11 Mar Andrea Albagli Iruretagoyena
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¡Es el pragmatismo, estúpido!-Stéphanie Alenda 5 marzo, 2023
Es innegable que las instituciones representativas tradicionales están atravesando una crisis en muchos países del mundo, aunque no existe un consenso en la academia sobre su excepcionalidad o irreversibilidad. Este deterioro ha dado lugar a interpretaciones de tintes alarmistas sobre las disfunciones institucionales de regímenes en los que las élites ya no están actuando como garantes de las normas democráticas básicas. La crisis es también palpable en los cuestionamientos al statu quo, en contextos donde se ha agudizado la percepción de las desigualdades sociales; en el declive sin precedentes de la participación electoral; el aumento de la desconfianza en las instituciones y los gobernantes; y la disposición de los electores a transgredir ciertos ideales democráticos cuando estos chocan con temas apremiantes, como el orden y seguridad, la inflación, o la inmigración. Un reciente estudio mostró que incluso en Finlandia, una de las democracias más avanzadas del planeta, la ciudadanía estaba dispuesta a sacrificar los principios de la democracia liberal en un trade-off para conseguir objetivos de interés público (Saikkonen y Christensen, 2022).
Por supuesto, esta crisis tiene una magnitud variable en función de los países considerados, de lo que dan cuenta diferentes mediciones internacionales. El Democracy Index publicado anualmente por The Economist clasifica los regímenes políticos recurriendo a cuatro categorías que van desde las democracias “plenas” hasta los regímenes autoritarios. La ubicación en una categoría u otra aparece particularmente sensible a la contingencia política. El fin de las restricciones ligadas a la pandemia explica así principalmente la reincorporación de Chile, Francia y España al listado de las democracias “plenas” y ya no “defectuosas”. En Chile, que integra el top ten de los mejores desempeños, incidió además la forma en que la cuestión constitucional fue procesada hasta la aprobación por el Congreso de la reforma que habilita un nuevo proceso constituyente. A pesar de este buen resultado, la política nacional no está inmune a los populismos y radicalismos de derecha o izquierda.
Al igual que en las otras 24 democracias plenas de este ranking (equivalente solo al 8% de la población mundial), la baja intensidad de la democracia chilena responde a factores estructurales, como la propia crisis de los partidos. Sus vínculos programáticos con la sociedad se fueron debilitando. Además, la tecnología digital modificó la estructura de la arena pública anulándolos como canales privilegiados de información e intermediación. Por último, en muchos contextos, las élites tradicionales contribuyeron al empoderamiento de sus contrincantes más radicales. Ha sido en efecto demostrado que el declive de los partidos de centroizquierda y centroderecha está correlacionado con el auge de la derecha radical.
Las actitudes críticas hacia democracias juzgadas incapaces de satisfacer las expectativas sociales tienden también a traducirse en el apoyo a ofertas políticas disruptivas y extremas, cualquiera sea el tipo de régimen político considerado. Antes de la elección de Nayib Bukele en El Salvador, la satisfacción con la democracia se encontraba en su nivel más bajo. En Chile, la última encuesta CEP mostraba también una disminución de la preferencia por la democracia.
Los desafíos para revertir esa crisis son sin duda múltiples y multifactoriales. Por ahora, estas señales de alerta parecen indicar que un remedio clave a las derivas populistas se encuentra en una democracia pragmática con el foco puesto en una gestión efectiva de las reformas. (La Tercera)
Stéphanie Alenda
Trayectoria Política
Andrea Albagli Iruretagoyea (1982) Psicóloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en Salud Pública de la Universidad de Toronto (Canadá) y magíster en Epidemiología de la Universidad Católica. Cuenta con experiencia en el Ministerio de Salud donde trabajó en el Departamento de Epidemiología, fue Jefa de Enfermedades No Transmisibles (ENT) y en el Equipo Estrategia Nacional de Salud. Además, fue evaluadora de programas en el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA). Es militante de Revolución Democrática.
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