó en su poema. Hoy, chilenas y chilenos concurriremos a las urnas para decidir sobre el apruebo o el rechazo al proyecto que nos ha presentado la Convención Constitucional. Una de las dos opciones tendrá la mayoría, pero me atrevo a decir, como Yeats, que independientemente de cuál de ellas sea, nada volverá a ser igual en nuestro país. Que una terrible belleza, nueva, habrá nacido.

En primer lugar, desde luego, nos beneficiaremos del hecho que, ya verificado el plebiscito, se habrá aplacado en parte al menos la acritud que llegó a imperar entre chilenos, efecto de una polarización tan dañina como inútil. Y que junto con ello terminemos de sufrir monumentos a la estulticia como el que protagonizó el intelectual que, en lugar de repudiar la violencia terrorista en la Macrozona Sur, llamó a la CAM a un “alto al fuego” hasta después del plebiscito para no perjudicar a la opción Apruebo; o la obscena performance con que un alcalde creyó llevar agua al molino de su opción favorita: “apruebo sin condiciones”.

Mucho más significativo, naturalmente, será el cambio que derive de lo que quedó en claro de los mensajes que se nos terminaron entregando desde las dos opciones: la abrumadora mayoría de las opiniones del país está a favor de una nueva Constitución. Con la excepción de los extremos del espectro político, que desde la derecha proclamó que prefería quedarse con la Constitución hasta este día vigente y que desde la izquierda alegó no estar dispuesta a cambiar nada del proyecto presentado por la Convención, los chilenos aspiran a que la Constitución aún vigente deje lugar a una nueva Constitución y que ésta no sea la que propuso la Convención Constitucional. Sin importar lo ingenioso de la frase en la que nos llegó envuelto el mensaje, “aprobar para reformar”, “rechazar para cambiar”, “aprobar para mejorar”, “rechazar para reformar” u otras que ya olvidé, lo único cierto es que, pasada la prueba del plebiscito y seguramente en un plazo breve, una nueva Constitución, distinta de la actualmente vigente pero también distinta de la que nos propuso la Convención, comenzará a elaborarse: una Constitución que será parte de nuestra nueva realidad.

Y tan importante como aquel será seguramente el cambio que deba experimentar la conducción política del país. Porque al Presidente Boric no le quedará ya tiempo para continuar manteniendo la equidistancia entre las dos coaliciones que sostienen su gobierno. A estas alturas ya es demasiado evidente que, por mucho que apelen a denominadores comunes, entre ellas es diversa la comprensión de nuestra realidad nacional, como también son diversos los contenidos que en una y otra coalición se da a conceptos tales como democracia o cambio social. Claro que el Presidente puede optar por seguir haciendo equilibrios, como hasta ahora, entre estas dos “almas” que han hecho nido en su regazo, pero ello sólo significaría prolongar la agonía de un gobierno sin dirección y plagado de errores que, en muchos casos, no son tales sino, como en el penoso episodio protagonizado por el ministro Jackson cuando habló de las generaciones que precedieron a la suya, sólo la expresión franca del sentimiento de una parte de su base de apoyo respecto de la otra. Es de desear que, por el bien de Chile, el presidente no tome esta última decisión.

Pero quizás el cambio mayor sea el que afecte al sistema de partidos. Porque nadie puede ignorar que durante los meses en los que el país se volcó a pronunciarse sobre el proyecto de nueva Constitución se terminó de poner en evidencia que buena parte de los partidos actualmente existentes no son continentes suficientes para contener las ideas y anhelos que se manifiestan en la sociedad chilena. Seguramente a partir de mañana vamos a comenzar a sentir cómo se mueven capas tectónicas de la sociedad y nuevos continentes y nuevas cordilleras harán aparición en el paisaje político. Por lo menos creo que ya se puede afirmar que quienes estuvieron con Boric en la segunda vuelta sin estar con él en la primera y que ahora están por el Rechazo, van a comenzar a tratar de levantar su propia cordillera; ahora son un verdadero archipiélago de grupos, iniciativas y movimientos, pero desde mañana seguramente comenzará a manifestarse una fuerza  centrípeta que tenderá a reunirlos en el centro del torbellino. ¿Hasta dónde se ejercerá esa fuerza centrípeta? ¿Se limitará a las organizaciones que surgieron y se manifestaron de manera independiente por el Rechazo o llegará más lejos hasta atraer a partidos o militantes de centro derecha y centro izquierda? Sobre todo, a los muchos de entre estos últimos que, por lealtad a sus partidos se mantuvieron hasta el último día manifestándose estoicamente a favor del Apruebo, pero que seguramente votaron Rechazo en la soledad de la urna.

Hoy, en el día del plebiscito, no es posible afirmar con contundencia la extensión de este último cambio, pero no cabe duda de que él va a ser parte de esa terrible belleza nueva que está por nacer. (El Líbero)

Álvaro Briones

Virando, virando… 12 septiembre, 2022

Virando, virando, virando” es la voz que se escucha en cualquier navío impulsado por el viento, cuando se lleva a cabo la complicada maniobra de virar sobre la superficie del mar. Entonces, quien está a cargo de la rueda del timón la hace girar ostentosamente hasta el límite (lo que significa varias vueltas de esa rueda), mientras los tripulantes realizan maniobras para ajustar las velas a la nueva dirección que ha de tomar la embarcación y otros cuidan que en su movimiento esas mismas velas no los golpeen o, lo que sería mucho peor, los empujen al agua. Es uno de los pocos momentos dramáticos que tiene la navegación a vela y podría creerse que luego de tanta conmoción algo igualmente emocionante ha de ocurrir. Pero no es así, el viraje en el mar no es equivalente al viraje de un automóvil en una esquina, es decir algo súbito y total. Lejos de ello, tanto grito y emoción a bordo terminan traduciéndose en un lento desplazamiento que concluye muchos metros y muchos minutos más adelante, cuando la nave termina el elegante arco con que adopta su nuevo rumbo.

Durante la semana que pasó se escucharon muchos gritos y hubo muchas maniobras de los tripulantes del navío de la República (algunos, claro, se limitaron a esconder la cabeza para que estas maniobras no los hicieran caer de la nave). El Presidente Boric, a cargo del timón, maniobró vistosamente la rueda. Desde la noche de su derrota el pasado domingo, reconoció que el aplastante veredicto ciudadano que rechazó la propuesta de Constitución de la Convención Constitucional era la señal que indicaba que debía virar. Convocó a los presidentes de las cámaras del Congreso a generar el acuerdo que permita operar rápidamente el procedimiento de elaboración de una nueva Constitución y, luego, dio lugar al que sin duda es el gesto más importante y sobre todo más urgente que se esperaba de él: la modificación de su gabinete.

Urgente no sólo porque la lógica indica que después de una derrota política deben cambiar los planteles (algo que también es verdad para el fútbol), sino porque el Presidente sencillamente no podrá gobernar en el futuro si no rompe con la ambigüedad a que lo obliga el equilibrio que ha mantenido entre las dos alas de sus bases de apoyo: una coalición de inspiración refundacional y mayormente intransigente en ese espíritu y una coalición de inspiración socialdemócrata, portadora de una experiencia reciente de tolerancia, diálogo y capacidad de llegar a acuerdos con sus adversarios en beneficio del país.

Se trata de un dilema al que se han enfrentado y se seguirán enfrentando gobernantes animados de un espíritu refundacional… pero que no son acompañados en ese espíritu por la mayoría de sus conciudadanos. De ahí la división en alas de sus bases de apoyo. Una distancia entre gobernante y gobernados que por lo general se expresa en un insuficiente apoyo en la rama legislativa del poder. Enfrentado a esa situación, las alternativas para un gobernante son simples: o insiste en su programa original y se estrella tercamente con la imposibilidad no sólo de sacar adelante su programa sino, con la agudización de tensiones que esto trae, incluso con la imposibilidad de simplemente gobernar; o, con inteligencia y buen criterio, acepta que su impulso refundacional no ha hallado su momento y se allana a buscar acuerdos con sus opositores de modo, primero, de asegurar la gobernabilidad del país y, segundo y en la medida de lo posible, avanzar en las transformaciones que sean viables porque son aceptables y por lo tanto negociables con esa oposición.

En Chile se enfrentaron a esa disyuntiva Gabriel González Videla y Salvador Allende. El primero viró la nave de su gobierno hacia estribor, esto es, hacia la derecha, buscando gobernabilidad pero, impulsado por los vientos de la Guerra Fría, terminó ilegalizando y persiguiendo al ala izquierda de su base de apoyo, el Partido Comunista. Pudo así gobernar y concluir con tranquilidad su mandato, aunque pasó a la historia, en palabras de sus ex aliados y no sólo de ellos, como el gran traidor. Salvador Allende nunca rompió con el ala izquierda de su base de apoyo, entre la que se contaba su propio partido, y buscó mantener el equilibrio entre las demandas de esa ala y la posibilidad de alcanzar una mayoría que le diera gobernabilidad al país. Ese equilibrio no fue suficiente y el Presidente Allende pasó a la historia como un mártir.

A diferencia de esos predecesores y los muy disímiles resultados de sus experiencias, el Presidente Boric se benefició de la temprana y rotunda derrota sufrida el pasado domingo. Una derrota que debió abrirle los ojos acerca de lo que le esperaba de seguir tratando de mantener el equilibrio entre las dos coaliciones que lo apoyan. Para inclinarse hacia su izquierda le habría bastado con repetir el mensaje que el Partido Comunista se apresuró a trasmitir la noche misma del domingo 4: la derrota no fue tal sino el efecto de un masivo proceso de engaño al que habría sido sometido el pueblo; en consecuencia, como aclaró su presidente, el imperturbable Guillermo Tellier,  “la lucha continúa”. Consecuente con ese mensaje, el Presidente habría debido corregir su gabinete poniendo a cargo de la tarea de ejecutar sus designios a personeros que expresaran esa convicción.

Pero no fue eso lo que hizo. El cargo que lo simboliza todo, el ministerio del Interior, no recayó en alguien de la coalición que se sitúa a su izquierda, sino en una personera muy calificada de la coalición que se sitúa a su derecha: “Izquierda Democrática”. A diferencia de González Videla, ese viraje a estribor no significa entregar el timón a la derecha política, pero sí crear las condiciones para un diálogo hasta ahora inexistente con el centro social y político -de donde provinieron los votos que dieron la victoria al Rechazo- y con la derecha y centro derecha con la que puede negociar y consensuar las mayorías parlamentarias que se necesiten para dar gobernabilidad al país y le permitan a él sacar adelante las dos o tres reformas posibles y viables que marquen el sello transformador de su gestión.

Es posible que este viraje les haya parecido a algunos demasiado poco o demasiado tarde. También ocurrió que el cambio se hizo con la desprolijidad a la que el gobierno ya comienza a acostumbrarnos. Y es igualmente cierto que el Presidente no ha querido lastimar demasiado a sus aliados de izquierda y luego de renunciar a situar a un imposible Nicolás Cataldo en la subsecretaría de Seguridad Pública, haya terminado colocándolo igualmente en Interior, en la subsecretaría de Desarrollo Regional, aunque a cambio de sacar a otro comunista de la subsecretaría de Defensa para colocar en su lugar a un socialista. Lo cierto es que nada de eso importa de cara al resultado final. Las derrotas enseñan y todo indica que el Presidente está sacando las enseñanzas adecuadas de su derrota del domingo pasado. Después de eso no corresponde exigirle que se comporte como si condujera un automóvil: él dirige el navío del Estado sobre las aguas de la política y lo lógico es que vire con la parsimonia con la que lo hace un velero. Aparentemente el timonel ya tomó su decisión y la nave está virando. Esperemos, confiados y esperanzados, que el rumbo que finalmente adopte sea el correcto. (El Líbero)

Álvaro Briones

Los partidos también mueren 2 octubre, 2022, Alvaro Briones

“En los comienzos de la interpretación humana del ser, había vida por todas partes, y ser era lo mismo que tener vida” nos dice el filósofo germano-estadounidense Hans Jonas. En ese escenario todo parecía tener vida. La tenían la tierra, el viento y el agua, engendrando o moviéndose continuamente. De allí que, continúa Jonas, “…en las tumbas, que reconocen la muerte a la par que la niegan, se encarna la primerísima reflexión humana… Trata de dar solución a la contradicción básica: que todo es vida y que toda vida es mortal. Se enfrenta a este radical desafío, y para salvar la totalidad de las cosas niega la muerte” (El Principio Vida. Hacia una biología filosófica. Trotta, Madrid, 2000). Esa negación de la muerte persiste hasta el día de hoy y sigue dando lugar a mitos y religiones. La realidad, sin embargo, por mucho que la neguemos, es que todo lo que nace ha de morir. Que quien está escribiendo estas líneas y todos los que la leerán, dejarán de existir algún día. Y que lo mismo ocurre con todas las cosas, incluido el sol que nos alumbra y este planeta que habitamos que, cuando nuestra estrella se enfríe como tantas otras, nos dejará de prestar el cobijo que nos da ahora.

