Por Antonio Leal.- Hablar de Giovanni Sartori es referirse a uno de los filósofos y politólogos más importantes del mundo, leído y estudiado  por decenios sobre los temas de la política, la democracia y de los sistemas de gobierno contemporáneos. Famosos, entre sus mas de 50 obras traducidas a diversas lenguas, son sus libros “¿Qué es la democracia?”, donde en un diálogo con Aristóteles, Locke, Rousseau y Marx, entre otros, explora definiciones, alcances y conexiones del sistema político que vivimos en los últimos tres siglos. Son clásicos  “La Política y Elementos de la Teoría Política” donde ofrece una terminología de la ciencia política y la contraposición de su método con el de las ciencias naturales para demostrar el carácter científico de esta disciplina y donde define grandes temas de la política: opinión pública, parlamento, sociedad libre, mercado, liberalismo, entre muchas otras categorías; o  “La carrera hacia ningún lugar” donde hace un análisis sobre diversas inquietudes de la sociedad actual, tales como sistemas políticos,  sistema electoral perfecto, la ola de inmigración y el derecho a la ciudadanía, la delicada cuestión de cuándo la vida biológica se convierte en verdaderamente humana; y aún “Homo Videns. La sociedad teledirigida”,  donde comunica su desconfianza en la revolución multimedia que, para él, marca la transformación del «homo sapiens» en «homo videns», lo que implica la supremacía de lo intangible sobre lo tangible, «un ver sin entender que ha acabado con el pensamiento abstracto con las ideas claras y distintas».

Giovanni Sartori tuvo una atención frecuente a la política en Chile y en septiembre de 1990, con motivo de una invitación a un seminario sobe sistemas políticos organizado por el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica, participó, además, de una mesa redonda en el Centro de Estudios Públicos donde definió su postura sobre la conveniencia de que Chile, a la salida de la dictadura, abandonara el presidencialismo extremo y se orientara hacia un semipresidencialismo, tesis que argumentó y defendió con vehemencia académica frente a la diversidad de opiniones que allí se vertieron.

El primer punto a resolver, señaló Sartori, es qué estimamos central de un sistema político. Para algunos, el tema es un sistema que asegure estabilidad de los gobiernos, pero en tiempos en que ya no hay una verdadera alternativa a la legitimidad que sustenta a las democracias –habían recién caído los regímenes comunistas y las dictaduras en América Latina, entre ellas la de Pinochet– creía que no era necesaria la estabilidad a cualquier costo y planteó que lo importante era la efectividad, es decir la capacidad de gobernar, de adoptar decisiones acorde con los anhelos de la población, y que de ello dependía la duración, la estabilidad del gobierno mucho más que de la arquitectura institucional que se construyera.

Otro punto preliminar, dijo Sartori, es el tema de la ingeniería constitucional que sólo puede proveer capacidades estructurales que establezcan límites y configuren una maquinaria deseable de premios y castigos, es decir, un sistema de incentivos. Las estructuras no pueden por si mismas pretender fijar un esquema que incluso subordine aspectos que resultan esenciales al funcionamiento de la democracia porque esta es competitiva y esa capacidad de establecer mayorías y minorías no puede ser reemplazada por mecanismos que artificialmente fijen una cierto tipo de estabilidad a cualquier costo.

Sartori sostiene para el caso chileno y latinoamericano en general, salir de los sistemas presidenciales rígidos que centralizan y concentran el poder en la figura del Presidente y cuando este pierde adhesión en la ciudadanía se debilita todo el sistema y afecta al conjunto de la legitimidad de las instituciones. A ello se suma que los conflictos recurrentes entre un Presidente, sin mayoría en el Parlamento y con un mandato fijo, crean un vacío y muchas veces una parálisis institucional, sin que haya mecanismos para resolver las confrontaciones sin generar una crisis política de mayor envergadura.

Concuerda Sartori en su intervención en el debate y en sus libros que, muchas veces, el exceso de poder alimenta en el Presidente posturas mesiánicas, la convicción de tener una gran misión que cumplir en nombre de todo un pueblo, independientemente de los grados de apoyo reales que obviamente son variables en un electorado que sobre todo hoy es fluido e itinerante.

El presidencialismo alienta la personalización excesiva del poder, la fragmentación, el surgimiento de partidos pequeños y la aparición de figuras extrasistema que se potencian de las continuas crisis de competencia.

Además el presidencialismo surge y se ha desarrollado en una cultura paternalista, donde el Presidente de la República es el “padre familia”, al que se delega el poder para que actúe según su criterio político, lo cual potencia la tendencia el ejercicio de un poder que subordina, normativamente y en la práctica política, al resto de los poderes lo cual termina por producir desestabilización y crisis democrática que el presidencialismo no tiene los instrumentos de flexibilidad para resolver.

De allí que su elaboración queda claro el rechazo a que el sistema presidencialista que ha ido adquiriendo un carácter cada vez más autocrático y que se transforma en un obstáculo para el ejercicio de una gobernabilidad democrática capaz de gobernar con eficacia en un mundo donde se requiere flexibilidad, descentralización del poder, horizontalidad respecto de una sociedad civil que reclama nuevos derechos y espacios.

Análisis de condiciones

Sartori subraya, frente a las propuestas que ha escuchado de los partidarios del parlamentarismo, que éste en el mundo es un gran paraguas, un nombre genérico bajo el cual se agrupan tipos extraordinariamente diferentes. La pregunta es, entonces, cuál parlamentarismo y agrega que este problema no se resuelve diciendo simplemente “queremos parlamentarismo” debe resolverse mediante un “análisis de condiciones”.