Y entre todas las cosas que, así como nacen mueren, están los partidos políticos.

La península itálica vio desaparecer a los tres partidos que contribuyeron de manera principal a la construcción de la Italia actual luego de la Segunda Guerra Mundial. Y no eran partidos menores ni de ocasión. El partido Demócrata Cristiano, que tuvo quizás el rol más importante participando en todos los gobiernos desde la fundación de la República en 1946, desapareció en 1994. El Partido Comunista, que se mantuvo como un leal opositor a los gobiernos democristiano hasta convertirse en el partido más grande de Italia y el mayor partido comunista del mundo capitalista, con más de dos millones de afiliados, en febrero de 1991 resolvió su disolución. El Partido Socialista a su vez, que remontaba su existencia al siglo XIX y cuyo líder ocupó el cargo de Primer Ministro entre 1983 y 1987, en noviembre de 1994 se disolvió.

En Chile los partidos Conservador y Liberal animaron la política nacional como partidos principales durante más de un siglo. Si bien ambos fueron constituidos oficialmente sólo en 1857, sus ideas y sus acciones, de las que no estuvieron excluidas alianzas y fusiones, estuvieron presentes desde el momento mismo en que el país se constituyó como nación independiente en 1810. En 1966 ambos se disolvieron definitivamente para dar lugar al Partido Nacional.

Lo cierto es que en todos los países del mundo, democráticos o no -recordemos al Partido Comunista de la Unión Soviética, disuelto en noviembre de 1991-, los partidos políticos nacen, viven y mueren. Su nacimiento es producto de condiciones sociales y políticas específicas y lo mismo explica su vida y también su muerte. Es posible que las ideas que ellos sustentaron sobrevivan por muchos años, sobre todo si están asociadas a valores tan positivos como la libertad, los derechos humanos, la eliminación de la pobreza o terminar con el hambre y el analfabetismo, esto es, valores hoy día universales, pero sus organizaciones inevitablemente desaparecerán.

¿Existe alguna posibilidad de que este designio no opere en Chile? ¿Que en Chile los partidos sean inmortales? No, por mucho que sus dirigentes lo deseen o por mucho que sus militantes los amen, para ellos no existe ninguna posibilidad de aspirar a la inmortalidad: como todas las cosas, todos los partidos políticos chilenos han de morir y su hora llegará cuando las condiciones que le dieron vida hayan cambiado.

Y para algunos esa hora parece estar llegando o ya ha llegado. El episodio que comenzó con el llamado “estallido social” en noviembre de 2019 y terminó con el plebiscito del 4 de septiembre pasado, ha significado cambios a tal grado importantes en el país que han dado lugar al nacimiento de partidos nuevos, como es el caso del “Partido Movimiento Amarillos por Chile”, en formación; otros han consolidado su existencia, como los partidos coaligados en el Frente Amplio, que lograron llevar a uno de sus filas a la presidencia de la República; otros parecen haberla consolidado, como el Partido de la Gente; y otros, en fin, parecen enfrentar sus horas finales.

Los dirigentes y militantes de estos últimos partidos, como es natural ante la inminencia de un desenlace fatal, harán lo que nos dice Jonas que se hace desde los tiempos más antiguos: negar el no ser, el no existir. Para ello probablemente recordarán glorias pasadas o invocarán lo justo y elevado de sus valores, es decir se comportarán como el “goofus bird”, aquel pájaro imaginario del que nos habla Borges, que “construye el nido al revés y vuela para atrás, porque no le importa adónde va   sino dónde estuvo”. Todo eso harán, pero no podrán impedir que el destino los alcance.

O que más bien que los alcancen las transformaciones que ha vivido nuestro país durante los últimos años. (El Líbero)

Álvaro Briones

Ex subsecretario de Economía y ex embajador de Chile.

Allende y Boric 6 noviembre, 2022

Antes de entrar a La Moneda, el presidente Boric se dirigió al monumento del presidente Allende y le rindió un silencioso homenaje. ¿Es su gobierno semejante al del presidente Allende?

Salvador Allende, como Gabriel Boric, arribó al gobierno enarbolando un programa de cambios. El de Allende planteaba: “Las fuerzas populares unidas buscan como objetivo central de su política reemplazar la actual estructura económica, terminando con el poder monopolista nacional y extranjero y del latifundio, para iniciar la construcción del socialismo”. Consecuentemente, el Programa se concentraba en tres objetivos. El principal, la reestructuración de la economía en tres áreas: social, mixta y privada, la primera a ser instaurada por vía de la “socialización” (en la práctica, estatización) de la gran minería del cobre, el hierro, el carbón, el salitre, la banca, el comercio exterior y el sector monopólico de la industria; y, conectado con ello, la profundización del proceso de Reforma Agraria. Los otros dos objetivos eran una efectiva redistribución del ingreso y la aplicación de nuevos esquemas de desarrollo.

En la perspectiva del Programa, los dos últimos objetivos serían una consecuencia del primero. Sin embargo, ese gobierno, como el actual, estaba en minoría en las cámaras del Congreso, de modo que no podía esperar obtener, vía legislación, las condiciones que permitieran alcanzar su propósito (excepto la nacionalización de la Gran Minería del cobre, lograda mediante una reforma constitucional que contó con el apoyo unánime del Congreso). Para la expropiación de tierras se contaba con la Ley de Reforma Agraria aprobada durante el gobierno anterior, pero la expropiación de empresas industriales era otra cosa… hasta que se descubrió cierto Decreto Ley 520 que databa de la efímera “República Socialista” de 1932 y que nadie se había acordado de derogar. Un Decreto que su descubridor, el jurista Eduardo Novoa Monreal, definió como el “resquicio legal” que permitiría la materialización del Programa.

Y así fue. Al terminar 1971 se habían nacionalizado y estatizado la gran minería del cobre, el carbón, el salitre, el hierro, el acero, el cemento y casi todos los bancos. En el agro se habían expropiado 2.3 millones de hectáreas que correspondían a alrededor de 1.300 latifundios. Y, lo más importante, merced al “resquicio legal” durante ese año pasaron a engrosar el “área social” 70 empresas del sector industrial. En ese momento el gobierno podría haber considerado que el programa estaba logrado en lo esencial y haberse dedicado a consolidar su base política logrando algún acuerdo con las fuerzas opositoras. Y también a gobernar, pues el país se veía envuelto en una espiral de crisis económica y violencia política.

Pero no fue posible: el Programa decía “iniciar la construcción del socialismo” y el ala izquierda de la base que lo apoyaba exigió de Allende que lo cumpliera a cabalidad. Así, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, la mayoría del Partido Socialista y una parte del partido MAPU, no dejaron de utilizar el “resquicio legal” y las otras armas legales a su alcance para, por la vía de los hechos, materializar ese Programa y ahondar la crisis política y económica hasta su trágico desenlace.

La analogía con el actual gobierno es inevitable. También el presidente Boric es presionado por su ala izquierda, que le exige el cumplimiento del Programa. Constantemente se escucha a personeros como el senador Juan Ignacio Latorre, declarar al resto de los chilenos que el Programa se cumplirá querámoslo o no. Y qué decir del inefable Daniel Jadue que no se cansa de criticar al gobierno. Pero sólo hasta allí llega la analogía, pues estas presiones son sólo de palabras. Sobre el presidente Allende fueron hechos: cientos de empresas “tomadas”, esperando ser requisadas por la autoridad en virtud del “resquicio legal” y lo mismo en el campo. Resultado: en octubre de 1972, cuando tuvo lugar el paro de camioneros que obligó a Allende a incorporar a las Fuerzas Armadas a su gabinete, ya había 146 empresas requisadas y 2.101 predios agrícolas expropiados.

Quizás la mejor comparación entre ese momento y el actual sería decir que la situación del presidente Boric, hoy día, sería exactamente igual a la del presidente socialista de no mediar los “resquicios legales”. El equivalente de esos resquicios estuvo a punto de materializarse en la Constitución rechazada el 4-S. Y debe tenerse presente que, para la izquierda de hoy, esa república de fantasía, con naciones indígenas prácticamente independientes, múltiples sistemas de justicia o la inexistencia de derechos económicos como las concesiones de aguas o de yacimientos mineros, es el equivalente de la “construcción del socialismo” de la izquierda de hace medio siglo.

Enfrentado al dilema entre las “dos almas” de las fuerzas que lo apoyaban, Allende no fue capaz de contener a quienes lo sobrepasaban por la izquierda. Por ello se mantuvo en la minoría política, haciendo equilibrios hasta el fin, al que llegó aislado de ambos extremos. La gran interrogante hoy es: ¿Podrá el presidente Boric superar su propio dilema entre esas dos alas? De mantenerse en el equilibrio, se condena al desgobierno y a la impotencia. Se condena a hacer presentaciones como la del miércoles pasado, en la que volcado hacia su ala izquierda declara solemne “las AFP, en esta reforma, se terminan”, en circunstancias que en el proyecto que presentó estas sólo cambian de nombre y se le reducen las comisiones, aunque en compensación se las aligera de gastos administrativos como afiliación, cobranza o pagos. Probablemente propuso el cambio de nombre -innecesario porque seguirán administrando los fondos de quienes quieran ponerlos en sus manos- para satisfacer a quienes gritan “No más AFP”. Pero si cree que se darán por satisfechos con ello, se equivoca.

Como con Allende, quienes lo exigen todo no se detendrán ante nada. Mucho menos ante un gobernante que hasta ahora solo ha buscado el equilibrio, no formar mayorías. En su discurso ese equilibrio vino solo segundos después, cuando declaró “serán ustedes los dueños de sus ahorros y podrán decidir libremente entre los gestores de inversores privados o el inversor público” y un minuto más tarde al señalar que quiere invitar a todos a discutir, incluidas las “desaparecidas” AFP. Eso no es gobernar, es hacer equilibrios. Mejor habría sido decir la verdad, decir que el sistema de reparto es hoy día inviable en Chile como en el resto del mundo, que las AFP han sido buenas administradoras de fondos y que el incremento de las pensiones no se logra eliminándolas, sino aumentando las contribuciones, como en su caso él propone con un 6% a cargo de empleadores. Los liderazgos, como las mayorías, se construyen hablando con la verdad, no con subterfugios. Con esos juegos sólo se ganan la soledad y el aislamiento.

¿Entenderá el presidente Boric que sólo volcándose decididamente hacia el Socialismo Democrático se abrirá ante él la posibilidad de acuerdos con el centro y la centro derecha, hasta lograr la estabilidad política y la posibilidad de reformas en la medida de lo posible que el país necesita? Ese sigue siendo su dilema, que fue el mismo que el presidente Allende no pudo o no quiso resolver.

Hasta ahora, el presidente Boric sólo sufre la presión de las palabras; ojalá que recuerde también otras palabras. En 1963 Martin Luther King pronunció sobre las gradas del monumento a Abraham Lincoln en la ciudad de Washington el discurso que es recordado por su frase “Yo tengo un sueño”. En ese discurso fue también totalmente claro y casi amenazante al expresar el reclamo de la población negra de su país. Llegó a decir: “Gran riesgo correría la nación si no tiene en cuenta  la determinación de los negros”. Pero dijo también: “Que la disposición insólita que anima a los negros de nuestra nación, no nos haga desconfiar de todos los blancos de nuestra patria… No podemos andar solos”. Ojalá el presidente Boric se haga eco de palabras como esas y comprenda que, para gobernar, no puede andar solo. (El Líbero)

Álvaro Briones

El último tren 13 noviembre, 2022

En 1963 Sergio Inostroza popularizó el “Twist del Tren”, que en su parte medular decía “Nena ya me voy/en el último tren/ya está por partir/vamos al andén”; más adelante la letra nos informaba que el protagonista ya estaba viajando en el último tren y había terminado por dejar atrás a su “nena”. Diez años más tarde, en 1974, Gladys Knight and the Pips ganaron el premio Grammy por su interpretación de “Midnigth train to Georgia”, cuyo protagonista está a punto de abordar el último tren que sale de Los Angeles a Georgia porque le fue definitivamente mal en sus aspiraciones de convertirse en “estrella” de Hollywood. Al comenzar la década de los noventa, Los Prisioneros reverdecieron sus laureles ochenteros con “Tren al Sur”, la historia de un muchacho que viaja al Sur de Chile donde podrá, al fin, “de nuevo respirar adentro y hondo”.

Si seguimos recordando seguramente nos vendrán a la memoria muchas otras canciones que hablan del tren que nos da una nueva oportunidad y, por defecto, que si nos deja nos condena al fracaso o al dolor. Entre nuestros parlamentarios, por sus edades, deben ser muy pocos los que hayan sabido de Sergio Inostroza y su “Twist del tren”, aunque probablemente sean más lo que hayan oído del último tren que sale para Georgia y todavía más los que hayan tarareado el “Tren al Sur”. Y si la música popular no está entre sus aficiones, no se les puede escapar el significado del dicho universal “te dejó el tren”. Por eso es de esperar que estén advertidos de que están a punto de perder el último tren, si es que no asumen su responsabilidad con total seriedad.

Los respetamos y a muchos y muchas de ellas las admiramos. Votamos por ellos y son nuestros representantes. Individualmente son personas decentes -eso ni qué dudarlo- y seguramente se sienten y se ven a sí mismos como personas responsables. Sin embargo, la imagen que nosotros, los ciudadanos, tenemos de ellos como colectivo, dista de hacernos pensar en responsabilidad y más bien las palabras que nos vienen a la cabeza son distintas, opuestas. Por lo pronto, todavía no llegan a parte alguna en la discusión relativa a la organización del nuevo proceso constitucional. No es una discusión legislativa, es cierto, pero debe traducirse en leyes y eventualmente en una reforma constitucional y la llevan a cabo los partidos por intermedio de sus dirigentes y sus parlamentarios. Comenzaron bien y quienes tuvimos la oportunidad, hace dos meses, elogiamos públicamente la iniciativa del Presidente de la República de solicitar a los presidentes de las cámaras del Congreso la coordinación del proceso. Y avanzaron rápido… al comienzo, porque luego se enredaron en temas que se relacionan mucho más con la ventaja que cada sector cree poder sacar de la composición de la nueva Convención y de los controles que pueden tener sobre ella, antes que de la calidad del trabajo que los futuros convencionales puedan hacer.

Lo cierto es que los y las parlamentarias no han demostrado mucho interés en convertir al Congreso en la casa del parlamento, esto es, el lugar del diálogo y los acuerdos. Más bien parecen empeñados en convertir esa casa en el escenario de una batalla campal que refleja la polarización que caracteriza hoy la política en nuestro país. Una polarización que llegó a un extremo penoso con ocasión de la elección del nuevo presidente de la Cámara de Diputados. El acto de elección de los presidentes o presidentas de las cámaras del Congreso, en el pasado, constituyó un momento de exaltación del espíritu republicano. Siempre se procuró que las testeras camerales fueran un reflejo de la composición de las cámaras y raramente se pensó en ellas como instrumentos o armas a ser utilizadas en contra de los adversarios. Baste recordar que cuando Salvador Allende dejó la presidencia del Senado, en mayo de 1969, uno de los homenajes que recibió por su labor le fue rendido por El Mercurio. Pero esta vez ocurrió exactamente lo contrario y el campo quedó regado con las bajas de la cruenta batalla, mientras algunos -incluida una ministra de Estado que hasta ahora considerábamos seria- festejaban con gritos y saltos su victoria sobre el enemigo. Insultos y acusaciones fueron las municiones y, al momento de escribir estas líneas, el Partido de la Gente todavía permanecía sumido en la lucha fratricida a la que lo llevó el evento. Y lo peor en materia de espectáculos no precisamente responsables estaba por venir: cuando asumía su cargo el nuevo presidente fue interrumpido, en medio de un griterío generalizado, por los gritos en tono aún mayor de un parlamentario de quien sus propios colegas aseguraron que se encontraba en “estado inconveniente”.

La verdad, respetados y admirados parlamentarios, es que de seguir así están a punto de perder el último tren. Ese tren probablemente va a ser la discusión del proyecto de reforma al Sistema Previsional, enviado por el Ejecutivo al Congreso para su tramitación. Es el tercer proyecto enviado al Congreso con ese fin y el destilado de variadas comisiones de alto nivel creadas específicamente para discutir el tema durante los últimos quince años. A su disposición está también un número, imposible de determinar, pero gigantesco, de artículos y libros dedicados al tema. Nadie puede decir que es una cuestión poco estudiada o que se necesita más tiempo para revisarlo. Es verdad que existen aspectos que deben ser discutidos y probablemente revisados, pero el fin esencial de la discusión parlamentaria es llegar a acuerdos acerca de medidas que satisfagan las necesidades de los habitantes de nuestro país y no sólo  torpedear lo que proponga o diga el adversario.

Si llegan a acuerdos en un plazo prudentemente breve, los chilenos y las chilenas creeremos que nuestros parlamentarios sí son responsables y que podremos confiar en ellos para que también aborden y resuelvan otros temas que la ciudadanía les reclama a ellos y al gobierno: la seguridad pública, la calidad de la educación y la estabilidad y el crecimiento económico entre otros. Si no lo hacen, ya nadie va a tenerles confianza y ellos habrán perdido definitivamente su última oportunidad. Habrán perdido, sin remedio, el último tren. (El Líbero)

Álvaro Briones

Regalo para opinólogos 26 diciembre, 2022

En este día de Navidad, a nuestros políticos y a nuestros opinólogos les estoy dejando de regalo, al pie de su arbolito, estas palabras del “kenkitsatatsirira” de los machiguengas, el “hablador” de la estupenda novela de Mario Vargas Llosa: “Lo importante es no impacientarse y dejar que lo que tiene que ocurrir ocurra… Si el hombre vive tranquilo, sin impacientarse, tiene tiempo de reflexionar y recordar… así encontrará su destino, tal vez. Vivirá contento, quizás. Lo aprendido no se le olvidará. Si se impacienta, adelantándose al tiempo, el mundo se enturbia, parece. Y el alma cae en una telaraña de barro. Eso es la confusión. Lo peor, dicen.”

Nuestros políticos han vivido sumidos en la confusión desde hace ya algunos años, específicamente desde que los sorprendió el “estallido social”. Desde entonces y por un período demasiado largo si pensamos en el bienestar del país, tomaron decisiones propias de ese mundo “turbio” en que vivían, tales como la desaparición de los fondos de pensiones acumulados por los trabajadores gracias a “retiros” aplaudidos por “la calle” o como la reforma que permitió la elección de una Convención Constitucional de opereta.

Afortunadamente existen indicios de que ese período de confusión fue superado y el Acuerdo por Chile parece ser la mejor expresión de ello. Pero a quienes ahora se les ha “enturbiado” el mundo es a quienes deberían estar contentos con la cordura recién alcanzada. A quienes el alma parece habérseles enredado en una “telaraña de barro” es a políticos de oposición y a opinólogos varios, que han cubierto con alarmantes opiniones los medios de comunicación durante la semana recién pasada.

Algunas de esas opiniones mencionaron las críticas del extremismo de derecha (Republicanos), del extremismo populista (Partido de la Gente) y aún del extremismo enfermo de extremismo de cierta diputada amiga de declaraciones escatológicas; está bien que se opine acerca de ellos y ella pues esos sectores y personas concurren al escenario político con los mismos derechos a hacerse oír que los demás, pero sus opiniones carecen de novedad: ellos y ella ya se habían restado de todo acuerdo, ya se habían declarado y posicionado fuera del campo del diálogo democrático.

Lo verdaderamente novedoso y poco explicable de los comentarios alarmantes leídos y escuchados durante la semana pasada, es el descontento porque desde el oficialismo, y particularmente desde el Partido Comunista, se han dejado oír voces que declararon que aspiraban a otra cosa o a mucho más del Acuerdo, pero que eso fue todo lo que pudieron obtener. Se conduelen así los opinólogos de algo que debiera alegrarlos porque, por primera vez en Chile, una opinión como esa se explicita.

Lo que se ha explicitado es algo que cualquier negociador sabe: que toda negociación que en Chile y en el mundo ha habido y seguirá habiendo, dejará a las partes sin haber obtenido el ciento por ciento de lo que aspiraban, pero conformes con lo que obtuvieron. Esta vez el presidente Boric y su gente, sobre todo el Presidente que es el líder natural del oficialismo ha hecho explícito ese hecho; lo han expuesto, qué duda cabe, para ofrecer una explicación a sus seguidores que seguramente esperaban otra cosa, pero al hacerlo se han comprometido también con el país: han reiterado su compromiso con un acuerdo que no les gusta del todo, como no puede haber satisfecho del todo a ninguno de los que participó de él.

Lo que ha ocurrido y que, si no hubiese todavía confusión, todos debiéramos aplaudir, es que se está instaurando la transparencia en nuestra política. Antes aquello que uno de quienes han opinado ha descrito como estar “a regañadientes con el Acuerdo”, habría quedado tras las bambalinas del lugar en el que se llegaba al acuerdo. Que hoy se conozcan las posiciones es positivo: ahora sabemos lo que piensa cada cual.

Que más adelante -y desde distintas posiciones, no sólo desde el oficialismo- cada parte insistirá en sus puntos de vista, es algo con lo que debemos contar. Que desde esas mismas posiciones se ofrecerán argumentos para interpretar o explicar el Acuerdo, por supuesto que también ocurrirá. Que parlamentarios intenten introducir indicaciones al texto de reforma constitucional presentado para materializar el Acuerdo, como anticiparon el jueves pasado algunos parlamentarios del PC y del Frente Amplio, también es algo que ocurrirá sin duda (aunque para tener éxito deberán alcanzar los quórum establecidos para reformas constitucionales, algo bastante improbable). Porque nadie ha modificado su manera de pensar, sólo se ha llegado a un acuerdo y algunos han aclarado cómo y por qué lo hicieron, pero eso no les impide seguir, en el futuro, bregando por aquello que creen. Eso es convivencia democrática y eso es llegar a acuerdos para avanzar, para obtener soluciones complejas a problemas complejos.

Lo cierto es que aquí caben todas las opiniones, todas las arengas e incluso las amenazas. Así es la democracia. Y nadie debe esperar que las opiniones sean dulces o amables. Mucho menos después de los “críticos” momentos que hemos vivido en los años recientes. Como escribió Bill Clinton en sus memorias, “la política es un deporte de contacto” y cabe esperar golpes altos y bajos y también, desde luego, opiniones que no nos gustan. Ahora vendrá la discusión sobre el texto de la nueva Constitución y sin duda que cada uno tratará de hacer valer allí su particular perspectiva, pero de eso trata la política. Y al final habremos de obtener lo buscado: una nueva Constitución mejor que la vigente, porque estará actualizada, no guardará ninguna relación de origen con la dictadura y habrá surgido de un proceso democrático que comenzó un 15 de noviembre.

Por eso, queridos políticos y opinólogos, no dejen de recordar al “kenkitsatatsirira”: “Lo importante es no impacientarse y dejar que lo que tiene que ocurrir ocurra…”. (El Líbero)

Álvaro Briones

El deber de recordar 9 enero, 2023

Leo la inteligente y conmovedora biografía intelectual del historiador mexicano Enrique Krauze, “Spinoza en el Parque México”. Me detengo en la referencia a nuestro país en una conversación suya con el también historiador, economista, politólogo y gran ensayista mexicano Daniel Cosío Villegas, quien fuera fundador del Fondo de Cultura Económica, del Colegio de México, de la Escuela Nacional de Economía y de El Colegio Nacional; una de las figuras culturales más grandes de México de todos los tiempos. Krauze relata así el episodio: “En 1970 llegué muy contento a verlo tras el triunfo de Salvador Allende. Le dije con toda inocencia: «¿Qué piensa usted licenciado? Estamos felices ¿No?» Me contestó algo airado: «Por supuesto que no. Cualquier liberal tiene que ver con mucho escepticismo el triunfo de Salvador Allende». En su artículo siguiente explicó por qué Allende llegaba con una minoría que debía llevarlo, no a la radicalización, sino a la prudencia”.

Sabemos que Allende no tuvo, o no pudo comportarse, con la prudencia que recomendaba Cosío Villegas. Su programa contemplaba la expropiación y estatización de empresas monopólicas en distintas áreas de la economía. Los predecesores de los “jóvenes idealistas de la primera línea” que hace poco vandalizaron, incendiaron y asaltaron a pesar de “no ser delincuentes”, fueron entonces los militantes de los partidos de la Unidad Popular que siguieron de largo de ese programa original y “tomaron” empresas de todos los tamaños y condiciones, hasta lograr su requisición merced a los “resquicios legales” con que operó el gobierno de la Unidad Popular.