Se debe comenzar por analizar las condiciones específicas existentes en una sociedad dada, y luego ver cómo éstas conducen, o facilitan un tipo de parlamentarismo versus otro.   A partir de ello, Sartori plantea que el parlamentarismo requiere, si se estudian las experiencias internacionales, como condición de un buen funcionamiento que el número de partidos relevantes debe sea pequeño, que el grado de polarización sea bajo y la disciplina de partido debe ser fuerte. ¿Hasta qué punto se pueden lograr estas condiciones en Chile? Esa es la interrogante” concluye.

También aborda la fórmula del presidencialismo parlamentarizado planteado por algunos juristas y politólogos chilenos, como Francisco Cumplido que distingue entre los presidencialismos: el gobierno presidencial de Ejecutivo vigorizado; el gobierno presidencial parlamentario; el gobierno presidencial controlado, sin perjuicio del régimen presidencial autoritario. Sartori señala que esta fórmula representa una corrección del presidencialismo en favor del parlamento pero no una solución de sus vacíos y limites, dado que el Presidente cede, “uno puede decir que la relación entre el presidente y el parlamento podría hacerse de facto del tipo parlamentaria” dice Sartori. Pero se crea un gobierno híbrido dado que se debe definir si el primer ministro lo es o no lo es, si tiene poder para dirigir el gobierno y, por ende, de concitar una mayoría parlamentaria programática comprometida con el gobierno y en ese caso es semipresidencialismo. En cambio la figura de un jefe de gabinete, “el primero entre iguales”, “lo que quiere decir que su autoridad es mínima, dice Sartori, no resuelve la conducción del gobierno ni garantiza una mayoría parlamentaria” y esto, agrega, “porque sus ministros lo pueden amenazar, contradecir y hacer, básicamente, lo que les parezca.

El problema aquí es que si a un presidente se le impone un gabinete, ese gabinete no será más que una coalición indefinida sobre la cual él tendrá escaso control: ésa no es una situación que conduzca a la gobernabilidad ni menos a la eficacia para gobernar. Sobre el punto concluye en el debate: “si ustedes pueden crear algo así, estupendo. Pero ¿qué tipo de sistema es ése? , ¿dónde existe?, no me queda claro para nada”.

Sartori sugiere entonces una alternativa: el semipresidencialismo señalando que  “tal sistema sería el remedio a la «rigidez» que impide al presidencial sino resolver el conflicto entre el presidente y el parlamento”.

Argumenta que el sistema semipresidencialista goza, en efecto, de la «flexibilidad» necesaria para salir de las situaciones de estancamiento, “porque posee un ejecutivo «dual», o sea, un ejecutivo con «dos cabezas», que son el presidente y el primer ministro: el poder Ejecutivo (o mejor dicho, la función ejecutiva) «oscila» entre uno y otro, o sea, pasa del primero al segundo y viceversa adaptándose al cambio de las mayorías parlamentarias o secundando la mayoría parlamentaria del momento”.

Por ello,  un sistema semipresidencial que, por definición, fija atribuciones distintas a cada figura o ente institucional y, al hacerlo, no solo mantiene la separación de poderes de Montesquieu sino que, además, lo reparte, porque funciona sobre la base de un poder compartido, dual: el Presidente comparte el poder con un Primer Ministro que, a su vez, depende de la mayoría parlamentaria. Se crea un mayor equilibrio de poderes que en el Presidencialismo y un camino mixto, dado que da valor y poder al voto popular y a la confianza depositada por la ciudadanía en el Presidente.

Sartori señala que un régimen semipresidencial se caracteriza por que el Presidente, que es el Jefe de Estado, es elegido por el voto popular por un período determinado y tiene como función primordial garantizar el funcionamiento regular de las instituciones, y dirige la política exterior, la diplomacia y las Fuerzas Armadas. Comparte el Poder Ejecutivo con un Primer Ministro al cual designa, pero que es independiente en la medida que él y su gabinete dependen de la mayoría en el Parlamento que lo elije y para lo cual debe mantener una mayoría, dado que está sujeto al voto de confianza y al voto de censura del Parlamento.

Es decir, el Jefe de Estado es independiente del Parlamento, ya que es elegido por voto popular, pero no se le permite gobernar solo o directamente y, en consecuencia, debe canalizar su voluntad política a través de su Gobierno que designa el Parlamento. Si el Primer Ministro pierde la mayoría, dimite ante el Jefe de Estado, el que procede a designar a otro líder que pueda recomponer la mayoría o generar una nueva, lo cual potencia los asuntos programáticos, o disuelve el Parlamento y convoca a nuevas elecciones que recompongan una mayoría. Además, el Presidente o Jefe de Estado, al no gestionar el Ejecutivo directamente, mantiene una relación no conflictiva con los dirigentes de los partidos contrarios y favorece el compromiso, la negociación y la moderación de las fuerzas en pugna.

Desde este debate de Septiembre de 1990 han pasado 30 años y  desoyéndose estos y otros análisis de figuras del mundo de la filosofía y de la ciencia política  que aconsejaban un urgente cambio constitucional respecto de lo que calificaban unánimemente una Constitución, la del 80, contruida para una dictadura y no para una democracia naciente, y el cambio del sistema político dado el agotamiento del presidencialismo, solo ahora Chile podrá repensar su régimen político en su conjunto, a raíz de la nueva Constitución que nace del triunfo mayoritario del plebiscito del pasado 25 de octubre y, por tanto, el aporte de la extensa obra sobre la democracia y la política de un intelectual como Giovanni Sartori podrá ser útil a los constituyentes que elijamos.