Si Allende hubiese recuperado la primera de estas empresas tomadas y detenido y juzgado a quienes habían realizado esa toma, probablemente la historia se habría escrito de una manera diferente. Y debe tenerse presente que esa actitud de Allende, que habría correspondido a la prudencia que recomendaba Cosío Villegas, no habría significado la renuncia a su programa, sino simplemente sujetarse a él.

¿Por qué Allende actuó como actuó? Probablemente porque le resultaba moralmente muy difícil proceder en contra del voluntarismo desquiciado de su propia gente. Porque le resultaba, moral más que políticamente, demasiado oneroso perder el apoyo de gente, de compañeros, que compartían una misma ideología con él. Desde que comenzó el gobierno del Presidente Boric, la pregunta que recurrentemente se han hecho quizás todos los que pueden recordar la trágica experiencia del Presidente Allende, es si él, nuestro actual Presidente, será capaz de superar la limitación que llevó al socialista, hace medio siglo atrás, a su terrible fin.

Posiblemente el propio Presidente Boric se haga esa pregunta. Después de todo es un buen lector y quizás haya llegado, de esas lecturas, a las mismas conclusiones que quienes vivimos la experiencia. Sin embargo, su comportamiento demuestra que, tal vez aun teniendo consciencia de ello, tiene grandes dificultades para actuar con la prudencia que recomendaba el mexicano. Y por eso avanza en la dirección que indican la prudencia y la inteligencia política, sólo para retroceder luego a ese sombrío territorio del que la responsabilidad y la razón han sido expulsadas y en el que únicamente reina la pasión.

La lista se hace interminable porque aumenta cotidianamente. Observemos sólo las más recientes. Antes de hacer lo correcto y buscar un acuerdo, el Presidente tensionó las relaciones con el Senado de la República hasta el límite, presentando candidaturas a la Fiscalía Nacional aun sabiendo que serían rechazadas, que no gustaban a ese otro poder del Estado. Y lo hizo con plena consciencia de que necesita de ese apoyo para sacar adelante sus reformas al sistema de pensiones y al sistema tributario.

Alguien podrá decir que ese innecesario conflicto fue fruto de la inexperiencia política o que simplemente “no se dio cuenta”, pero a estas alturas es imposible seguir evaluando las acciones del Presidente con la benevolencia con que se evalúa a un niño de quien se espera que aprenda “echando a perder”. Lo cierto es que procedió de esa manera para satisfacer las demandas (¿las presiones?) del ala izquierda de su base de apoyo y en particular de sus bases feministas, que insistían en que la proposición recayera en una mujer.

Y de su decisión de indultar delincuentes asociados a la situación social y política más irritante de nuestro pasado reciente y de justificar otro indulto por su convicción de que el condenado era “inocente”, sólo diré que de esa manera no sólo agudizó sus diferencias con la mayoría de la oposición en un ámbito que para ella es particularmente sensible, sino que creó un conflicto con otro poder del Estado. Nuevamente: ¿distracción? ¿impericia? ¿ignorancia? No, únicamente la necesidad de dar satisfacción a su ala izquierda, aquella con la que comparte ideales y un pasado común.

El resultado de estas dos acciones ha sido una declaración de la Corte Suprema, que pone en su lugar al Presidente y un proyecto de resolución de la Cámara respaldando esa declaración.  Un fenómeno que también ocurrió durante el gobierno del Presidente Allende y que, en su caso, fue probablemente determinante del golpe de Estado que lo derrocó. Las situaciones desde luego no son iguales y nadie espera ni desea un final inconstitucional para el presidente Boric. Pero es inevitable preguntarse: ¿Por qué lleva las cosas a ese extremo? ¿Por qué, teniendo a la vista la experiencia de un Presidente que él dice admirar, no aprende de sus errores?

Enrique Krauze, en otro capítulo de sus memorias, hace referencia al hecho que, para los judíos, recordar es un mandamiento, un deber, no una tradición. El Presidente y todos nosotros, judíos o no judíos, tenemos también ese deber. Para no repetir errores. Por el bien de Chile. (El Líbero)

Álvaro Briones 

Chile y el Perú, un mismo mal sueño 29 enero, 2023

Nuestro Presidente hizo uso de la palabra en la VII Cumbre de la Celac más o menos al mismo tiempo que en Chile y Argentina se conocía una nueva demostración de “desprolijidad” de su gobierno, originada esta vez en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Si el Presidente hubiese sabido que esta “desprolijidad” afectaba nada menos que a Argentina, cuyo embajador en nuestro país había sido calificado de “h” y loco por la ministra de RR.EE. que lo flanqueaba mientras él leía su discurso, probablemente su voz o su actitud corporal habrían reflejado la incomodidad que explicablemente habría sentido.

Pero en ese momento él no lo sabía y leyó con total tranquilidad un discurso en el que se refirió directamente y por su nombre a la Presidenta del Perú y denunció que su gobierno era responsable del “baleo” de personas “que salen a reclamar lo que consideran justo”. Agregó que el número de personas que habían perdido la vida debiera “escandalizar” a los primeros mandatarios que lo escuchaban y concluyó haciendo notar “la imperiosa necesidad de un cambio de rumbo en el Perú, porque el saldo que ha dejado el camino de la represión y la violencia es inaceptable.”

Como es natural y muy razonable, a los peruanos -a todos los peruanos- les pareció muy mal lo que oyeron. En términos generales les pareció tan mal que el Presidente de Chile pontificara sobre lo que ocurre en su país, como a nosotros nos parecería que la Presidenta del Perú hablara de nuestro país y se atreviera a calificarnos. Por ello nuestro Presidente recibió una respuesta inmediata, en la misma reunión, de la ministra de Relaciones Exteriores del Perú y más tarde, por vía diplomática, el reclamo formal del gobierno peruano. En resumen, el Presidente y su ministra de Relaciones Exteriores se dieron maña, en una sola mañana, para deteriorar las relaciones con dos de nuestros tres vecinos. Un verdadero récord, incluso para el actual Gobierno.

Lo notable fue que el Presidente habló de la situación peruana con una curiosa distancia: como si esos problemas se estuvieran presentando en un lugar lejano y no en la casa de nuestro vecino. Una perspectiva que por momento trae ecos de aquellos tiempos en que en Chile había quienes se creían diferentes a nuestros vecinos y al vecindario todo. Algo así como si no fuéramos latinoamericanos o que el hecho de estar situados aquí fuese sólo una casualidad, un capricho de la geografía o de la historia, pues nosotros en realidad deberíamos pertenecer a otro vecindario. A uno, por supuesto, en el que “esas cosas” no pasaran.

Sin embargo, lo único cierto es que lo que ocurre hoy día en el Perú, guardando las diferencias coyunturales, no es en nada diferente a lo que nos ocurrió a nosotros hace sólo un par de años. Comienza con un hecho puntual, más político en el Perú (intento de golpe de Estado del presidente Castillo y su posterior destitución por parte del Congreso), más doméstico en Chile: aumento en 30 pesos del valor del pasaje del transporte colectivo.

En el Perú, razonablemente, los seguidores del depuesto Presidente salieron a las calles a protestar; en Chile protestaron los estudiantes. A poco andar en ambos países ocurrió que otros se agregaron a la protesta con sus propios motivos, al grado que el motivo original quedó pronto relegado a la condición de mero pretexto. En Chile los motivos de la protesta se ampliaron hasta cubrir un universo difícil de abarcar con una sola mirada; incluían desde el aborto libre hasta exigencias de educación gratuita y universal. En el Perú aparentemente el universo del reclamo no ha llegado a tanto y ha tendido a concentrarse en la protesta del Sur andino por el centralismo limeño. Como quiera que sea, en ambos casos finalmente todo el mundo ha terminado protestando: algunos por motivos propios, otros por motivos universales y otros más sin motivo alguno.

En los dos países la primera ola de euforia protestante dejó lugar al vandalismo y la violencia. En Chile en grados superlativos, en el Perú mucho más medido y focalizado en combates callejeros con la policía o la toma de recintos universitarios. En ambos países la reacción policial ha sido igualmente violenta, dejando un saldo de muertos y lesionados. Más letal en el Perú, en donde el número de fallecidos como efecto de la acción policial supera al de Chile, más dramático en Chile debido a las lesiones oculares que dejó el uso de balines de goma.

Y, lo definitivo, en ambos países se hizo presente el intento de aprovechar el momento por quienes de verdad tienen planes de cambiarlo todo. Aquellos que pasan muy de largo de la idea reformista para actuar llanamente como revolucionarios. Aquellos que crecen ante las multitudes proclamando la fantasía que esas multitudes prefieren oír: la fantasía de que es posible cambiarlo todo y ahora.

En el siglo XVI, Leonard Thurneysser llegó a ser el médico de la corte del Elector de Brandenburgo sin haber estudiado jamás medicina ni tener noción alguna de la materia. Lo logró merced a sus prescripciones que sustituyeron amputaciones, sangrías y purgantes por sabrosos elixires y por una solución de “oro bebible” que fue la favorita de los cortesanos.

Para algunos casos demasiados complejos, Thurneysser se apoyaba en el horóscopo y recetaba talismanes. En suma, prometía la fantasía de la salud y el bienestar sin sacrificio ni dolor. Quienes prometen lo imposible en el Perú y en Chile, son la versión contemporánea de Thurneysser. Charlatanes que ofrecen la superación de los males sociales y la saciedad de las envidias personales con remedios que no van a sanar ni traer satisfacción a nadie.

En Chile se llegó a creer que la cura de todos los males sociales la traería una Constitución que incluyera los deseos insatisfechos de cuanto grupo identitario y antisistema logró colarse en la Convención. En Perú se exige la renuncia de la Presidenta, como si ello fuese a traer consigo la solución de todos los problemas.

En Chile, afortunadamente, estamos ya saliendo de ese mal sueño. Nos quedan secuelas y malos recuerdos. Entre los últimos el temor que muchos llegamos a sentir imaginándonos un país regido por la Constitución elaborada por la Convención Constitucional y entre las primeras un gobierno que casi cotidianamente nos golpea con sus desaciertos y niñerías. En el Perú aún no se ha llegado al fin del mal sueño, pero sin duda se llegará. Les deseamos que allí arribe sin la secuela de un Gobierno que no se preocupa de la buena salud de la relación con sus vecinos.

Álvaro Briones

Álvaro Briones: ¡Qué malo! ¡Qué bueno! febrero 5th, 2023

Álvaro Briones: ¡Qué malo! ¡Qué bueno!

febrero 5th, 2023 by 

Escribo estas notas durante la mañana del viernes 3 de febrero, abandonada toda esperanza de conocer la decisión del Partido Socialista relativa a cómo va a ser su participación en el proceso de elección de constituyentes: si irá en coalición con el Partido Comunista y sus aliados del Frente Amplio o con los partidos que se reconocen a sí mismos como “Izquierda Democrática”. Me había propuesto comentar esa decisión y ahora me veo obligado a comentar la indecisión. Una indecisión que es tan elocuente, o quizás más, que la decisión y que torna imposible no recordar a Los Prisioneros entonando “Nunca quedas mal con nadie”, la canción de Jorge González que ahora sonaría a acusación.

El hecho concreto es que, a horas -sí, a horas- de tener que inscribir sus candidatos, el Partido Socialista no ha decidido qué han de representar éstos frente al país. Qué inspiración política los guiará, qué tendencia de pensamiento y qué oferta de futuro estarán ellos -y el partido- ofreciendo a las chilenas y chilenos. Porque la decisión no versa sobre votos más o votos menos posibles de ser obtenidos si van con una u otra de las coaliciones que sostienen al gobierno, pues los límites del electorado de los partidos que las componen son previsibles gracias a años de estadísticas. Tampoco dice relación con la lealtad al gobierno del presidente Boric, pues los partidos de ambas coaliciones han declarado una y otra vez su decisión de seguir sirviendo de soporte a ese gobierno que, también hay que decirlo, carecería de rumbo y estabilidad de no ser por el apoyo del Partido Socialista y los restantes integrantes de la Izquierda Democrática.

No. La verdadera disyuntiva que enfrenta este viernes y a esta hora el Partido Socialista no tiene que ver ni con votos ni con apoyo al gobierno: tiene que ver con su identidad. Un tema con relación al cual el partido que dirige Paulina Vodanic está demostrando una profunda división. Una materia ante la cual el Partido Radical, otro integrante de Izquierda Democrática, no puede tener dudas: desde su nacimiento y a lo largo de su casi bicentenaria vida ha sido un partido del cambio (por lo tanto, de izquierda) y nunca ha dejado de ser democrático. Tampoco puede tener dudas el Partido por la Democracia, que nació para agrupar a demócratas que estaban por el cambio en plena dictadura militar. Sí son comprensibles, en cambio, las dudas y vacilaciones del Partido Liberal: un partido demasiado nuevo y que aún busca establecer su identidad definitiva.

Y también son razonables las dudas y las opiniones encontradas que, hasta este día y a esta hora, impiden que el Partido Socialista adopte una decisión identitaria entre las dos izquierdas que, como bien ha señalado Ricardo Lagos, existen en nuestro país. Una encabezada por el PC y otra que agrupa a partidos que no temen diferenciarse de éste y de sus aliados del Frente Amplio. La relación del PC con la democracia quedó bien definida en su reciente XXVI Congreso: ellos son marxistas-leninistas y, por lo tanto, su relación con la democracia no puede ser sino táctica y utilitaria. El Frente Amplio, por su parte, es justamente eso, demasiado amplio, y la relación de cada uno de sus partidos con la democracia no alcanzaría a ser descrita en el espacio que permite esta columna; basta con decir que de todo hay en esa viña del señor.

¿Y cómo se define el Partido Socialista? Durante los años sesenta el Partido Socialista adoptó en sus Congresos de Chillán y Linares definiciones que lo acercaron e incluso llegaron a adelantar por la izquierda a las posiciones del Partido Comunista, tanto en lo ideológico como en lo táctico. Sin embargo, la experiencia de la Unidad Popular significó para este partido la revisión de esas posturas y la adopción de definiciones que valoraron a la democracia como el medio y el fin de su accionar. Esas nuevas definiciones establecieron además como objetivo el constante perfeccionamiento de la democracia, mediante cambios en el marco que la misma democracia proporciona, esto es abandonaron toda aspiración revolucionaria para adoptar al reformismo como vía de acción política. Ese proceso, que vale la pena recordar fue también vivido por buena parte de los partidos comunistas de la Europa mediterránea bajo la denominación de “eurocomunismo”, fue conocido entre nosotros como “renovación socialista” y permitió la alianza de partidos democráticos que generaron los treinta años de mayor prosperidad de la sociedad y la economía chilenas.

Hay que insistir en ello: la “renovación socialista” y la alianza del Partido Socialista con partidos democráticos de centro y de izquierda, trajo a Chile una prosperidad que estuvo lejos de ser alcanzada cuando su alianza fue con el Partido Comunista. Sin embargo, dentro del PS esa realidad parece no contar y todavía quedan importantes dirigentes y militantes que añoran la “unidad de la izquierda”, una aspiración propia de un  pensamiento mágico que cree en el poder de las palabras e ignora la realidad de las evidencias. No debe extrañar por ello que, ante las  puertas del templo a la esterilidad política a la que sus divisiones internas lo arrastran, la dirección del partido, hoy viernes y a esta hora, aún esté paralizado clamando a los cielos por esa preciosa “unidad”. Es verdad que con cierta elegancia ahora hablan de una unidad “que vaya desde la DC hasta el PC”, pero ellos y todo el resto de Chile saben que eso es sólo retórica, pues ni la DC, ni el PC (ni el Frente Amplio, ni el PR, ni el PPD) aspiran a esa unidad, porque saben que por encima de las palabras están las identidades esenciales. Algo que no se debe perder nunca en política, porque una política de partidos y coaliciones sin identidad propia no pasaría de ser un carnaval de ambiciones.

Cuando finalmente estas notas sean leídas, el PS ya habrá tomado su decisión y pronto estaremos conociendo sus efectos. Entre esos efectos habrá que consignar la actuación del presidente Boric que, como con relación al proyecto de constitución rechazado el 4 de septiembre pasado, ha puesto todo el capital político que le queda (y también el de algunos de sus ministros y ministras) a los pies de la “unidad”. Y no sólo eso: también le ha otorgado a la elección de constituyentes el rango de plebiscito de su propio gobierno. Ambas cosas no sólo innecesarias, sino que probablemente un nuevo disparo en el pie de un gobierno que ya está demasiado debilitado.

El resto de los efectos habrá de sufrirlos el propio PS. Si ha decidido ligar su futuro al del PC y sus acompañantes, perdiendo así la identidad que le permitió asumir una posición de liderazgo nacional durante las décadas anteriores, habrá que decir “qué malo”. Pero si ello ocurre ocurrirá también que quienes abrazaron con honestidad la “renovación socialista” habrán de entender que ese partido ya no es el   de ellos y, con la misma honestidad, quizás actúen en consecuencia. Entonces el resto de Chile dirá “qué bueno”, porque habrá llegado el momento en que la sinceridad comience a ser la norma en la política nacional y ésta volverá a ser respetada.

*Álvaro Briones es economista y escritor. Ex subsecretario de Economía y ex embajador de Chile.

Nuestro Presidente hizo uso de la palabra en la VII Cumbre de la Celac más o menos al mismo tiempo que en Chile y Argentina se conocía una nueva demostración de “desprolijidad” de su gobierno, originada esta vez en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Si el Presidente hubiese sabido que esta “desprolijidad” afectaba nada menos que a Argentina, cuyo embajador en nuestro país había sido calificado de “h” y loco por la ministra de RR.EE. que lo flanqueaba mientras él leía su discurso, probablemente su voz o su actitud corporal habrían reflejado la incomodidad que explicablemente habría sentido.

Pero en ese momento él no lo sabía y leyó con total tranquilidad un discurso en el que se refirió directamente y por su nombre a la Presidenta del Perú y denunció que su gobierno era responsable del “baleo” de personas “que salen a reclamar lo que consideran justo”. Agregó que el número de personas que habían perdido la vida debiera “escandalizar” a los primeros mandatarios que lo escuchaban y concluyó haciendo notar “la imperiosa necesidad de un cambio de rumbo en el Perú, porque el saldo que ha dejado el camino de la represión y la violencia es inaceptable.”

Como es natural y muy razonable, a los peruanos -a todos los peruanos- les pareció muy mal lo que oyeron. En términos generales les pareció tan mal que el Presidente de Chile pontificara sobre lo que ocurre en su país, como a nosotros nos parecería que la Presidenta del Perú hablara de nuestro país y se atreviera a calificarnos. Por ello nuestro Presidente recibió una respuesta inmediata, en la misma reunión, de la ministra de Relaciones Exteriores del Perú y más tarde, por vía diplomática, el reclamo formal del gobierno peruano. En resumen, el Presidente y su ministra de Relaciones Exteriores se dieron maña, en una sola mañana, para deteriorar las relaciones con dos de nuestros tres vecinos. Un verdadero récord, incluso para el actual Gobierno.

Lo notable fue que el Presidente habló de la situación peruana con una curiosa distancia: como si esos problemas se estuvieran presentando en un lugar lejano y no en la casa de nuestro vecino. Una perspectiva que por momento trae ecos de aquellos tiempos en que en Chile había quienes se creían diferentes a nuestros vecinos y al vecindario todo. Algo así como si no fuéramos latinoamericanos o que el hecho de estar situados aquí fuese sólo una casualidad, un capricho de la geografía o de la historia, pues nosotros en realidad deberíamos pertenecer a otro vecindario. A uno, por supuesto, en el que “esas cosas” no pasaran.

Sin embargo, lo único cierto es que lo que ocurre hoy día en el Perú, guardando las diferencias coyunturales, no es en nada diferente a lo que nos ocurrió a nosotros hace sólo un par de años. Comienza con un hecho puntual, más político en el Perú (intento de golpe de Estado del presidente Castillo y su posterior destitución por parte del Congreso), más doméstico en Chile: aumento en 30 pesos del valor del pasaje del transporte colectivo.

En el Perú, razonablemente, los seguidores del depuesto Presidente salieron a las calles a protestar; en Chile protestaron los estudiantes. A poco andar en ambos países ocurrió que otros se agregaron a la protesta con sus propios motivos, al grado que el motivo original quedó pronto relegado a la condición de mero pretexto. En Chile los motivos de la protesta se ampliaron hasta cubrir un universo difícil de abarcar con una sola mirada; incluían desde el aborto libre hasta exigencias de educación gratuita y universal. En el Perú aparentemente el universo del reclamo no ha llegado a tanto y ha tendido a concentrarse en la protesta del Sur andino por el centralismo limeño. Como quiera que sea, en ambos casos finalmente todo el mundo ha terminado protestando: algunos por motivos propios, otros por motivos universales y otros más sin motivo alguno.

En los dos países la primera ola de euforia protestante dejó lugar al vandalismo y la violencia. En Chile en grados superlativos, en el Perú mucho más medido y focalizado en combates callejeros con la policía o la toma de recintos universitarios. En ambos países la reacción policial ha sido igualmente violenta, dejando un saldo de muertos y lesionados. Más letal en el Perú, en donde el número de fallecidos como efecto de la acción policial supera al de Chile, más dramático en Chile debido a las lesiones oculares que dejó el uso de balines de goma.

Y, lo definitivo, en ambos países se hizo presente el intento de aprovechar el momento por quienes de verdad tienen planes de cambiarlo todo. Aquellos que pasan muy de largo de la idea reformista para actuar llanamente como revolucionarios. Aquellos que crecen ante las multitudes proclamando la fantasía que esas multitudes prefieren oír: la fantasía de que es posible cambiarlo todo y ahora.

En el siglo XVI, Leonard Thurneysser llegó a ser el médico de la corte del Elector de Brandenburgo sin haber estudiado jamás medicina ni tener noción alguna de la materia. Lo logró merced a sus prescripciones que sustituyeron amputaciones, sangrías y purgantes por sabrosos elixires y por una solución de “oro bebible” que fue la favorita de los cortesanos.

Para algunos casos demasiados complejos, Thurneysser se apoyaba en el horóscopo y recetaba talismanes. En suma, prometía la fantasía de la salud y el bienestar sin sacrificio ni dolor. Quienes prometen lo imposible en el Perú y en Chile, son la versión contemporánea de Thurneysser. Charlatanes que ofrecen la superación de los males sociales y la saciedad de las envidias personales con remedios que no van a sanar ni traer satisfacción a nadie.

En Chile se llegó a creer que la cura de todos los males sociales la traería una Constitución que incluyera los deseos insatisfechos de cuanto grupo identitario y antisistema logró colarse en la Convención. En Perú se exige la renuncia de la Presidenta, como si ello fuese a traer consigo la solución de todos los problemas.

En Chile, afortunadamente, estamos ya saliendo de ese mal sueño. Nos quedan secuelas y malos recuerdos. Entre los últimos el temor que muchos llegamos a sentir imaginándonos un país regido por la Constitución elaborada por la Convención Constitucional y entre las primeras un gobierno que casi cotidianamente nos golpea con sus desaciertos y niñerías. En el Perú aún no se ha llegado al fin del mal sueño, pero sin duda se llegará. Les deseamos que allí arribe sin la secuela de un Gobierno que no se preocupa de la buena salud de la relación con sus vecinos.

Álvaro Briones dice que “queda demostrado que en el Gobierno existen fuerzas políticas e ideologías que buscan enemigos propicios para justificar aspiraciones poco o nulamente democráticas” 26 febrero 2023

Trayectoria Política

Briones Ramírez Álvaro (1949) militante del  Partido Socialista, en 1973 pertenecía a las posiciones mas extremas del Partido Socialista, siendo miembro del comité de dirección de la Revista La Aurora de Chile; subsecretario de Economía 1992-94, embajador en España e Italia 1996, donde organizó un encuentro entre militares y políticos chilenos para tratar la transición democrática a la cual asistió Ricardo Lagos y Juan Emilio Cheyre.

“El giro socialdemócrata de nuestra economía necesariamente debe preocuparse, en consecuencia, de aquellos aspectos, salud, previsión, educación, que inquietan al Estado de Bienestar, lo que por lo demás ya ha ocurrido a lo largo de los gobiernos de la Concertación como, por ejemplo, con la instauración del Seguro de Desempleo… es claro para todos que el principal factor de desigualdad en Chile hoy, radica en la educación. Esta es, además, el cuello de botella más importante al que se enfrenta el desarrollo de Chile en la actualidad” (1).

Octubre de 2006: ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS (OEA), Washington D.C. · Asesor principal del Secretario General (Octubre 2006-presente)
· Director del Departamento de Seguridad Pública (Julio de 2012 – Marzo de 2013)
· Director del Departamento de Prensa (Julio de 2009 – marzo 2010)
Como asesor principal del Secretario General de la OEA analiza e informa con relación a todas las actividades que cubre la Secretaría General. Elabora todos los discursos del Secretario General y todos sus textos escritos.
Como Director del Departamento de Seguridad Pública dirigió la planificación, desarrollo estratégico y estructuración de las actividades, programas y proyectos en Sede y en los países miembros de la OEA; analizó y negoció proyectos con los países en los que éstos se desarrollarían y con donantes; aprobó gastos asignó personal y evaluó su desempeño.

Suscribe declaración conjunta el 24 de noviembre 2019: «…Habrá que resolver muchos problemas prácticos, metodologías y maneras de llegar a buen final. Habrá que desatar muchos nudos que hoy parecen imposibles, habrá que derrotar el pesimismo y el escepticismo egoísta de quienes, en los dos extremos, desean hacer fracasar este camino y seguir el camino de la fuerza y la destrucción… Al final, la inmensa mayoría de chilenas y chilenos nos sentiremos orgullosos de lo que habremos construido…»

Suscribe declaración de 100 personalidades en respaldo a Javiera Parada por los ataques recibidos por apoyar una candidatura presidencial. 21 abril 2021;

suscribe APOYO Y RESGUARDO DE LA CONVENCIÓN CONSTITUCIONAL en 2021 ante intento de desnaturalizar la Convención Constituyente 2021

Apoya movimiento Amarillos 2022: «…Hoy enfrentamos el peligro de lo que alguien ha llamado “estallido institucional”, cuando se vislumbra la posibilidad de que la Convención Constitucional, en vez de ofrecerle al país una Constitución que nos incluya a todos y ayude a construir un pacto social, nos lleve a un callejón sin salida que empuje a muchos de los que votaron “apruebo” y quieren que el proceso constitucional resulte, a quedar sin otra opción posible que la de oponer un “No” a una Constitución que no nos represente a todos…»

Álvaro Briones plantea que “para el Socialismo Democrático deberá ser inevitablemente obvia su actitud futura de volcarse a la búsqueda de aliados electorales en el lugar en el que naturalmente deben buscarlos: en el centro y la centroderecha” 22 enero 2023

[1] DESAFIOS, 2005, página 85

Bibliografia

Los conglomerados trasnacionales y la integración (1972)
Economía y política del fascismo dependiente (1978)

«Transición y política CORFO» en Crítica Social (1990)
La economía es política (1987)
El zorro con espinas: reflexiones desde un nuevo socialismo (1990)
Como un país natal (1998)
La pata coja y la transición infinita (1999)

En «Los desafíos del progresismo. Hacia un nuevo ciclo de la política chilena» (2005): «¿Hacia un ‘giro’ socialdemócrata de la economía chilena?»: «El socialismo aspira en primer lugar a la igualdad, esto es a aquella condición social que reconoce a todos los ciudadanos capacidad efectiva para los mismos derechos. Posser esta capacidad no convierte a todos los seres humanos en idénticos. Por ello el socialismo apoira también a que sean reconocidas las deferencias y tratadas con justicia… al poner la igualdad y la equidad (la justa igualdad y la justa diferencia) como sus objetivos centrales, queda claro que el socialismo busca imponer una racionalidad distinta a la propugnada por le ‘economía de mercado’… asi, la base teórica que justifica la persecución de la igualdad, la equidad y la libertad -los tres objetivos del socialismo- como oposición a la ‘racionalidad’ de la ‘economía de mercado’, coincide con la constatación de que el mercado es incapaz de autorregularse y, por lo tanto, exige una intervención del Estado para suministrar asistencia y apoyo a los individuos que sufren sus consecuencias. O sea, los mismo principios que sustentan el Estado de Bienestar… y en la medida que la humanidad adquiera conciencia de nuevos riesgos y nuevas necesidades, se incrementa la conciencia de las limitaciones del mercado: ya no son sólo los desequilibrios y las fluctuaciones cíclicas o la desigualdad y la pobreza sino además los problemas ambientales y el ordenamiento del territorio, entre otros, …»

Cosas que el tiempo dejo atrás (2018)

América Latina_ nuevas modalidades de acumulación y fascismo (con Orlando Caputo)

Otras publicaciones

Suscribe «Cuidemos la democracia» 11 febrero 2021: «DETENER LA VIOLENCIA. Chile vive en democracia y garantiza el derecho a opinión, a manifestación y protesta pública, siempre que ella se exprese en forma pacífica y cívica. Ello a pesar de quienes vienen manifestando desde octubre 2019 que en nuestro país no hay democracia, no existe la institución de los derechos humanos y habría una impunidad generalizada. Discrepamos categóricamente de dichas aseveraciones, tenemos argumentos abundantes e irrebatibles para exponer en cualquier momento».

«Narcotráfico en Chile y su solución» El Mercurio 20 febrero 2021 «… existen razones a favor y en contra de un nuevo marco regulatorio de las drogas, que podrían ser escuchadas si existiera una discusión nacional sobre el tema, basada en evidencia científica. El tiempo de esa discusión es ahora…»

«Narcotráfico en Chile» El Mercurio 2 marzo 2021:

La marihuana y otras drogas hoy ilícitas son nocivas para la salud humana, pero su nocividad no es eliminada y ni siquiera atenuada por el hecho de que estén prohibidas…
La única forma eficaz de reducir el consumo de drogas nocivas para la salud, sean estas lícitas o ilícitas, es la prevención, que debe comenzar en el hogar, continuar en la escuela y mantenerse constante en nuestra sociedad…
Un mercado lícito y regulado de las drogas hoy ilícitas no reducirá ni incrementará necesariamente su consumo. En cambio, arrebatará de las manos del crimen organizado su negocio más rentable. Ello reducirá su presencia e importancia en el país, el control que ya tienen de ciertos territorios y los niveles de violencia criminal crecientes que nos afectan.
Libro: El encuentro

Académico Álvaro Briones lanza libro y propone diálogo para superar «a los extremos políticos y vencer a los populismos y caudillismos de todo tipo»

Se trata de «El encuentro» (Ediciones Documentas), que cuenta con sendos prólogos de José Miguel Insulza e Ignacio Walker, y que fue presentado recientemente. Tras una análisis del liberalismo, el socialismo y el humanismo cristiano, el autor -ex subsecretario y ex embajador- concluye que es posible (y deseable ) su encuentro en un mundo cada vez más carente de referentes ideales que apuesten a la libertad, a la igualdad, a la democracia reformista y al espíritu crítico, algo clave en el Chile actual.

Un libro que estudia los senderos del liberalismo, el socialismo y el humanismo cristiano acaba de publicar el académico y escritor Álvaro Briones.

Se trata de «El encuentro» (Ediciones Documentas), que cuenta con sendos prólogos de José Miguel Insulza e Ignacio Walker, y que fue presentado recientemente.

«Mi conclusión es que lo que separa hoy al socialismo, al liberalismo y al humanismo cristiano, es muy poco. Buena parte de las diferencias que hoy se esgrimen, no pasan de reproches mutuos por cuestiones del pasado y en conceptos anticuados que muchas veces se repiten sin plena consciencia de lo que significan. Lo cierto es que las verdaderas diferencias radican en matices relativos a la forma de solucionar algunos de los problemas sociales que enfrentamos y de avanzar hacia el objetivo común de libertad, igualdad y progreso. Matices relativos a la intensidad de la participación del Estado y las regulaciones sociales, matices con relación a derechos humanos y a libertades en las que estamos todos de acuerdo en lo esencial. Diferencias que experiencias recientes incluso en nuestro propio país, demuestran que pueden ser superadas por el diálogo, siempre que ese diálogo esté guiado por la voluntad de unir antes que de separar. De unir para anular los extremos políticos y vencer a los populismos y caudillismos de todo tipo que se han presentado con el nuevo siglo», expresa Briones.

En el momento presente de Chile, el autor cree que este encuentro es el desafío principal para los partidos que expresan a esas tres ideologías. Como dice en la presentación del libro, “si aceptan ese desafío y se plantan sólidamente sobre la substantividad de la sociedad, la cultura y la moral contemporáneas, podrán comprobar que cualquier anclaje que los lleve a privilegiar sus diferencias sobre sus similitudes no sólo es equivocado. Es suicida”.

El evento, realizado de manera online, contó con la presencia del autor y los prologuistas, además de Pilar Peña y el constituyente Felipe Harboe.

Dos siglos de historia

Briones es ingeniero y doctor en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue subsecretario de Economía y embajador de Chile en España e Italia, con numerosas publicaciones a su haber.

En su libro, el autor realiza un recorrido que va develando los personajes y los puntos claves que han construido estas vertientes doctrinarias, cuya incidencia ha marcado más de dos siglos de la historia social de la humanidad.

 

¿Cuál es el propósito del autor al desplegar este itinerario? Demostrar que después del desencuentro de estos tres pensamientos políticos, es posible (y deseable ) su encuentro en un mundo cada vez más carente de referentes ideales que apuesten a la libertad, a la igualdad, a la democracia reformista y al espíritu crítico, puntos de convergencias que Briones explica en estas páginas, y que son claves en los momentos constituyentes actuales.

El editor Fredy Cancino explica que el objetivo de Documentas es «aportar en el debate de la cultura política mediante libros que constituyan reflexiones en torno a grandes temas que incidan en la vida pública de Chile».

En el libro, Briones escribe que «en la actualidad es posible afirmar que, como el liberalismo, el socialismo ya no es una ideología pues no propone una sociedad ideal, y final, perfectamente definida en su estructura, sino que aboga por la reforma del capitalismo desde los principios de igualdad, libertad y solidaridad, en un proceso de reformas constante».

Agrega que «esa reforma permanente del capitalismo, desde esa misma perspectiva, es también el propósito de la democracia cristiana».

El académico habla de que estas vertientes poseen «diferencias que podrían superarse mediante un diálogo guiado por la voluntad de unir antes que de separar».

«Ese diálogo ya está presente en la sociedad y, de prosperar superando los matices, podría establecer las condiciones que permitan generar una nueva fuerza política progresista y reformista. Esa posibilidad existe porque las coincidencias fundamentales existen y porque esas tres corrientes de pensamiento son la expresión más avanzada de la cultura democrática en nuestros días».

Para Briones, «esa posibilidad es necesaria porque la persistencia de una vida civilizada exige anular a los extremos políticos y vencer a los populismos y caudillismos de todo tipo que se han presentado con el nuevo siglo».

El autor comenta a El Mostrador que su libro es un reclamo por la unificación de las fuerzas políticas que expresan a las tres ideologías fundantes de la democracia representativa contemporánea: la democracia basada en las libertades individuales -de la que hacen parte los derechos humanos- en la división de los poderes del Estado y en el equilibrio y el mutuo control entre esos poderes, que son elegidos por todos los ciudadanos, que son a su vez libres e iguales en derechos y deberes.

«Esas tres ideologías son el liberalismo, la social democracia y el humanismo cristiano. Y son la expresión más avanzada de la cultura democrática en nuestros días».

En sus palabras, cada una de estas tres ideologías surgió como adversaria de las otras y mantuvieron esa condición durante muchos años.

«Pero yo creo que es posible probar que su desarrollo y el contexto histórico en que este desarrollo se dio, terminaron por imponerles un curso de encuentro. En realidad lo que quiero demostrar con mi libro es que, en la actualidad, esas ideologías y los partidos en que se expresan han llegado a compartir elementos identitarios en un grado tal, que una unificación podría ser posible hoy mismo».

«No digo que estas ideologías, y sobre todo los partidos que las expresan, son idénticos. Se trata de corrientes de pensamiento perfectamente individualizables y todavía más claramente individualizables son los partidos que las expresan. Para ser claro estoy hablando, en el caso de Chile, de organizaciones políticas que se llaman Partido Demócrata Cristiano, Partido por la Democracia, Evópoli, Partido Socialista, Partido Liberal, Partido Radical, Ciudadanos, movimientos como Nuevo Trato o Comunidad en Movimiento, e incluso sectores dentro de partidos como los seguidores de Mario Desbordes en Renovación Nacional. Todos ellos, creo, expresan con diferentes matices un pensamiento liberal, social demócrata o humanista cristiano», señala.

«En el libro hago una revisión de los elementos centrales de esas tres corrientes de pensamiento hoy día y de los principios que guían a los partidos chilenos que las representan. Identifico cinco momentos de encuentro que son esenciales y que explican la posibilidad de una unidad. Son la aspiración a la libertad; la aspiración a la igualdad; la posición frente al Estado, la economía y la sociedad; la adscripción a la democracia y al reformismo como forma de practicarla y la opción por el pensamiento crítico como manera de vivir la política», concluye.

Un compromiso democrático
POR UN COMPROMISO DEMOCRÁTICO

El pasado domingo 21 de noviembre, se decidió, mediante una elección democrática, que dos de nuestros conciudadanos disputen próximamente la Presidencia de la República. El evento tendrá lugar en una atmósfera polarizada y difícil. Son de prever ataques no siempre nobles y es probable que el miedo y la mentira se hagan presentes también. No es algo que deseáramos la mayoría de nosotros, habitantes de esta Patria, pero es el lugar al que nos ha conducido nuestra propia incapacidad de impedirlo. Es la hora de tomar el camino de retorno a la convivencia cívica, de la cual la misma elección que dejó a dos de nosotros como alternativa presidencial, es el mejor ejemplo de lo que se puede y se debe hacer cuando somos conscientes de que es nuestra responsabilidad, y la de nadie más, proteger la democracia como única buena forma de convivencia social.

Por ello, sin presunción alguna ante los dos candidatos elegidos preferentemente por la ciudadanía, pero con el vigor que nos confiere nuestra condición de demócratas, iguales a ellos en derechos y obligaciones, demandamos de José Antonio Kast y Gabriel Boric un compromiso con la protección de nuestra sociedad y de nuestra democracia. Ese compromiso reforzará la seguridad de que nadie en Chile debe esperar de quien resulte vencedor amenaza alguna o motivos de temor por la democracia y sus instituciones. Será un primer paso cierto en el camino de la paz social, la convivencia cívica y la vigencia de la democracia como la norma que fundamenta y estructura nuestra sociedad.

Pedimos de ellos la aceptación explícita de los siguientes compromisos:

  1. El compromiso con el respeto irrestricto de los derechos humanos, individuales y sociales. En todo tiempo y lugar y sin dobles estándares. El reconocimiento de los mismos, constituyen la expresión máxima del desarrollo civilizatorio de la humanidad. Sin respeto de estos derechos, ninguna libertad y ninguna garantía tienen vigencia. Demandamos de quien va a ser Presidente de Chile, su compromiso sin restricciones ni vacilaciones de ningún tipo con los derechos de expresión, organización, libre circulación y libertades políticas, sociales y económicas.
  2. El compromiso con la democracia representativa. Esto es el compromiso con el sistema democrático basado en libertades individuales y colectivas –de la que hacen parte importante los derechos humanos–, en la división de los poderes del Estado y en el equilibrio y mutuo control entre esos poderes, elegidos por ciudadanos que son a su vez libres e iguales en derechos y deberes. Y junto a esto, el principio de un ciudadano un voto. Con ello estamos demandando del futuro Presidente de Chile su compromiso con el respeto y mantención del sistema que lo llevará a él mismo a ocupar la primera magistratura de nuestro país.
  3. El compromiso con el Estado de Derecho. O el compromiso de respetar, sin subterfugios, interpretaciones o el aprovechamiento de resquicios, la letra de las leyes y normas constitucionales vigentes, así como acatar sus modificaciones cada vez que ellas tengan lugar por intermedio de procedimientos igualmente legales y constitucionales.
  4. El compromiso con la unidad del Estado de Chile. Sabemos que más de un pueblo puede habitar en nuestra patria, pero el Estado es y debe seguir siendo uno y unido, representante de todas y todos los chilenos. Cualquier desmembramiento o desgarro del Estado sólo significaría el inicio de la destrucción de la casa común de los pueblos que en este momento conviven en Chile.
  5. El compromiso con una justicia constitucional autónoma. El respeto de las leyes y las normas constitucionales no puede ser juzgado por los poderes del Estado que son a su vez actores del proceso legislativo y judicial. La vigencia de la democracia y el ejercicio recto del orden legal hacen necesario la existencia de un poder dirimente, autónomo e imparcial.
  • El compromiso y defensa de la existencia de aquellos órganos autónomos que garantizan calidad democrática e institucional del país. Nos referimos al Servel, instancia que asegura la imparcialidad en las elecciones democráticas; nos referimos al Tribunal Constitucional que ejerce la función de cautelar la constitucionalidad de las leyes; nos referimos a la Contraloría de la República, que vigila y sanciona el correcto funcionamiento de la administración pública y los recursos del Estado; nos referimos al Banco Central, que vela por el control de la inflación y la sana economía, sin perjuicio de la orientación que a la política económica los gobiernos quieran darle, pues requiere de una voz autónoma que advierta de los riesgos que acechan a esta esencial actividad social. Asimismo, el Ministerio Público, la Defensoría Penal Pública, la Alta Dirección Pública y el Consejo de la Transparencia. Las anteriores son funciones que solo pueden cumplirlas organismos independientes e imparciales, dotados de las capacidades que la Constitución y las leyes quieran otorgarle.
  • Condenar la violencia y asegurar el orden público, tareas ineludibles en una democracia y sociedad debidamente organizada. Adoptando al efecto las medidas que el estado de derecho faculta al Gobierno y a los Poderes del Estado.
  • Velar por el desarrollo del proceso constituyente establecido por el Congreso y ratificado por el plebiscito del 25 octubre 2020, acogiendo y actuando desde el poder ejecutivo lo que sobre ella decida el pueblo soberano en el plebiscito de salida.

Todo esto sin perjuicio de cómo los abajo firmantes votemos, o elijamos nulo o blanco, según las inalienables convicciones personales. Pero algo nos une: la confianza en que la serenidad de juicio de quienes hoy son los posibles futuros gobernantes de Chile, les llevará a escuchar nuestra demanda, ejercida en plena legitimidad democrática y ciudadana.

Hacer lo correcto… pero hacerlo correctamente 15 agosto, 2022

En la introducción a su libro Strategy, la Escuela de Negocios de Harvard plantea que la creación de estrategias dice relación con “hacer lo correcto” o “doing the right things”, en tanto que implementarlas versa sobre “hacer las cosas correctamente” o “doing things right” (Harvard Business School Press, Boston, 2005). Quizás no pueda haber mejor descripción del dilema que nos ha llevado a enfrentarnos en las urnas el próximo 4 de septiembre.

En un plebiscito, un 78 por ciento de las chilenas y chilenos mostraron que finalmente habíamos llegado a un consenso estratégico como nación; un consenso que nos decía que la elaboración de una nueva Constitución era “hacer lo correcto”. Algunos podrán decir que haber alcanzado tal consenso fue una demostración de madurez. Quizás lo fue, pero también hay que admitir que esa presunta madurez fue desmentida por el primer intento de “hacerlo correctamente”. De hecho, hoy día, luego de un primer intento de dar forma a esa mirada estratégica, estamos más divididos que antes. La estrategia era acertada… pero la implementamos mal y eso es algo sobre lo que, afortunadamente, también tenemos un amplio consenso. De acuerdo a todas las encuestas, la mayoría de los chilenos, casi en la misma proporción en la que estuvimos de acuerdo en la necesidad de una nueva Constitución, estamos también de acuerdo en que la que escribió la Convención Constitucional no es buena y se dividen entre quienes llanamente quieren escribirla de nuevo y quienes quieren  aprobar el texto elaborado por la Convención… para luego reformarlo.

Llegados a este punto la gran interrogante es ¿ante esta nueva evidencia, seguiremos haciendo lo incorrecto o ya llegó la hora de actuar con corrección? Una interrogante válida a la luz de los portentosos esfuerzos por llegar a un acuerdo acerca de qué cambiar de un texto constitucional… ¡al que sin embargo llaman a aprobar! que, digitados directamente por el presidente de la República, desarrollaron durante la semana pasada las dos coaliciones que apoyan al gobierno. Esos intentos, que culminaron con una espectacular entrega pública de resultados el pasado jueves, estuvieron permanentemente bajo la sombra que proyectaba Guillermo Teillier, el presidente del Partido Comunista, que como el cuervo de Poe que repetía constantemente “nunca más”, repetía que su partido no estaba disponible para “cualquier acuerdo”.

Teillier hizo siempre gala de una lógica tan impecable como implacable. Comenzó por señalar hace una semana atrás “No sé qué le podríamos mejorar a la nueva Constitución”. Lógica pura, pues si la iban a aprobar, por qué habrían de cambiarla. Y por si fuera necesaria una mayor explicación, en una nueva entrevista dos días después, agregó “Nosotros queremos perfilar mejor, en eso estamos.” Y para aclarar la diferencia entre “perfilar” y “reformar”, explicó: “… es complejo que los partidos políticos nos arroguemos la potestad de que podemos reformar la Constitución. Lo podemos hacer una vez que esté aprobada y de acuerdo a lo que la misma Constitución dice.” Y ese es el punto esencial de la lógica del Partido Comunista: cualquier cambio sólo es posible si se hace de acuerdo con lo que el texto dice. ¿Por qué? Porque no es posible reformar un texto que no sólo es complejo, sino que también es integral; no es un conjunto de piezas algunas de las cuales se puedan quitar para ser reemplazadas por otras pretendiendo que el todo no pierda coherencia. Intentarlo es absurdo; es, aunque el presidente del Partido Comunista no lo diga con esas palabras, “no hacer las cosas correctamente”.

Sin embargo, nuevamente dos días más tarde, se entregaron los acuerdos. ¿Se le había doblado la mano al Partido Comunista y sus aliados? No. No fue eso lo que ocurrió si se examinan los “cambios” que las dos coaliciones finalmente se avinieron a realizar a la Constitución propuesta una vez que haya sido aprobada.

El acuerdo versó sobre cinco aspectos, de los cuales el único que representa un cambio real con relación al texto constitucional propuesto es el que señala que éste se reformará para incluir el Estado de Emergencia por grave alteración de la seguridad pública. Algo obvio luego que el presidente ha debido apelar a este estado de excepción constitucional como una forma, todavía precaria, de contener el terrorismo en la Macrozona Sur. Del resto, poco que decir. Con relación a la plurinacionalidad, se mantiene todo y se aclara que el “consenso previo” de que habla la Constitución se refiere solo a los temas que afectan a los pueblos indígenas, es decir justamente lo que ya sabemos y de lo que disienten los partidarios del Rechazo, pues otorga un inmenso poder a las naciones indígenas (ese es el verdadero título que le da el proyecto constitucional), sobre los territorios que ellas reclamen como propios y que pueden incluir toda clase actividades productivas actualmente en operación y pueblos e incluso ciudades. Todo lo demás acordado es sólo una aclaración de lo escrito en la Constitución sin que cambie nada de ella, con la excepción, tal vez, de la eliminación de la iniciativa parlamentaria para proyectos que irroguen gasto público, que “se cree necesaria” de eliminar, aunque no se afirma que se eliminará. Igualmente “se cree” necesario eliminar la reelección consecutiva del presidente de la República.

De este modo y como en la fábula de Esopo, rugieron los montes y parieron un mísero ratón. La explicación del episodio la dio, era que no, el inefable Guillermo Teillier, que no bien terminada la presentación se hizo del micrófono y aclaró que el acuerdo se refería “…a la percepción ciudadana de que hay algunos puntos del texto de la nueva Constitución que a lo mejor no se entienden bien”. O sea, efectivamente se trataba sólo de aclarar cosas, no de cambiar nada. Y para no dejar lugar a dudas afirmó además que “no podemos garantizar que vamos a hacer estas cosas porque en esto tendrá que haber debate popular. Ninguno de nosotros quiere pasar por sobre la soberanía popular, la queremos respetar. Tampoco desdeñamos el trabajo de las y los convencionales, han hecho un gran trabajo con este texto”.

Clarísimo, ¿no? A pesar de que la abrumadora mayoría del país piensa que el proyecto presentado por la Convención Constitucional es malo, mientras esté allí el PC ningún cambio real se hará a ese texto. Acuerdos como el presentado el pasado jueves sólo están pensados para atraer los votos de algunos indecisos. Algo bastante parecido al engaño en realidad o, para usar las enseñanzas de la Escuela de Negocios de Harvard, sólo otra manera de hacer las cosas incorrectamente. (El Líbero)

Álvaro Briones 

Sobre el arte de darse un bastonazo en el pie 22 agosto, 2022

Jean-Baptiste Lully fue una de las grandes personalidades del siglo XVII. Nacido Giovanni Battista Lully en Florencia, Italia, emigró a Francia en donde en 1652, con veinte años, entró al servicio de Luis XIV como bailarín de ballet y violinista. Fue el comienzo de una carrera en permanente ascenso. Poco más tarde dirigió una de las orquestas reales y en 1662 ya era director musical de la familia real. Llegó a ser considerado el primer compositor de la corte y hasta hoy se lo tiene por iniciador de la ópera en Francia y creador de la «tragedia lírica». Luis XIV lo nombró su compositor de cámara y más adelante su Superintendente de la Música. En 1681, finalmente, se convirtió en secretario del Rey. Fue entonces cuando se pegó un tiro en el pie, esto dicho en el sentido figurado con que hoy se emplea esta expresión. Ocurrió que Lully era bisexual, esto es que, no obstante que se había casado y tenía hijos, mantenía también relaciones sexuales con hombres. En esas condiciones en 1685, cuando estaba en la cima de su carrera como músico y en lo más alto que podía escalar en la corte francesa, se descubrió o se hizo público que había mantenido relaciones con cierto joven paje y ello le significó perder los favores del rey.

Desprovisto de esos favores siguió componiendo, pero ya nada fue igual: se había labrado su propio destino y era culpable de su propia decadencia. En tales condiciones murió dos años más tarde y su muerte fue una consagración de aquello de darse un tiro en el pie, aunque en su caso fue un bastonazo, porque murió de gangrena a consecuencia de una herida que se hizo justamente en un pie con su bastón de director de orquesta. El bastón era una pesada barra de hierro que servía para llevar el compás golpeándolo en el suelo; la herida le provocó una infección que acabó lentamente con su vida, porque, sin reparar en que ya no estaba en edad de bailar y de que, caído en desgracia nadie lo iba a requerir para hacerlo, se negó a que le cortaran la pierna, lo que podría haberlo salvado.

Sin duda Jean Baptiste fue un maestro en el arte de hacer aquello que perjudica al que lo hace en lugar de beneficiarlo. Arte que, en justo homenaje a tan alto cultor, llamaré de aquí en adelante “darse un bastonazo en el pie”. He buscado ejemplos de este arte para ilustrar el comentario y, lamentablemente, el único que se me hace presente, una y otra vez, es el de nuestro presidente Gabriel Boric. Por lo mismo pido respetuosamente excusas por referirme a él en lo que sigue de este texto. En su caso, además, este arte adquiere una expresión colectiva porque no es solo él quien se da los bastonazos sino que sus colaboradores directos, con mucho entusiasmo, también se los dan. La lista es larga y, para comenzar con los primeros días podemos recordar a la segunda autoridad del poder Ejecutivo, aquella que reemplaza al presidente en su ausencia, la ministra del Interior y Seguridad Pública, jefa natural de las fuerzas de orden del país, garante de la seguridad de todos nosotros, Izkia Siches, retirándose humildemente luego de que se le exigiera visa para entrar a una comunidad situada en una parte del territorio nacional que ella supuestamente controla. Y la ministra siguió dándole bastonazos a su jefe: en un Comité del Senado denunció, haciendo derroche de buen humor, el regreso de un avión de extranjeros expulsados que nunca había ocurrido; en otra, también luciendo su sentido del humor, acusó a los diputados de “pegarse en la cabeza” porque no entendían nada, un chiste que nadie celebró; más recientemente afirmó que Carabineros era una institución autónoma, por lo que debieron explicarle que no lo era y que en realidad dependía de ella misma. La lista de bastonazos es larga, casi prodigiosa si se considera el escaso tiempo que el presidente y sus colaboradores llevan en sus cargos. Algunos han sido pequeños, en realidad insignificantes, como las reflexiones económicas del ministro de Economía; otros un poco mayores y más peligrosos, como el del seremi de Salud del Biobío cuando aseguró que Boric lo había «mandatado» a hacer campaña por el Apruebo (peligrosa por aquello de que la Contraloría ya investigaba la ilegalidad de situaciones como la que denunció el seremi penquista). Otros bastonazos, en fin, han sido simplemente monumentales, como el que le propinó su fiel escudero el ministro Jakcson cuando reveló lo que él -y presumiblemente el resto del equipo de gobierno- pensaba de todas las generaciones anteriores de políticos, incluyendo a sus aliados del socialismo democrático.

Pero en esto de darse bastonazos en el pie nadie supera al propio presidente, quizás en mérito de su propia alta investidura. No cabe mencionar aquí las pequeñas distracciones en las que suele incurrir pues estas son sólo eso, distracciones, ni tampoco en algunos tics como los que cualquiera puede tener. No, yo me refiero a bastonazos en serio. El principal de ellos tuvo lugar el día mismo de su investidura, cuando desde el balcón de La Moneda declaró su apoyo incondicional a la Constitución que elaboraba la Convención Constitucional. Sí, que elaboraba, porque nuestro presidente apoyó públicamente un texto que ni él ni el resto de chilenos y chilenas conocía y en cuya elaboración no tenía posibilidad alguna de incidir dado el peculiar carácter de los convencionales, que sí conocía. En un acto más que temerario, ese día apostó todo su capital político a una variable que no estaba bajo su control, casi tanto como decir “si este año el Real Betis Balompié no gana la Liga Española de Fútbol, renuncio a mi cargo”. Trató luego de reparar lo hecho, tal vez después de que alguien le explicara que el proceso terminaba con un “plebiscito de salida” del cual él, como máxima autoridad del país, tenía el deber de ser garante; por ello declaró que su gobierno sería neutral ante el evento. Pero no lo fue. Ni él ni su gobierno. Y ya fuera porque se convenció de que el mal estaba hecho y nadie olvidaría su declaración inicial, o porque de veras cree en las virtudes del texto constitucional propuesto, el hecho es que no sólo no ha sido neutral sino que asumió en la práctica la dirección de la campaña de una de las opciones en contienda.

La legalidad de esta última decisión y su puesta en práctica no es materia de este comentario, sino la temeridad política que ella entraña. Una temeridad que bien puede significar el más espectacular bastonazo en el pie que un político activo haya decidido auto infringirse. Realmente digno de un Jean Batista Lully porque posiblemente nuestro presidente haya llegado a la peor situación a la que pueda conducir una apuesta política. Si gana, su victoria no le agregará capital político alguno pues presumiblemente arrojará un resultado inferior en preferencias a los votos que obtuvo en su propia elección y ello logrado con el apoyo de la estructura del Estado hoy a su disposición. Y si pierde, lo que es más que probable a juzgar por todas las encuestas realizadas hasta hoy, habrá perdido todas o casi todas sus capacidades de liderazgo político: el liderazgo de las coaliciones que hoy lo apoyan pero, lo más grave, el liderazgo de la nación que le fuera concedido por votación popular.

¿En qué situación nos deja esta triste perspectiva a quienes deseamos el éxito del gobierno porque somos conscientes de que, si a un gobierno le va bien, a Chile le va bien? No lo sé de seguro, pero probablemente en la misma en que estaban los admiradores de Jean Baptiste Lully cuando veían que a su ídolo lo invadía la gangrena, producto de un bastonazo que él mismo se dio en el pie. (El Líbero)

Álvaro Briones 

Lady Astor entre nosotros 28 agosto, 2022

En noviembre de 2019 Theresa May, pocos meses antes Primera Ministra del Reino Unido, inauguró en Inglaterra una estatua de Nancy Astor. Se celebraba así a la primera mujer en acceder a la Cámara de los Comunes exactamente cien años antes, el 1 de diciembre de 1919. La ex Primera Ministra declaró en la ceremonia que, con ello, Nancy Astor “había cambiado la democracia británica para siempre y para mejor” y agregó que esperaba que esa estatua inspirara “a personas de todos los orígenes a dar un paso al frente y participar de lleno en la vida pública”.

Sin embargo, el recuerdo de Lady Astor lejos de inspirar sentimientos positivos, aparentemente despertó odios pues, pocos meses más tarde, la estatua fue vandalizada con pintura y la palabra “nazi” fue escrita sobre ella. La razón argüida era la acusación que, casi un siglo atrás, en la década de los treinta, se había hecho a Lady Astor de simpatizar con las ideas del nazismo alemán.

Es posible que, en vida, Lady Astor no haya sido una persona particularmente simpática. Incluso se la suele recordar por la anécdota que la sitúa diciéndole a Winston Churchill: «Si usted fuese mi marido, le envenenaría el té». A lo que Churchill respondió: «Señora, si usted fuera mi esposa, ¡me lo bebería!». Fue conservadora, anticatólica y al parecer tenía la costumbre de no quedarse callada a la hora de dar su opinión, lo que puede haberle granjeado la antipatía sobre todo de algunos hombres; pero, pronazi, no fue. El tema terminó de ser aclarado cuando, luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, se supo que los nazis, seguros de conquistar Gran Bretaña, habían hecho una lista de 2.800 residentes británicos que serían arrestados después de la invasión. En la lista estaba incluida Nancy Astor, descrita por los nazis como una «enemiga de Alemania». Que Lady Astor fuera inocente de la acusación que se le hiciera décadas atrás había importado poco a quienes la emprendieron en contra de su estatua. Ella ya había sido juzgada y condenada por una turba que no atendía a explicaciones ni razonamientos: había sido “cancelada”.

La llamada “cultura de la cancelación” se ha convertido en el arma favorita de quienes practican la “cultura identitaria”. Su versión más reciente es el llamado “wokismo”, en referencia a estar “despiertos” para defender a aquellos que creen tener la razón y no están dispuestos a escuchar a quien piensa diferente. Su instrumento son los medios sociales, utilizados para denostar al grado de destruir la imagen de quienes son considerados “enemigos”. Quienes utilizan este expediente se declaran progresistas, pero su comportamiento es del todo ajeno a la idea progresista y sólo refleja una intolerancia que, más que rechazar actitudes en su juicio equivocadas, rechaza y “cancela” a quienes se atreven a expresar un pensamiento diferente.

De nada sirvió que Nancy Astor haya sido una pionera en la participación de la mujer en campos que en su tiempo se consideraban reservados a los hombres y que con ello haya dado pasos gigantescos en la lucha por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. No. Lo que verdaderamente importó fue que ella no dijo pensar ni declaró pertenecer a corrientes como las que hoy se arrogan la propiedad de ese reclamo. Ella, en suma, pensaba diferente y eso era inadmisible para quienes practican la cultura de la cancelación y el “wokismo”, como también resultó inadmisible para el fascismo y el nazismo que quemaron libros y obras de arte y ejercieron no solamente la persecución y el crimen racial, sino también la persecución ideológica. Igual que en la Unión Soviética de Stalin, perseguían acabar con las ideas diferentes acabando con la vida, “cancelando”, a quienes sostenían esas ideas (¿Y cómo olvidar los libros que se quemaban en nuestro país luego del golpe militar de 1973?).

¿Estamos lejos de ese peligro? No, no lo estamos. Las experiencias de Sergio Miccoperseguido hasta prácticamente obligarlo a dejar su cargo de director del Instituto Nacional de Derechos Humanos, y de Matías del Río, despedido de su empleo en el programa Estado Nacional de TVN, demuestran que esa cultura comienza a imponerse en el país, no obstante que del Río fuera restituido en su cargo luego de que las manifestaciones públicas en su favor fueran abrumadoras.

Como esos casos, conozco muchos otros que no han tenido el nefando privilegio de ser publicitados. Una tendencia que se ha agudizado en la medida que se acerca el momento del plebiscito de salida. El epíteto que más se escucha en nuestros días es el de “facho” cuando se trata de personas que manifiestan un pensamiento considerado de derecha, o de “traidor” o “tonto útil” si el objeto de la agresión verbal es alguien que se reconoce de izquierda o centro izquierda, pero declara su opción por el Rechazo. Algunos, muchos en realidad, terminaron asumiendo valerosamente el insulto como un galardón que lucen con orgullo. Tal fue el caso de Amarillos, que ha terminado por agrupar al mayor colectivo de personas independientes que haya terminado manifestándose en la coyuntura creada por el proceso constitucional y plebiscitario. Otros no han tenido tanta suerte, pues han pasado de ser objetos del insulto a ser víctimas de la violencia. Se dan casos de persecuciones laborales que obligan a cientos y quizás miles de funcionarios públicos a ocultar sus ideas por temor a perder sus empleos y “bulling” en colegios y universidades. Jóvenes de la “Agrupación Estudiantil Chile”, que agrupa a estudiante del liceo José Victorino Lastarria y del Instituto Nacional, entre otros colegios, han denunciado las amenazas que se ejercen en contra de ellos por manifestar su pensamiento diverso al de los jóvenes que usan la violencia como su medio de expresión.

No nos queda más que esperar que esta situación se acabe luego del plebiscito, cualquiera sea su resultado. Porque uno de los principios esenciales de la democracia indica que sólo mediante el debate, la confrontación de argumentos y la predisposición de persuadir o ser persuadidos, lograremos la erradicación de ideas que consideremos negativas o aún nefastas. Nunca ignorándolas o silenciando y menos eliminando a quienes las sostienen. Esa última actitud sólo conduce al totalitarismo, algo que podría parecer imposible en nuestro país luego de que nos costara tanto recuperar la democracia, aunque no está demás tener presente lo que nos recuerda el periodista británico Gavin Mortimer, autor del artículo “Cómo los nazis fueron pioneros en la ‘cultura de cancelación’”, “… nunca se debe subestimar a los totalitarios: lo que inicialmente les falta en número, lo compensan con fanatismo”.

Álvaro Briones

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